<                    >

30

 

GABRIEL FERNANDO VILLALBA OCHOA -COLOMBIA-

 

Nació en el año 1995 en el municipio de Ciénaga de oro, ubicado en el departamento de Córdoba, (Colombia). Creció en el seno de una familia humilde y trabajadora. Terminó sus estudios de primaria y secundaria a pesar de su situación económica. Se interesó por el arte de la escritura a sus dieciocho años, pero solo de una manera empírica y como pasatiempo.
En el año 2015 pagó su servicio militar obligatorio tal y como lo exige la ley de su país, y luego de un par de años siguió esforzándose en mejorar sus poemas en prosa, relatos e historias de su misma autoría. Ha realizado diferentes cursos académicos entre los cuales cabe mencionar un curso técnico en construcción de edificaciones, realizado en el instituto de enseñanza y aprendizaje Sena, y otros de corta intensidad horaria para fortalecerse en conocimientos. Luego se centró en el área de la seguridad y la vigilancia en la que actualmente se desempeña con distintas certificaciones que lo acreditan como una persona responsable e íntegra.
Sus poemas en prosa han llegado también a emitirse en algunas emisoras mexicanas como «Ecos Poéticos», «La Enamorada Radio» y la emisora colombiana «Radio Aldora». Ha sido publicado también en las diferentes ediciones de la revista poética española «Azahar», la cual lanzó una edición especial homenajeando algunos de sus poemas más importantes.
Actualmente sigue trabajando y fortaleciéndose para darse a conocer con sus trabajos de escritura.

Aquí me tienes.
 
Pues aquí me tienes, esperando tus mensajes, sentado frente a la pared de mis sueños, postrado en la terraza de mis expectativas. Cruzando los dedos para que escribieras tan pronto como fuese posible.
 
Mas yo solo puedo pensarte y hablar de ti conmigo mismo y, divagar entre tus palabras en cada pensamiento.
 
No es tan fácil pasarte por alto. No cuando haces tu casa en el centro de mis recuerdos; y, de allí no te sales, de allí no es fácil moverte. Aunque solo parezcas algo efímero, para mí ya te has convertido en una huella sempiterna en mi alma, dejando a un lado todo tipo de peros, por eso aquí me tienes.

 

*    *    *

 
 
Quizá.
 
Quizá ella pueda hacerse muchas preguntas. Tal vez es demasiado prudente, demasiado educada, o simplemente no quiere saber más de lo que ya le he dicho cantidades de veces.
 
Quizá todavía, después de tantos sinsabores y un par de momentos crueles, ella se siga preguntando... ¿Qué haces aquí?, ¿por qué sencillamente no te alejas?, ¿a qué te aferras neciamente?
 
Pero… prevalecer junto a ella ha dejado de ser un interrogante, ha pasado de ser una opción a ser una necesidad, y para el corazón se ha vuelto casi una obligación permanente. Ella tiene toda la razón
en no decirlo, en callarse, en guardar silencio como si ya todo estuviera dicho, porque, en definitiva, es ella quien tiene la última palabra ante tantas cosas que salen de mi boca.
 
Quizá sean mis múltiples chistes, mis ambivalentes estados de ánimo, quizá sean las sonrisas inesperadas que le saco a veces, quizá sean mis notas que denotan tristeza y compasión. Quizá solo sea por mi permanencia, quizá todo sea por mi paciencia, esa paciencia que me ha hecho merecedor de una prórroga que no parece tener fin.
 
 

*    *    *

 
En mis sueños.
 
En mis sueños te vi, tan bella a la luz de la luna llena. En mis sueños te vi, tan radiante como siempre.
En mis sueños te vi, con tus tacones de punta y sensualidad inexorable.
 
Al otro lado de la acera, te veía mientras intentaba conciliar mi sueño y ahí te hacías presente en mi
insomnio. Allí estabas tú, tan elegante, con tu aroma en mi almohada, dibujada en mi mente inconsciente como una huella indeleble.
 
En mis sueños te vi y en mis sueños te quedaste. Seguramente ya no saldrás de allí. Posiblemente ahí
te quedarás, ahí estarás mientras siga soñando despierto, incluso cuando ya no tenga razones para soñar

 

 

*     *    *

 
 
Me tomo un rato.
 
Hoy es uno de esos días que no son para nada especiales, uno de esos días de alegría sin motivo y risas en silencio.
 
