No. 20

NOVIEMBRE 2018

No. 20 - NOVIEMBRE DE 2018

PÁGINA 18

 

Nació  en Mendoza, Argentina, el 18 de marzo de 1971. Estudió la carrera de Letras y se desempeña actualmente como docente en escuelas secundarias. Fue reconocida en 1992 en el concurso “Plaqueta Literaria” de la UNC y en 1997 la Sociedad Argentina de Escritores filial Mendoza la premia en el Concurso “Reciclando Letras.
En 2014 fue designada Embajadora de la Palabra por la Fundación Égido Serrano de Madrid España. La revista mexicana “Vómitos de letras” ha reconocido y publicado ensayos de su autoría. Su narración “Amar y querer” alcanzó casi dos millones de visualizaciones en las páginas de internet y más de cien mil reproducciones en YouTube.
Es autora de dos libros de poesía: “De mi alma a la tuya”, “Guiso de lentejas. Literatura sin recetas”, “Rumores de acequias”, “Tayel” y “Si te atreves a volar” –inédito. Ha colaborado las antologías: “Río de palabras” Ed. Mis Escritos; “Cuentos de terror”, “Mujeres poetas 2016”,  Ed. Equinoxio; “Poetas contemporáneos” Ed. Dunken.disfrutando de mi hogar, con ese espacio tan propio para el oficio de contar historias.
No tengo un estilo peculiar  y no me he encasillado en un género en particular; simplemente dejo que las ideas de  momento salgan a la luz, de forma natural.
Nací en la Cuidad de México, actualmente radico en Querétaro desde hace 23 años.
Tengo el bachillerato terminado. He tomado varios curso por internet; todos relacionados con el oficio de escribir. 
Correo electrónico:
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Dirección: av. Pie de la cuesta 3210-22 col. Paseos del pedregal
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VIVIANA BALDO -ARGENTINA-

EMPANADAS SIN SAL

 

