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FERNANDO ARRANZ PLATÓN- ESPAÑA-

Biografía- Nacido en Valladolid el 27 de mayo de 1941 (82 años)
Diplomado en Marketing y Publicidad, Estudios de Dirección de Empresa, Derecho y Relaciones Públicas. Técnico en Accidentes, durante cerca de 40 años trabajando en Multinacional del Seguro, suiza.
 
 
Correo electrónico: pelicanoblanco2021@outlook.com

REGRESO AL PASADO
 

Continuación (CAPÍTULO VI)

 

 
La tarde había caído sobre “los Rosales”. A las ocho, como cada una de las noches desde hacía diez años, Eugenio bajó al comedor para la cena.
     Se sentó en la única mesa individual que había, y esperó pacientemente a que le sirvieran el menú del día. Hoy tocaba sopa de pasta y pescado al vapor. De postre aceptó un melocotón y el agua correspondiente a un ex alcohólico.
     Cuando acabó, como no era partidario de hacer tertulia, Eugenio salió a la terraza de la residencia, a intentar serenar su inquieto espíritu. Al llegar esas horas, solían acudir a la mente sus propios fantasmas, a los que temía por las pesadillas que le provocaban.
     Se recostó en una de las tumbonas que allí había, y contempló durante un buen rato la belleza del firmamento en aquella noche serena, mientras que una plateada luna llena iluminaba el lugar.
     Los recuerdos de una historia lejana en el tiempo, todavía le dolían en el interior del alma. Su desenlace provocó en él una gran desilusión, que lo llevó en más de una ocasión al borde de la muerte. Los médicos no encontraron el antídoto ante semejante depresión.
     Llevaba cerca de una hora en aquella posición, cuando comenzó a notar que le invadía una leve sensación de relajación. Pensó, que tal vez aquella noche podría dormir y obtener el sueño reparador, que tanto necesitaba. Caminó hasta la habitación y se acostó.
     El habitáculo no era excesivamente grande, pero no podía escoger. Gracias a su hermana Marina, (Sor Inés) disponía de un lugar donde llevar una vida tranquila sin sobresaltos y atendido.
     Tampoco le faltaba de nada. Una librería con libros, un ordenador portátil y una pequeña televisión para ver los partidos de futbol, única pasión que le quedaba.
     Pronto las brumas le invadieron, y el sueño le trasladó a la ciudad sudafri-
cana de Durban:
     ‘El Cyclops II, barco mercante del que era su primer oficial en aquella época, se hallaba anclado en la dársena del puerto.
     Hacia menos de una hora que se encontraban atracados y el último marinero con permiso había abandonado la nave. Verificó que el personal de guardia estuviese en su puesto y después de pasar por el camarote del capitán para informarle, se despidió de éste y desembarcó.
     Directamente se dirigió a La Petit Maison, una taberna cercana al puerto donde solía encontrar, licor y mujeres para su diversión. Disponía de doce horas y no pensaba desperdiciarlas; después debía regresar al barco, para reemplazar al capitán.
     Su periplo nocturno acabó en una habitación de un viejo hotelucho portuario, al que solía acudir siempre con compañía femenina.
     Aquella noche, el dueño del bar le tenía reservada una nativa jovencísima. La llevó a la habitación y una vez se desvistieron, sin mediar palabra cabalgó como un energúmeno sobre ella.
     En un momento dado, hizo daño a la chica y ésta emitió un quejido de dolor. Eugenio, aun dándose cuenta del daño que causaba a la joven, continuó su loca carrera hasta el final.
     Luego, miró a la mujer y percibió en su mirada, el asco que le había producido su comportamiento. Sintió una oleada de cólera contra sí mismo.
     Abandonó su posición sobre la mujer y se sentó en el borde de la cama, desde aquel lugar y sin mirarla a los ojos, la pidió perdón. Luego se dirigió al cuarto de aseo, donde se dio una ducha rápida. Cuando salió la chica ya se encontraba vestida.
     Le pagó el doble de lo que habían acordado por el servicio, y la dejó marchar. No siempre ocurría así, ya que le gustaba disponer hasta el amanecer de compañía femenina.
     Pero hoy era diferente. Cuando se cerró la puerta, las lágrimas acudieron a sus ojos. Se sentía un canalla, y reconocía que su obrar era una venganza contra el recuerdo, puesto que nadie más que él había tenido la culpa’
     Su cuerpo se debatía con el sueño, cuando de pronto la angustia atenazó su garganta. Sentía un intenso ahogo y en un momento dado, emitió un gemido profundo. El grito despertó de su duermevela a Consuelo, que era la celadora nocturna de la residencia.
     Ésta acudió solícita como otras veces y tocando el hombro de Eugenio, logró que éste se despertara y saliese del horrible sueño que tenía.
     —Lo siento Consuelo, no deseaba despertar a nadie. 
     Le trajo un vaso de leche y una pastilla de “Tranxilium”, y viendo que la causa había sido una pesadilla, le dijo:
     —No se preocupe. Ahora mire de volver a coger el sueño.
     Marchó la celadora y Eugenio medio incorporado, volvió sus ojos interiores hacia aquellos años. Sus pensamientos, aunque ahora eran serenos, estaban lejos de hacerle feliz. Pero el sueño comenzó a invadirle de nuevo. Sin embargo, se resistía a caer en él, por miedo a sufrir otra pesadilla.
     Volvieron las brumas, pero esta vez las imágenes de sus recuerdos, eran de las personas a las que había amado más que a su propia vida.
 
     'Esta vez las imágenes le transportaron al pequeño pueblo de Boecillo. Allí habían transcurrido los años de su niñez. Se encontraba en la finca, que un día su padre administrara al señor de Cantalapiedra. 
     Ángeles, su madre, cuidaba de la familia. Se vio sentado en su regazo y como la mujer mesaba con todo el cariño de madre, sus finos cabellos rubios. La escena finalizó, cuando ella le dio un beso en la frente y lo mandó a dormir.
     Por un momento, su cuerpo se agitó inquieto, pero la pastilla que le había dado Consuelo tuvo su efecto sobre él.
     Las imágenes se fueron sucediendo, y tomaron cuerpo; Manuel, su padre y Marina su hermana mayor. Compañeros del colegio La Sagrada Familia de los hermanos de La Salle, sus amigos Pedro y Andrés, y más tarde apareció entre una nube de algodones blancos, su gran amor, Teresa.
     Este recuerdo le hizo inquietar más y unos gemidos se escaparon de su garganta. Aquella niebla espesa que le invadía poco a poco fue desapareciendo y pudo recuperar el ritmo de un sueño tranquilo.
     Consuelo volvió a la habitación a comprobar si éste dormía. Le pareció que
el hombre estaba más relajado y regresó a su puesto. Desde que se ocupaba de aquella zona, había visto a Eugenio sufrir varias crisis de ansiedad y pesadillas.
     La directora y el médico de la residencia la habían aconsejado, que ante una crisis fuerte les avisase.
     Le contaron parte de su vida y por ello sabía, que Eugenio no había tenido una vida plácida. El dolor se había hecho presente a muy temprana edad. Pero la vida, como si quisiera compensarle por ello, puso en su camino a Teresa una joven dos años mayor que él.
     Su enamoramiento fue diferente en los dos. Ella ante una petición suya, lo habría dejado todo. Él, más joven e inmaduro que la mujer, pensó que aquella relación era un juego.
     Ahora, viejo y enfermo, permanecía en la Residencia de los Rosales en Premia de Mar (Barcelona).