FERNANDO ARRANZ PLATÓN -ESPAÑA-

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Nacido en Valladolid el 27 de mayo de 1941

Diplomado en Marketing y Publicidad, Estudios de Dirección de Empresa, Derecho y Relaciones Públicas.

Técnico en Accidentes, durante cerca de 40 años trabajando en Multinacional del Seguro en entidad suiza.

REGRESO AL PASADO    

                                

 

 El primer capítulo está publicado en la Revista 42                                      

 

CAPÍTULO II

 
         
Viernes, 27 de noviembre 1953, Roma.            
     El vestíbulo del hotel Majestic de esta ciudad, era un hervidero de gente en aquel caluroso atardecer. Tal como indicaba el panel de la recepción, en el salón César Augusto se iba a celebrar el acto de entrega del premio literario “Europa”.
     Este era un concurso itinerante, convocado por las Cámaras de Comercio de diferentes países. La organización había recaído aquel año en Italia. Irene Cámara, una editora joven y de reconocido prestigio en su país, asumió de buen grado el encargo recibido.
     El nombramiento de un jurado internacional y no dependiente de la editorial facilitó el acuerdo de que la participación fuese abierta, inclusive para los familiares del personal de esta. Solo los más allegados a los miembros del jurado, quedaron excluidos.
     Los primeros invitados en acudir al lugar del acto lo hicieron prescindiendo de sus vehículos, pero a medida que se aproximaba la hora, a las puertas del hotel, en la Vía Véneto, dio comienzo un constante fluir de automóviles y taxis, con los invitados más tardíos. 
     El momento iniciar la cena se echaba encima, así que cada uno de ellos, debía ocupar su sitio con rapidez en las mesas correspondientes. Los menos acostumbrados a estos actos, se acercaban a las azafatas con el fin de que ellas, les señalaran sus emplazamientos en la gran sala.
     Mientras eso sucedía en el salón, en los pisos superiores, los cinco finalistas y la editora, intentaban calmar sus nervios en sus respectivas habitaciones. Tres de ellos vivían el momento, con una particular emoción.
     Emilio Galán, que hacía dos horas que había llegado al hotel, permanecía estirado sobre la cama de su habitación. Era su primer viaje fuera de España, desde que un día decidiera irse a vivir a la Residencia de “Los Rosales”.
     Las emociones se agolpaban y su corazón bateaba con un ritmo superior lo normal. En un momento dado se sintió indispuesto. No era la primera vez que le ocurría, pero siempre lo achacaba a sus miedos.
     Notó recorrer por su cuerpo un sudor frío, casi helado, mientras que un dolor agudo en el brazo y pecho, le dejaban con la duda de un posible infarto. Pero solo fue un momento.
     Después, volvió a recuperar el sentido del porqué estaba allí. Había sido invitado por la Editorial que patrocinaba el concurso, como finalista de aquel Premio.
     Un año atrás, visitando unas páginas digitales, se encontró con el anuncio de la convocatoria. El galardón estaba compuesto, de una partida económica y la publicación del relato, hecho que llamó tanto su atención, que después de meditarlo brevemente se decidió a participar.
     Así, que, provisto de sus experiencias, volvió a revivir un tiempo ya muy lejano, que escondía una triste historia de amor. Los días fueron pasando y su relato alcanzó el objetivo propuesto: contar su propia aventura.
    
