GABRIEL FERNANDO VILLALBA OCHOA -COLOMBIA-

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PÁGINA 31

Gabriel Fernando Villalba Ochoa, nació en el año 1995 en el municipio de Ciénaga de oro, ubicado en el departamento de Córdoba, (Colombia). Creció en el seno de una familia humilde y trabajadora. Terminó sus estudios de primaria y secundaria a pesar de su situación económica. Se interesó por el arte de la escritura a sus dieciocho años, pero solo de una manera empírica y como pasatiempo.
En el año 2015 pagó su servicio militar obligatorio tal y como lo exige la ley de su país, y luego de un par de años siguió esforzándose en mejorar sus poemas en prosa, relatos e historias de su misma autoría. Ha realizado diferentes cursos académicos entre los cuales cabe mencionar un curso técnico en construcción de edificaciones, realizado en el instituto de enseñanza y aprendizaje Sena, y otros de corta intensidad horaria para fortalecerse en conocimientos. Luego se centró en el área de la seguridad y la vigilancia en la que actualmente se desempeña con distintas certificaciones que lo acreditan como una persona responsable e íntegra.
Sus poemas en prosa han llegado también a emitirse en algunas emisoras mexicanas como «Ecos Poéticos», «La Enamorada Radio» y la emisora colombiana «Radio Aldora». Ha sido publicado también en las diferentes ediciones de la revista poética española «Azahar», la cual lanzó una edición especial homenajeando algunos de sus poemas más importantes.
Actualmente sigue trabajando y fortaleciéndose para darse a conocer con sus trabajos de escritura.

 

Circo de sueños perdidos.
 
Me abrí a la idea de cerrar ciclos, pasar la página, y empezar de cero con una mujer que, volaba con miríadas de besos sobre mi cabeza. Desplegar mi enorme circo de sueños; algunos ya perdidos, otros al borde del declive por los antiguos errores.
 
Un nuevo comienzo con alguien aparentemente distinta, alguien que pudiera cambiar mi suerte y llevarse de mi mente ese vago cliché que reza que el amor no existe. Una chica que viviera mi vida cómica junto a mí, riéndose de todo y de nada, haciendo el amor conmigo en el camerino de mi hermoso circo de ilusiones. Pero no se puede pensar por otra persona. No con alguien que no sabe lo que quiere y nada le basta. Mas quise quedarme a esperar a ver qué sucedía. «Tal vez, las cosas cambien», pensaba neciamente.
 
Y contra toda idea tonta de querer permanecer anclado al lado de alguien que no percibía nada de lo que yo hiciera por ella, trataba de no minimizar mis esperanzas; quizá alguien más, en algún otro lugar más hermoso y menos escarpado, estaría dispuesta a vivir un amor de órdago y ayudaría a levantar nuevamente mi gran circo de nostalgias. Pero lejos de ella. Nada estaba perdido todavía, al menos lo había intentado todo. Al menos me sentía tranquilo conmigo mismo.
 
Ya no podía quedarme, debía recoger mis chécheres y guardarlos para siempre, como algo que yo creía sempiterno, algo que no debió ocurrir jamás. Irme muy lejos de ese lugar, donde jamás pudiera verla. Salir a toda prisa del alcance de sus besos, llevando conmigo mi enorme equipaje lleno de añoranzas y hermosos deseos. Abrir mi carpa en otro lugar, quizá menos complicado.
 
Pero me daba cuenta de que la seguía a todos lados en mi cabeza.  En mi realidad onírica sólo podía vivir junto a ella, porque ella lo era todo, y ella, y solo ella era responsable de mi locura etérea. Mi circo de sueños ahora parecía decadente, lúgubre, sin una pizca de esperanza, mas ya no importaba eso. Ahora solo necesitaba respirar… muy lejos de ella.
 
Lejos de todo lo que una vez construí en mi cabeza para hacerla feliz.
 

*       *     *

 

 
Había una vez.
 
Había una vez una chica que era más de lunas que de amaneceres; se robaba mis noches adueñándose de mis sueños, mientras danzaba en mis pensamientos al ritmo de las tonadas de mi corazón inocente. 
 
Una chica que era más que amor, más que vivir y sonreír en silencio.
 
Había una vez una dama que se paseaba por las calles de mi conciencia meneando sus vestidos, pero siempre con decencia y borraba todo mal pensamiento con tal paciencia que hasta mis fetiches más morbosos desaparecieron sin tanta ciencia.
 
Una dama que era más que poesía, más que fantasías y sonreír en silencio.
 
Había una vez una gran compañera que tarareaba las canciones más bellas para romper el hielo, en un tono sublime y precioso como si fuera un solo de violonchelo para mis oídos... mis oídos acostumbrados a lo vano y corriente, mas de mi parte, era ella quien hacía eco en mi mente.
 
