No. 19

SEPTIEMBRE 2018

No. 19 - SEPTIEMBRE DE 2018

PÁGINA 10


Nació  en Mendoza, Argentina, el 18 de marzo de 1971. Estudió la carrera de Letras y se desempeña actualmente como docente en escuelas secundarias. Fue reconocida en 1992 en el concurso “Plaqueta Literaria” de la UNC y en 1997 la Sociedad Argentina de Escritores filial Mendoza la premia en el Concurso “Reciclando Letras.
En 2014 fue designada Embajadora de la Palabra por la Fundación Égido Serrano de Madrid España. La revista mexicana “Vómitos de letras” ha reconocido y publicado ensayos de su autoría. Su narración “Amar y querer” alcanzó casi dos millones de visualizaciones en las páginas de internet y más de cien mil reproducciones en YouTube.
Es autora de dos libros de poesía: “De mi alma a la tuya”, “Guiso de lentejas. Literatura sin recetas”, “Rumores de acequias”, “Tayel” y “Si te atreves a volar” –inédito. Ha colaborado las antologías: “Río de palabras” Ed. Mis Escritos; “Cuentos de terror”, “Mujeres poetas 2016”,  Ed. Equinoxio; “Poetas contemporáneos” Ed. Dunken.

 
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VIVIANA BALDÓ -ARGENTINA-

 

 

PISA, PISUELA    
 
Pisa pisuela, zapato sin suela, me dijo mi abuela que guarde este pie…
Jugábamos en la siesta mientras las viejas dormían en sus catres. Nos habían sentenciado a no molestar bajo amenaza de moldear nuestras nalgas a fuerza de alpargatazos si nos atrevíamos a hacer jarana y despertarlas.
-Pisa pisuela, zapato sin suela, me dijo mi abuela que guarde este pie…- cantaba Claudio; y esta vez le tocó a Luis, el Laucha, como le decíamos por su cuerpo menudo. Mi mamá decía que le faltaba olla.
-Yo no guardo nada- gritó el niño  negándose a dar vuelta el pie hacia atrás, de modo que los cordones quedaran apoyando el piso.
-Te tocó a vos, Laucha. No seas tramposo - se quejó María Isabel que también jugaba con nosotros.
Luis fue siempre un chico raro. Era mi primo, pero no sé a quién había salido tan mañoso. Le costaba levantarse temprano para ir a la peatonal a canjear estampitas por monedas, y siempre se quejaba cuando nos tocaba caminar para ir a la escuela. Un sábado tampoco quiso ir al zanjón a chayarse porque dijo que después empezaba a estornudar, y eran tan seguidos los estornudos y tan ruidosos que despertaba a su papá y seguro le daba una paliza. El padre de Laucha trabajaba desde muy temprano y a veces tampoco dormía de noche por hacer changas que nunca eran suficientes.
-¡Dale cagón! Guardá el pie o te la doy- insistía Claudio  con los ojos rojos de bronca.
-No le grites así a mi primo. ¿No ves que es chiquito?- lo enfrenté yo que era más alta y podía defenderlo – Si el Luis no quiere, no quiere. Y punto.
-¿Qué te metés vos picuda?- me dijo; y le dio tal empujón a mi primo que lo puso de narices en la acequia - Defendelo ahora a este marica.
No sé en qué momento pasó todo. Solo vi que Claudio se le paró encima al Laucha y lo pateaba. También se sumaron el Gringo y Manolo  que habían visto lo que pasaba desde la esquina.
María Isabel se puso a llorar y salió corriendo hacia la casa. Yo tironeaba de la remera del gordo para detenerlo. Era inútil. Eran tres y yo una. Y Luis era chiquito.
De repente aparecieron todos. Los grandes. Los que dormían. Alguien agarró fuerte de mis trenzas y tiró hacia atrás. También separaron a los otros. Mi tío levantó a Luis: estaba morado e hinchado. Su mamá lloraba. Lo subieron a una camilla para cargarlo en la ambulancia. Cerca de la puerta asomaban sus zapatos con las suelas rotas y agujereadas por tanto andar.
Cuando todos se fueron y las calles volvieron a dormirse, se escuchaba el agua del canal que murmuraba: Pisa pisuela, bajo el parral que duerme, castigarán sin culpa a quien no guarde el pie.
 
