UN ESPECTRO
Cuando la luz se apagó inespreadamente, Adanito corrió a todo correr al dormitorio para, lo más rápido posible, meterse en la cama y debajo de la colcha.
En cuanto sus padres salieron con una visita a casa de sus amigos, Adán se alegró mucho. Por fin pudo experimentar cómo es tener todo el piso para si mismo. Lo esperaba un juego de lleno.
Abajo, en el salón, había instalado una base militar. En los estantes, al lado de los libros que se convirtieron en unas montañas altísimas, estaban plantadas unas patrullas compuestas de unos soldadillos de plástico, mientras que debajo de la mesa estacionaban unos tanques. Esta vez la guerra había de ser total.
―La primera guerra casera ―se rio nerviosamente.
Se dirigía hacia una habitación para coger otros juguetes al fin le quedaba por preparar el dormitorio de los padres y la buhardilla, cuando de repente la luz se apagó. Sorprendido con la oscuridad inesperada y sintiendo un pinchazo frió del pánico se inmovilizó en la posición firme. Se puso a correr con todas sus fuerzas hacia la cama y cubierto con una colcha hasta la nariz intentaba retener el aliento para que nada lo pudiera oír. Su corazón latía fuertemente como si quisiera escaparse de su pecho frágil. Se tapó la cabeza con la ropa de cama y se hizo un ovillo. Sin tener en cuenta el latido del corazón y una respiración entrecortada no oía nada. Lo único que deseaba era que sus padres volvieran a casa, lo más pronto de lo posible. Tenía miedo de lo que podía ocultarse en las oscuridades impenetrables que llenaban esta casa antigua y enorme.
Después de un rato se tranquilizó un poco. El calor y el grosor de la colcha le daban un sentimiento engañoso de seguridad. No sabía que pasaba fuera de allí, pero esperaba que cualquier cosa que vagaba por el piso no consiguiera encontrarlo allá.
Junto a la ventana podía estar parado un fantasma alevoso, con la mirada sin vida fijada en un lugar de su escondite. Era posible que ALGO sombrío con los ojos rojos de furia salió del otro lado del armario y sintiendo el olor de un chico pequeño olfateaba con amenaza. Debajo de la cama también podían ocultarse varias monstruosidades. Sin embargo, aquí, bajo la colcha se sentía seguro que era irracional, pero justamente así sentía.
Con el tiempo empezó a ahogarse, además, cuánto más estaba tumbado así, sin movimiento, tanto más sentía que algo lo aprieta y esto no le gustaba nada de nada. Y bastaría con que la luz se apagara, solo esto. Entonces, podría olvidar de todas estas incomodidades y volver a jugar de lleno. En general ¿Podía estar seguro de que los monstruos no se dieran cuenta de que se esconde?
Se sintió amenazado. El miedo, de modo implacable, empezó a rodearlo con sus tentáculos paralizantes.
La luz de la luna filtrándose con dificultad por las cortinas alumbraba delicadamente el interior del dormitorio. Afuera, bramaba el viento y después de un rato se unió con él, un golpeteo silencioso de las gotas de lluvia. El chico se atrevió a hacer una mirilla para que pudiera tomar un aliento.
Temía que en seguida, de debajo de la cama se asomara un testículo para arrastrarlo allí, de donde precisamente había llegado. Aguzó la vista para buscando con la mirada rastrear una amenaza eventual. Después de un rato, los ojos se acostumbraron a la oscuridad que lo envolvía. Adanito sacó delicadamente la cabeza y divisó de diez a veinte miradas centelleantes con maldad. El corazón en una inquietud mortal se le había parado para devolverle la vida tras darse cuenta de que unos cuantos días atrás había puesto en la estantería una colección de ositos de peluche y justamente fueron sus ojos que brillaban ominosamente.
¡Vaya desagradecidos! Respiró con alivio. Miró hacia el fondo de la habitación. SE hallaba allí una figura negra y grande. Por suerte, se acordaba de que fue solamente un armario. Solamente un armario en el que ALGO puede esconderse ...
Las nubes ocultaron la luna y la oscuridad se hizo aún más oscura. La lluvia tamboreaba cada vez con más fuerza. En la estantería estaba puesta una vela decorativa y el chico pensaba en si vale la pena arriesgarse y salir de la cama para cogerla. Se sentiría mucho mejor si la encendería y se asegurara de que era seguro.
¿Seguro? No sabes que dices, estúpido- una voz malévola estalló de risa dentro de su cabeza - más bien tendrías una ocasión para ver un animalejo sediento de sangre, que surgiría de un rincón para atraparte.
―¡Cállate! ―siseó entre dientes y saltó de la cama. Ya quería tener acabado todo este horros.
De repente, una luz extraordinaria inundó la habitación, cegándolo durante un rato. Espantado, gritó y casi en el mismo momento resonó un gran estruendo. El chico a ciegas se precipitó hacia la cama. Saltó debajo de la colcha, bien golpeando con una pierna en algo duro.
