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ESTEBAN DIONICIO AGUILERA GONZÁLEZ -CUBA-

Versiones previas de títulos publicados en:
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Con los ojos del alma, poemas
Fantasmas, poemas
Doña Tonquete y San Pirón, cuentos infantiles parte 1.
Doña Tonquete y San Pirón, cuentos infantiles parte 2.
Doña Tonquete y San Pirón, cuentos infantiles parte 3.
Sonetos para Angelí, poesía. 
Cuentos para unos y para otros, cuentos.
El último beso y otros cuentos,  cuentos.
Vida y otros relatos, cuentos.
El reloj de los deseos, cuentos.
Antología de cuentos, parte 1.
Anselmo Concepción, novela
Chamicos, novela
  Pájaro de cristal, cuentos.
 Primer lugar en concursos de cartas de amor para tres 14 de febrero consecutivos.
 
Correo electrónico: edag06@nauta.cu
 
 

Amanecer en el ocaso
 
  Ha transcurrido mucho tiempo desde que realizó el último cuadro. Dejó de pintar porque le absorbieron los inventos. Ya cansado de fabricar lo mismo que estaba hecho retomó los pinceles. Localizó una cartulina blanca y pasó un rato largo observando la superficie vacía, no sabía qué pintar. Extasiado  escuchó sonar la cerradura al girar una llave.
  —¡Buenas tardes! —escuchó una voz juvenil.
  —¡Buenas tardes! —respondió. 
Había llegado con la sobrina una muchacha a la que no le faltaba nada para pedir, alta y adornada con una belleza sublime. Llevaba el cuerpo cubierto con un pantalón y pullover ajustados de tal modo que dibujaban todas sus virtudes.
  —¡Viejo, viejo, que te comes a Yelena con los ojos! —bromeó la sobrina.
 —Perdón, de momento me impresionó —habló abochornado de que lo cogieran en la contemplación.
  —¡Total, uno es hombre! —se justificó para sus adentros.
  —¿Y usted es pintor? —preguntó la joven.
  —Acostumbraba a ser, hace años no logro ni un dibujo.
  —Mi tío es músico, poeta y loco. Ya tendrás tiempo de conocerlo.
  —¿Por qué no recuerdas tus habilidades haciéndome un retrato? —fue un dulce pedido de la nombrada Yelena.
  —Ya tú ves que aquí el espacio no me permite las condiciones mínimas.
  —Ese no es un problema, mi casa se pasa el día sola. Llevas para allá el caballete, yo seré la modelo y voy por mis pies, no me tienes que llevar cargada.
  —La oferta es tentadora. Dicen que quien se pega a la juventud recibe dones de los jóvenes. Está hecho, di cuando voy y allí me vas a tener.
  —Cuando tú quieras me avisas, si vas temprano seguro es que voy a estar durmiendo. Lo único que te tengo que dar es el número del teléfono para que llames. Ahora cuenta.  ¿Por qué permites que te traten igual que si fueras un viejo?, te conservas bien.
  —No tanto, tengo ya sesenta y cinco años.
  —Pues no lo parece, para mí tienes cuarenta —dijo con expresión convencida.
  —Yelena ven, tengo que probarte el vestido.
  —Con el permiso tío, mejor me dices tu nombre.
  —Dago.
  —Es un placer Daguito —soltó una risa clara como el agua, música para el oído, parecían muchos cascabeles.
 Ella se retiraba al cuarto, él se quedó contemplando toda la imagen que podía ofrecer a la espalda, listo para cambiar la mirada.
   Transcurrió una media hora y la joven apareció en la sala.
  —¿Qué te parece Dago? Tienes que dar tu opinión mi pintor.
 —A ti todo te queda espectacular. Hay que preguntar si tú le quedas bien al vestido —realmente era un sueño, el pelo largo suelto, sus brazos elevados sujetándolo, la mirada pícara que a cada instante le hacía un guiño, las carnes jóvenes. Toda una bendición.
Terminando de modelar con balanceos suaves del busto y contoneándose alzó el vestido y lo sacó por la cabeza. ¡Pobre de Dago! fuego cubrió su cuerpo, la respiración se le detuvo por un momento. Allí estaba ella delante con una tanga y ajustadores pequeños que no alcanzaban a ocultar la carne, plena del llamado a la  lujuria. ¿Qué demonios buscaba aquella muchacha?
  —¿Qué te parezco así para el cuadro? claro, me quitaría lo que me queda encima de tela —lo que le quedaba encima de tela era nada pensó Dago.