 
 
TRUEQUE
 
Terminó de hacer el ojal, cortó con los dientes el hilo y clavó la aguja en el alfiletero que escupió pelusas cual herida abierta de porrazos y resbalones.
- Volveré en dos horas – informó Ana a sus hijos, quienes correteaban alrededor de la mesa - ¿Se van a portar bien? No le abran la puerta a nadie, ¿entendieron? ¡A na – die!
- ¡Sí! – gritaron los tres al unísono entre carcajadas y miradas cómplices.
Ana dobló las prendas que había armado con telas que quedaron luego de la venta del fondo de comercio, y las colocó cuidadosamente en su morral para que no se arrugaran. Buscó en el patio la bicicleta y se dispuso a llegar hasta la Unión Vecinal del Barrio La Alameda que quedaba a poco menos de tres kilómetros.
Como era habitual cada martes se realizaba allí trueques de mercadería y servicios que permitía apalear la crisis económica del momento. Con frecuencia,  los vecinos caminaban con bolsos llenos para el intercambio, en esa especie de casta paralela organizada bajo sus propias reglas. Estas prácticas permitían que gran parte de la sociedad no portara el título de indigente, aunque la estadística del último censo los denunciara así. Era esa su manera silenciosa de protesta y resistencia. Eran aquellos, los revolucionarios callejeros quienes peleaban batallas inverosímiles por llevar el pan a las mesas familiares. Niños, jóvenes, viejos, los que no podían andar, los que debían quedarse en casa confiaban  en la tarea de aquellos héroes anónimos que llevaban a costa de la vida lo que necesitaban para sobrevivir.
Ana sabía que no era la mejor vida para ella pero no tenía alternativa. Por eso, pedaleó con fuerzas mientras repasaba lo que necesitaba: dos cuadernos a cuadros, tres lápices, la verdura de siempre, algo de pan, fideos (si se consiguen), azúcar (la que más pueda), té, yerba (para el mate de la tarde) y algún pantalón para Joaquín.
Ató la bici en el árbol y se instaló en el mesón exhibiendo las prendas que traía. Costaba cambiarlas porque primero se buscaba la comida y después la ropa.
Luego de una hora de espera apareció el librero buscando camisas para sus hijos. Las cambiaba por útiles.
-¡Todo en útiles, no! - trató Ana – ¿Le voy a dar de comer un cuaderno a los pibes? Dos cuadernos, tres lápices, una caja de colores y el resto en créditos de canje.
- ¡Sos brava Negra…eh! – sentenció el viejo y cerró el trato.
Como torbellino se escabulló  entre los mesones. Pan y tortas aún quedaban y un paquete de azúcar que debería racionar prolijamente para que alcanzara los siete desayunos; dos paquetes de fideos, yerba con palos y de la amarga, y una caja de té. En el mesón de la verdura quedaban acelgas, papas, cebollas y varias verduras que pudo llevarse sin límite.
Al salir vio en el último mesón unos lentes de sol. Ana sonrió.
-¿A cuánto? – preguntó al joven que los ofrecía.
- Quince créditos – respondió – Son nuevos.
- ¡Estos son para mí! – coqueteó la mujer  y se los puso - ¿Cómo me quedan? Bueno, qué importa cómo me quede. ¡Me los llevo igual! - aseguró. 
El hombre  se encogió de hombros y recibió los billetes. Ana acomodó la mercadería en los canastos de la bicicleta cuidando que no le tapara la visión para el viaje. Con un poco de esfuerzo consiguió el equilibrio del rodado que se zarandeaba de un lado a otro por el peso de  las bolsas. Solo tenía que concentrarse y pedalear para llegare a tiempo. Los niños tenían que ir a la escuela y antes deberían comer.
Los martes se complicaba y siempre llegaban tarde. La maestra se lo había hecho notar porque perdían la primera hora y estaban atrasados con las tareas.
-La seño es muy estricta - pensaba Ana – Y está bueno que sea así, porque de otro modo no aprenden nada. Aunque a veces sería mejor que aflojara un poco con tanta disciplina; debería comprenderla.
.- Lo que pasa, - se decía para sí- es que ella es maestra y no puede entender lo que es andar a mil, con tres bocas que alimentar, la costura que no se termina nunca, las clientas que no pagan... ¿Qué va a saber ella de pobreza? Si anda en su auto tranquila, cómoda, arreglada… ¡Es bonita la desgraciada! ¿Y cómo no va a serlo si se tira encima todo lo que gana? Así cualquiera. Si yo hubiera tenido mejor estrella, también me vería así, como la maestra. Soy inteligente, siempre me lo dijeron, pero no tuve suerte. A mí no me tocó. ¡Yo nací estrellada!  Es el destino de cada uno y hay que hacerle frente; no me voy a poner exquisita ahora que los pibes no comen - dialogaba Ana con ella misma  mientras pedaleaba sin parar.
Una rayada en el asfalto la hizo mirar hacia el costado izquierdo. Perdió el equilibrio, se tambaleó, las bolsas del canasto trasero se ladearon y la hicieron caer. Un Fiat blanco giraba en trompo en medio de la calzada. Se escuchaban gritos y una embestida contra el semáforo detuvo al vehículo. Hubo silencio mientras los transeúntes se arrimaban al lugar esquivando las verduras desparramadas y los cuerpos deshechos. Varados quedaron los lentes de sol y un portafolio lleno de evaluaciones, únicos testigos de la catástrofe.
La injusticia transitaba la banquina.

