DAIMY DÍAZ LABORDA -CUBA-

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PÁGINA 15

Miembro de la UNEAC (Unión de Escritores y Artistas de Cuba). Licenciada en Estudios Socioculturales. Egresada del Centro de Formación Literaria Onelio Jorge Cardoso. Tiene publicados “La primera pandilla de pollos piratas” (Editorial Ácana 2009, D McPherson Editorial 2019), “Rosalía” (Editorial Ácana 2012), “Pelúa Pérez” (Editorial Ácana 2020) y “Duendes del domingo” (Editorial Primigenios 2020). Un cuento suyo fue seleccionado para la antología “Todo un cortejo caprichoso. Cien narradores cubanos” de Ediciones La Luz, 2011. Poemas de su autoría pueden encontrarse en el No. 20 de la Revista Literaria y Artística “Poetas por la paz y la libertad” de la UMPPL (Italia, Enero, 2023), en el No. 52 de la Revista El Creacionista (Puebla, México, 2023) y en el No. 43 de la Revista Literaria Trinando (México-Colombia, Mayo, 2023). Participa con tres poemas en la antología “Colibríes sobre Mares” en proceso de Edición. Un cuento suyo fue seleccionado para la antología “Té por Limón. Textículos Eróticos” de Erótica, Jungla House, (Publishing House, Estados Unidos de América, 2023).
 

Miércoles a contraluz

 
Hoy estoy triste, mucho más triste que la mirada de un niño intuye que su progenitor no lo quiere.
El mío, dice que tengo el cerebro seco de mirar muchachitas cuando salen de la escuela. Pero a mí no me gustan las muchachitas, ellas, tienen las tetas como limones y no me gusta el limón, mi padre lo sabe, por eso le exprime uno completo al plato de sopa. “Tómatelo sin chis” dijo la primera vez que Nana nos hizo la sopa y luego agregó “pa que te saque to lo malo del cerebro seco”.  Cuando termino de comerla lo único que me salen son lágrimas, porque me gusta el olor de la sopa que nos hace Nana los miércoles y no dejo una gota en el plato.
Le explico a mi padre que la palabra sopa procede del germánico occidental supp y que se refería a una rodaja de pan cortada en pedazos sobre la que se derramaba un caldo.  “Estoy seguro que ésta, no se parece a aquellas” dice y mira su plato con asco.
Hoy estoy triste porque Nana no ha venido a cocinarme sopa y a dejarme dulces escondidos en la maleta debajo de la cama. Ella dice que soy un hombre lindo con la mente de un niño pequeño y yo la dejo que se lo crea porque me gusta mirar cómo se les mueven las tetas mientras ordena y limpia el cuarto, también me gusta mirarla por detrás. Las tetas de Nana son como dos toronjas medianas y redonditas.
Por eso me encanta el dulce de toronja, por eso y porque supe que probablemente el ejército de Alejandro Magno lo introdujera en la cuenca del Mar Mediterráneo, me fascinan las analogías históricas. Eso es algo que siempre tuve en común con la novia de mi hermano, la hija de Nana.
Desde que se fueron, ella se encarga de todo lo de la casa: limpiar, lavar y hacer las compras con el dinero que manda mi hermano. “Un día de éstos te llevo a las tiendas” dice pero me niego. No me gusta salir a la calle, no me gusta porque me pierdo y no se regresar.
Cuando mi hermano estaba aquí salíamos los domingos hasta el parque, mientras él y su novia fotografiaban los árboles y los animales, yo me tendía sobre la hierba para mirar el cielo a través de las ramas. ¿O era al revés? Enfoque automático.
De niños solíamos ir de pueblo en pueblo con nuestro padre, era propietario de unos cuantos cachivaches de esos que son la atracción de los carnavales. Conocimos muchísimos sitios y personas de todo tipo de carácter. No nos importaba dormir en un catre debajo de un árbol, al contrario, ésa, era la mejor parte de todo. Nuestro padre nos proporcionaba algo de la recaudación y recorríamos el pueblo contagiados por la pantomima del carnaval.
En el último en el que estuvimos sobraban los cachivaches, mejores pintados y más atractivos que los nuestros, por lo que los ingresos disminuyeron. Fotografía sepia de mi padre. Decepcionado por el fiasco y la inversión que había hecho para llegar hasta allí comenzó a beber y los pocos posibles clientes se alejaban temerosos. No obstante, mi hermano y yo, recibimos nuestra cuota y nos perdimos entre el tumulto para disfrutar de los bocadillos y los mágicos algodones de azúcar.