Para asegurarse a si mismo, que no pasa nada malo, tiritando de miedo, murmuraba ―es solo un relámpago, es solo un relámpago, es solo un relámpago. En cuanto se tranquilizó, se dio cuenta de que los pantalones del pijama son mojados y fríos.
―¡carajo! Me he meado ―gimió.
Saltó de la cama para no calar las sábanas. Esperaba que lograra borrar las huellas antes de que volvieran los padres. Sintió un dolor grave en la pierna y haciendo un gesto de dolor cojeó hacia la estantería. Esta aventura desagradable hizo que se había olvidado del miedo asfixiante.
Una luz amarillenta y vacilante de la vela, alumbró la oscuridad maligna, dando un sucedáneo falaz de seguridad. Los pantalones estaban evidentemente mojados y en la pierna brotó un moretón violeta. Por suerte la cama se salvó, la sábana y la ropa de cama aquí y allí estaban marcados de unas manchitas húmedas.
Nadie se dé cuenta ―pensó con alivio.
La única desventaja de toda esta situación es que tendrá que lavarse y limpiar el pijama, o sea lo espera el hender por la oscuridad y una escalinata hacia la buhardilla, porque allí se hallaba el baño. Claro, abajo estaba otro, sólo que en restauración.
No le agradaba la visión de esta expedición, pero se daba cuenta de que no tenía otra salida.
En algún lugar cercano, otra vez brilló un relámpago.
Cuánto más rápido tanto mejor. Controlará que tiene que ser controlado, es decir, si en la habitación no se esconden algunos monstruos malévolos, sacará del armario otro pijama y subirá a la buhardilla.
Se arrodilló. Debajo de la cama no había nada. Andando de puntillas con cuidado se asomó al armario viejo. Lo que lo asustaba más fue precisamente, qué podía esconderse en este corpazo de madera. Pegó el oído a la puerta, pero no oyó nada. Por dentro reinaba el silencio ideal.
¿Quizás se atisba? ―atormentado por la inseguridad apretó los labios. Solo un gesto rápido y otra vez resultará que madre tenía razón y que no hay nada por allí.
Sí, sí, solo un gesto rápido y de la oscuridad saltarán unos tentáculos negros y viscosos que envuelvan tus muñecas y te arrastren hacia otra dimensión ―murmuró una voz maliciosa. ¿Pocos niños desaparecen en unas circunstancias inexplicables? ¿Quiéres ser siguiente? Vaya, vaya. Haz así y ya verás.
―¡Callate! ¡Callate por fin! –Adán mandó con un tono imperioso y tranquilo. Sabía que tiene que tiene que domar el temor. Al fin, tendrá que batallar con lo que lo espanta. Tiene casi diez años, es casi un hombre. Simplemente, tiene que dejar de sentir el miedo.
Abrió el armario con un gesto indeciso. La puerta gimió con reprobación. Se le heló el corazón...
En la bocaza impenetrable del armario vio ALGO. Algo que causó que se aterrorizo de miedo – ALGO.
Se rio nerviosamente. Eso Algo, fue solamente una manta vieja, solamente una manta estúpida y él por un rato tuvo la impresión de que veía un corpazo pardo de algún demonio.
―Ya ves, no era para tanto- se consolaba a sí mismo, como si todavía no diera fe a sus ojos.
Cerró la puerta rechinante con alivio y se estremeció porque con el rabillo de ojo vio algo que se movía.
El monstruo resultó ser más taimado que pensabas ―se burlaba una voz malvada– jajaja, se te había acercado subrepticiamente por detrás, maleta. ¿Y qué vas a hacer ahora?
Sin embargo, no ocurrió nada, por eso pensó que tuvo que ser una visión. La habitación estaba totalmente vacía. El chico para no perder más tiempo y para no arriesgar que sus padres lo vieran en ese estado lamentable, sacó del armario un cualquier pijama y con un paso enérgico se dirigió hacia la puerta.
―Venga lo que viniere ―apretó el picaporte y salió de la habitación.
A lo lejos brillaban los ojos. Su dueño se desplazó un poco y maulló tristemente. ¡ah, Donald! Todavía no se ha acostumbrado a que tienen un gato. Una nueva casa antigua, un miembro nuevo de la familia. Un gato pardo que seguía sus propios caminos y de vez en cuando honraba a la familia con un poco de su atención.
Gatos no tienen dueños, gatos suelen tener sirvientes. Cómo alguien dijo algun día; vaya aristócratas.
Una ciudad nueva, una escuela nueva. Indudablemente, demasiadas novedades. Eh, si solo pudiera decir algo... nadie lo escucha... nunca. Así es su destino. Cerró la puerta (para que ningun monsruo tuviera una ocasión para deslizarse allí) y se encaminó hacia la escalera que llevaba hacia el primer piso.
Los blancos de ojos de los antepasados miraban desde los retratos. Pensaba en por qué los padres no habían quitado estos cuadros horribles. Sólo unas jetas gordas y feas. Tratando de no fijarse en los observadores muertos y mudos, se dirigió hacia arriba y cada su paso producía un crujido poco agradable.