 

*   *    *

 
LOLA
 
Hay noches de luna llena en las que es imposible conciliar el sueño, como si alguna atracción oculta lo impidiera. Ese viernes no fue diferente. Sabrina hacía esfuerzos por dormir y aunque había contado todas las ovejas, incluso las negras, no lo conseguía. Con los ojos llenos de luna  abrió la heladera en búsqueda de un vaso de leche. Era la pócima que su hermana utilizaba para relajarse. El ladrido de Lola la mantuvo  alerta unos segundos. Extrañaba su departamento.
No pudo negarse cuando su cuñada le pidió que cuidara en la nueva casa a sus dos gatas: Lola y Clarita, y a Lola 2, un bulldog callejero de medio pelo, mientras  se ausentaba por un viaje de negocios.
Abrió la puerta gris y pesada del refrigerador y sintió un frío intenso que le encrespaba la piel. Los estantes estaban completos de toda clase de embutidos y bebidas “made in house” según la incipiente etiqueta que pendía de algunos de ellos. Cortó una rebanada de salame picado fino y bebió leche descremada. Lola aullaba frente al camino que desembocaba en la tranquera del Country.
– Es a la luna – pensó la joven cuando miró por la ventana y vio la sombra de los álamos proyectada en el patio. – Parece noche de brujas –
Con el vaso de leche en una mano y la rodaja de fiambre en la otra cruzó el estrecho pasillo que concentraba el olor húmedo de cemento. Sintió una gota tibia que resbalaba por la comisura del labio. Pasó su puño y notó en él un tinte púrpura. La perra arañaba la puerta del patio con más fuerzas. Era imposible  dormir. Abrió la puerta. Como una correntada del mismo infierno cruzó el animal a puro instinto y comenzó a ladrar frente a la puerta de la nevera.
-¡Tenés  hambre! Ahora busco algo para darte - dijo Sabrina acariciando el lomo del animal rabioso. Con fuerza  abrió la traba que se había atascado por la concentración de frío. Tiró demasiado y al abrirse, el mueble se zarandeó con el impulso dejando caer los productos refrigerados.
El último en desplomarse fue un ojo que nadaba en aceite junto a los huevos de codorniz. Un ojo blanco y seco que no había perdido el encanto de la luna llena que lo habitaba. Un ojo que seguía mirando suplicante para que no lo devoraran cuando conciliara el sueño…

 
 *    *     *

 
DE  REMATE
 
 
La vida está loca de remate. Tan desquiciada es, que cuando crees tener todo ordenado y prolijo, te patea el tablero y hay que volver a empezar. Te encontrás de nuevo en el punto de partida y aunque prometes una y mil veces que esta vez será diferente, te das de nuevo con la nariz en el picaporte de la puerta que nunca está abierta del todo.
La vida está loca porque se empeña en hacerte aprender sus lecciones y las repite hasta el hartazgo, hasta que no queden palabras, hasta que te ahogue el llanto. Es una loca que se marcha y te deja sola con las manos abiertas soltando los afectos que necesariamente deciden otro rumbo, otra gente, otra vida.
La vida está loca. Se lleva lo que más quieres y te trae cosas y personas que jamás imaginaste ni pediste. Las trae y las deja justo en tu vereda para que sin querer las encuentres y te sorprenda. Juega a vaciarte de aire propiciando momentos increíblemente mágicos. Se anima a despeinarte con un huracán de vuelos imaginarios que intercepta tu lucidez y la poca cordura que te va quedando.
La vida está loca. Pero es una loca linda que te despierta soñando con un futuro grande, con monedas en los bolsillos y caramelos de vinagre para la acidez de los días nublados.
Es una loca dispuesta a todo que te invita a desvestirte del envoltorio prolijo que alguna vez luciste y animarte a ponerle alma a las tantas emociones que quedaron varadas en algún camino del olvido.
Esta loca la vida. Ella lo sabe. Y aun así extiende la mano y te invita a su viaje...
 