Al atardecer debíamos regresar y así lo hicimos, nunca lo contradecíamos. Al llegar, el lugar estaba completamente vacío. Le preguntamos al de los trastos de al lado y nos dijo que había montado todo en un camión y se había marchado. Obturación lenta.
Tres días con sus tres noches tardamos en regresar a casa, tres días que estuvo borracho y no se acordó de nosotros. Al vernos frente a él, lagrimosos y harapientos nos miró de reojo como diciendo “y éstos, de dónde salieron”. Aquellos tres días estuvo mi hermano maldiciendo y me juró que apenas tuviera una oportunidad se largaba, yo al contrario adoraba aquella rara simbiosis paterno filial. Creo que fue después de aquello que no volví a salir solo de casa, apenas lo hacía entraba en pánico y olvidaba el camino de regreso, por suerte mi hermano siempre estuvo atento y me salía a buscar.
Lo vi estudiar noche y día, esforzarse, cumplir con los encargos de mi padre, con la escuela, y ayudarme a salir de mis desvaríos. Y consiguió todo lo que se propuso, creo, aunque no recuerdo su graduación, ni la carrera que estudió. Solo recuerdo escucharlos hablar del concurso, las exposiciones, el premio y los pasaportes.
Las imágenes de su partida me recuerdan las secuencias de una película española. Miró el desorden de nuestra acogedora habitación y comenzó a seleccionar sus objetos preferidos: una camiseta de los Arizona Cardinals, la carpeta revestida de cuero que utilizaba como diario, un llavero con la réplica de la torre Eiffel, la vieja casetera y la colección de casetes de Bill Monroe y Riley Puckett. Volvió a mirar en derredor para estar seguro de que no olvidaba nada. Yo observaba como un mero espectador.
Mi padre le recrimina haberse marchado, pero sobre todo haberme dejado con él, le reprocha que no le envíe dinero, pero lo he visto llorar mirando la foto de cuando éramos niños. Me alegro de que llore, y sienta lo mismo que sentimos nosotros aquellos tres días tirados en la carretera. Visualizar en blanco y negro.
Al principio cuando Nana comenzó a ocuparse de nosotros se mantenía callado y se sentaba en el portal a esperar que pasaran las muchachitas para mirarle los limoncitos. Eran los días en que yo aprovechaba y le pedía a Nana que me estrujara la espalda con una esponja. Disfrutaba sentir sus manos recorriendo mi piel y a ella le gustaba también porque en ocasiones me hacía el remolón y ella insistía “vamos pal baño, a quitar el churre viejo”.
Mi padre dice que me encierro en el cuarto para masturbarme, porque luego de pasar ratos allí con la música alta, salgo sudoroso directo al baño. No le digo que me encierro a hacer ejercicios para que mi cuerpo esté vistoso y Nana siga disfrutándolo mientras me ayuda a bañar.
De un tiempo a esta parte mi padre no la soporta y la acusa de aprovecharse del dinero que nos manda mi hermano, pero no es verdad. Ahora la casa está más ordenada y comemos mejor. Ella, viene una vez por semana pero se preocupa porque no falte nada hasta su próxima visita, incluso en la maleta que escondo debajo de la cama.
Hoy estoy triste porque quizás sea mi culpa que no haya venido, la última vez, apenas entró por la puerta le puso unos billetes a mi padre en la mesa y le dijo “ahí tiene, el dinero de su hijo”. Mi padre sonrió y se fue a beber. Antes de que Nana terminara con sus labores cotidianas estaba de regreso más borracho que Manolo, el curda de la esquina.
Leí en una ocasión que los alcoholes primarios reaccionan muy lentamente. Como no pueden formar carbonaciones, el alcohol primario activado permanece en solución hasta que es atacado por el ion cloruro. Con un alcohol primario, la reacción puede tomar desde treinta minutos hasta varios días. Por lo que siempre creí que tanto mi padre como el borracho de la esquina debían ingerir alcoholes primarios, pues reaccionaban con solo un par de tragos.
Sabía que no iba a tener otra oportunidad así, a los ojos de Nana me quité el pullover y me dispuse a bañarme. Cuando al fin entró al baño estaba completamente desnudo y lleno de espuma. Ella, me estrujó la espalda en silencio y yo, le tomé la mano e hice que estrujara todo mi cuerpo, el resto no lo recuerdo tal cual. Flashes de un álbum de fotos surrealistas donde aparece Nana con ropas, sin ropas, en la bañera, senos llenos de espumas, su espalda, labios mordidos, sus nalgas, las manos aferradas al borde de la bañera. Ráfagas de 10 fps durante un máximo de 200 disparos en raw.