Ensayo


 
No daba tiempo para llegar a casa y me quedé a almorzar en el buffet de la escuela. Pedí empanadas. Las empanadas del delivery son extremadamente prolijas en el repulgue y con un dorado perfecto. Seguramente el cocinero pone mucho esmero en la temperatura del horno y en el tiempo de cocción. Pero quiero decir que tienen un detalle que me disgusta: son desabridas. ¡Y no hay nada peor que una empanada desabrida! No hay forma de agregarle sal. Aunque tenga todos los demás condimentos en orden, si le falta sazón, no es empanada. Además, ¿cómo se le agrega sal a una empanada? ¿Bocado tras bocado? ¿Y si son varios los comensales, se formará una especie de ruleta, con el salero pasando de mano en mano? Insisto, las empanadas sin sal no son empanadas. Las de mi abuela, en cambio, no tienen tanto detalle y a veces poseen una  costra quemada pero son Empanadas, así con mayúsculas.
La educación en mi país es una empanada. Pero no como la de mi abuela, sino como la del panadero del buffet, porque le falta el gusto a lo propio. Le faltan esas cosas que reconocemos. Por eso mis alumnos sienten el sinsabor, el disgusto, lo amargo, como yo con aquella empanada.
Cuando algo no nos gusta no podemos saborearlo, lo rechazamos, protestamos y aparece así la historia nuestra de cada día: indisciplina, inconstancia, materias desaprobadas, y la consecuencia inmediata que se manifiesta en sanción, citación a los padres, discurso del directivo, intervención del equipo de orientación. Porque los chicos de hoy están ingobernables… ¿Vio? No respetan a los adultos, no tienen interés por aprender, nada los incentiva… ¡Son chicos abúlicos! Y como dice la vecina de la escuela a quien le arrancan las flores y ensucian la vereda: - ¡En mis tiempos no se veía esto! Los chicos respetaban, cuidaban las cosas, pero la juventud de ahora es un desastre… ¿A dónde iremos a parar?-  Y sí, tiene razón, en mis tiempos la masa de la  empanada estaba hecha en casa con harina cuatro ceros.
En ese afán de querer satisfacer a todos y buscar soluciones,  se lanzaron  reformas educativas, nuevos diseños curriculares, propuestas de trabajo innovadoras, que ponderaron la inclusión de  sectores vulnerables y establecieron  nuevos parámetros para la educación. Se quitaron disciplinas, se agregaron contenidos, se reformuló el sujeto educativo, se establecieron acuerdos para asegurar que la educación en la Argentina formara ciudadanos completos, capaces de insertarse socialmente  y de contribuir con la comunidad en forma activa y participativa. Y pienso: ¿por qué si hay tan buenos cocineros trabajando en esto, no se consiguen resultados válidos, sólidos y duraderos?; ¿por qué las empanadas del delivery siguen siendo desabridas? Creo que la respuesta la tiene mi abuela y las manos de mi abuela que desde chica amasaron, sazonaron, condimentaron en su justa medida. Fueron aprendiendo en las largas mesas de domingo la dosis justa del aliño y la forma perfecta de la masa.
Por eso,  el gran problema de la educación argentina es la falta de apuñado,  la carencia de cultura, la incapacidad de definir un modelo de hombre, consensuado y asumido desde la convergencia de opiniones y concepciones, que perdure en el tiempo. Se habla cada vez más de la crisis por la que atraviesa la escuela actual. Profesores y padres se quejan del deterioro progresivo del nivel educativo. En los medios de comunicación aparecen continuamente noticias acerca de los niveles crecientes de fracaso escolar, de los continuos casos de violencia y agresividad que protagonizan los alumnos, de las  bajas laborales y depresiones del profesorado. Se oye hablar de la caída del nivel  a causa de la falta de contenidos intelectuales y éticos. Las autoridades proponen  diferentes medidas de refuerzo de la escolarización, proyectos de acompañamiento, jornada extendida, cambios en el currículo. ¿Sirven realmente estas medidas? A mi modo de ver, los recursos humanos y materiales invertidos en mejorar el sistema, no sirven de nada. Tanto el nivel de contenido intelectual como el de comportamiento civilizado se han degradado, paralelamente a la implantación de reformas. Hoy los docentes son chef al mejor estilo reality show, que reproducen recetas para ganar el desafío pero nadie tiene en cuenta la verdadera sazón.
 Desde siglos la educación en la argentina respondió a intereses políticos. No fue el bosquejo de una sociedad identificada y madura que en función de sus intereses elaborara un sistema de transmisión de saberes. Educar es transmitir valores, es perfeccionar a la persona humana en su inteligencia y voluntad para la obtención de un fin. García Hoz definió educación como “el perfeccionamiento de las facultades específicamente humanas”. Un perfeccionamiento que debe estar orientado a un fin, debe tener un sentido y ese sentido lo da, según creo, la cultura, la valoración que socialmente se le da al individuo. Y es aquí donde la educación argentina tiene un gran agujero por donde se están escapando hacia el vacío todos los esfuerzos por mejorarla.