Hoy pueda que sea un día cualquiera, una tarde noche como todas las de mi constante rutina y, probablemente, mi despertar en la madrugada sea igual de prematuro, pero me tomo un rato para pensar en estos últimos días. Me tomo un rato para pensar en ella y en los bellos momentos a su lado. Me tomo un rato para divagar y perderme entre las palabras que dice con tanta devoción.
 
Hoy es un día como cualquiera, pero pienso en ella; en las fallas del universo, en aquel sentimiento de ya haber vivido lo mismo con la misma persona en diferente tiempo, como un hermoso déjà vú.
 
Hoy pienso en sus ojos y en cuánto los cierra al sonreír, hoy pienso en sus mensajes de a ratos, los mismos mensajes que me dan motivo para seguir pensando en ella y en estos últimos días.
 
 

*    *    *

 
Junto a ti.
 
He vivido más días de incesantes sonrisas que noches de desconcierto.
Me la he pasado más tiempo recordándote con tu carisma enloquecedor, que trayendo a la memoria esas viejas peleas sin sentido.
 
Junto a ti me he vuelto fuerte, aunque paradójicamente seas tú mi mayor debilidad.
Contigo me he ahorrado muchas lágrimas que lograste convertir en carcajadas en un santiamén.
Junto a ti he logrado pagar el precio módico de todas mis preocupaciones y pesares. Había malgastado el tiempo que me sobraba y empecé a llenarlo con tu imagen en mis recuerdos.
 
Junto a ti lo he vivido todo, y todo lo que no se vivió no fue más que accesorio. Junto a ti lo tuve todo y contigo no hubo más que envidiar.
 
Junto a ti ya viví mi vida, y junto a ti quiero morir.

 

 

*    *    *

 
 
Para ella.
 
Para ella quise hacer algo sin sentido, algo que le hiciera morir de la risa y que al mismo tiempo le tocara el alma.
 
Para ella quise hacer algo absurdo porque es increíble que su sonrisa logre doblegarme aun en la distancia y, sin llegar a conocerla.
 
Quise escribirle algo sin lógica, sin fundamento, sin referencias, alguna carta sin coherencia para no repetir las palabras que usa la gente del montón solo para impresionar. Simplemente dejando a un lado el sentido común y no depender tanto de la cordura, y es que en ella encuentro paz en los ratos de
locura desmedida.
 
Para ella quise hacer algo ilógico y sin cohesión que solo ella logre entender, algo que no pueda encontrar en otros textos que todos puedan interpretar.
 
Para ella quisiera un plato de raviolis y no de spaghetti, una sorpresa escondida y no un detalle obvio. Para ella quisiera evitar las cartas de amor y dedicarle mi inconsistencia, mi locura, y jamás mi redundancia.

 

 

*    *    *


Memoria #1.
 
Disfrutábamos tanto el sabor de la comida rápida en los días de descanso, las salidas al parque sin ningún motivo y el hecho de permanecer en cama durante todo el día, viendo las mismas películas en DVD de siempre.
 
Nuestra vida no era la misma si no se nos ocurría alguna tontería, alguna locura que nos marcara el día; dormir hasta muy tarde y desvelarnos hablando de nada, interrumpirnos el uno al otro mientras usábamos el baño y hasta mojarnos bajo la lluvia nocturna sin haber razón.
 
¿Intimidad? Nada era tan excitante como verla usar mis camisas mientras preparaba el desayuno, mandándome besos al aire al verme al otro lado del comedor. Nada lograba subir tanto mi éxtasis como verla caminar sin tanta ropa por los angostos pasillos de nuestra solitaria posada.
 
Bares de mala muerte, botellas de cerveza barata, pasa bocas en la madrugada y un motel de cuarta; jamás hubo tanta felicidad con tan poco efectivo. Jamás hubo tanto de qué hablar ni de qué reír… pero, nunca hubo tiempo de pensar en que íbamos a extrañar tanto todo aquello.

 

 

*    *    *

 
 
Memoria #2.
 
