J. AZEEM AMEZCUA -MÉXICO-

                   >

PÁGINA 31

Licenciado en Diseño Gráfico. Maestro en Comunicación para medios Virtuales. De los 15 a los 18 años escribio algunos cuentos y poemas. A los 18 años empezó un grupo de escritores amateur llamado Anominis, activo por más de tres años. Participante del NaNoWriMo desde el 2020, con tres retos terminados. Tiene cuentos publicados en la antología “Hoja en Blanco”, “Antología 21-1”, “Antología 21-2” y “Antología 22” de Kanon Editorial, antología “Necroeroticón” de Penumbría y Diversidades, antología “Todo lo Fragil” de Oxymoron Editorial, “Antología de Terror Vol. 2” de Lebri Editorial, la antología “Cuando no hay nadie aquí” de ITA Editorial, antología de microrrelatos “La amante” de Rubeo. Tiene cuentos en blogs y revistas digitales como: Revista Palabrerías, Cósmica Fanzine, Itinerantes de Revista Anacronías, Revista el Nahual Errante, Revista Aeternum, Revista Kutral y Revista Trinado. Una novela publicada en Lektu titulada “Travesías del joven alquimista”, dos novelas impresas: “Amistad Nigromante” con Lebrí Editorial y “Uruburus Circus” de Palabra Herida. Dedicado a otras artes como la música, el dibujo, el tatuaje, no ha faltado constancia para la escritura. Con H. P. Lovecraft, Stephen King, y sobre todo Carlos Ruíz Zafón entre sus escritores favoritos, aspira a ser un escritor novelista de suspenso y terror.
 
https://www.facebook.com/jazeem.art
 
 

 

DE FOBIA A VENENO

 
I.
 
El doctor Salvador Arellano era reconocido en el ramo de la biología por sus importantes tesis en entomología. Sus estudios en el extranjero le dieron un piso completo en un edificio de la universidad más importante del país, donde montó un avanzado laboratorio para el estudio de los insectos. Aunque la carga también atraía estrés adicional a sus hombros —que ya tenían más de cincuenta años de recorrido—.
 
—¡No! ¡Otra vez no!— gritó el doctor despegándose del telescopio en un desesperado salto hacia atrás. Rompiendo una charola completa de matraces y otros instrumentos al voltearlos al piso.
—Doctor…— gritó uno de los pasantes más jóvenes con mucho terror, un recién llegado que fue detenido al instante por el gerente del piso, un recién egresado que tenía un par de años al servicio del biólogo.
—Es normal— le susurró a su colega para que el jefe no escuchara —le pasa seguido, ya te acostumbraras a los gritos, no es como que los fantasmas existan, solo es necesarios que te acostumbres o que consigas audífonos. Normalmente no están permitidos en los laboratorios pero aquí se hace una excepción por la condición del doctor.
 
El pasante no quedó tranquilo, pero asintió y siguió con su deber. El doctor Salvador Arellano era amable y muy cordial en el trato, sin embargo, era difícil tratar con él en lo profesional. Para los más jóvenes sobre todo, era muy siniestro, siempre sudando, siempre preocupado, corriendo al baño para vomitar o incluso hasta su carro para huir a su casa, sin dejar instrucciones o alguna palabra de sanidad.
 
II.
 
Desde la adolescencia, Salvador Arellano asistió con muchos tipos de especialistas para quitarle la fobia a los insectos. Aquello que le producían no era un simple grito de terror como a casi cualquier persona cuando tiene cerca una araña o una cucaracha. Para él, las mariposas, las hormigas y hasta el más simple mosquito se convertía en una pesadilla constante. Intentó de muchas formas analizar la causa pero era imposible. Sabía que el problema estaba en su mente, porque el roce de una hierba en su piel, el sonido de una motocicleta pequeña, ciertas texturas de telas aterciopeladas, y otras cosas le producían el mismo temor.
 
Ver de frente y con ampliación a los insectos aumentaba la repugnancia. No era un simple miedo lo que le producían, era asco, odio. Había una clave o patrón sin analizar en su cerebro, algo quizás innato o heredado de generación en generación desde los primeros humanos pensantes, tal vez anterior. El doctor no lo sabía, muchos psicólogos y psiquiatras tampoco. Pero él estaba decidido a averiguarlo.
 
