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CORO DE BELÉN
 

 

Alejandro Zapata Espinosa
Colombia

 
Francisco recuerda que hace ochocientos años su tocayo recreó un pesebre vivo en Greccio: juntó a campesinos y les dio el papel de José y María, llevó una mula, la paja y un buey[1]. En la Misa del Gallo, entrado en calor, «tomó la imagen del niño [...] cobrando este al momento vida y naturaleza humana»…
El hecho se extendió como prueba de que Dios quería que lo adorasen.
La representación de la gruta en mi vereda estuvo a cargo del edil: pidió permiso y cortó unas guaduas: partió dos pedazos y los colocó en las orillas de la cañada; otros cuatro pedazos son las columnas; abrió una guadua y le sacó tapias: el piso; y el techo... creo que son tejas[2]...
(En vista del edil cortando guaduas, los siempre esmerados ayudantes de construcción cortaron otras —del mismo sitio donde las sacó el edil y de otro guadual— y levantaron una chocita equipada con unos muebles tirados al monte —las otras guaduas las encaletaron debido a la advertencia que les dio la «dueña» de cobrarles la haraganería.)
Las primeras veces los niños de la calle de afuera, cuando solo estaba el puente de guadua al lado del puente de cemento, lo pasaban corriendo y pensábamos que ese era su fin último.
Pero encerraron el pesebre en malla, le tendieron un césped, le montaron ovejas y pastores, la gruta, sus arrendatarios, los Reyes —avanzando por días— y las casuchas —diminutas para los pastores...
El pesebre de mi casa es más frugal: la abuela, sin leer a Francisco —lo recibió en su visita apostólica—, solo compró una estructura unida de José, María y el pesebre —porque pensaba que había votado las figuritas en el trasteo; al rato, revolviendo sus bolsas guardadas (persiguiendo su intuición) dio con casitas, animales y luces...— y les puso de asiento algodón y alumbrados —el efecto es una nubosidad de discoteca— y los mueve del balcón a la sala.
Las novenas en el puente aglomeran un corcho de niños, niñas y mamás con gorros; los motoristas prefieren bajarse a tomar una cerveza en una fondita antes de ellos en vez de pitar a un griterío de maracas efervescentes: más de uno se ha devuelto porque perdieron el impulso de la subida; los transeúntes encontrarán un caminito delineado por rodillitas dobladas —san Francisco no aceptaría interrupciones que apagaran su éxtasis transmutador.
Prestando escucha a los villancicos —atrayentes como ellos solos y los mismos año por año—, el articulista de revistas científicas en educación que apenas conocí en mí esbozó una idea y la moduló con la cristianización de las nuevas generaciones, la labor catequista de sus responsables y el compromiso alfabetizador de los niños para leer sí o sí las letras diminutas[3].
Uno de los niños lee:
—... Emmanuel precla... precra... lo, de Israel anhelo... Pastor del reba... ño... no... ño... ¡Ven a nuestras almas ven no tardes tanto! —huele a que su mamá o a que un amiguito lo saltó al coro...
—¡Ven, ven, ven (natilla)... ven a nuestras almas Niñito ven, ven, ven (buñuelo)... ven a nuestras almas Niñito, ven a nuestras almas... no tardes, tanto no tardes tanto Niñito ven, ven, ven, amén Jesús mío!
 

Itagüí, diciembre 20 de 2023

 


[1] Habría que presenciar su revoloteo de director en las poses y en las delicadezas de los campesinos.)

[2] No puedo ir a consultar el dato exacto porque desde ya toman posiciones.

[3] Ese articulista dejó su idea y yo la rescato en la insignificancia de estos apuntes de atardecer.

 

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*     *    *

 

UNA NOCHEBUENA

 


 

Carlos E. H. García

 -México-

 
No recordaba una nevada como aquella. Ningún alma se atrevería a estar fuera por más de cinco minutos, porqué los dedos de las manos se congelan y los de los pies se entumecen.
 
Era la noche del 24 de diciembre. Todos quieren estar con la familia y aquel hombre que enfrentaba a la tormenta no era la excepción. “Tengo que llegar” se decía Agustino por debajo de la bufanda congelada, “les prometí que llegaría, no puedo morir en la intemperie”. Sabía que nadie lo escuchaba, pero hablar le daba calor.
 
Su abrigo estaba congelado, su gorro adherido a la piel de la cabeza, y no recordaba si tenía dedos en las manos y los pies. El auto se había quedado atascado a la orilla de la carretera. Las llantas rechinaron pero no alcanzó a frenar y golpeó un bulto que bien podría ser la acera, o los bloques de seguridad cuando arreglan las calles.
 