Paseos por el transporte público, comidas inusuales y un viaje inesperado; nada era tan alentador como hacerles caso a sus ideas en momentos de desconcierto.
Flores amarillas por la mañana, un regalo de insinuación indecente y juegos de esos en los que peleas y te dejas ganar para terminar la tarde.
Solía pensar que tal vez era otro de esos clichés que te sabes de memoria, prometiendo estancia hasta el final, jurando amor eterno y fidelidad al tope, pero siempre lograba hacerse ver de una manera distinta y sin repeticiones; sin nada trillado, sin entrar en la contradicción, ni en la suposición de un buen futuro. Sin adivinar ni decir alguna tontería al azar o por salir del paso, como lanzar los dados en algún vaso y jugarte la suerte. Solía pensar que tal vez no la merecía y, de hecho, tal vez era cierto, pero en esta memoria no soy antagonista, y si lo fuera, entonces sería uno de esos exquisitos finales en los que el mal acaba por triunfar.

 

 

*    *    *


Día séptimo.
 
Mis días carecían de vida, parecían tornarse de un gris solitario, y mis noches melancólicas solo embadurnaban mi cabeza con sus recuerdos; toda mi tediosa rutina se veía agobiante.

Recostándome en las frías paredes de mi habitación, me dedicaba a divagar entre líneas de un texto viejo que una vez le escribí, que jamás le enseñé, que nunca pensé entregarle y que ahora empezaba a considerar enviarle, porque creía que el peor día de la semana para los demás, podría convertirse en el más hermoso para ella.
 
Desde entonces, solo esperaba el día domingo para verla el lunes por la mañana, endulzando mi café con sus abrazos, adornando mi desayuno con sus caricias y continuar mi día inmerso en ella.

Mi día séptimo no era para descansar sino más bien para trabajar en mí, para dedicarle el mejor de los lunes, para besarle el alma y arañar su corazón con mis detalles sin razón.

 

*    *    *

 
Creo en ti.
 
El tiempo se ha vuelto cada vez más escarpado y cada vez menos previsible; lo nuestro decae y se levanta quizá con más fuerza, por eso creo en ti.
Creo en lo que somos y en lo que podemos llegar a ser. Creo en lo que dices y en lo que te guardas. Creo en tus consejos y en tus regaños. Creo en tu expresión de timidez cuando te miro a los ojos sonriendo.
Creo en tus gritos y susurros, en tus miedos y fortalezas. Creo en tus actos y en tus omisiones. Creo en ti y en tu locura, esa de la que un día me enamoré y ha terminado con mi poca cordura.
 
Creo en ti y en los punticos de tu sonrisa, en nuestros días y las tantas horas estando juntos. Creo en ti, en tus necedades y tu sentido del humor.
Creo que se puede continuar luchando aun en las turbulencias y malos tiempos. Creo que nada está perdido mientras estemos juntos, pero, sobre todo, creo en ti.
 
 

 *    *    *

 


Así la imaginé.
 
Supuse que no podría ser algo especial, ni mucho menos duradero. Así la imaginé; imaginé mis días a su lado, pero no de cualquier manera. Imaginé llegar a su casa y hablar con sus padres en medio de la tarde, con Galy Galeano sonando en la radio y ella dejando salir sonrisas nerviosas de vez en cuando.
 
Supuse que no podría ser algo especial porque «de tantas cosas buenas no dan demasiado» decía mi padre, pero imaginaba verla sentada sobre una pequeña alfombra blanca a la sombra de una bonga, disfrutando una taza de té en una pequeña vajilla de porcelana, adornada con flores multicolores a
su alrededor.
Supuse que no podría ser algo duradero, y es que lo que es verdaderamente eterno solo se encuentra en el peor de los avernos, así que solo la imaginé dejando besos y soltando risas de a poco en tan breves momentos. Así la imaginé, solo con suposiciones y nada concreto, con muy poco de ingenuo, pero con mucho ingenio. Con más sonrisas que lamentos, con más bellos momentos que vivir y no tener que imaginarla.

 

 

*    *    *

 
 
Viviste en mi vida.
 
Viviste en mi vida atada a mis pensamientos, arañando las paredes de mi remota sensibilidad, lanzando dardos de indecisión y exquisita crueldad contra mis globos de ingenuidad y a veces de torpeza.
Viviste en mi vida y llegaste abarcando todo, rompiendo las barreras del silencio, apoderándote de todo lo que ya estaba perdido poniéndome a hacer garabatos en mis sueños despierto; imaginándote danzando en mis adentros, como si se tratara de un montón de cigarras volando, guiadas por alguna ley de la física.
Viviste en mi vida sin importa mi contextura, ignorando mi amargura, poniendo a prueba mi cordura, disfrutando de mi locura mártir y a veces sensata, a veces no tan innata, pero siempre haciéndote notar con alguna nota de posdata.
 