  —El cuadro es el cuadro, todavía no me he formado una idea —tal vez internamente, por hipocresía quería decirle que se cubriera, la imagen  estaba enviando un llamado al hombre.    
El mundo piensa que los viejos no sienten  ni padecen, es el gran error, el cuerpo puede haber envejecido y para bien o mal las ideas siguen impecables.
  —¡Oye loca! —salió la sobrina y la increpó.
  —¡Qué!, ¿es tu tío o no?
  —¡Sí, es mi tío, no un mono en la pared!, ponte encima la ropa y vámonos.
 Cuando Dago quedó solo comenzó a pintar en un arrebato enorme de inspiración. No tenía que realizar esfuerzo para imaginarla, tomados los pinceles embadurnó  una que otra cartulina durante toda la mañana.
  Tere, la esposa de Dago llegó a las doce. Día por día llegada a la jubilación iba al que fue su puesto de trabajo, unas veces limpiaba, hacía encargos o le daban a realizar algunas tareas. Entre todos los obreros le recogían mes por mes un dinero superior a la pensión.
  —¡Qué reguero es este qué tienes aquí? —protestó la mujer.
  —Estoy recordando la pintura a ver si logro cuadros nuevos, tal vez puedo realizar unos paisajes y retratos para vender, a un precio bajo, aunque sea muy poco es una ayuda. Y por el reguero no te preocupes que yo me encargo de recogerlo.
  La realidad era que él apretaba fuerte el papel con el número telefónico y pintaba con desenfreno sin alcanzar lo que deseaba.
 Se encerró una semana en el cuarto, corrían los pinceles en una especie de locura o tal vez fiebre de creación. A tan alta edad lo llamaba la carne.
  Transcurrió una semana, dos, tres, ya no pudo más, sus manos habían recordado la habilidad en el dominio de luces y sombras. Hoy buscó el papel que guardaba, su tesoro.  Llamó al teléfono de Yelena, después de intentar dos o tres veces salió ella con la voz adormilada.
  —Diga.
  —Soy yo, Dago, explica cómo llego a tu casa —era una dirección sencilla adonde fue con el caballete, pinceles y cartulinas.
  Ya frente a la vivienda sintió el arrepentimiento, era una locura imaginar que lograría pintar otra vez o que pudiera llevar una relación con una mujer tan joven. Prefirió dejar de pensar y apretó el botón del timbre.
  —Pasa que ya está abierto.
  —¡Hola, qué tal! Imagino que no te molesto.
  —Para nada. Ya estaba al llamarte porque pensé que te habías olvidado.
  —Bueno, tú me dices donde.
  —Pasea la casa y escoge.
  Era esta una casa enorme donde se apreciaba un muy buen gusto de sus moradores y tal vez una excelente entrada de dinero.
  En el dormitorio de ella se entretuvo, era muy amplio, con persianas de cristal que permitían la entrada de una gran cantidad de luz.
  —Imagino que este es el mejor lugar —dijo paseando la mirada por el aposento.
  —Yelena caminaba sin pudor por el cuarto sin más que una blusa arriba que se quitó para tirarse en la cama. La imagen penetró a los ojos de Dago y quedó el retrato enfocado al pubis de pelo ralo.
  —No es necesario que te desnudes —él casi escuchó una voz que le decía:
  —¡Idiota, viejo estúpido, tienes que ser tú mismo!
  —No me preocupa, siempre imaginé que alguien me pintaba y ya ves, llegaste tú.
 —Te acuestas de lado para que realces la cadera, dobla ligeramente las piernas y con la almohada alta mira hacia mí.
  —¿Crees que puede ser así? —de lado en la cama, mostrando todos sus atributos le sonrió con picardía.
  —Perfecto —preparó todo para pintar, pero se daba cuenta que sus movimientos eran forzados, ridículos. Mojó los pinceles y aturdido dibujaba con agua. Sus manos estaban frías y temblorosas, dejó de hablar porque nervioso lo que echaba eran discursos. Tembló por dentro sin poder evitarlo.
  —¿Hay un mueble, la luz, o las cortinas te molestan para quitarlas?
  —Jamás pinté una mujer desnuda.
  —¡Ah, es eso!, ven a la cama para darte un masaje y te relajas. El cuadro puede esperar.
 —No puedo, nosotros los viejos tenemos pestes, moho de años.
  —Eso se resuelve fácil. Aquí hay un baño con agua tibia y una bañadera enorme. Quítate la ropa —sin dar tiempo a que pensara ya le había desabotonado la camisa y retiraba el cinto.
  —Espera esto está mal. Eres una niña, yo puedo ser tu abuelo.
