No. 20

NOVIEMBRE 2018

No. 20 - NOVIEMBRE DE 2018

PÁGINA 15

 

MARÍA GABRIELA RODRÍGUEZ -MÉXICO-

¡Quiero llegar a viejita!

 

Podría pensar que llegar a la vejez, sería como en muchas personas, el momento  culminante, la acción de arribar al estado más anhelado; el que representa la madurez, la sabiduría, el haber recorrido caminos llenándose de experiencias de todo tipo. Pero también es el estado más temido, agotante y poco esperado, siendo realistas.
Muchas veces me he preguntado la razón de esto. Podría ser que, se comienza de manera paulatina; no llevamos prisa dice la vejez, tómatelo con calma al fin y al cabo que, de todos modos vas a llegar a mis brazos lánguidos y extenuados. Comienza con indeterminadas e intermitentes señales que, no siempre nos avisan de su inminente llegada. Empezamos a no recordar cosas que en otro momento eran del dominio público, pequeñas intermitencias que nos llevan a decir: ¿Dónde deje esto o aquello?, ¿Cómo se llamaba fulanito de tal?, hasta llegar al caso sórdido de que metemos los anteojos en el refrigerador y pasamos tres horas buscándolos.
Tratar de entender esto es cansado, máxime cuando no queremos darnos cuenta de lo que está sucediendo; nos defendemos como gatos boca arriba, dando patadas de ahogado, sin saber que tarde o temprano nos llega la factura de la hermosa vejez.
Inusitadamente, recurrimos a los clásicos chascarrillos para evitar los cometarios mordaces y enconados de las personas que comienzan a decirnos: ¡ya estas viejo!, ¡te pasas, cómo puedes olvidar el chisme que te conté la semana pasada!, ¡chale, ya van como cien veces que me platicas de ese episodio de la vecina de la cuadra de atrás que ni sabes cómo se llama! Cositas así, por el estilo. Pero absolutamente nadie puede entender el horror que representa cuando te topas con un demonio de Tasmania que no sabía cómo estarse quieta, la que danzaba de un lado a otro con la velocidad de la luz cósmica; aquella que podía hacer dos o tres cosas a la vez, la que podía desvelarse toda la noche y seguir en la mañana fresca como una lechuga. Aquella o aquel que, sin más nada de equipamiento físico, gimnasio o aerobics, podía cargar cuanta cosa se le pegara la gana, mover muebles de su sitio pues el que tenían ya le había fastidiado, andar en bicicleta grandes distancias y no precisamente para ir a un triatlón. Sin contar que, cuando tenía cincuenta que es la edad de la lozana segunda juventud, criaba a los nietos sin el mayor esfuerzo que el que tuvo cuando nacieron los hijos, claro está que con la mayor ventaja de poderlos o echar a perder o hacer lo que no realizó antes; subir árboles, saltar la cuerda, jugar al resorte, cosas así sin importancia.
Y entonces, sucede; quiere mover algo y le da un respingo la cintura, mueve una caja pesada, no mucho y se queda estática, la caja no la persona; sale a corretear el autobús pues ya está avanzado despavorido y, si logra llegar, será sin un ápice de aire en los pulmones desgastados, sin pensar siquiera que puede ser la cajetilla de cigarros que se fuma al día. Y se pregunta, si está llegando a la perezosa vejez o solo es que no ha dormido lo suficiente; cuando lo normal es que después de desvelarse pues no le da sueño a la hora prudente, duerme de dos a tres horas tres veces al día; ¿ya me estaré haciendo vieja, que no puedo dormir en la noche, pero si en el día me repongo! Mueve su trasero del sillón donde ve la televisión al otro sillón donde duerme la siesta, pasa por la cama y regresa al sillón.
Ahora bien, pasemos a la bola de estambre que representa el entrar sin boleto comprado del premio mayor, del cual, no se va a ganar nada, ni un chicle masticado ni mucho menos el calzón agujerado; ese premio que es la soledad, la no independencia, la inseguridad, la desconfianza y demás ancias y perdonen que lo ponga aparentemente mal escrito, pero me refiero a las demás ancianidades, ¿capichi? Pues bien cuando se llega a la ancia, a la bola, pero de años y a la terrible sejuela; se jue la juventud, entonces nos damos cuenta que, nos cambian el banquillo inestable por uno 4X4 con llantas de jepp, que en la regadera han puesto cintillos antiderrapantes, agarraderas en la pared llenas de ventosas para poder aún con jabón se queden pegadas las manos y no aterricemos en el suelo aún más resbaloso. Luego para salir nos cambian las chanclas cada semana para que no pierdan su adherencia, sin contar que el tapate de los pies de la regadera contenga más ventosas. Pasamos por el carrito de ruedas anchas para poder ir a la tienda que está a unos pasos y comprar una lata de coca cola y las tortillas, pasamos al supermercado y nos ruegan que aparte de treparnos a un escúter o mejor conocido como silla de ruedas integrada al carrito del super, sin contar que el bastón de tres o cuatro patas se lleve trepado en dicho artefacto del demonio.