Salió cómo pudo quebrando la ventana del piloto, le dolía la cabeza y miró los hilillos de sangre correr por su rostro. El auto no le importaba, lo que más quería era llegar a casa. Abrazar a sus hijos, besar a su esposa. ¿Por qué demonios tenía que ir a buscar pan en Nochebuena? Claro, a su suegra le gusta tostarlo y ponerle mantequilla, no le pudo decir que no a su esposa, lo más que se pueda complacer a la suegra para que se vaya pronto.
 
Sabía que estaba cerca, las calles, aunque difuminadas por la tormenta las conocía, escuchaba como la nieve crujía a cada paso torpe que daba. Los panes en la bolsa ya no eran más que piedras congeladas.
Llegó a su vecindario, pero la pregunta era, ¿Donde está su casa? Todas eran iguales, y entre todo aquel tapiz blanco no se distinguía una de otra.
 
“Lo bueno que no deje venir a Isaac conmigo” eso lo mantenía con calma. Siguió derecho donde debería de estar la acera y miró el contorno de una casa marcado por los foquitos que puso cuando comenzó diciembre. Azules, verdes, rojos, amarillos y morados parpadeando en un éxtasis continúo. Odiaba adornar, pero esa noche les dio gracias a todos los dioses por haber puesto aquellos foquitos molestos.
 
Corrió. Corrió como hace años no lo hacía, tropezaba sobre la nieve, los pulmones le ardían, pero no le importaba, estaba en casa, había llegado, podía pasar la cena con sus hijos mirando algún partido de fútbol o alguna estúpida película navideña.
 
Tocó tan fuerte como su mano le permitió, sentía que se le iban a quebrar los dedos, pero por más que golpeaba nadie respondía. Dejo los panes en la puerta y fue a la ventana del comedor, ahí estaban sus suegros, sus hijos y su esposa, todos comían de aquel pavo que le tomó cuatro horas cocinarse.
 
Volvió a tocar, pero está vez grito, “¡Carmen, ábreme, niños, ayuda!”. Pero no lo veían, quizá era por la tormenta.
 Su esposa se puso de pie, algo la preocupaba, sacó su teléfono y marcó, el escuchaba el timbre a lo lejos, le estaba marcando a él, ¿Cuánto tiempo había pasado desde que salió por el pan?
 
Lo escuchaba, y escuchaba, como si fuera un sueño, allá a lo lejos perdido en un manto blanco y oscuro. Y despertó.
 
Seguía en el auto, a medio congelar. Se había impactado contra un poste de luz, el parabrisas estaba hecho añicos, todo el frente se había achatado, y un gran pedazo de metal le atravesaba el vientre.
 
Los panes, seguían en el asiento del copiloto.
 

Facebook: Carlos E. H. García

 
 

 

 

ABECEDARIO POÉTICO

 

Salvador Varón Horta (Salvador Horta) nos presenta su libro de poemas Abecedario Poético, en donde cada letra del alfabeto titula un maravilloso poema. El libro ha sido editado por Trinando Editores.

 

CELULAR:

+57 312 3579518

 

 

CORREO:

savahot23@gmail.com

 

 

A continuación presentamos el siguiente poema de Abecedario Poético

 

 

POEMA -J-

 

Salvador Varón Horta

Salvador Hortúa

-Colombia-
 

Junio era el mes de sus
y mis cumpleaños,
mes alegre, cálido, tropical
y lleno de mil matices.

Mes en que las parejas
recorren felices,
bien sea, bajo la luz del Sol
o bajo la luz de la Luna
los jardines encantados
que nos hacen ver
el amor y su loca algarabía.

Junio, era su mes preferido,
me lo repetía cada vez
que hablábamos de su nacimiento.
Me encanta – me decía – sentir
la acogedora caricia de su brisa
que corre el atardecer.
Me encanta ir tras la brisa vespertina
que como un príncipe se inclina
para besar toda mi piel.
Me regocija mirar el horizonte lejano
donde hacen nido los rayos del Sol
para recibir con caluroso beso la tarde
e invitarla a hacer el amor.
¡Oh! …. que esplendor presiente mi alma
cuando pienso en el candor, que, al amarse,
irradian sus cuerpos celestes.

Sabes -proseguía embelesada- a veces
cuando termina de caer la tarde
y empiezan a salir los primeros
luceros y estrellas
me acuesto bajo el amparo de sus luces,
coloco las manos bajo mi cabeza
y lanzo la mirada hacia el infinito
para sentirme junto a todas ellas.
En una ocasión era mi contemplación
tan larga y arrobadora
que no sentí la presencia de la Luna,
la cual con su vestido de gala
al verme procedió a invitarme a una fiesta
que daban esa vez en honor a la Noche.
Noche que, como yo, en Junio, cumple años.

Acepté, no me hice esperar,
tome presurosa su mano
y nos dirigimos al fastuoso escenario
donde se celebraba aquel festín.
Sinnúmero de invitados vimos,
yo estaba fascinada.