 —Deja los remilgos ya tengo veinte años. Me voy a la bañadera contigo —Dago sintió un golpe parecido a una erección, eso era imposible.
 Igual que un prisionero que llevan para el patíbulo se dejó tomar del brazo. Yelena lo había dicho, la bañadera era enorme. Entraron y abrieron la ducha. Una lluvia de agua tibia llevó a la joven a abrazar a Dago con fuerza, toda sonrisas. Lo primero que Dago sintió fueron los senos dibujados firmes en el pecho.
  Yelena se separó un tanto y miró el miembro.
  —Jesús, María y José, es un trapito colgando. Te garantizo que lo voy a arreglar....
  —¡Por favor! deja que salga. Es una vergüenza.
  —Ninguna vergüenza. Todo tiene solución —él no se resistió más y la abrazó desesperado.
  —Suave, suave. Ve despacio para que te vayas calmando.
  —La edad —trató de hablar.
  —La edad nada. Vuelve mañana que te voy a tener un regalo. Así sucedió, al día siguiente estaba de nuevo en el baño. Esta vez solo, deslizando el jabón una y otra vez para alejar cualquier olor de los que tenía complejos. Se enredó la toalla en la cintura y salió, de la mesita de tocador Yelena tomó un vaso.
  —¿Qué es?
  —Confía en mí, soy aprendiz de farmacéutica. En una semana mejorarás mucho, dijo y a la vez le entregó un vaso con un líquido oscuro. Dago comenzó a tomar tratando de descubrir que era aquello que tenía dos sabores que se distinguían bien, chocolate, azúcar y un olor suave, penetrante, que él recordaba.
  —No te rompas la cabeza. Es una pócima que me enseñaron, pronto vas a ver los resultados.
  —Ojalá diga verdad tu boca. Tendré que adorarte ya por siempre —se acostó esperando por ella.
  —Hoy no. Dedícate a pintar.
  En un llamado a la carne quedó frente a los ojos del pintor que se dejaba llevar igual que un cordero.
  El retrato avanzaba poco porque cada línea era disfrutada. A las dos semanas un movimiento llegaba del recuerdo lejano, había comenzado una erección. Feliz se dirigió a la cama y le dijo a Yelena que palpara. No sabía qué lograba tal proeza si el remedio o la juventud de Yelena.
  —¡Hola! ven a... —ella no pudo terminar de hablar.
  —No, vamos al baño la peste a viejo no se quita con remedios —habló medio molesto Dago.
  —Si tú lo quieres así, pues vamos.
   Ella entró primero y suavemente tendió la mano. El agua estaba tibia. Dago la siguió y se juntaron en un abrazo dulce, caricia suave donde los dedos como los de de un ciego recorrían cada parte de los cuerpos. Él abrió la ducha, saboreó el pelo de ella. Le dijo te adoro en el oído, cerró con besos sus ojos y paseó con la boca la cara hasta llegar a los labios rosados y carnosos. Las lenguas comenzaron a hacer de las suyas y fueron uno del otro. Mordisqueó ligeramente el cuello de Yelena mientras paladeaba la piel parte a parte empapada. La boca trepó a la cumbre de los senos mientras las manos no se detenían en un masaje desde la base de la cabeza, palpando la espalda hasta el final de los glúteos. No pudo más, cayó de rodillas besando dulcemente la luz de la vida mientras le separaba los muslos. De frente era difícil la succión y tomándola por la cintura la puso de espaldas, muy suavemente hizo un movimiento para que se inclinara, entró la boca con hambre de sexo. Le dio masajes con el pulgar y el índice detrás y a un tiempo delante, la penetró con la lengua por ambas partes, obtuvo un quejido suave seguido de otro y muchos más. Abrazados se fueron del baño a la cama. Dago se acostó a la par de ella y le pasó un muslo por debajo, el otro por encima del muslo contrario para mirarla hembra dulce y perfecta. La tomó primero suave, siguió con hambre de penetraciones fuertes. Se sentía realizado.
  Un mes después Yelena fue a viajar por un año. Dago quiso  tener sexo con su vieja.
  —¿Estás loco? mira nuestra edad.
  Él tuvo que hacer una ligera fuerza, lograron hacer el amor. Tiempos después regresó la joven adorada y venía con el marido. Se había casado en el viaje. Se acercó a Dago, lo besó en la mejilla y le dijo dulcemente en el oído que tenía por terminar, el cuadro.