Luego llegamos al punto de las filas, a eso es bien divertido; ahora los supermercados cuentan con filas exclusivas para personas de la tercera y cuarta y hasta quinta edad; así como de capacidades diferentes, mientras no te encuentres un holgazán que por no caminar se estacione en los cajones marcados con el símbolo conocido. Ya que sacamos la tan esperada tarjeta de INSEN ahora llámese INAPAM cuando se cumplen los sesenta floridos años, entonces ¡viva!, gozamos de descuentos en los autobuses, compras, algunas; pagamos menos impuestos, y cositas así. Entonces, cuando nos conviene tenemos sesenta y pico y cuando celebramos el cumpleaños nos quedamos en los sin número.
Y ahora viene la parte cómica que algunas personas recurren desde que sale la primera, si la más temida o la segunda más, o la tercera, depende de las prioridades; ¡las canas!, comienzan a comprar botes y más botes de tinte para ocultar las señales de la vejez; acaso no saben de la genética, esa que cuando se es adolescente se cobra la factura y salen al por mayor haciéndolos viejos ficticios antes de tiempo; se hacen Santa Claus a los veintes. Después vienen las segundas nupcias, las arrugas ay que sufrimiento, sin pensar que de igual modo la genética sale a relucir; si eres blanquita, ito, seguro te verás más arrugadito, ita, de los que se verá un apiñonado o un moreno o un carbón; si te gusta asolearte como lagartija también será factor, si no acostumbras de perdida poner te crema corporal, otro tanto; pero, como les gusta ponerse madre y media de cremas para las arrugas que aún no aparecen en el mapa curricular, geles para las ojeras, caray si durmieran bien tal vez no serían tan notorias. Luego llegan al supermercado y ven champo para evitar la caída del cabello, ¡bueno no, si se tiñen el cabello cada semana como no quieren tener tres cabellos!, de ahí me voy al otro segmento de la triste realidad, los colgajos que se notan en todo el puerquesito, esos que con el tiempo y un ganchito llegan para quedarse, a menos, que, sean de esas personas que toda la vida estuvieron metidos en el gym; haciéndose chaquetas mentales de verse como Bo Derek, ya esa está pasada de moda. Si son de los que nunca en la vida se ejercitaron, perdón pero mejor piénselo con  mucha meditación de pensamiento analítico, puesto que los músculos que se pone a trabajar después de que los dejan a salir a pasear, tienden a estar en reposo luego entonces llegan los kilos de más y, ¡pregunten cuanto les va a costar bajarlos! Es un verdadero horror y no otra cosa; y hace su aparición la dietas; si no crean que se me estaban olvidando, no, nuncamente jamás, amén de que ya las estaban amando, por aquello del colesterol y los triglicéridos y la falta de vigor sexual; ah, acabo de tocar el punto neurálgico, nos da la sejuela y se nos seca la panocha, no tenemos ganas, no se nos para ni con el Himno Nacional, ni viendo porno; luego nos enteramos que con batidos de aguacate y avena se nos para, y con los de salvado con calabaza se moja el agujero, pero son dichos, nada confirmado.
Mis queridos lectores de este espacio cultural y colectivo, y no es pecera de la Cuidad de México; después de varias apretadas líneas y de que se miaran de la risa, también se sale la pipí con mucha facilidad después de que la vejiga se cuelga y la edad llega, punto y aparte; pueden reírse todo lo que quieran, es válido, forma parte del chou para que no sea tan amargo el trago de edad. Quiero que se pongan a pensar; ¿qué harán cuando lleguen a la edad de la adultez, cuando pasen a la edad de la vejez y luego a la edad de la vejez- vejez?, ¿qué pensarán cuando estén el periodo de transición del olvido al ya no me acuerdo? ¿Qué harán?
Todos sin excepción, claro está que sea por muerte prematura, llegaremos a la vejez, sin duda alguna y sin temor a equivocarme. No es solo el que pensemos en lo que no queremos pasar, que nos pongamos las pilas desde la infancia y digamos: no quiero estar como mi bisabuela, o llegar a la adolescencia y decir: no quiero ser como mi abuela, llegar a la madurez y decir: no quiero estar como mi madre.
Yo, estoy en la plenitud de la vida, ¿cuál es esa?, cuando lo descubra se los digo. Tengo la edad en que a  mí en lo personal no me da pena decir que tengo cincuenta; mi trabajo me ha costado. No me pinto el pelo y tengo ya canas, pocas; me gustaría tener más. No se me ve la edad que tengo, por genética, somos de familia traga años, estoy más bien gorda después de que era más bien esbelta; pero los atributos físicos en mi caso, son realmente algo, a lo que no le doy importancia, pero muchas otras personas sí.
Me dicen que estoy en el momento justo, que tengo muchos años por delante para hacer miles de cosas; me pregunto ahora, cuando empieza la madurez y pasamos a la vejez. Todo este marasmo de ideas, ejemplos y razonamientos los hago por una razón, y es mi madre. La madre o el padre de muchos, el tío, el abuelo o abuela, el marido, la esposa; por miles de personas que están o van a estar en esas condiciones.
