No. 20

NOVIEMBRE 2018

No. 20 - NOVIEMBRE DE 2018

PÁGINA 4


 

DIEGO VALBUENA -COLOMBIA-

MIÉRCOLES DE CENIZA

 

 


Puede que tuviera 10 u 11 años. Lo más seguro es que fueran 11. William tenía 14. Puede que tuviera 15 pero se veía tan infantil como nosotros los pequeños. Lo que lo diferenciaba era su sentido del humor, negro, sarcástico, cáustico. Amaba el rock argentino y tenía varios acetatos de Miguel Mateos, su artista predilecto. En cada conversación buscaba imitar ese acento que siempre me ha parecido más bien ridículo. Alargar las eses en todas las palabras, convirtiéndolas en una che distendida. William me hacía reír mucho. No recuerdo por qué razones yo me la pasaba en su apartamento, después del colegio. O a veces entre semana en las mañanas. Tal vez porque yo estaba en vacaciones y él no, tal vez porque ambos capábamos clase. Nos reuníamos con Christian y Liliana y ella hacía una tabla ouija en una hoja de cuaderno. Siempre yo era el marrano, el conejillo de indias. Nunca he creído en lo paranormal ni en lo extrasensorial, así que verlos concentrados tratando de convencerme de la existencia de fantasmas y de regresos de muertos del más allá se me hacía muy divertido. Lo que no era divertido era cuando me rayaban la cara con una moneda de dos pesos, con el pretexto de que con cada movimiento sobre la ouija tenían que invocar no sé qué mierdas y por eso me pasaban el filo de la moneda por la cara. La primera vez salí del apartamento de William con toda la cara llena de rayas. La segunda les dije que comieran mierda. Mi ingenuidad les divertía, pues yo confiaba mucho en ellos, en especial en William. Con la misma confianza un día me dijo que lo acompañara al centro, al parqueadero que la familia de él administraba. Era entre semana y era de mañana. Yo me congelé de miedo pero él me dijo que estaríamos de regreso antes de mediodía y que nadie se enteraría de nuestro pequeño viaje. Vivíamos al occidente de la ciudad, cerca del aeropuerto, y no se imagina lo desesperante que puede ser el escuchar despegar y aterrizar aviones desde las siete de la mañana hasta las diez u once de la noche. Al final uno se acostumbra, pero el escándalo es permanente. Después de pasar uno de esos muchos aviones le dije a William que sí, que lo acompañaba, pero yo no tenía un peso en los bolsillos y nunca había viajado solo en bus. No va solo, chino marica, me dijo, va conmigo. Salimos a la calle principal del barrio y él, con una seguridad que le desconocía, le hizo el pare a una buseta y nos subimos. No recuerdo nada del trayecto, no sé si hablamos o yo me quedé en silencio, pasmado, mirando por la ventana o al conductor que bien podría ser uno de esos muchos rockeros trasnochados, de chaleco de jean y greñas desordenadas lavadas en laca para que se vean así. Creo que William me habló todo el recorrido, seguramente hablándome de sitios que creí que nunca conocería, de salidas que él ya había tenido, de esquinas y bares y tiendas. Me cuidaba como su hermano pequeño miedoso. Él era el menor de su familia pero se comportaba conmigo como si me quisiera adoptar o adiestrar. Lo primero que pasara. Me dijo que ya nos bajábamos y brinqué de la silla y me vi en un lugar gris, como con neblina pesada, rodeado de edificios que se me hacían infinitamente altos. Cruzamos un par de calles y llegamos ante un enorme portón por donde entraban y salían los carros del parqueadero. William iba a dejar una plata a la mamá y a cambio él se quedaba con un mínimo porcentaje. No recuerdo nada del viaje de regreso.
Después de ese día sentí que mi amistad con William estaba en un plano superior, en un grado mucho más alto, en una condición de exclusividad. Siempre salía para verme con él, para hablar con él, para hacerlo reír. Pero él ya era uno de los grandes, de los que bebían y fumaban y salían por las noches a fiestas o a sentarse en la esquina a ver pasar gente y hablar mierda. Yo tuve que esperar dos años para ser uno más de esa esquina.
Tres años eran un enorme abismo. Yo seguía siendo un niño, él ya era adulto. Ya no me veía como su hermano menor sino como su mascota. Ya no se reía conmigo, ya era la burla para sus amigos los grandes. Nuestra amistad se fue diluyendo como la vida en esas fuertes brisas y corrientes que terminan siendo el tiempo mismo.
William y su familia se fueron del barrio. Ahora vivían más hacia el sur y yo pensaba que eso era muy malo porque pensaba que vivir al sur era todo lo malo. Pero no era un lugar feo, eran casas pequeñas, como apretadas, pero todas muy bien pintadas y arregladas, con antejardín. William siempre fue un niño consentido, así ya tuviera más de 20 años. En su nueva casa ahora había un computador Acer con módem para conexión a internet. ¡Qué gomelo! William ya caminaba poco. Tenía una recién adquirida prótesis en su pierna derecha y le cansaba usarla. Yo le enseñé en qué salas de IRC chatear. De nuevo yo era su hermano menor que le enseñaba una que otra cosa.
Recién cuando cumplí 20 años me dijeron que William había muerto. Cáncer, me dijeron. Todos nos vestimos de lo más negro que pudimos y fuimos al velorio. Era un ambiente pesado, como falto de aire, como imposible de sobrellevar. La mamá estaba devastada y la novia no paraba de llorar. Yo no lloré en ese momento. Lloré cuando nos reunimos esa misma tarde en uno de los parques del barrio que nos vio crecer, ese mismo parque en el que nos trepábamos a los árboles a jugar escondidas americanas y en el que William y yo éramos simplemente dos niños tontos jugando a ser pequeños en un mundo que nos pedía a gritos ser grandes. Esa tarde, en ese parque, comencé a escuchar en mi cabeza esa canción de Caifanes que hablaba de la infancia y de lo perdido, de lo que se va y no regresa. Ese día lloré cantando Miércoles de Ceniza.