 Sin embargo, las formas que ésta ha asumido a lo largo de la historia, respondieron a  las particularidades de las etapas que la sociedad fue viviendo. En este sentido hablamos de la educación  como un fenómeno y un producto histórico - social, en contraposición a la naturalización que implica concebirla como universal y eterna. La educación sistemática que conocemos en la actualidad, centrada fundamentalmente en el sistema escolar, con su división de niveles asociada a grupos de edad específicos en forma secuencial, responsabilidad de los estados nacionales,  es una construcción reciente de la humanidad. Es un producto de la modernidad. Igual que el sistema de producción de empanadas del buffet de la escuela.
En tanto proceso de construcción histórica, la educación obligatoria y gratuita es el resultado de un conjunto de procesos políticos y sociales que se dieron a través del tiempo y que fueron moldeando las piezas que permitieron la emergencia de los sistemas nacionales de educación que hoy conocemos. La educación tiene dos aspectos referidos a la socialización de los jóvenes. Por un lado distribuir normas, valores, principios y habilidades comunes al conjunto de los sectores sociales y por el otro, asegurar la obtención de conocimientos específicos para poder cumplir con su función. Desde esta perspectiva, el Estado, en tanto representante de la sociedad y garante del bien común debe asegurar la transmisión de los principios que rigen la dinámica social.
Si miramos nuestra historia desde la colonización sabemos que en principio la educación respondía a intereses “reales” de transmisión de valores cristianos. Los Reyes Católicos orientaron la educación de los habitantes de América para que fueran súbditos leales y buenos fieles cristianos, en concordancia con el ideal del siglo. Así quienes administraron la educación en la Argentina eran los colegios cardenalicios, conventuales y el fin que perseguían era puramente religioso; en una sociedad en donde lo religioso era cosa de todos los días. 
Con el Liberalismo, en cambio, se apuntó a construir un sujeto que respondiera a los intereses capitalistas y participara en la producción. Entonces el perfil del educando pasó de ser un individuo religioso a un número en una gran masa, donde era evaluado según lo que producía. Se pasó de la grata y cotidiana comida de domingo a la elaboración masiva de empanadas  para todos los que se quedan a almorzar en la escuela.  De esta manera, la cultura social repercutió en la escuela con los cambios de modelos educativos. Desde esos tiempos sigue latente  la búsqueda del perfil de hombre argentino que aún no se define. Se dejó de lado a la religión convencional  y se impuso una nueva religión con valores liberales que constituyó a la Escuela como la base de una nueva “Iglesia laica”.  Una Iglesia que como hacía la del Antiguo Régimen, apuntaló a un neofeudalismo contemporáneo a cambio de recibir sus privilegios y cuyo problema es la negación del protagonismo del individuo para desarrollarse y construir su propia vida.
¿Es legítimo que el Estado imponga una escuela- religión, cuyo resultado es convertir a los individuos en seres dependientes, carentes de responsabilidad, que pregona sus derechos y que aspiran a vivir como simples engranajes al servicio de una economía de consumo que a su vez beneficia a un poder empresarial en simbiosis con el poder político? ¿No se debería al menos dar opción a los niños y a los jóvenes a seguir las vías alternativas de formación intelectual y del carácter que sus padres crean las mejores para ellos? ¿No nos deberíamos ocupar más por el relleno de la empanada?
Con la llegada del Marxismo y los intereses sociales, el ideal de la educación buscó la inclusión. El “todos y todas” mal versado, que manifestó  una búsqueda de igualdad y escondió una masificación del individuo, más allá de lo que se figuró como sujeto activo.
La evolución de los sistemas de información en las sociedades, medios masivos de comunicación, tecnologías informacionales y demás, modificaron  las relaciones entre los productores y consumidores de conocimientos. El papel de la escuela como transmisora de saberes deja de ser central. En este sentido, aparecen nuevas problemáticas a las que debe responder como es el caso el diseño de prácticas que contribuyan a la conformación de la identidad y la subjetividad. Sobre todo esto último, que a mi criterio es la base del éxito o fracaso escolar.