La veo cada día, la observo desde hace muchos años, trato de entender sus múltiples manías, sus miedos, sus traumas. Detecto sus repeticiones y sus olvidos, sus enojos y sus aceleres; el preocuparse en demasía y pensar, que todo es parte de la edad, ¿es la edad? Yo olvido muchas cosas, a veces me calvo en el sillón de la tele y me quedo acostada, hasta que me vomita, me deprimo, me acelero. Pero cada día me pongo a pensar sin poderme quitar esa imagen de la cabeza, ¿cómo quiero llegar a la edad de la vejez? Y no encuentro la respuesta, solo sé, que no quiero estar necia, repetitiva, lenta, enojada, deprimida, y demás cosas que veo en muchas personas y, entonces caigo en la cuenta de que voy a llegar a eso inevitablemente, que puede que no quiera estar con mis hijos, que tal vez esté sola, no lo sé, que podría ser que me vaya antes tampoco lo sé; pero que indudablemente llegaré  a los sesenta, setenta, ochenta y puede que más puesto que mi genética es de longevidad.
A  lo que tenemos miedo es a lo que no sabemos, de lo que no tenemos control, de lo que se nos escapa de las manos como se van los años a nuestro paso, de las limitaciones y los deterioros; pero que cuando nos dicen que podemos cuidarnos desde antes, tener actividades que nos proporcionen agilidad mental y física, que podemos tomar en cuenta que como todo motor al cual debes engrasar, así el cuerpo se debe de llenar de cosas que nos hagan sentir mejor; pero nos cuesta trabajo entender que, ya no aguantamos desvelarnos como lo hacíamos apenas hace un año o menos, que los alimentos ya no nos hacen lo mismo, el nada, lo que el viento a Juárez, que el sueño no llega como antes o a la inversa, nos gusta dormir de más. No queremos atender las pequeñas señales que nos van llevando de la mano al acumulamiento de dejadez absoluta y luego, nos quejamos de que ya nos estamos poniendo viejos.
Pero, solo entonces, no vemos que siempre he pensado que la edad es, como la veo en mi madre, relativa e indeterminada, que nada tiene que ver la mental de la física, y la real de la que queremos tener, de lo contrario no habría jóvenes viejos y viejos jóvenes. Sí y es verdad, lo sé con la absoluta certeza de que podemos tener tres o cuatro edades, todo es cuestión de cómo te sientas, de cómo vivas, de lo que heces en lo cotidiano y, sobre todo de lo que esperas hacer cuando de verdad tengas la supuesta edad de la vejez. No en vano se han visto videos de personas entradas en años bailando, saltando de un paracaídas, viajando por el mundo y demás cosas que no es que las hagan por que no las hicieron en la juventud o porque tienen unos meses de vida, las hacen sencillamente porque les gusta vivir la vida, puesto que solo hay una.
En el entendimiento, de que podemos hacer todo lo que se nos pegue la gana siempre y cuando no sea atentar contra nuestra propia vida, entonces podríamos llegar a los cien años pensando y sintiendo que tenemos la mitad; ahora bien, dicen, que cuando se es viejo, depende de que llamemos viejo, se tiene la sabiduría, la experiencia y la capacidad que no se puede tener cuando se tiene cuarenta o quizás cincuenta; perdón, pero creo que tampoco tiene la edad que ver con esos detalles, podría ser que se llena uno de más experiencias, pero, me pregunto si en ocasiones después de tener los miles de años descubrimos que no hemos madurado nada, que no hemos aprendido nada y que no sabemos nada, entonces a que se le llama experiencia, a nada. Luego, si siendo jóvenes, nos comportamos como ancianos quejumbrosos de todo, quejándonos y gruñendo al grado de tener el rostro surcado de arrugas de tanto tenerla fruncida igual que su tuviéramos un limón permanente en la boca; entonces no hemos aprendido nada, ni nos queremos siquiera, menos queremos a los demás verdad y llegamos a la conclusión de que, la vejez no significa nada si no se vive dentro de la edad que vamos teniendo, con más o menos coherencia, sin dejar a un lado ese razonamiento que decíamos, vive como quieras, siéntete como quieras.
Me da miedo llegar a eso, al momento en que mis supuestas limitaciones hagan mella, pero creo que nada de eso puede ser tan lamentable, como dejarme creer que he llegado a ella sin haber disfrutado de cada año con intensidad y felicidad, con coherencia y sin ella, con demencia pero de hacer todo lo que quiera y, a la vez, no hacer nada cuando amerite no hacerlo.  
Todos aquellos que no quieran llegar a viejitos, o ya lo son o están a punto; así tengan veinte, treinta o más. El que no entienda a los viejitos que tiene cerca, pobres, no saben de lo que se pierden, ¡es lo más divertido!, y lo mejor que podemos tener, llenarnos hasta los poros de todo lo que nos pueden brindar, experiencia, sabiduría, amor sin condiciones, paz y felicidad; aunque se les olviden los lentes en el refrigerador. 