Viviste en mi vida; me olvidé de la mía y empecé a vivir la tuya. Hice de tu sonrisa un perfecto y hermoso metaverso en el que solo yo podría ser una constante.
Viviste en mi vida, sí, ahí estuviste el tiempo que te pareció adecuado. Viviste en mi vida sin poder salir de ella, hasta que el tiempo hizo lo suyo. Viviste en mi vida, aun cuando de ella no quedaba nada.

 

 

*    *    *


Sombras de amor.
 
Supiste quererme a través de nuestros días; nuestros días apasionados y también algunos melancólicos. Días de luz y de tristeza, de paz y turbulencias.
Supiste estar presente aun en mis ausencias y a pesar de las decadentes circunstancias, aunque ahora solo quede la sombra de tus reconfortantes palabras; la sombra de un amor sin igual.
 
Supiste amar y apreciar el tiempo con tus mejores atenciones, dejando a un lado las ambiciones y sumándote a las tentaciones de nuestros cuerpos. Supiste amarme estando a la sombra de mis recaídas, devaneos, indiferencias y mal humor.
Supiste quedarte hasta donde el tiempo así lo quiso, hasta donde tus sentimientos pudieron soportar el peso de mi desquicio con mis in decisiones que ya te parecían un vicio. Y lo sé, supiste aguantar con paciencia estando a la sombra de mis pensamientos, adherida en mi alma como una insignia permanente, adueñándote de mi corazón siendo pionera de mis emociones, ahora dejando sombras de un amor imborrable… sombras de un amor irrepetible.

 

 

*    *    *

 
 
En cuanto a ti.
 
A estas alturas de mi vida, nada ya estará de más, nada ya serán segundos planos, ni posibilidades inexistentes; solo ocupa espacio lo necesario, lo confortante y la hermosa sensación de estar contigo.
En estos momentos ya nada podrá tener tanta fuerza, ya nada será tan imprescindible o tan crucial como nuestras charlas en el patio en medio de la tarde luego de una breve siesta.
 
En cuanto a mí, ya no podré apartar mi atención de tus palabras, ni mis ojos de tus sonrisas en pleno caos, en tiempos malos y en horas de desconcierto.
En cuanto a mí, se me hará complicado no reírme de tus pifias cuando me encuentre solo, se me hará muy difícil no recordarte a la hora de dormir o a la hora del continuo insomnio.
 
En cuanto a ti, puedo decir que me quedo corto al querer siquiera imaginar las mejores cosas que salen del alma, porque ni siquiera en algún remoto lugar del subconsciente podría comparar todo aquello que en realidad te hace semejanza.
 

 

*    *    *

 

 

Sabré entender.
 
Sabré entender cada día lo que no pudiste explicarme con tus palabras, y en su lugar, era tu silencio quien suponía lo más innegable.
Pero no es del todo incierto que mi corazón subrayado está en las páginas más melancólicas de tu presente incompleto; como las hojas de un borrador abandonado, tampoco es del todo extraño que mis escritos tengan tu nombre como si fuera una marca de agua en negrilla.
 
Sabré entender que, aunque me cueste una caterva de palabras y un sinfín de términos poco asequibles, no lograré llegar a ti, ni mucho menos lograr despertar, aunque sea un amor entre comillas, o un simple querer con puntos suspensivos.
 
Sabré entender tus rotundas exclamaciones a mis interrogantes con desconcierto. Tus acentos condicionales a mis sentimientos, como si fueran paréntesis de duda. Tus puntos y aparte a mis pequeños párrafos de insinuación amorosa, aunque algunas veces parezcan puntos y comas.
 
Sabré entender...
Yo sabré entender si mis mensajes en letra cursiva pasan en tu mente como si fueran palabras en monoespaciado en hojas de papel decadente, que prontamente dejarás en el olvido.

 

 

 

*    *    *

 
 
Casi amor.
 
Le habría llamado «romance a medias», o «amor a medio camino», pero fue casi amor; fue un completo delirio de las mejores cosas que puedas soñar con otra persona, pero no se llamaba amor.
Fue casi amor el hecho de pensar por ambos y convertir una relación de ocio en algo lleno de ímpetu; transformar todo lo vacío y sin sentido en algo perenne que, hasta los mejores sueños y utopías
se veían exiguos.
 
