No. 19

SEPTIEMBRE 2018

No. 19 - SEPTIEMBRE DE 2018

PÁGINA 9

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HENRY ALEXANDER GÓMEZ -COLOMBIA-

 
 
Del libro La noche apenas respiraba (Gobierno del Estado de México. Toluca, 2018)
 
 
RÍO ABAJO
 

Nunca, te lo digo,
nunca antes los árboles de la noche
fueron más claros.
El parpadeo de las estrellas
se posó directo en la punta del fusil.
Mi compadre Orozco
atinó a tartamudear alguna plegaria
que quedó grabada para siempre
en un palo de mango. 
 
Entonces las reses mugieron
como el pájaro que ha perdido la forma
y el color, y descendieron
con el viento amarrado a sus lomos. 
 
Fueron tres horas montaña abajo,
hasta la orilla del río Camoa.
Tres horas con los labios secos de Dios
silbándonos al oído
la purga de una canción solitaria. 
 
El agua mojó nuestros pies descalzos,
anestesiados por la semilla del miedo,
pero ya no había caso, digo.
 
Sólo quedó el río crecido a media noche,
sólo vacas ahogadas,
algunos tiestos buceando la despedida, 
y el aliento de la madrugada
                             que lavaba toda su culpa 
cuatro orillas por encima de los muertos.
 
 
 
******

 
 
     —ANOCHE UN sueño me dijo
que ya estás muerto, Jorge.
 
     —Y tú qué vas a saber, María,
a ti sólo te importan las cuentas,
las sumas que registras una y otra vez
en ese cuaderno que escondes
detrás de los tarros de harina.
 
     —Te lo juro,
a ti te llevaron cuando tenías siete años. 
Nunca más supimos de ti.
Te devoraron los largos pastizales
y los fusiles puestos a secar al sol.
 
     —Puro cuento, María,
a ti siempre te gustó inventar historias.
 
     —Nada más cierto, Jorge,
tienes que aceptar que ya estás muerto.
Por eso, cuando entraste por esa puerta
sólo yo te conocí, que soy tu hermana.
 
     —No hables más mujer. Mira
que en el pueblo
el gallo no ha parado de cantar.

 

*   *   *
 

 
 
Del libro El humo de la noche rodea mi casa (Universidad Externando de Colombia. Bogotá, 2017)

 
 
 
GALLINAS
 
En las mañanas,
largos instantes me revelaron
el juego de su pluma,
el cacareo del mundo desde
una noble idiotez.
 
Su peculiar danza
me habló de un linaje perdido,
la firme intención de ser viento borrado. 
 
Entendí, entonces, la difícil tarea
de romper
con las ataduras del aire,
la música cercana de escarbar en la tierra.
 
Es verdad que en las gallinas
el día ha encontrado su eje, 
el cordón umbilical
en el que sostiene la luz.
 
Al igual que ellas, escribo la dicha
de ser pájaro caído.
 
A Felipe García Quintero
 

 *    *    *

 


PARÁBOLA DEL PADRE
 
Padre siempre se sumerge en las más
extrañas empresas.
En un diálogo mudo con la vida,
en una incesante errancia
por el orden prohibido de las cosas,
hizo de la derrota
                                   su sello personal,
una enorme roca de aire para empujar cuesta arriba.  
 
Un día compró una rueca de hilar nubes.
Decía que en la plaza bien podría abrir
un negocio celeste para achispar acontistas.
Pasaba horas golpeando el pedal,
hilando el día,
ovillando la lana.
Desde allí urdió toda la orilla del cielo
                              sin conseguir una sola moneda.
 
Otro día
se hizo a un viejo auto
para sortear la soledad de los caminos.
Con él cruzaría las fábricas del humo,
las páginas secretas de las grandes montañas,
hasta llegar a La Habana
                                     o Nueva York.
Pero la noche lo dejó tirado a un lado de la carretera,
reparando el veterano motor oxidado.
 
Raras tareas emprende mi padre,
cultivó los sueños de los ondeadores de banderas,
comerció con olvidos,
amasó el pan
para el inspector de patatas fritas,
escribió cartas de despedida para amas de casa,
hasta afiló los lápices de tercos burócratas
en una corte de un país
                            que no aparece en ningún mapa.
 
Hoy comprendo que mi padre
es un poeta a su manera,
atesora la derrota
como quien guarda
                          palabras perdidas en la billetera.
 
Sin saberlo, padre,
con cada inútil negocio,
me ordena mi noble función en el mundo:
el oficio de escribir,
                                   a cada instante,
                                                 el arte de la pérdida.

 

*   *    *

 
 
 
LOS HUESOS DE LA BISABUELA FELISA
 
Aparecieron de repente,
estaban metidos en un cajón de madera negra
y cargaban el aire roto de la noche.
 
Andaban por el camino de los años
apretados a cualquier rincón de la casa.
Prima Betty los descubrió por error,
buscando en el cuarto de trastes algún juguete perdido.
 
Susto de perros esos huesos ladrando la muerte.
Sortilegio. Oscura brujería. Asesinato en el balcón del silencio.
 
Fue abuela quién recordó que eran los huesos olvidados
de la bisabuela Felisa. Habían llegado décadas atrás
y buscaban ser un puñado de viento,
una flor soñolienta.
 
Al fondo de la caja, la extraña carta del abuelo
confirmaba la noticia y reclamaba un lugar junto a su tumba.
 