El doctor creía que de pequeño tuvo varios encuentros desafortunados con insectos, hechos en cadena que se habían acumulado y por lo tanto producido el trauma.
 
El primero —incluso no tenía conciencia— había sido con hormigas. Una tarde de verano, su madre lo dejó más minutos de lo necesario en el pasto, cuando regresó, tenía el cuerpo repleto de hormigas rojas y negras, ni una sola mordida. Tenía poco más de un año, así que el accidente pudo ser fatal, su madre para solucionarlo rápido casi lo ahoga en una fuente, pero no hubo mayor problema. Al cuidado de su padre, tres años después, tiró sin querer un panal de abejas que se empezaba a formar cerca del edificio donde vivían. Las pequeñas volaron y vibraron con zumbidos insistentes alrededor del niño, de nuevo y por fortuna, no tuvo un solo piquete. El último incidente fue con cucarachas. Un par de años después de las abejas, su madre encontró una cucaracha bebé cerca del refrigerador, el pequeño Salvador estaba cerca y atento cuando la madre asesinó al escarabajo produciendo toda clase de sonidos asquerosos. No terminó ahí. Movió un poco el refrigerador con insecticida en mano, había un nido gigante que un simple spray no sería capaz de solucionar. Con mal instinto y reacción, la señora agarró el aceite de la cocina y con un cerillo incendió todo el muro, entre gritos y fuego el padre llegó a solucionarlo. Después de eso, Salvador ya no fue capaz de tolerar la repugnancia. Muchos años dejaron que sufriera sin atenderlo, hasta que el drama adolescente no dejó otra opción.
 
Fue así que decidió convertirse en biólogo. No fue sencillo terminar la carrera, aún así nunca reprobó y hasta tuvo el honor de recibir diversos méritos académicos. Incluso una beca para estudiar la especialidad de entomología en Estados Unidos, abriendo la oportunidad de hacer maestría en España y por último un doctorado en Brasil trabajando por más de cinco años en el Amazonas. Pero entre tanto reconocimiento siguió sin encontrar la solución que buscaba. Con ayuda de algunos medicamentos psiquiátricos, terapias experimentales e incluso hipnosis fue creciendo. Lo mismo con su obsesión, al grado de ir cumpliendo década tras década sin hacer familia o legado.
 
III.
 
Finalmente la obsesión le hizo perder el laboratorio por un acto que puso en riesgo al personal y a los estudiantes. Del campo ya tenía información, gran cantidad de especímenes, y muchos contactos del medio académico y experimental que le abrían constantemente puertas y paquetes con especies recién descubiertas. Sin embargo, ni la experiencia ni sus conocidos fueron suficientes.
 
Con más de veinticinco años de experiencia aceptó dirigir el laboratorio de insectos para la universidad que le abrió las puertas en primer lugar, una institución donde a pesar de todo estaba agradecido porque más de una persona tuvo que defender su puesto para continuar después de los ataques que tenía durante las clases. El comportamiento errático que veían los pasantes del laboratorio, no se comparaba con lo que el doctor fue en su juventud, ahora ya tenía cierto “control”.
 
Eso era algo que incluso él creía hasta lo ocurrido una tarde donde un ataque de pánico después de estar revisando una serie de videos que le habían enviado de una zona poco conocida de África le hizo correr por los pasillos gritando y desesperado. Entró al cuarto donde se conservaban las especies vivas que le enviaban constantemente y liberó contra cualquier intento del encargado de la habitación una vitrina repleta de una especie de mosquito venenoso y mortal. Al doctor no le hicieron nada los insectos, sin embargo, su gerente terminó en coma; y un alumno de preparatoria que estaba interesado en el tema terminó en el hospital recibiendo varias transfusiones de sangre para limpiar su organismo. Ningún espécimen sobrevivió a la desintoxicación del edificio, sin embargo, no tenían garantía de que todos los mosquitos hubieran quedado ahí atrapados.
 