Le habría llamado «amor a primera vista», pero habría sonado muy corriente, preferí llamarle casi amor a lo más sincero y demente que se puede sentir por otro ser, fue casi tan majestuoso que todas las otras relaciones parecían invertebradas en frente de la nuestra; como ofidios arrastrándose sin algún rumbo, como bellotas que caen de los arboles perdiéndose en cualquier barranco…
… Pero solo fue casi amor.
Solo fueron ganas de hacer algo distinto con alguien acostumbrada a lo mismo, a lo simple, a lo corriente. Solo fue un intento fallido por haberme podrido por completo en la humedad de sus ojos al mirarnos. Solo fue algo legalmente hermoso, pero no se llamaba amor… para ella
fue casi nada, para mí fue casi amor.

 

 

 

*    *    *

 
 
Vivir conmigo.
 
Habiendo llegado a esta edad, a esta fecha vacía en que mis ojos lo han visto casi todo, me propongo a hacer un alto en mis azarosos afanes de querer cambiar lo que ya no tiene marcha atrás. Me propongo esperar a que sea la vida misma quien continúe su trágico curso de la forma más
sosegada y paciente.
A esta edad se acabaron los asombros y las noticias escandalosas, empiezo a observar el panorama con indiferencia sentado sobre mi viejo butacón y dando un sorbo a mi café. Nada sorprende en estos tiempos. Nada es de extrañarse luego de lo ya vivido.
 
Como aquella persona que se resigna a esperar su inevitable destino, cierro los ojos y suspiro pensando en lo que vendrá después… ¿Y qué vendrá después? ¿Qué más se supone esperar que valga la pena? La soledad siempre tuvo la razón mientras lo decía todo en el más hermoso de los
silencios; ya no queda nada que esperar, solo terminar de vivir en paz conmigo mismo.
 
A estas alturas en las que ya nada importa y cualquier intento de continuar se torna engorroso, me sigo preguntando si de verdad alguna vez llegué a ser de la importancia de alguien, si al menos mi compañía llegó a agradarle a otra persona, porque yo por mi parte, después de todo he llegado a esta
edad sin necesitar o extrañar a nadie. Eso es lo malo, o quizá la mejor parte de vivir en la soledad; te acostumbras tanto a ella que cualquier otra engorrosa compañía se convierte en un estorbo.
 
Habiendo llegado a esta edad, mis ojos ya no se humedecen de nostalgia y todo aquel verde de los días que solían cautivarme se tiñen de un grisáceo opaco sin nada que despierte un poco mi atención.
 
Me disculpo; tantos años viviendo solo conmigo me han hecho ignorar todo lo que jamás fue, todo lo que nunca ocurrió y todas las personas que aun con su presencia jamás estuvieron por mí.

 

 

*    *    *

 


Equivocado.
 
Siempre mantuve la insistente idea de que ella pudiera merecer a alguien mejor; un mejor futuro, uno de esos amores de novela o de esas pasiones juveniles que recrean en algunas películas. Pues yo, con mi carácter agrio y a veces amargado sabía de sobra que no podría brindarle algo similar. Ella merecía todo lo bueno que pudiera pasarle.
 
Ella, por otra parte, decía que yo era un loco un tonto por pensar que lejos de mí podría estar bien. Se había acostumbrado a mi altivez, había aprendido a convivir con mis rabietas y cambios de humor esporádicos. Ya estaba profundamente enamorada de mi mal genio, que hasta me decía que le causaba risa verme así y era cuando se acercaba a darme un beso en la mejilla. Repentinamente yo dejaba de ser el hombre malo y pasaba a convertirme en el amor de su vida.
 
Es extrañamente hermoso saber que estoy equivocado; ella prefiere mi compañía antes que cualquier otra. Yo sigo insistiendo en que quizá pudiera llegar a conocer a alguien mejor, pero para no entrar en conflictos con el destino o con la vida misma, ahora yo vivo anclado a su compañía, disfrutando de sus ocurrencias como un niño que no para de reír, enamorado de sus atenciones sintiéndome el más afortunado por tenerla junto a mí.
 
Equivocado, pero eso no es excusa para no darle toda una vida llena de felicidad.