 

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EL OLVIDO
 
-Doctor, ¿por qué no publicamos?
-Publicar, ¿qué?
-Pues esto, lo que escribimos.
-¿En serio cree que esto vale la pena, Maestro?
-Yo lo creo, pero siento que algo falta, algo nos falta.
-Y sí que nos falta. Influencias.
-Pero si usted ya es maestro, de camino a ser doblemente doctor y yo…bueno, yo estoy en camino de cualquier cosa. ¿No es suficiente?
-No señor. Mire a su alrededor. Mire quiénes y cómo publican. ¿Ya vio a los Invertebrados echando raíces? Ahora resulta que una editorial jurídica publica literatura. Tiene nombre mitológico. Diga usted: Juno.
-¿Como el jabón?
-¿De qué me habla?
-Olvídelo. Y usted que es un Doctor en leyes, ¿no se le abre el camino de la fama y el reconocimiento, bien sea por sus peripecias leguleyas, bien por sus premios?
-No. No me mire así que no estoy siendo pesimista. Usted es un escritor tibio, Maestro, y a mí todo me vale mierda. Más aún eso de publicar. Recuerde que esa es su obsesión, su mantra, ser publicado así sea en el pasquín más paupérrimo y nauseabundo. ¿De qué le ha servido?
– No de mucho.
-Ahí tiene. ¿Cuál es su afán, Maestro? Nos leen, de eso estoy seguro, pero es cierto que es un minúsculo grupo de personas que no es que disfruten de lo que hacemos. Más bien están dispuestos a rompernos las rodillas. En cambio, los literatos jurídicos, se vuelven intocables, como los Invertebrados, que han llegado tan profundo que nadie ni los toca ni los mira ni les dice nada. Son su propia verdad.
-La verdad, Doctor. ¿Será que nos falta nuestra propia verdad? Ya no soy un ser de afanes. Pero, desde que me volví usuario frecuente de Internet, lo que siempre he querido, mi propia verdad, es la de lanzar más lejos lo que escribo. Lo que pasa es que llegamos tarde, Doctor. Usted bien sabe que eso del blog está más muerto que MySpace.
-Anacrónico.
-Pero muy cierto. Y, ¿qué otro medio queda? El carelibro es un cúmulo de noticias falsas y peleas políticas pagadas. Tuiter es otro despojo rancio. Tener dominio propio, es un eufemismo para hablar de lo inestable que son nuestras vidas. No somos de grandes editoriales, ni siquiera de muy pequeñas, como la del jurídico esteta. ¿Qué camino nos queda?
-El olvido, Maestro. El olvido.
-Es cierto que yo olvido todo. Pero si tomé la decisión de escribir una vez por allá hace veinte años fue precisamente pensando en que podría ser leído por mucha más gente que en tiempos pre-internet. ¿Sabe qué descubrí? Que es exactamente lo mismo. Me ha leído la misma cantidad de personas…
-No exagere.
-…Bueno. Un poco más de personas que en aquellos días, pero igual el resultado es el mismo: nada pasa.
-¿Qué quería que pasara? ¿El Nobel?
-No sea marico. Tampoco tengo claro qué quisiera que pasara, pero que fuera algo…no sé…diferente.
-Maestro. No se esfuerce por la publicación. Dedique tiempo y ganas a la escritura, a sus historias, incluso a esos poemas incipientes que ha estado creando junto al poeta Medrano. Pero no se desgaste pensando y deseando aparecer en una antología de cuento bogotano sin esperanza, ni en compilados de escritores que se olvidan a la salida del lanzamiento. No olvide que somos muchos los que nos dedicamos a esto de las letras, de escribir, incluso de enseñar…
-Usted usa mucho la palabra incluso…
-…Y a media que aumentemos, la competencia será descarnada. ¿No ha visto, acaso, la cantidad de talleres de escritura que hay hoy en día? Ni que fuéramos Buenos Aires.
-¿Por el frío?
-Por lo presumidos. Las maestrías en escrituras creativas, sumadas a uno que otro premio y a una que otra publicación, lo que harán es saturar el mercado del taller de escritura hasta el día en que eso sea insostenible económicamente.
-De hecho, ya lo es, Doctor. Mírenos. Yo estoy raspando la olla del arroz y usted se ha exiliado en su pueblo natal. De hecho, tomaré al pie de la letra sus palabras y buscaré un casting de porno bizarro y haré lo que usted bien ha sugerido hoy con las letras.
-¿Qué fue lo que dije, acaso?
-El olvido, Doctor, el olvido.

