OMAR ROSA GONZÁLEZ -CUBA-
PÁGINA 36
UNA MÁS
Me levanto bien temprano, preparo la cafetera, mientras leo las cartas a las cuales debo dar respuesta.
La semana pasada tuve la fortuna de escuchar su emisora en mi radio receptor de comunicaciones NRD 535 con una antena exterior cuyo alambre mide 1000 metros de longitud, aquí en Noruega.
Hoy no puedo sintonizar a Radio Corona aquí en Ciego de Ávila en mi VEF 208 ruso, para saber cuántas guaguas de la ruta 22 hay “Shrrsss Iiil Hoy circulan por nuestra ciudad Iiiioooo rrrrrr ómnibus”.
La calidad de la recepción fue moderada.
La mía es mala, por el radio, claro, el técnico dijo: le falta una pieza, no la hay, te puedo conseguir una, se quien la tiene, vale 25 dólares.
Les cuento: tengo 34 años de edad, soy padre de dos encantadores e inquietos niños.
Yo 52, soy madre de dos a punto de ser bandoleros, el pequeño vende bolas en la escuela, el grande ya barajó el servicio militar.
Aquí en mi ciudad tenemos un club de escucha de radio, organizamos excursiones a lo largo y ancho de Noruega. Mi pasatiempo favorito es escuchar emisoras de radio distantes.
Acá en Ciego de Ávila no tenemos tiempo para pasatiempos, en medio de la jornada salimos a comprar platanitos, a buscar salsa de tomates o picadillo barato o cualquier cosa de comer, siempre estamos gastando el tiempo así ¿Allá no comen picadillo? ¿Qué le echaran esta gente a las comidas?
Si algún día nos honran con su visita aquí en Noruega, por favor visiten nuestro club.
¡Ah! Carajo se me votó el café por la dichosa carta ¿Para qué me darán a mí estas tareítas? ¿Qué le voy a contestar? mira esta otra, la segunda:
Hace un tiempo ya, les envié un informe de recepción, pero aún no he recibido vuestra contestación.
Ahora si no me puedo escapar ¡Qué barbaridad! Voy a hacer un borrador:
Estimado señor:
Muchas gracias por ser tan buen oyente. Es siempre muy agradable tener amigo allende los mares. Esperamos tenerlo por acá en el evento de la radio de este año, considérese invitado.
Con mis cordiales saludos.
¿Quién me ve en Noruega, estirando un alambrito para oír a radio Corona? ¡De excursión!, ¡eh! ¿Quién me ve? ¡Nadie! Ahí viene el león sordo devorador de violinista, al menos, la manteca está caliente.
El jefe me vuelve a sorprender ¿No vas al velorio?
Se acerca la noche, estoy regresando de la funeraria donde velan a los primos de mi amiga. Ellos no llegaron a obtener Licencia de Conducción, pero sí tomaban Ron Habana Club en grandes cantidades cuando venían de Miami. Llevo más de una hora esperando para volver a casa a cocinar, a atender a tres hombres, después, hacer el artículo por el fin de año, para mañana. No me van a aceptar más excusas, solo tengo en mente como empezar:
termina el año, quiero te detengas a pensar cuántos seres queridos han quedado atrás.
—¿Usted había visto ese tipo de avión alguna vez?Me habla, un señor mayor, asombrado por el brillo de la nave en el medio del cielo al atardecer, viene en bicicleta, en contra del tránsito, me dice esto y se va. Me quedo anonadada contemplando el avión mientras sigo esperando la guagua, con mi mazo de habichuelas en una mano, el bolso en el hombro, en la otra, la sopa del almuerzo en una jaba de nailon. Vienen a mi mente dos nuevos renglones:
Reflexiona sobre la importancia de vivir cada instante, disfrutar los momentos bellos.
Llego a casa, el recibimiento me vuela, pero me controlo.
—¿Esta noche podrá ser? pregunta, mi esposo.
—Si esperas a las doce de la noche, cuando el niño termine de ver la serie—digo después de respirar profundo.
—Sí, como siempre: Quitar los balances, hacer la cama en el piso de la sala, dejar el televisor puesto, quitarle el brillo, poner obstáculos en la puerta, etc.
—¡No te molestes!, porque en la cama con el chiquito allí, no lo hago más.Ya tengo otro renglón, lo anoto en el margen del periódico, sigo hacia la cocina:
Desafiarse a sí mismo ante las adversidades.
Resuelvo el problema de la comida usando trucos, ni cuenta se dan: con el picadillo hago maravilla, pinto el arroz con azúcar, aumento la sopa con espaguetis, el refresco, de naranja agria.
Escribo:
Aprender más cada día: evolucionar.
Mi esposo, hoy quiere sexo, está más cariñoso, soporto sus caricias delante del fogón, sin soltar el sartén, cuando me deja, escribo rápidamente así no se dará cuenta:
Amar intensamente a través de una caricia.