Repleto de furia, corrió a su departamento, que le era casi desconocido por su poca presencia ahí. Solo acostumbraba llegar a dormir unas horas, bañarse y después regresar al laboratorio donde estaba su verdadera vida. Su obsesión. Odiaba a aquellos directores que lo desprestigiaron, a todos los que no le dieron el último beneficio de la duda al estar tan cerca de un revolucionario descubrimiento, sobre todo, se odiaba a sí mismo por la extraña condición que tenía. Por aquel misterioso demonio que se escondía en su cerebro y que lo había atormentado por tantos años con sus tantas texturas, patas, ojos, etc.
 
Desesperado, sacó del closet una caja que tenía muchos años de no ver, de no tocar. Sobre todo de no poner a la luz. Ahí estaban los diarios de su padre.  Esperaba encontrar en los años correspondientes a su infancia la verdadera razón de su miedo. Si esas historias o recuerdos que creía tener eran reales o producto de su imaginación. Quería una solución rápida. Error. En el momento de abrir la caja, una gran cantidad de pequeños escarabajos de alguna especie común treparon a través de su brazo, sorprendidos pero sin ofensiva. Para el doctor fue demasiado. Un infarto pico su corazón con el veneno más poderoso para la humanidad, el estrés. Al instante cayó inconsciente.
 
IV.
 
Despertó días después en un hospital psiquiátrico. No tenía ninguna condición médica que requiriera atención de doctores o instrumentos para preservar su salud, para respirar o para vivir. Solo una inyección con ciertas vitaminas por día y esperar su despertar. Un vecino escuchó la caída, de inmediato fue por el encargado de mantenimiento que forzó la puerta para abrirla y entonces llamaron a urgencias. La historia era sencilla, Salvador la escuchó el mismo día que despertó. Con un antecedente tan amplio y un archivo tan pulido, no había nada que los psiquiatras pudieran hacer por él. Podría —quizás debía— quedarse internado unos días más, pero el biólogo insistió en conseguir su alta, porque tenía la solución final a su problema.
 
Los insectos —como muchos otros animales en la naturaleza— poseían múltiples cualidades para la supervivencia: camuflaje, veneno, metamorfosis, reproducción, y mimetización. Así mismo, sus diminutos cuerpos tenían capacidades químicas únicas para procesar ciertas sustancias en particular. Durante años de investigación había intentado replicar esa fusión de moléculas, pero no lograba sintetizar la fórmula de ninguna manera. Consiguió con el tiempo descubrir e incluso fabricar especies híbridas de muchos tipos de insectos. Sin embargo, sin encontrar la solución. Estaba seguro —una plática constante con él mismo— que si no tuviera ese tipo de trauma, lo hubiera logrado antes, sin tener que recurrir a días de coma para el descubrimiento final.
 
Sabía que en el laboratorio tenía un tipo particular de tarántula que él mismo había creado, ya estaría muerta después de la desintoxicación del edificio. Así mismo,  tenía una cucaracha especial del Amazonas. Por último, una avispa híbrida entre china y artica. Esos tres animales que en realidad no pertenecían a la misma familia tenían una capacidad única para procesar los químicos. Y en sus resultados ya contaba con la fórmula de aminoácidos que generaría el veneno que le ayudaría a mimetizar cierta reacción hacia los seres vivos. Sí podía obtener ese veneno, no volvería a sentir repulsión por nada. El problema era que sus manos e instrumentos no podían lograr la mezcla, como tampoco lo podía hacer cada bicho por separado.
 
Forzó su antiguo laboratorio. Agarró el cadáver de las tres especies y creó un rompecabezas con eso. Su mente ya no estaba en control de nada y los milagros no existían. Pero con un dosis muy baja de un químico que elaboró al momento como si fuera hechicero, la nueva especie vivió. Agarró el cuerpo gordo de lo que había creado y de inmediato se clavó los tres aguijones que le había puesto en la protuberancia trasera. El nuevo químico tendría que estar bien fusionado ahora. Al menos, así debió ser la teoría porque el doctor cayó en un sueño profundo del que no despertó. Ni siquiera conservó el crédito de la nueva especie, porque no fue encontrada hasta muchos años después por haber causado la muerte de muchas personas.
 

J. Azeem Amezcua