No. 19

SEPTIEMBRE 2018

No. 19 - SEPTIEMBRE DE 2018

PÁGINA 18

 

María Gabriela Rodríguez, escritora con dos obras publicadas. La primera Éxtasis por Editorial  Lacre, la segunda Las extrañas siluetas de Darien editorial Caliope; ambas en España.
Tengo dos obras terminadas y varios escritos guardados en el archivo de “desempolvar pronto”
Tengo 49 años. Casada, con dos hijos y un nieto. Amante de la lectura y el labor de escribir nunca como obligación, jamás con prisa. Me gusta la forma en que alterno los quehaceres domésticos disfrutando de mi hogar, con ese espacio tan propio para el oficio de contar historias.
No tengo un estilo peculiar  y no me he encasillado en un género en particular; simplemente dejo que las ideas de  momento salgan a la luz, de forma natural.
Nací en la Cuidad de México, actualmente radico en Querétaro desde hace 23 años.
Tengo el bachillerato terminado. He tomado varios curso por internet; todos relacionados con el oficio de escribir. 
Correo electrónico:
kikacr_68@hotmail.com
Dirección: av. Pie de la cuesta 3210-22 col. Paseos del pedregal
Teléfono: 4424835378
Fecebook: María Gabriela Erika (María Gabriela Rodríguez)
Twteer: Mariagabriela     @gaviotitakika

 

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MARÍA GABRIELA RODRÍGUEZ -MÉXICO-

Capítulo 3

 

     – ¿Entonces estas comenzando medicina? ¡Qué bien! podemos tener muchos temas de conversación y cosas que podemos hacer uno por el otro
    ‒ Si estoy por cursar tercer semestre. No veo que tenga que ver el derecho con medicina pero, si tú lo dices
    – ¡Vamos! tenemos más cosas de lo común que te imaginas y hay tantas cosas que podemos hacer por nuestra comunidad
    ‒ Pues sí, ayudar a la gente que lo necesita. Proveer de sistemas de salud y de tu parte leyes que apoyen; con las que tenemos realmente no se llega a nada. Ir a comunidades dejadas a la mano de Dios.
    Elián no sabía bien a donde quería llegar Bejer. Lo único que sabía era que un chip que tenía desconectado en su memoria el cual se había prendido y estaba asustado.
    Se despidieron con un caluroso y efusivo abrazo. Elián sintió que la sangre le hervía pero no quiso pensar en eso. Habían hablado de muchos temas pero sobre todo de las incongruencias de la sociedad que se enfrascaba en los tabús. En ningún momento se adentraron en temas más específicos. Fue hasta que salían de la fiesta  que Bejer le dijo a Elián
    – Te busco el fin de semana tenemos mucho de qué hablar y tú necesitas quien te ayude o seguirás metido en tu closet donde nadie te lastima y donde no eres tú realmente
    No supo a ciencia cierta a que se refería, pero el frio que corrió de su nuca y se fue a clavar en su vientre lo aterró. Bejer resultó un chico que seguro se la pasaba en el gimnasio, haciendo pesas. Que vestía ajustado; toda su ropa era como para adolescente, ¿acaso no encontrará de su talla? Se preguntó Elián; al ver los músculos marcados. Su aspecto pulcro y refinado. Elegante y delicado en su plática y conducción. Muy culto, preparado y calificado en muchas áreas, no solo en su profesión de abogado.
    El encuentro con Bejer no se produjo ese fin de semana. Pasaron dos meses antes de que Elián se percatara de lo que sucedía a su alrededor.
    ‒ Elián ¿cuándo traerás una chica a la casa? Te estás haciendo viejo y yo más ¡y quiero nietos! – le dijo su madre en tono entre de guasa y seriedad en el rostro.
    – Ay mamá que cosas dices estoy muy joven y aún, no termino la carrera. Seguro les daré de comer aire
    ‒ Mujer que ingenua eres que no sabes que tu hijo es un marica, entiende nunca tendrás nietos mejor así y no me fastidian queriendo decirme abuelo ¡eso nunca! – no era ese el primer comentario mordaz de su padre, a lo cual ya estaba acostumbrado.
    – Josué que tonterías estas diciendo, ¡estás loco! no insultes a tu hijo no ves que lo lastimas
    Vieron cómo se empinaba lo que restaba del vaso de ron, mientras se reía como un poseso.
    ‒ No le hagas caso a tu padre. No sabe lo que dice, además ¿tú no eres eso verdad?, mi hijo no podría ser eso, seria pecado y tu amas a Dios; lo sé, vas a misa y rezas y siempre te preocupas por los pobres y los desvalidos. No, no podrías, me romperías el corazón
    Ese fin de semana lo busco Bejer. Fueron a una cabaña de sus padres en Cuernavaca. Estaban algunos presentes en la fiesta anterior y otros que nunca había visto. Hombres y mujeres de edad, otros maduros, padres de chiquillos corriendo. Bebés en sus cestos.
 