Una gran compañera que era más que luz, más que suspirar, más que reír, más que paz y palmeral... más que todo lo bello de la vida, ella era sonreír en silencio.
 
 

*     *     *

 
A media vida.
 
Tengo una poesía que jamás he recitado, una historia que no he contado y un par de deseos que no he cumplido. Tengo una carta que todavía no he entregado, un texto que dejé a la mitad y un mensaje de ayer que todavía no leo.
 
Tengo una fiesta pendiente con una mujer que aún no conozco, una fecha en el calendario que, no estoy seguro cuál es y la presencia de alguien que aparece de a ratos. Tengo la vida en juego con una persona que no se la juega por mí, una vieja canción que me recuerda a ella y que nunca le he cantado.
 
Tengo dos puntos sucesivos que agregar al lado de un punto final que alguien no supo continuar.
 
Tengo cosas a medias y lo tengo todo. Tengo la mitad de la atención de la mitad de mis medios amigos. Vivo en medio de las cosas que parecen tontas, pero que son inefables.
 
Vivo en la mitad de medio corazón en el que caben muchos hombres. Vivo en ese pequeño rincón que no sé si me pertenece.
 
 

*     *     *

 

 

Mi locura, mi calma, mi paz.
 
Siento tu respirar, a veces no tan cerca, pero siempre puedo notarlo. Vagando en mis pensamientos; mis recuerdos entre lo fantástico y lo miserable son testigos de ello.
 
A veces siento tus caricias a través de la pantalla de mi mente, tus manos tibias como si quisieras expresar diminutivos al hablarme, aunque en mi mente seas como un superlativo casi inalcanzable.
 
Eres mi locura, mi calma, mi paz… En eso te has convertido. En eso te has hecho presente allende la distancia y los malos ratos; como si quisiera ser reo de ese mundo en el que ahora reinas. Esa dimensión en la que ni el más bello soneto, oda o poesía te hacen justicia.
 
Eres todo lo bello de los malos tiempos, de las cosas que parecen perdidas, de todo eso que das por estéril, pero que florece en el momento menos esperado… todo lo bueno de los detalles imperfectos eres tú. Todo lo hermoso de mi locura, mi calma y mi paz.
 
 

 *    *    *

 
Limerencia.
 
Tuve la desagradable sensación de estar repitiendo un pasado sepultado en el tiempo, la sospecha de estar viviendo lo mismo sin haber una posible tangente. Una vez más parecía que mi vida se simplificaba en torno a la desgracia y la melancolía. ¿Por qué es tan difícil suspirar y empezar de nuevo?
 
Me refugiaba fuertemente en los brazos de la soledad, y cada día observaba a través de los árboles las formas de las nubes tratando de encontrar alguna respuesta en el firmamento; buscaba algún sitio perfecto para estar a solas, pero en todos lados la encontraba; se me aparecía sonriente y picaresca cuando tomaba el desayuno, sentada junto a mí a la hora de mi siesta y siempre puntual en los atardeceres cuando casi la cena estaba servida.
 
Nunca pude comprender el porqué de mi lejanía insensata, y ahora su ausencia me pasaba factura. Casi hasta podía sentirla cuando metía sus dedos entre mi pelo crespo, o cuando me besaba con tanto afán mientras la desnudaba.
 
Esa inquietante sensación de repetir una historia en la que ella ya no estará, en la que muy extrañamente podría aparecer de nuevo para mitigar mi desasosiego... ¿Por qué es tan difícil suspirar y empezar de nuevo...  sin ella?
 
 

*    *     *

 

Parecía ella.
 
Era tan bella como ver el sol naciente y sus primeros rayos; tan hermosa como la lírica de canciones viejas en instantes de soledad.
 
Parecía que tocaba el cielo al ver su sonrisa constante y sus ojos dulces, sus rosadas mejillas y su cabello fresco.
 
Me sentía perdido en su mirada, preso de sus palabras, confundido con el brillar de sus pupilas, casi parecía tan real como la vida misma, como el anhelo del amor, como el miedo al dolor y como la inseguridad innegable hacia la muerte.
 
Era tan bella que, al mismo tiempo parecía increíble que toda esa belleza lograra cautivarme allende la distancia, más allá de no haberla visto jamás y simplemente acariciando su fotografía. Pues soñaba con ella despierto, imaginaba tenerla cerca como si fuera increíblemente perfecta con su par de defectos hermosos.
 
Parecía que no existía nadie más que ella; ella lo abarcaba todo. Parecía un sueño tangible e inigualable, de esos de los que jamás quisieras despertar... Parecía real, parecía perfecta, simplemente parecía ella.
 
 
 
Antonella.
 
La imaginé tantas veces, durante mucho tiempo, en toda época de mis años vacíos llenos de experiencias pasajeras.
 