 

 *   *     *

 
CUALQUIER DÍA
 
 
Un día despiertas y te das cuentas que las cosas no son como creías. Que perdiste muchos instantes por cuidar a personas que después siguieron su camino y se olvidaron que existías. De un momento a otro descubres  que nunca y siempre son solo palabras y no encierran un contenido significativo. Te das cuenta que la única compañía que no te deja es tu propia alma, y que el día que decide retirarse de tu lado estás muriendo.
Entonces, te miras en serio y te abrazas, como nunca nadie lo hará, con un cariño sincero, con el mejor apapacho, con la autenticidad de ser vos misma sin caretas, sin dobleces, sin intereses mezquinos.
Un día despiertas y aceptas que no eres el ombligo del mundo, que cada quien está peleando su propia batalla y que tu historia no tiene nada de diferente del resto de los mortales, solo que es tu historia y por eso única.
Aceptas sin condiciones que nadie te debe nada y que los otros son siempre los otros y no una extensión tuya; que sus acciones son siempre sus acciones y no tienes incidencia; que cada quien elige el árbol y la sombra para leer s propia historia.
Un día despiertas y te convences que estás sola aunque hay un millón de amigos en tu biografía virtual; que el amor no se construye con mensajes de textos; que las amistades verdaderas tienen mucho de sal y de arena y que la vida real es la que enfrentas cara a cara con miradas profundas y lágrimas de verdad, con sonrisas con ruido y respiración caliente, con manos tibias y charlas sentidas de tardes de domingo o lunes por la mañana.
Un día despiertas y decides darle sentido a las hojas en blanco y no correr tras ilusiones que nunca serán ciertas. Ya no te quedas en conciertos vacíos sino que haces sonar tu propia melodía aunque sea desafinada y sin orquesta. Bailas con las manos en alto y cantando fuerte con aquellos que gustan de los mismos acordes. No buscar caer bien a todos y te contentas con ese puñadito de amigos que te hacen vibrar el alma.
Un día despiertas y decides que tu cama abrigará solo sentimientos verdaderos que te hagan mejor ser humano. Preparas tostadas con dulce y el mate de siempre y confías en que las cosas pasan por algo; que cada mañana tiene una razón que hay que descubrir. Aprendes que Principito es un personaje de cuento y que si tu avión se avería debes animarte a repararlo.
 
Un día despiertas y recuerdas a las personas que son parte de tu mundo, pare sentida y concreta no un dibujo apenas; y decides buscarlas y recordarles que son importantes, que las quieres, que las elegiste, porque sí, porque son ellas, porque no tiene que existir razones muy rebuscadas para amar a pleno.

 

 

*   *    *

 
MIEL Y ACEITUNA
 
Morena de miel en los ojos y piel aceituna
duerme el sol en tus manos rústicas
al cerrar la tarde su brillo
en los surcos de barro.
Morena de espalda corva,
bajo el peso de los tachos
canta tu voz una canción de cuna,
eco en las hijuelas
que se lleva tus sueños.
No hay princesas en tu cuento.
No queda más que el simple
zarandeo de la vida que acuna
alguna nostalgia vieja.
Morena de luna y greda
descansa en el lecho
la urdimbre generosa
de tus raíces.
Tal vez mañana,
Dios escuche tus ruegos
y sea la ternura
el espacio de justicia
que abrirá la historia
para devolverte multiplicada
tu entrega de siglos.

 

*   *    *

 
 
ARTESANA

 
No conocí tu nombre.
No supe de tu historia ni tus miserias.
No pude escuchar el timbre de tu voz
ni el pulso de tus latidos.
Los adivino en esta especie de paraíso
rústico que me abriga,
en cada laberinto que entrelaza colores y motivos
protegiendo la única verdad ancestral y muda.
No vi tus manos.
No acaricié tus llagas ni tu llanto.
No pude palpar el quebranto de un pueblo en tu cabeza cana.
Los presiento en la consistente trama que sella el viento,
increpa al tiempo y le da batalla a este desierto invierno.
No caminé tu barro.
No sentí tu vientre germinal estremecerse
cuando el linaje se esparcía.
No canté con vos el rito inmaculado de la pacha
ni probé el guiso de junco y maíz en tu lecho de piedras.
Interpreto tu esencia en este sinfín de imágenes
grabadas en nudos en un tapiz viejo,
que encierra el avasallo de tu pueblo
y de mi historia contada a medias.
Soy tu retoño mujer de barro,
herencia sin sangre  ni olvido.