Capítulo 4
 

    La fiesta le saco los ojos de las orbitas. No salía de su asombro cuando se percató al verme, mientras me besaba con Adalia. Nos había visto juntas, siempre de un lado a otro, pegadas como estampilla en sobre; pero supuso que era mi mejor amiga. Elián nunca tuvo una postura al respecto de la homosexualidad, ni a favor ni en contra. Él pensaba que eran diferentes es todo. Su concepción de esa forma de vida no entraba en su cabeza y no porque no los aceptase. Los veía y seguía de filo. No huyendo, pero sin aceptar del todo. No tenía morbosidad, incluso simpatizaba con ellos. Pensaba que se debía tener mucho valor para enfrentarse a la sociedad en esas circunstancias. Sus padres le habían inculcado una educación machista y severa. El odiaba eso. Detestaba que su padre maltratara a su madre, no solo verbalmente. No soportaba la sumisión de ella, ni la autoridad fuera de lugar de él. Su vida se había centrado en la falta de comunicación, el inexistente respeto, no solo como marido y mujer que son. También en la ausencia total de demostraciones afectivas de ambos.
    Su madre le decía que lo amaba desde que había llegado a sus brazos. No tenía por qué darle miles de besos, contarle un cuento, llevarlo de la mano al colegio. Nunca supo de un abrazo cuando se lastimaba, decía que era hombrecito y debía de ser fuerte y no llorar pues eso no se veía bien. Recordaba a su padre gritar y golpear, pero nunca, ni él, ni su madre; le dieron una expresión de afecto. Acaso lo educaron para no mostrar sus sentimientos, para esconder sus emociones. No entendía su vida. Sentía que estaba vacía, llena de hueros que no podía llenar puesto que no sabía cómo. Nadie le enseñó. 
    – Elián  ¡llegaste qué bueno!
    ‒ Alizèe… no entiendo… - mientras veía que se acercaban y lo tomaban del brazo.
    – Ven vamos a la biblioteca
    Lo llevó Bejer entre la multitud de chiquillos que corrían. Entraron a la biblioteca. Me dejaron en la entrada con una expresión de angustia. No quería lastimar a mi amigo pero debía de salir de su error.
    La trasformación que vivió en un segundo Elián, fue brutal. Se sentó en un sillón, su cabeza daba vueltas de forma incontrolada. Dentro de su mente sabía que tenía algo diferente pero no lo aceptaba, o no lo entendía. Recordó la sensación que sintió cuando conoció a Bejer. Admiró su porte, lo vio a un ser lleno de luz, amable y entregado. Le gustaron sus facciones rudas y  masculinas. No entendía esa postura. Recordó cuando estaba en la preparatoria y una chica de último semestre lo había besado. Se había puesto rojo, no le había gustado. Pensó que había sido porque ella lo tomó desprevenido y se sintió usado. Pero no. A él no le agradaban las chicas para besarse y acariciarse. De repente se percató que en sus planes no estaba el tener una relación con una chica. ¿Será porque no tiene esa imagen clara de sus padres? Si eso debe de ser.
    ‒ ¡Explícame! ¡No puedo entender porque haces esto! ¡Yo no soy como ustedes creen!
    Elián lloraba cual niño. Las lágrimas escurrían sobre sus mejillas encendidas. Temblaba y se había dejado caer a la alfombra mientras se balanceaba como arrullándose. Tenía la cara escondida con las palmas de sus manos.
    – ¿Sabes que no deberías de avergonzarte de ello Elián? No es malo