El alumno fracasa en la escuela, porque no la ve como una parte de su proceso social, y esto pasa porque no tiene conciencia de  sociedad debido a que antes perdió la conciencia de sí mismo. Esto es como olvidarse la receta para hornear empanadas. Se olvidaron  de pensar quiénes son. No se conocen. Se los educa para insertarse socialmente, pero se obvia  la reflexión sobre sí mismos. Se enseña que Roma es la capital de Italia, que las oraciones pueden analizarse sintácticamente, que las paralelas son rectas que jamás se juntan, pero ¿cuándo se enseñará, además, lo que ellos son?¿Cuándo se hablará sobre  la importancia de fijarse objetivos y metas cortas como escalones para los grandes desafíos?¿Cuándo se les dirá que tienen deberes morales, más allá de los impuestos socialmente?¿Cuándo se les explicará que cada día hay que comprometerse a aprender un poquito más para ser mejores personas? A cada se le debería decir:¡Eres una maravilla! ¡Eres único! ¡Tienes capacidad para ser cualquier cosa que te propongas! ¡Cada día tienes una oportunidad para ser mejor de lo que fuiste ayer! ¡Debes saber que la buena empanada vale por la carbonada, no por su pinta exterior!
Por eso, vuelvo a insistir en que en el  afán de la escuela de buscar su fin en lo social, se perdió la búsqueda del propio ser humano. Por ejemplo, un norteamericano es educado casi desde la cuna para reflexionar sobre su condición, y desde el momento en que es capaz de actuar emplea todos los medios para mejorarla.
En la Grecia de Aristóteles, no había escuelas al modo de los actuales establecimientos.  Ningún lugar donde los chicos gastaran su juventud asistiendo a una instrucción permanente bajo órdenes de extraños. Es más, nadie hacía deberes en el sentido moderno, nadie podía ser situado mediante exámenes estandarizados. Los exámenes que importaban llegaban en la vida, al esforzarse en alcanzar los ideales que imponía la tradición. Para los griegos, el estudio era su propia recompensa. La misma palabra scholé significaba ocio, entendido como el espacio para pensar y reflexionar. ¿Y qué pensaban? ¿Sobre qué reflexionaban? 
La escuela más famosa de Atenas fue la Academia de Platón, pero físicamente no tenía aulas ni timbres. Era un lugar frecuentado por pensadores e investigadores, un lugar de buena conversación y buena amistad, de discusión sobre valores,  cosas que Platón pensaba que estaban en el centro de la educación. La asistencia era opcional. La idea de escolarizar hombres libres hubiera sublevado a los atenienses. La instrucción obligatoria era para esclavos. Entre hombres libres  aprender era una autodisciplina, no el regalo de expertos. Por su historia de quinientos años desde Homero a Aristóteles, la civilización ateniense fue un milagro en un mundo bárbaro. En esas circunstancias, los profesores florecían allí pero ninguno estaba situado en edificios fijos con currículos regulados bajo reglas burocráticas.
Hoy estamos quitando los fundamentos de ser humanos y paradójicamente queremos que los alumnos se inserten socialmente como individuos productivos. Nadie puede dar lo que no tiene. No se puede pretender  insertar al alumno como persona activa socialmente si no  sabe y  tiene plena conciencia de lo que es ser persona. Y en este manotazo por buscar soluciones se quitan materias que se consideran caducas cuando en realidad responden al propio ser humano, a la reflexión sobre sí mismo, al conocimiento de ideas superiores, de ideales. Estamos vaciando al alumno y aseguramos darle contenido. Contenidos que no le sirven para la vida sino que siguen respondiendo a intereses políticos de grupos minoritarios en quienes se centra el poder de turno y de quienes dependemos para proponer el futuro. Un futuro que cada vez será más obsoleto por falta de valores firmes y de ideales que muestren hacia dónde queremos ir. Propuestas y más propuestas que caducan con el tiempo.
Apuntalar la cultura es el gran desafío con reflexiones desde lo trascedente, lo sustancial, lo que permanece más allá de los intereses de políticas del momento. Y desde ahí edificar la escuela respondiendo a valores permanentes. Tenemos que hacer una elección de una vez por todas. Si hiciéramos universales las bibliotecas gratuitas, fomentáramos grupos de discusión pública, favoreciéramos aprendizajes de vida,  se pagara a los padres (si hubiera que pagar a alguien) para ayudar a sus hijos  en casa usando el dinero que ahora gastamos en sostener inclusiones que no incluyen y lanzáramos un programa nacional intensivo de restablecimiento de la familia y de las economías locales, la pesadilla escolar argentina se alejaría.
Si queremos mejores aulas, mejores alumnos, mejores docentes, deberíamos volver la espalda a los sistemas globales, a expertos con experiencia y a especialidades especializadas y comenzar a hacer nuestras propias escuelas una a una, lejos del alcance de los sistemas. Tenemos que empezar a hacer empanadas, como las de mi abuela, con ese gustito a familia, a tradición, a pueblo, que no se compra en el buffet
 
Viviana Baldo (Mendoza- Argentina)