Pensaba en ella como algo tangible; pensaba como si fuera posible poder tocarla y tratar de evitar mis nervios al tenerla cerca.
 
La quise llamar Antonella y ocultar su identidad, una identidad que solo ella conoce, una identidad que robó la mía mientras se hacía presente con sus besos. Incluso en sus ausencias, haciendo mella en todo lo que siempre consideré inigualable.
 
El sueño más hermoso que pudo materializarse, cual si fuese arcilla perfectamente moldeada por el mejor escultor. Mi bella Antonella, la misma de siempre con su ropa casual que logra doblegarme, y su sonrisa insinuante en los momentos de éxtasis; una hermosa mujer de pequeños gestos que incitan a grandes locuras y ratos memorables.
 
Ella simplemente cambió todo a su gusto sin decir nada, sin hacer observaciones y sin poner peros; sin siquiera notarlo hizo de mi corazón su hogar eterno.
 
Antonella, la más bella de todas las verdades, aunque todo parezca un vano sueño.
 
 
Eyleen.
 
Quiero soltar contigo este nudo en mi alma, mi querida hermana, porque, a decir verdad, no todo fue triste, ni mucho menos lamentable; pudimos disfrutar y burlarnos de nuestra propia rabia, cuando solo quedaban ganas de maldecirnos el uno al otro.
 
No todo fue tan malo, Eyleen, ni tampoco reprochable, porque hasta limpiar la casa y cambiar la ubicación de la cama era uno de los pocos placeres que en realidad valorábamos.
 
No, en realidad no todo fueron penurias, ni tampoco quejas absurdas; pasábamos gran parte de los días riéndonos de nuestros propios defectos y sacando al aire una que otra anécdota. Luchábamos contra la corriente acomodándonos a lo que hubiera con buen sentido del humor.
 
No, no siempre hubo un infierno en nuestras cabezas, porque hasta nuestro sentido del ridículo parecía nada cuando hacíamos todo juntos.
 
Quizá pasamos tiempos malos, Eyleen. Quizá tomamos decisiones duras, pero a decir verdad no todo fue tan malo, porque entre todas esas cosas bellas, siempre hubo algo hermoso que contar.
 
 
Callabas.
 
Incontables veces pude escuchar todo lo que quisiste decir. Callabas. Todo lo guardabas, nada salía de tu boca, ni siquiera un susurro,
pero siempre podía escucharte. No te mentiré, todo era muy incómodo. Sin que mencionaras nada en absoluto, podía darme cuenta de que no la estabas pasando bien. Que
no eras feliz conmigo. Que hacías un gran esfuerzo por no ser tú la que acabara con todo, pero callabas.
 
Algunas veces me sentaba frente al muelle de mis esperanzas, donde lanzaba rocas hacia mi suerte, como si pensara cruzar la línea entre lo que es razonable y lo que es conveniente, lo que es sano y lo que te hace sentir bien solo por un instante. Sobra decir que nunca me puse
de acuerdo conmigo mismo.
 
Mientras tanto yo podía escucharte cuando callabas… Mientras tanto, tu insoportable silencio se hacía cada vez más constante. Ya no sabía si te buscaba para tratar de que fuéramos felices, o solo para tratar de escribir un triste poema que te animara a decirme algo.
 
Callabas…
Callabas y te mantenías en silencio diciéndolo todo, aun cuando me decidí a no escucharte.
 
 
Eterno querer.
 
Vivimos en tiempos interesantes, quizá duros. Quizá caminamos por senderos escarpados donde solo se asomaban los lamentos, pero siempre la quise. Siempre quise verla reír de todo y burlarse de nada a cualquier hora y en cualquier sitio.
 
Tal vez nos encontramos varias veces en los mismos pensamientos, aunque con distintas ideas para lograr algo hermoso en conjunto, y es que, a pesar de las pocas diferencias, yo siempre la quise.
 
Siempre la quise con todo y sus pretextos, a pesar de sus enojos sin fundamento, sin importar el momento. Más de mi parte, siempre soñaba con estar junto a ella como si fuese algo sempiterno, pero al mismo tiempo inalcanzable, como aquel hombre que escribió con lágrimas en la ventana y todo quedó en vanos deseos, pero a pesar de todo, siempre la quise.
 
La quise tan jodidamente y con todo el dolor de mis entrañas. La quise incluso cuando ya no se debía querer. La quise con tanta locura que hasta mi cordura sentía envidia. La quise tanto que hasta olvidé quererme a mí mismo.
 
Siempre la quise. Y fue solo hasta el día en que su pulso le falló y sus ojos se apagaron por siempre, cuando finalmente, alguien allá arriba la quiso mucho más que yo. 
 
 
Como el ave fénix.
 