     Dos plantas más arriba de donde se encontraba alojado Eugenio, una mujer se sentía en parecida situación. Teresa, a pesar de encontrarse en el lugar que le correspondía por ser finalista del concurso, no se hacía a la idea del porqué su hija Irene, directora de la editorial convocante, la ofrecía la posibilidad de acompañarla en aquel viaje.
     Ella, desde que recibiera la invitación, estuvo buscando un motivo que justificara su necesidad de acudir a Roma. Sin embargo, Irene, con su oferta, hizo desaparecer el problema.
     Unos golpes en la entrada de la habitación la sacaron de sus pensamientos. Abrió la puerta y allí encontró a su hija. Esta, hermosa y esbelta, lucía un vestido largo de color azul, que le daba todo el aspecto de una princesa de cuento.
     Antes de bajar a buscar a su madre, Irene estuvo dando vueltas a los hechos ocurridos durante el transcurso del concurso. La misión de la editorial consistía, aparte del marketing y control, el envío de los manuscritos recibidos al jurado internacional.
     Una mañana, dos meses atrás, Amanda, el miembro más destacado de este, se presentó en su despacho.
     Ambas eran amigas desde que Irene llegara a Italia. Habían estudiado en el mismo colegio. Más tarde, juntas acudieron a la universidad para seguir la carrera de filología hispánica.
     Después de los saludos de rigor, Irene la preguntó. 
     —¿Sucede algo?
     —Puede que no sea nada —Amanda se interrumpió un momento, como para ordenar lo que a continuación iba a decir —Verás, hay dos participantes cuyos relatos mantienen una misma línea argumental, solo variando el género del que lo cuenta.
     A Irene la extrañó, de que por eso acudiera a ella, ya que disponía de amplias facultades, para desestimar cualquier texto que llegara.
     —Pero amiga mía, a un hay más. Uno de estos trabajos presentados, lo firma tu madre y por la cara que pones, veo qué ella no te ha dicho nada. Como pienso que no infrinjo ninguna norma ética, he refundido los dos textos en uno solo. Eso sí, hemos respetado el argumento y sorpréndete, encajan en una única historia.
     Irene, que aún no había asimilado la noticia de la participación de su madre, ni pestañeó. Luego, sentadas como estaban una frente a la otra, comenzaron a leer las fichas de la sinopsis, que de cada relato habían sacado ante aquella situación.
     No cabía pensar se hubiesen copiado, dado que la distancia geográfica entre ambos autores no lo permitía, y sí llegaron a la conclusión, de que los hechos que narraban parecían haber sido vividos por ellos.
     —Me queda por añadir una cosa más. Ayer los cinco jurados profesionales me facilitaron su votación y todavía no me lo puedo creer. Han decidido que los dos pasen a la final.
     Una vez acabada la reunión, ambas amigas se despidieron con un abrazo.
Al regresar a su despacho, una vez finalizada la conversación con Amanda y con el dosier que esta le entregara, donde habían refundido la obra de los dos finalistas, Irene decidió que lo leería tan pronto dispusiera de tiempo.
     Horas más tarde, ya sentada en su despacho, Irene comprendió el problema
que ahora se le planteaba a su madre. Cuando esta recibiese la invitación para la gala, tendría que pasar por el trago de descubrir, si quería viajar a Roma, que participaba en el concurso.
     Ella, por su parte, no podía hablar con Teresa sobre el mismo. Puestas las cosas así, creyó que lo mejor sería adelantarse a ese momento, proponiéndola viajar juntas a la entrega del premio.
     Los días siguientes a este encuentro, Irene, a la vista de la situación extraordinaria que se daba, decidió hablar con los organizadores del Certamen. ¿Qué harían en el supuesto caso de que ambos fueran ganadores?
     La respuesta fue unánime: lo equitativo sería entregar dos premios. La Cámara de Comercio Italiana, que asumía la representación de las otras, decidió aceptar. Ahora todo quedaba en manos del jurado internacional.
 
     Faltaban quince minutos para el inicio de la cena. Había llegado la hora de la verdad. Irene, instantes antes de ir en busca de su madre, se miró por última vez en el espejo de la habitación y no vio nada que requiriese su atención.
     Momentos más tarde se encontraba llamando a la puerta del aposento de Teresa. Notó un pequeño hormigueo en su estómago. Algo la decía, que aquella noche iban a suceder cosas importantes, aunque desconocía el alcance de lo que podría ocurrir.
     Cogidas de la mano, bajaron al salón donde se iba a celebrar la cena y proclamación del ganador del premio. Al hacer su entrada en la sala, la belleza de ambas mujeres, a pesar de la diferencia de edad que había entre ellas, atrajo la atención de cuantos se encontraban allí.
     Según estaba previsto en el protocolo del acto, cada finalista tenía asignada una mesa diferente. La editora, sin embargo, decidió que su madre estuviese en la suya.
     Cuando llegaron a la que les correspondía, Irene, presentó a Teresa a los otros comensales, que estarían en la misma.
     Eugenio, que ya había ocupado su sitio como todos los invitados, también observó la entrada en el comedor de Irene y su madre. Al fijarse en esta última se sobresaltó y una nube de recuerdos inundó sus pensamientos.
     Una vez que todos ocuparon sus lugares, comenzó el desfile de camareros entre las mesas. El volumen de las conversaciones aumentó su nivel, mientras que un cuarteto de cuerda interpretaba una suave melodía para amenizar la cena.