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JESÚS ANTONIO GUTIÉRREZ RODRÍGUEZ -COLOMBIA-

 

Licenciado en Letras de la Universidad del Valle -UNIVALLE- de la ciudad de Cali -Colombia-
   
Obras: Cuatro textos inéditos (dos de relatos y dos novelas en proceso), cuentos publicados (año 2021) en varias revistas digitales y textos impresos de México, En Sentido figurado, Chile, antología, Lugares Imaginarios (impreso), Bolivia, Miscelánea literaria, Perú, Albores Caipell, Ecuador, Rincón Poético, video YouTube, Colombia, Arrierías, España, Mundo Escritura (poesía), Letras como Espadas y Comunidad Tus Relatos (poesía Haikus, impresas). Y revista literaria Trinando.

 
 

DESVELOS

Cuentos
 
 
 

PROYECTO

 

 
          Los viernes, por lo regular, aquel  barranquito de pasto de forma rectangular, era nuestro sentadero y tertuliadero, después de salir del colegio, tirar los cuadernos al rincón de las telarañas hasta el domingo por la noche, en seguida degustar los frijoles, luego, bajar la calle enlosada de la gallada de los Valle y de nuestro mompita, el «Negro» Hincapié, que finalizaba antecito donde comenzaba el camino de herradura, que subía a la casa de la finca de don Ramón, papá de nuestro mompita «Guerrillero», aunque un mompita de infancia y parte de mi adolescencia, decía que para él era «Bocachico»; bueno, cada cual con sus gustos y cariños, ¿no?
     Nuestras mirandas se centraban en el paisaje de enfrente, su oleo era el de un barroco desorganizado de naturaleza, pinticas de potreros de pasto guinea o india, apodados a diario y a medias por una o dos vacas con sus terneros, sombreada en partes por árboles musgosos, encorvados, otoñales, malezas y rastrojos tupidos, envueltos en bejucos, y a los costados se alcanzaba a ver colitas de chacras productivas.
     La secuencia de naturaleza tomaba movimiento con nuestra presencia, con el trinar de los pájaros, cuando en las casas, sembradas al frente del camino culebrero, vetustas, por sus tribunas se asomaban ojos murmuradores.
     Los campesinos, en cumplimiento de su camelleo diario, subían bien de mañana el camino amarillento, lo bajaban tipo seis de la tarde con sus racimitos de plátanos a hombros.
     Nuestras mirandas también se agrupaban curiosas en los vuelos acrobáticos de los pájaros, especialmente los copetones, azulejos,  abuelitas, que rondaban, picoteaban casi nuestras zancas, garrapateros que husmean nidos en los rastrojos, luego echábamos chistes a granel, envueltos en risas y rueditas de humos de cigarrillos finos,  tirando chicoleos a las pocas chicas que pasaban a nuestras espaldas; alguno de nosotros enfocaba su mirada morronga, coqueta y risa enamorada, a alguna de las tres sardinas de nuestro grado tercero de bachiller, que ventaneaban en el segundo piso de la casa de tres pisos de bahareque.
     En la primera planta de la casa en mención, vivía el «Flaco» Urrea. A propósito de él no sé si vive aún o ya colgó la lira, parece que el resto de la gallada de ese entonces, tampoco da noticia de su paradero.
     Nostalgia que algunos rostros cercanos de pillerías de aquellos tiempos idos, se pierdan, así como por encanto.
     Recuerdo que a veces invadíamos su casa cuando no estaba el papá ni la familia.
     Su padre era cascarrabias en cuerpo y alma, cuando lo veíamos venir en la esquina, pues las zancas se ponían las pilas. Y si se demoraba en llegar, el «Flaco», con toda frescura se metía en el corrillo.