Que bien que la puerta del baño estaba tan cerca de la escalera. Al darse cuenta de que dentro de un rato se terminará todo esto, respiró con alivio. Hacer la limpieza, lavarse y a dormir. Ya no tenía ganas para jugar.
Una luz centelleante se reflejaba en los azulejos, por lo cual el baño brillaba con unas reflexiones tilitantes se parecía a una sepultura llena de tesoros. Puso la vela en el borde de la bañaera, se quitó los pantalones mojados y otra vez la cogió en manos. Se acercó al lavabo. Miró al espejo y un filo helado del miedo atravesó su corazón rígido.
Lo que vio allí causó que sus ojos casi se le salieron de las órbitas. Ahora ya no solo los pantalones tenían que ser limpiados... Lo esperaba también el suelo, pero mientras tanto no estaba para pensar en esto. Ahora todo su universo se disminuyó a lo que había visto en el espejo. Respiraba espasmodicamente, tomando respiros con dificultad como un asmático durante un ataque de sofocación.
Todo su cuerpo temblaba y su frente se cubrió de gotas de sudor. Se sintió mal y sabía que se iba a desmayar. Apretó los labios con toda su fuerza, casi hasta la sangre. Eso le ayudaba. Para un rato ahuyentó la debilidad que lo rodeaba como una mortaja. Deseaba huir más lejos y más rápido de lo posible. No pudo creer que lo que había visto era real. A pesar de un miedo paralisante, con un esfuerzo sobrenatural se esforzó a tocar la cara.
Sí, su cara era la misma, no cambió nada ―era sí mismo― un chico pequeño y asustado. Pero por qué en el espejo veía a un anciano medio desnudo, desdentado con una piel lacia y rugosa que le miraba fijamente con unos ojos inyectados de sangre, amarillentos y rodeados por moretones. ¿Por qué?
El chico sentía vértigos más y más fuertes. La vela cayó de una mano tiesa. Se hizo oscuridad y eso le empujó a la fuga, a ciegas, lo más lejos del espejo....
Vejez tiene sus ventajas como y sus desventajas.
Desgraciadamente de estos segundos hay muchos más.
La vida se hace sin estrés. Eso seguro. Ya no hay que trabajar. Cada día se puede saborear como a una fruta madura. Se perciben muchos detalles que antes estaban invisibles, o mejor dicho no bastaba tiempo para contemplarlos. Pasaban volando en el fondo. Perdidos para siempre. ¡ah! Y precisamente estos detalles son como una especie de esta vida. Le añaden el carácter y el sabor. La enriquecen en otra dimensión más densa.
El hombre viejo sabía apreciarlo todo y se arrepentía solo que tan tarde entendió esta verdad del mundo.
Desgraciadamente los momentos desagradables tienen lugar cada vez con más frecuencia. A la vejez se pierde fuerzas. Vienen problemas con el control de los procesos fisiológicos y hablando con más sencillez, ensuciarse los pantalones ya no era una novedad chocante. Se reconcilió con esto. Al fin y al cabo en ambos platillos de balanza tiene que haber algo.
Sin embargo, estos problemas no fueron los peores. Aún los dolores y las manos temblorosas que dejaban caer a toda cosa que agarraban no eran tan terribles como la conciencia de que cada vez menos se acordaba de lo que pasaba.
Al principio, solamente de vez en cuando se le olvidaba dónde puso algo. Con tiempo estas cosas ocurrían con más frecuencia. Se mezclaban los acontecimientos y los recuerdos. Después se empezaron las dificultades con discernir los amigos y lugares, por lo cual tuvo que limitar todas salidas de casa. Ya entonces se sentía como un tullido.
Después de unos cuantos años, la enfermedad hizo tantas devastaciones que le ocurría olvidarse que ha hecho hace un rato, dónde estaba y lo peor QUIÉN ERA.
La vejez, como un vampiro vil, vació su memoria y la claridad de la mente.
Ahora, esto ocurrió otra vez. Esta vez recordaba quien es, pues no fue tan mal. Sin embargo, no pudo asociar ideas a cómo llegó al baño y por qué estaba allí mirándose con una vela en la mano.
Se acercó más y vio a un chico pequeño. Vio a sí mismo de hace casi ochenta años.
Los ojos de Adán se humedecieron de lágrimas.
―Eh, ¿cuándo fue esto? –suspiró.
No le extrañaba lo que vio en el espejo. A hombre en esta edad ya no le extraña nada. Decidió que o sueña o delante de si tiene otro espectro. Un producto de un cerebro viejo y usado. Un sentimiento que ahora lo llenaba fue una conmoción fuerte. Ante sus ojos aparecieron las escenas de su niñez. De estos tiempos locos en los que un hombre puede hacer todo lo que le dé la gana y nadie se lo tomaba en mal.
Tantos años huyeron en un abrir y cerrar de ojos. ¿Ochenta y ocho años u ochenta y nueve? A veces ya ni siquiera se acordaba de esto. Pero eso ya no importaba nada.
―Heh, se fue y ya no volverá – susurró y sopló la vela.
Lo rodeó una oscuridad de terciopelo y se sentía bien con esto.