La Luna se confundió en mil
abrazos y besos.
Entretanto yo a todos contemplaba.
Estaba el Sol también,
Radiante, majestuoso y bello.
Lucía de pies a cabeza
Un manto en filigrana de oro puro,
dicen que tejido por las estrellas
de una Galaxia vecina.
En su derredor Plutón, Neptuno, Júpiter,
Marte, Mercurio, la tierra y
demás majestuosos súbditos
que junto con sus esposas
le hacían compañía.
En el centro de aquel fastuoso salón
se encontraba la refulgente Noche
con su vestido de azabache
y en compañía de su amor
el maravilloso día.

¡Qué osadía! Me decía,
estar allí en aquel palacio tan bello
aunque con previa invitación.
Pero eran tanto los invitados
Que estaba casi segura que nadie
Mi presencia notaría.
Opté por adentrarme al fondo del recinto
el cual parecía iluminado
por la luz del plenilunio.
Llegué hasta uno de sus balcones
adornado con legendarias y
hermosísimas flores
hechas de diamantes, esmeraldas y zafiro.
Me acerqué hasta su baranda
y …  ¡Oh  hermosura!
había castillos de nácar por doquier;
todos ellos pendían de finísimos hilos de plata,
semejaban campanillas de cristal

que al chocar al vaivén
de la suave brisa que allí corría

Producían el arrullo celestial
que con una pureza celestial
llenaba aquél salón y todos sus rincones.

Así, desde uno y otro balcón
Se veían cosas esplendorosas,
Tan bellas que no alcanza
mi imaginación a describirlas.
Cada vez que me acuerdo de ellas
Me parecen divinas y preciosas.
Después vino el encuentro
con el que es hoy mi esposo.
Inesperado encuentro, por cierto.
Te contaré como sucedió:

Los festejos continuaban
cada vez con mayor alegría.
Los invitados no terminaban de llegar
Pues eran tantos que no había
llegado ni siquiera la mitad.
Ninguna muestra de cansancio
se mostraba en mí.
Me sentía más joven,
no sé si más bella,
pues nadie estaba
allí para decírmelo,
al menos eso creía yo.
De pronto vi como en el salón,
ya lleno de invitados,
formaban una rueda
cogidos de las manos.
Intrigada me acerqué a ellos
Indagando por tal proceder
y entonces llegué a saber
que iban a bailar
la Noche y el Día
su primer vals de la fiesta.
Un vals orquestado por luceros.
Se dejó dar los primeros pasos
a aquel par de enamorados
que sin saberlo a su fiesta
me habían invitado.


Terminado el vals
los aplausos se escucharon
por doquier.
El turno de bailar los invitados
Había llegado.
Cada uno tomo su pareja
y sin esperar más en brazos
de la música se entregaron.
Entonces, de nuevo,
me sentí sola por un instante,
y quise correr hacía mi mundo,
sentí que nadie me quería.

Estaba tan acompañada y tan sola
en medio de aquella multitud acogedora
que a emprender la marcha me disponía
cuando alguien me susurro al oído:
-ya te vas sin haber llegado?
ya me dejas sin haberme tenido?
Acaso no sabes que a esta fiesta
tan solo por verte a ti he venido?
Acaso no sabes que para los dos
ya tengo mi primer nido de amor?
Acaso no sabes que a ese nido
irás a vivir conmigo? -

Entonces yo, al instante,
entre confusa y emocionada
dirigí la mirada y mi atención
hacía aquél que con sus palabras
había cautivado mi corazón.
Al verlo sentí que de mis venas
la sangre quería escapar.
Sentí que palpitaba mi ser
como palpitan las entrañas de la tierra.
Sentí que todo aquel ambiente,
con toda mi alegría
giraba en mi derredor en loca algarabía.
Sentí que dulcemente me moría
bajo el divino resplandor de sus verdes ojos.
Sentí que de hinojos caía a sus pies.
Sentí que la celebración a la Noche
era mi propia celebración.
Entonces, sin ponerle frenos
a mis emociones le respondí dichosa:
Sí, sé que me amas

como siempre te he amado yo,
sé que de aquí me iré contigo 
a aquel nido construido para los dos.
También sé que tú
No eres otro que ….

Junio, mi mes preferido,
y que antes de marcharnos
le pediremos a nuestro padre el Sol
que bendiga nuestra unión-.
El Sol complacido nos casó,
Nos despedimos de la fiesta
Nos fuimos a nuestra Luna de miel
y hemos vivido felices por muchos años.


Pero junio a cambiado conmigo.
lo he podido comprobar
No vino hoy por mí
para llevarme a la Fiesta de Cumpleaños
de la primorosa Noche,
que año tras año, le celebran las galaxias
junto con sus estrellas,
Sí, no vino por mí   …..
y solo porque jamás   ….
pude darle un hijo.

Yo que me encontraba abrumado
La miré de reojo y callado pensé:
No será que junio, de otra,
Allá en el infinito, se ha enamorado.