Mis hijos juegan encima de la cama, hacen ruido, me entero por el grande acerca del chiquito: le quitó dinero.
—Es para ir a la fiesta de mi grupo —grita el pequeño.No les hago caso, anoto:
Contemplar apaciblemente la alegría de un niño o escuchar a un adolescente sus inquietudes sin protestar.
¿Qué será de estos chicos viviendo tan lejos de la ciudad?, mi esposo no quería permutar, a pesar de vivir lejos y tener una casa mala, según su parecer, no entendíamos. Citaba sus argumentos sentimentales: “Por ejemplo, en la sala, donde vemos juntos la televisión, tirados en el piso, no hay losetas, hay ranuras. En el cuarto cae una gotera encima de la cama, que nos aprieta, nos hace compactos. Para estar más tiempos juntos vamos a la cocina a conversar, a ayudarnos, allí son las tertulias. Tengo miedo de permutar para una casa grande donde nos sobre espacio y empecemos a ser otros.”
― Permutemos para una casa, no tan grande, esto no lo resisto más, tenemos una buena propuesta― continué insistiendo.
Era una situación difícil para la familia: el cambio de lugar, ceder el espacio abierto, por una miniatura de casa, los árboles, su sombra, el espacio para jugar, para sembrar, todo por estar cerca del bullicio de la ciudad.
A todos se le consultó su opinión, menos al abuelo. El cual no podía quedarse callado:
― Mi opinión la voy a escribir y la echaré dentro de un sobre para leerla cuando lleven seis meses allí.
Todos reímos, la casita de muñecas estaba cerca de las escuelas, de los trabajos, de los teatros, de las tiendas ¿Entonces, por qué dudar? Nos mudamos en agosto, la ola de calor hizo su efecto, tan poco era el espacio, ni un solo día hicimos el amor, a los niños no le permitíamos estar en la calle y dentro no tenían espacio para sus retozos. El ventilador me regaba los papeles, un sobre cayó en el medio de la salita, todos lo miraron con expectación, lo abrí y leí en voz alta:
—Ustedes no caben allí.Fue difícil revocar la permuta, pero aquí estamos de nuevo, mal conviviendo en la casa de mi suegro.
Ya está en la mesa con la cuchara en la mano dando golpecitos. Hace varios meses, no me habla ni puedo lavarle la ropa, se la lleva a los vecinos: «En este barrio él lo consigue todo». Pura pamplina, no lo soportan, para colmo anda buscando mujer joven a los ochenta años.
—¿Qué hora es?, debe ser tarde.Habla con su hijo, no lo oye inmerso en el periódico. El mensaje es para mí: «Estas atrasada». Me da el pie forzado para seguir escribiendo:
Acompañar con gratitud a los ancianos en su soledad.
Suena el teléfono. ¡A qué hora!
—Es tu compañero, mamá.
—Cambios de última hora —oigo por el aparato. La misión al extranjero asignada a ti para principios de año, no va. Como tienes tantos problemas en casa, se enviará en tu lugar a la adiestrada, démosle paso a la juventud.
Continúo escribiendo mi artículo:
Comprender al amigo ante la adversidad, regocijarnos ante sus triunfos.
Les sirvo a todos. Me propongo hacer cambios para el próximo año. ¡Claro! También lo reflejo en mi artículo para darle formalidad a mi compromiso:
Aprovecha la ocasión, proponte metas objetivas.
—Mamá, dame un regalo para la maestra. Ella dijo: «Se aceptan regalitos por el fin de año, tú, mira a ver ». Me miró con sus ojos grandes, su risita desapareció. ¡No estaba jugando, mamá!Busco en una revista para casos como estos, encuentro un fragmento útil:
Ofrece a los seres queridos regalos baratos, por ejemplo: una sonrisa, un simple «gracias por ayudarme», un sincero «te ves genial» o simplemente regala la disposición, la gratitud.
Caigo a la cama rendida, cuando despierto ya se han ido todos, encima de la mesa un mensaje garabateado, con falta de ortografía, me da el final:
«Mama, ojalá tu día sea especial ».
Recuerda: estos regalos pueden hacer especial el día.
A mi jefe le gustó el trabajo, aunque dijo parecérsele a lo publicado en revistas baratas, no obstante lo radiaron varias veces. Volverá a salir en el estelar de las ocho, algunos compañeros me felicitaron, la adiestrada dijo no haberlo oído. Hoy regreso a casa más agotada, encuentro a mi esposo cerca del radio oyendo lo escrito por mí, en la voz juvenil de la locutora, le doy un beso en la mejilla. Sus gestos son elocuentes:
—¡Sssssss!, déjame oír este mensaje de fin de año. ¡Qué bonito! ¿Ves?, todo puede ser mejor.
—Sí!, sigue oyendo hasta los créditos —contesté y me dispuse a encender el fogón.