Insólitos los ríos
que cruza la piedra después que la lluvia se extingue.
Años de errar debajo de las camas,
rechinando entre sombras, auscultando la tierra,
los huesos,
la vida,
como un planeta cansado,
gritan su parte del mundo, justo ahora que exhumamos
los restos del abuelo.
 
Allí descansan,
                         los dos,
en una bóveda sin fondo,
en un osario celeste, examinando la luz.
 
El corazón se busca más allá de la carne. 
 

 *    *     *

 
LA ALBERCA
 
Habité por años aquel estanque perdido
en medio del patio.
Alimenté el corazón del agua, el pozo sin fondo
donde tío Jaime guardaba los peces traídos desde el río. 
 
Fui náufrago sin cielo,
árbol sumergido en la mitad de la tormenta.
Buceé el torrente de hogueras submarinas
y, como Julio Verne,
vi el relámpago de la música adentro de un pez dormido.
 
Navegar era mi oficio, destejer las raíces del mar,
dibujar en cartas de navegación
las líneas turbulentas de aguas ecuatoriales.
 
Los bajeles, el sextante,
los peces bañados en el tiempo,
                                          boqueando el alba hasta perecer.
 
Mi puerto eran las manos de mi madre lavando la ropa.
 

 
 *    *    *
 

 
De libro Tratado del alba (Centro de Estudios Bilbilitanos Institución «Fernando El Católico». Calatayud, España. 2016)

 
 
 
ROBERTO JUARROZ
 
He abierto la palabra amor
y, adentro, encuentro otras palabras
que no dejan de mirarme fijamente.
Escojo una de ellas,
le hago también un orificio,
para ver más adentro en el lenguaje, 
y allí encuentro una palabra
que se parece al corazón del mundo.
 
En medio de las dos mitades del lenguaje,
sobre la línea que separa el comienzo y el final,
comprendo que un vocablo,
más profundo
que el abismo de Dios, nos sostiene.
 
Todo lenguaje se contiene a sí mismo,
como toda palabra que decimos o callamos, 
lleva adentro la soledad del hombre.
 
 
 *   *    *
 
 
ARQUEOLOGÍA
 
Enterrar una palabra,
                esconder su tumba entre las piedras.
 
Desenterrarla después de muchos años,
quitarle la tierra endurecida,
los restos de polvo,
                                  el óxido,
 
hasta que brille como una antigua reliquia.
 
Colocarla en medio de la página en blanco
y estudiar su antigüedad, interpretar su pasado,
descifrar el color original,
establecer su importante papel en la historia.
 
Incluso admirar su dignidad de estrella olvidada.

 

*    *     *

 
 
 

De libro Diabolus in música (Babilonia. Bogotá, 2014)
 
 
 
JOHNNY CASH

 
Enterré el puente de mi guitarra en el aire, sacudí las polillas de mi sombra y cultivé el vapor de la música sobre el heno de los días, a un lado de la carretera, donde los mundos se fecundan.
 
 
 
DAVID BOWIE
 
La sirena que anuncia la tempestad del amor, las cinco cuerdas con las que doblamos y perdimos el mundo, también nos recuerdan la resurrección de las estrellas, el viejo niño que oprime el botón rojo y estalla cuando encendemos la radio.
 
Es la escalera final, aquella por la que descendemos hasta llegar a las nieves perpetuas que sostienen el cielo: una quemadura de palabras andróginas, el látigo sideral con el que venimos marcados desde el comienzo. 
 
 
JIM MORRISON
 
Desde lo alto de una duna dejo caer un cuenco que rasga un aire extraño que acecha mi presencia. Ancianos ángeles amasan mi saliva con arena. ¿Quién acompañará mis huellas para descifrar el verdadero rostro de la luz?
 
Romper el cristal. No hay noche más fría. El nombre del desierto me persigue. Las puertas se derrumban.
 
Con el hueso roto del coyote buscaré mis años perdidos junto a un demonio que trepa por el antiguo imperio del cielo.
 
 
JOHN BONHAM

 
En el grito del árbol encontrarás la semilla. Mi escritura viaja al galope del viento entre los cascos del caballo. Esta tierra se adelgaza ante el trueno del agua en el pecho de un pájaro.
 
He dejado al granizo sin aliento.
 
 
Henry Alexander Gómez (Bogotá, 1982). Magister en Creación Literaria de la Universidad Central y Licenciado en Ciencias Sociales de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas. Es director del Festival de Literatura “Ojo en la tinta”. Ha recibido diferentes distinciones, entre ellas, el Premio Nacional de Poesía Universidad Externado de Colombia, el Premio Nacional Casa de Poesía Silva y el Premio Internacional de Poesía José Verón Gormaz de España por el libro Tratado del alba (2016).  Otros libros publicados: Memorial del árbol (2013), Segundo Premio Nacional de Poesía Obra Inédita; Diabolus in música (2014), Premio Nacional de Poesía Ciro Mendía; Georg Trakl en el ocaso (2018) Segundo Premio IX Concurso Internacional Bonaventuriano de Poesía; y las antologías Teoría de la gravedad (2014), publicado en Quito, Ecuador y El humo de la noche rodea mi casa (2017), Colección “Un libro por centavos”, Universidad Externado de Colombia. Sus poemas aparecen diferentes antologías y revistas de Colombia y el exterior. Es cofundador y editor de la Revista Latinoamericana de Poesía La Raíz Invertida (www.laraizinvertida.com) y docente del Pregrado en Creación Literaria de la Universidad Central.