 

aría Gabriela Rodríguez, escritora con dos obras publicadas. La primera Éxtasis por Editorial  Lacre, la segunda Las extrañas siluetas de Darien editorial Caliope; ambas en España.
Tengo dos obras terminadas y varios escritos guardados en el archivo de “desempolvar pronto”
Tengo 49 años. Casada, con dos hijos y un nieto. Amante de la lectura y el labor de escribir nunca como obligación, jamás con prisa. Me gusta la forma en que alterno los quehaceres domésticos disfrutando de mi hogar, con ese espacio tan propio para el oficio de contar historias.
No tengo un estilo peculiar  y no me he encasillado en un género en particular; simplemente dejo que las ideas de  momento salgan a la luz, de forma natural.
Nací en la Cuidad de México, actualmente radico en Querétaro desde hace 23 años.
Tengo el bachillerato terminado. He tomado varios curso por internet; todos relacionados con el oficio de escribir. 
Correo electrónico: 
kikacr_68@hotmail.com
Dirección: av. Pie de la cuesta 3210-22 col. Paseos del pedregal
Teléfono: 4424835378
Fecebook: María Gabriela Erika (María Gabriela Rodríguez)
Twteer: Mariagabriela     @gaviotitakika

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Promocional del libro Las extrañas siluetas de la vida de Darien de Gabriela Rodríguez

 

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