    ‒ ¡Tú qué sabes! ¡¿Acaso tú puedes salir al mundo y mostrarte cómo eres sin que te digan cosas lastimeras y no tengas trabajo, no puedas ver a los ojos a tu familia?! ¡Dime como viven! ¡Escondidos seguro que sí! ¡Que valientes!
    – ¿Que no sabes que yo soy así?, pensé que lo habías intuido o te lo habían dicho. Perdóname de verdad lo siento, tienes razón
    ‒ ¡Déjame decirte que me importa una mierda si eres o no, no me importa! ¡Lo que me importa es lo que yo soy, nada más!
    Elián se sentía en medio de un piélago a punto de ahogarse, solo y sin ayuda alguna. No sabía qué hacer. Dentro de su mente giraban incontroladas escenas de su vida y todo lo conducía a ello, pero no lo podía aceptar, debía de haber otra forma.
    – Sabes Elián, estas en el momento en que todos pasamos, el de la no aceptación, de miedo y angustia por enfrentarnos a esto. Pero no estás solo, nos tienes a nosotros para ayudarte a entender
    Bejer se acercó cuidadosamente tratando de no molestarlo, pero de hacerle sentir que podía contar con él. Sentado en la alfombra cerca de Elián. Estiró el brazo para rodarle los hombros y acunar su cabeza en su pecho. Sin morbo, sin querer aprovecharse de él. Sintió como se resbalaba  hasta dejar su cabeza en las piernas, mientras Bejer le acariciaba la cabeza. Había tanta ternura en él, sintió como lo protegía de sus monstruos, no podía contener el llanto, lo había reprimido tanto tiempo, que no sabía qué hacer con ese torrente de lágrimas que se le escapaban del alma.
    Entré tímidamente me senté al lado contrario. Debieron pasar algunas horas. Llegó Adalia con una taza de té de azahar. Continuaron en silencio respetando el sentimiento de Elián.
    ‒ Lo siento. Estoy apenado creo que me debo ir
    – No tienes que irte puedes quedarte aquí si quieres, ya se fueron todos solo quedamos tus amigos ‒ le dijo Bejer con voz trémula y cargada de ternura 
    – Elián lamento mucho haberte hecho esto. No pensé que te afectara tanto. No merezco ser tu amiga
    ‒ No Alizée yo soy el que debe disculparse. No quería verlo. Tu solo me has ayudado. Pero no sé cómo enfrentarme al mundo, no puedo
    – Nosotros te ayudaremos, para eso nos cuidamos
    ‒ Adalia ¿porque no lo vi? Dime en que fallé
    – Tú no has fallado Elián, todos pasamos por esto, aún y con una familia como la de Alizée, que la aceptaron y la apoyan, en efecto es complicado, más no imposible
    ‒ Dime Elián ya estas más tranquilo te puedo llevar a tu habitación y mañana platicamos 
    – No. Quiero que te quedes conmigo y me ayudes a entender. Quiero que me digas que debo hacer, porque no lo sé. Si quieres claro y no te molesto
    ‒ En lo absoluto me molesta y esperaba que me lo pidieras. Estoy para ti y solo para ti Elián. Hoy y siempre
    – Chicas ya oyeron, a dormir o lo que se les dé la gana. Nos vemos mañana, no se preocupen vamos a estar bien
    Se despidieron con sendos abrazos de sus amigos. Salieron después de dejarles bocadillos y una botella de vino tinto. Unas cobijas y almohadas. Ya sabían que sería de toda la noche. Larga y hermosa noche. Un día del 2005 y Elián tenía 23 años.
 

RECOMENDADO:

 

Promocional del libro Las extrañas siluetas de la vida de Darien de Gabriela Rodríguez

 

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