Lo que si recuerdo es el olor de su piel, olor a violetas, olor a rosas o acaso sea sencillamente olor a pétalos, a mujer.
Me costó salir de la bañera aquel día, me perdí como otras veces, pero en esta ocasión sin salir de casa, por lo que no la vi partir. Regresé con la voz de mi padre buscándome por todas las habitaciones. Cuando me vio salir del baño tiritando y chorreando agua, me miró con asombro pero aliviado, me cubrió con una toalla y dijo “ve a vestirte, se enfría la sopa”.
Con la primera cucharada brotaron las lágrimas. No era la sopa de todos los miércoles. Sin decir una palabra exprimió una tapa de limón en el plato y me dijo “prueba”. Sí, aquella era la sopa de todas las semanas, pero me negaba a aceptar lo que mi padre trataba de dejar en claro. Estaba inundado de lágrimas y limón, no hacía más que recordar aquellos días en que me miraba con algo parecido a la ternura y decía que él, era el anticiclón de los huracanes que rondaban mi cabeza. En lo cual difería porque aun cuando fuera cierto que yo era lo más parecido a un sistema tormentoso y me sentía a gusto en casa/circulación cerrada alrededor de un centro de baja presión/mi padre, no acostumbraba a mearme por todas partes y menos aún a producir fuertes vientos.
Una semana después Nana ha faltado a su visita habitual, mi padre no ha vuelto a emborracharse y se me terminan los suministros. Extraigo la maleta para aminorar el sabor ácido del limón con algo dulce, en un rincón descubro la vieja cámara fotográfica, la de los domingos y recuerdo el parque, las flores, las mariposas y la novia de mi hermano interfiriendo en todas mis capturas. Recuerdo la casa de ella al otro lado del parque, la misma donde debe vivir Nana. La imagen es demasiado cálida.
Armo un collage, en mi mente, con el trayecto: cruzo la calle, doblo a la derecha y sigo recto por la avenida, después de la iglesia está el parque, cinco bancos, la glorieta, tres bancos, el monumento, dos bancos, termina el parque, edificio verde, segundo balcón, allí vivía la novia de mi hermano, allí vive Nana.
Apenas salgo a la calle y el sol lastima mis pupilas, escondidas de la luz por tanto tiempo. El corazón me late a prisa pero no me detengo. Instantánea tras instantánea voy reconociendo lugares, otros me parecen diferentes y hasta desconocidos. Un grupo de muchachitas cruza a mi lado, una de ellas me hace un guiño, o eso creo, me volteo a mirarlas y me parece ver el rostro de mi padre entre la gente pero no me detengo. Ya diviso la iglesia Nuestra Señora de Fátima, hubo una época en que lo feligreses salían de la confesión directo al pecado. Se reunían alrededor de la glorieta a escuchar música y a fumar, a mirar las mujeres de otros y las exóticas mulatas que merodeaban el parque vendiendo flores. No me detengo…
Un poco más allá se sentaban los más conservadores, junto al monumento sin estatua, figura hexagonal señalando al cielo como una mala señal de batallas inconclusas y  mártires olvidados. Altos niveles de ruido.
Ya está, dos bancos más y estaré a solo cruzar la calle y a volvernos a encontrar. Tengo la vista nublada y los oídos me zumban cuando me detengo en el borde de la acera. Miro hacia la derecha, luego hacia la izquierda y antes de cruzar  hago una captura del balcón, justo en el momento en que aparece una muchacha que me resulta familiar, segunda captura, aparece un hombre que también conozco pero que ahora lleva pelos en la barba, tercera captura, aparece Nana ofreciéndoles sendas tazas de café y puedo sentir su olor, no el del café, sino su olor, olor a pétalos. Ultima captura, descubro que el hombre del balcón  me mira. Primer plano.
La misma mirada que aquella ocasión cuando descubrió las fotos que mi padre revelaba cada mes, salidas de una cámara que también mi padre me había regalado en un cumpleaños y que ahora se encontraba en una esquina de la maleta. La misma mirada suplicante con la que me preguntó “qué piensas hacer con las fotos”, la misma mirada de alegría cuando le respondí “son tuyas, te las regalo” y fue tal mi desprendimiento que olvidé que fueron mías, y no las reconocí luego en su primera exposición, ni en las páginas de las revistas donde anunciaron sus premios. A contraluz.
Voy a cruzar sin apartarme de aquella mirada, escucho un claxon y una mano detiene mi paso bruscamente y me arrastra de regreso a casa.
Me sosiego al sentir la presencia de mi padre.