Me hallaba perdido en medio de mi recámara, con notas vagas de canciones raras tarareando brevemente en mi cabeza. La brisa del exterior humedecía mis ojos mientras que de a poco me volvía melancólico, taciturno ante mis propios recuerdos. Esos recuerdos en los que solo se puede suspirar por una persona.
 
El reloj de pared; como de costumbre andaba sin afanes, ajeno al escándalo que se desataba en mi mente, marcando horas perdidas de desconcierto y desolación.
 
Lentamente la corrosión iba devorando el metal que hacía chirriar esas desgastadas puertas y ventanas que a veces se mecían con el viento. Yo permanecía sentado viendo a la nada y escuchando todo lo que decía mi cabeza; palabras ahogadas que suplicaban salir de mi boca.
 
Veía a mi alrededor cómo las paredes de esa habitación sombría se cerraban sobre mí. Estando casi a la intemperie me era complicado tomar aire fresco, sentía el asfixiante ruido del silencio y el punzante recuerdo de una carta que una vez ella me escribió esperando alguna posible respuesta… una chance, alguna señal de que todavía esa llama seguía encendida, ondulante o, aunque fuera al menos una pequeña chispa.
 
Y no sé qué otros demonios me acechaban en ese instante; espectros de mi propia cordura, fantasmas de un pasado latente que me consumían sin cesar. Parecía que las cenizas de mi alma hubieran quedado esparcidas en el vasto océano; ya no creía en algún retorno o resurrección posible. Simplemente contemplaba la idea de ir corriendo a sus brazos, zafarme de mi orgullo momentáneo, refugiarme en su carisma insondable, dar por hecho que un capítulo en mi vida había llegado a su final, escribir al menos un nuevo poema en donde ella fuera la indudable musa dejando atrás las elegías.
 
Y ella no lo sabe, siempre lo mantuve en secreto; la pienso constantemente, no se escapa de mis deseos del corazón.
 
Y la sigo buscando en todos lados, pero no lo sabe; me la encuentro por casualidad a donde quiera que voy y nunca se lo he dicho. La veo en mis sueños, en esas pinturas desgastadas que antes solían adornar las paredes de la habitación, en mi recámara dando vueltas sobre mi cama, a veces la escucho en una que otra canción de esas viejas que jamás pasan de moda.
 
Y puedo jurar que a veces la siento demasiado cerca… susurrando en mis adentros, ansiosa porque vuelva a escribirle, deseosa por saber de mí. Y con toda seguridad yo iría a buscarle. Y no sé si esta vez sea algo efímero o perenne, transitorio o de tiempo completo, lo cierto es que ahora se enciende una gran llamarada dentro de un corazón que parecía congelado en el tiempo, y que nuevamente despliega sus enormes alas como las del ave fénix, queriendo saborear una vez más la pasión que encontraba junto a ella.
 
 
Su ausencia.
 
No trataré de esconderme detrás de una falsa carcajada, tampoco voy a cubrir mis perturbadoras paredes de melancolía bajo ningún tosco papel tapiz de felicidad.
 
¿Será su recuerdo?, ¿su ausencia?, ¿el simple deseo de volver a verla? Preguntas estúpidas, cada una como la anterior, como si la respuesta no fuera tan obvia y al mismo tiempo complicada al pronunciar.
 
Hoy tomo asiento en la mesa de mi infortunio y con las manos en mis parietales, me abraza mi amada soledad, aquella que me conoce mejor que otro ser humano y me ha visto casi en el deceso, mientras que el amargo silencio me susurra que pronto acabará mi suplicio.
 
Sé que todo cambiará y mientras tanto le dedico estas líneas a mi locura, a mi universo descabellado… y a su ausencia; la que provocó todo mi palmeral infernal en el que solo se escuchan abrumadores lamentos.
 
 
La más valiosa.
 
Ella fue la última cosa valiosa. La última, pero no menos importante razón para anclar esta alma inquieta a la más vacía de las soledades.
 
Ella fue quien finalizó el principio de mis peores días, congeló aquellos temores con la calidez de sus abrazos mientras alimentaba mis fortalezas suprimiendo cualquier rastro de inseguridades.
 
Era ella quien me hacía ver el lado cómico a mis preocupaciones sin tener que esforzarse, mandándome a la cama a dormir tranquilo hasta en mis noches más tormentosas.
 
Era ella quien endulzaba mis días y enamoraba mis oídos cantándome baladas por teléfono, haciéndome sentir sosiego, querido, amado, o cuanto menos alguien importante ante sus ojos.
 
Ella fue la última cosa valiosa, quizá también la primera, quizá la única, quizá ya no haya alguien que logre ocupar su lugar nunca más... Porque ella fue la cosita más valiosa entre otras tantas cosas invaluables.