 
*     *    *


HUMANA
 
 
Gira una moneda en su derrotero eterno sin vértice
para fundirse en el estrecho tributo de la existencia
que adopta su manera, su obituario, su desdeño.
Tiene miedo de perderse en la historia
y ser culpable de una repitencia incansable
de lo que viene. No hay nada nuevo en el cosmos
de tu existencia. Esa historia que proyectas,
este juicio que sometes a la incontenible llama
de tus razones, en otros tiempos, fueron
las mismas llamas y las mismas razones
en historias remotas que anhelaban también la gloria.
Gira la moneda del tiempo y te descubre inmersa
en un sinfín de máscaras que alternan tu ser.
Juega el hombre a ser hombre en la masacre
de su misma raza; justifica el juicio inoportuno e
incoherente de querer ser no siendo,
de sentir la nada adormecerse en la sangre incipiente
de una herida que no sangra.
Vaga es la meta sin raíces.
Vano es el llanto sin memoria.
Un compromiso eterno nos debemos para construir
con otros y con nosotros mismos este impulso
de ser entre todos lo que estamos buscando:
HUMANOS, ¡siempre!
 

 *     *      * 
 

POEMA PARA NO OLVIDAR

 
Hay tantas formas de olvidar y añejar el sentimiento.
Tantos modos de tirar al vacío la humanidad que nos hermana.
Olvidar es dar paso a la muerte y nombrarla con palabras cómplices.
Olvidar es deshacerse del otro y hacerlo nada en el presente.
Por eso, proclamo y reclamo en este manifiesto
la vigilia constante contra el olvido que no perdona
y esclaviza las mediocridades que lo defienden.
Olvidaron al ser humano cuando para nombrarlo
diferencian entre hombres y mujeres
y es mala palabra hablar de iguales.
Olvidaron al ser humano cuando levantaron una muralla
y colocaron del otro lado de la vereda a los menos dignos.
Olvidaron al ser humano cuando “ser amigo de“ condiciona,
 resta posibilidades y posiciona el destino de los índices inquisidores;
mientras en otros rincones “ser amigo de” los otros da licencia
para ocupar escenarios monopolizados de nombres y apariencias.
Olvidaron al ser humano cuando el hambre es una herencia que se propaga
y llevan a cuestas los menos, como sus rasgos y el dolor en las miradas.
Olvidaron al ser humano cuando repartieron la tierra que no les pertenece
y siguen dividiendo los recursos entre los dignos hijos del poder
y los que caminan descalzos con la libertad como bandera.
Olvidaron al ser humano cuando los valores de turno
 son la hipocresía y el individualismo absoluto
que mira el propio ombligo lleno de basura.
Olvidaron al ser humano subiendo al bendito teatro de la vida
la mediocridad de la mentira disfrazada de espectáculos anti violencia,
ponderando estandartes discriminatorios con la fachada que conviene.
Olvidaron que también se olvida el olvido
y un día ustedes. Un día ellos, como los pobres,
los rebeldes, los indignos, los marginados, los diferentes, los otros…
¡También serán olvido!
 

 *     *     *

 
 

DÍA DESPUÉS

 
Alguien abrió la puerta de la mezquina memoria
que atribuye dolor a otros,
y proyecta sus ganas de darlo todo en la distancia.
Una generosa sensación de justicia se propaga
en el aire difuso de las promesas de cualquier campaña
mientras ciega razones, y demanda  respuestas
del instinto mudo que solo actúa en defensa
de sus propio hambre, de su propio frío.
Tiemblan los huesos, las entrañas crujen
al tiempo que reclaman una urna llena de motivos.
Papeles en blanco de nombres que olvidarán
los impulsos de pertenecer a esa lista,
a un proyecto, a cualquier verdad que nombren.
Un baúl de sueños  se hunde en una caja ilustre
que recuenta promesas sin horizontes.
No hay justicia para el pueblo que duerme en la calle.
No hay esperanza para quien despierta
entre sábanas de papel cada mañana.
El banco de la plaza sigue siendo
 la solución desesperada
del día después de las urnas,
cuando todos olviden la fiesta
y sus motivos.