JORGE ROLANDO ACEVEDO -ARGENTINA-
PÁGINA 24
El pulpo Hinojosa
De niño Valentín Hinojosa coleccionaba figuritas de jugadores fútbol, especialmente de guardametas. Figuritas de cartón redondas y rectangulares, presentadas en forma de fotografía y caricaturas. Entre los jugadores de la época, se destacaban: Ubaldo Matildo Fillol, Hugo Orlando Gatti, Héctor Rodolfo Baley, Agustín Mario Cejas, Esteban Pogany, Agustín Enrique Irusta.
Esa afición por los álbumes de figuritas llevaba al niño, además de la posibilidad de ganarse una pelota de fútbol número cinco, a concurrir a las canchas de fútbol, donde jugaban: Marcos “Chununa” López, César “Juanita” Gómez, el cabezón Olivera, la garza Ferrari, el flaco Valdiviezo, Pedro Regalado, Pedro y Ramón Ramírez; arqueros de Alianza Terciff, Pueblo Nuevo, Comunicación y Justicia, Independiente, Atlético San Martín, Club Social y Villa Güemes.
Valentín se transformó en el portero del barrio: botines “sacachispas”, medias largas que lo pasaban en tamaño, pantalón corto negro, una buzo celeste, una jorra y un par de guantes blancos, aquellos que usaban las niñas en la primera comunión. Debido a su escasa estatura y faltas de reflejos, el arquero se arrojaba después que la pelota traspasaba la línea de gol, en otras oportunidades volaba queriendo alcanzar la pelota.
Su juvenil constancia y voluntad futbolera, lo llevaron a jugar, años más tarde, en distintos clubes: N.O.B, Deportivo Tabacal, Campo Durán, Incluso, fichó para Central Norte, Juventud Antoniana y San Lorenzo de Almagro. Por sus destacadas actuaciones bajo los tres palos, Valentín se ganó el mote de “El Pulpo Hinojosa”, por su alcance de brazos y habilidad para cortar centros.
De hecho, el joven jugador, de uniforme siempre azul, alternaba el puesto de “número uno” en el arco del último campeón del Torneo Metropolitano con el oficio de dactilógrafo en las oficinas de YPF.
Aquella tarde, en la última fecha de campeonato, a los ochenta y nueve minutos de juego, el introvertido dactilógrafo y golero de Club Madereros no tuvo tanta suerte como lo tuvo cuando escapó de la cofradía de San José, perteneciente al galeón “Luz Gala”. En aquella oportunidad, simplemente lanzó a los corsarios, bucaneros y filibusteros, una tinta negra y venenosa. Camuflándose, huyó hasta la cueva “Tres corazones” en el Pacifico Norte, impulsado por los tentáculos, llevándose consigo, pegadas a las ventosas, los lingotes de oro, las monedas de plata, las esmerarlas para la reina y los barriles de vino de aquel galeón hundido por un certero cañonazo en 1708.
Esta vez, el mecanógrafo y guardameta, el pulso Hinojosa no tuvo escapatoria: jamás pudo liberarse del hexagonal entramado, de la red ni del aserrín de área chica, tras un tiro libre de media cancha del equipo contrario.
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Noche de reyes
En esta fecha los niños del barrio suelen colocar algunos calzados, un poco de comida y una lista interminable de pedidos en la ventana de sus casas o en el árbol de navidad.
Esta noche no haré nada de eso: ni pondré mis zapatos número veintisiete en la ventana, tampoco juntaré agua y pasto para que beban y coman los camellos. ¡Que se encargué otro de eso! ¿Una carta a los Reyes Magos? Si dicen que vienen de Medio Oriente, no creo que sepan el idioma español. Nunca supe que hubiera Reyes Magos. Si son reyes tienen que gobernar sus reinos. Si son magos tienen que estar trabajando en un circo… Dicen que los Reyes Magos se llaman Melchor, Gaspar y Baltasar, que saben de astronomía astrología y un poquito de teología. Yo conozco Melchor Campana, un carpintero amigo de papá; hace de una tabla de madera una pistola o un rifle con balas y todo. También conozco a Baltasar Quinteros, él es hermano menor de Paco, el verdulero. En tanto, Gaspar es el fantasma que vive en la casona abandonada a la vuelta de casa Dicen que los reyes magos vienen trayendo mirra. ¡Sí aquí no se murió nadie todavía! Dicen que vienen cargados de oro, entonces qué dejen un poco. Dicen que ofrecen incienso, eso puedo ser: por aquí hay muchos altares populares y misa chicos.
Esta noche observaré las estrellas acostándome en el patio de casa, aunque Pascual intente llevarme a la cama a las dos de la mañana (Para quién no lo sabe, Pascual es el rey de los bostezos). Abrazaré a mis muñecos de plástico; ellos tienen caramelos en sus panzas: el canguro tiene caramelos de frutilla; el conejo tiene caramelos de ciruela, el elefante tiene caramelos de naranja y ananá, el burrito tiene caramelos de dulce de leche y maní con chocolate.
Mis amigos seguramente saldrán mañana a mostrar los juguetes que le trajeron los Reyes Magos, en cambio yo les contaré que habiendo observado el inmenso universo, tuve el mejor de los regalos: mi padre sonriendo, cargándome en brazos como nunca antes, como nunca jamás…
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Motorola BGH
Desde que el fulano llegó a casa todo ha cambiado de manera trágica. A las cuatro de la tarde suele despertarse, pone música a todo volumen. De sólo estar comienza opinar de política, de espectáculo, de economía. Si no le gusta algo, ahí nomás se enfurece: sube y baja la cabeza violentamente, el rostro se llena de puntitos gris y negros, un zumbido penetrante sale de su garganta; ni las palmadas, que le propina su dueña, pueden controlarlo, y eso que Gobert Justiniano le ha colocado una pantalla multicolor de última generación.
El fulano sigue allí, en el mismo lugar de siempre a la espera de un nuevo campeonato mundial de fútbol: es lo único que lo sosiega cada cuatro años.
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Fortunato
Fortunato llegó como todos los invitados a la fiesta de cumpleaños. Vino de bastón y un bonete color marrón, además de su traje típico de payaso, luciendo un moño rojo y guantes blancos.
Cuando le apretaba la panza chillaba; cuando lo recostaba para dormir cerraba los ojos.
Después de cuarenta y cinco años, Fortunato, el payaso, se despintó por completo: ya no chilla, sus ojos celestes están ciegos, la flor que traía en la solapa del saco se marchitó; apenas sus zapatos negros suelen acompañarme en algunos viajes y desvelos, caminos del amor y la vida que se descubren sin maquillajes ni ensueños.
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Orejas
Aquella mañana de sábado Orejas comenzó a mirar los artículos de perfumería exhibidos en la vidriera; movía la cabeza en sentido afirmativo, pero la movía en sentido negativo; iba y venía por la esquina. ¡Claro! Era casi todo nuevo para él. Intentó continuar la marcha, pero dudó un instante. Al mirar y mirarse en el reflejo de la vidriera decidió ingresar al local comercial.
Asomó la cabeza para ver quien despachaba: todas eran mujeres para el mal de su timidez. Dándose coraje, a la cuenta de tres, Orejas ingreso a la farmacia “Del Pueblo” sin ningún apuro: apoyo su compasivo rostro en el mostrador, movió sus grandes orejas y mostró sus enormes dientes…
Entre gritos y alaridos, las boticarias Yeye Rodas y Natalia Sare corrieron a esconderse en el botiquín de primeros auxilios, detrás de la balanza, incluso, una de ellas le arrojó un manojo de llaves sin mucho éxito. Aturdido por la histeria de las empleadas, el pobre retiró su hocico del mostrador y salió al trote de la farmacia aquella mañana sin poder comprar su perfume favorito.
Jorge Rolando Acevedo.
Argentina