 

 

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EL CARTÓGRAFO


La última vez que supieron del Maestro fue aquella del lanzamiento del libro del poeta Medrano. Hay quienes afirman que salió hecho un demente, otros que estaba pasado de tragos, unos incluso se atrevieron a decir que estaba drogado. Lo que todos recuerdan de común acuerdo era su estado alterado, sus gritos a los asistentes, su indiferencia para con el Poeta y los varios golpes que intercambió con otro poeta, al parecer, un Invertebrado o un Neo-Negacionario, nadie tiene certeza de ello.
El Doctor estuvo fuera de la ciudad por meses, regresó a su terruño de cobijas calientes y comida en abundancia. Mientras conducía de camino a las canchas de polvo de ladrillo de la 222, recibió la llamada del Poeta. ¿El Maestro? Ni idea. Anda perdido. ¿En serio? ¿Golpes? El Maestro no es así. ¿No le ha marcado? Usted sabe que no contesta cuando tiene sexo o cuando está borracho o ambas cosas. Ahorita lo llamo. El Doctor llegó a las canchas y se concentró en su torneo senior de tenis. Eran las semifinales y tenía chances de llegar a la final. Al frente, una mujer de casi 40 años pero en un estado físico envidiable incluso para él. Después de dos horas y media de partido el Doctor caía derrotado 6-4 7-6 6-3. Olvidó lo del Maestro y tomó ruta de nuevo hacia su terruño.
Por su parte, el poeta Medrano estaba trabajando en su siguiente poemario, Ínfimas dinámicas, setenta décimas rimadas con esdrújulas. El esfuerzo era demandante, así que se la pasaba mucho buscando esdrújulas por la ciudad, mezcladas con cerveza, ginebra y carnes curadas. Le tomó un año terminar el poemario que luego envió a tres concursos, dos locales y uno en España, cada cual con título diferente, esperando recoger el dinero que necesita para un año de completo ocio. Mientras revisaba Carótidas trémulas (también usó las esdrújulas para los títulos) se cruzó con dos versos que salieron del último lanzamiento, justo cuando el Maestro se revolcaba por los suelos con el seguidor Invertebrado o Neo-Negacionario. Fue triste, ni siquiera era poeta, apenas uno de esos groupies que asiste a cuanto recital hacen y aplaude y pide autógrafos y bebe con los poetas y los invita a su casa y beben hasta la perdición y, según cuentan, uno de ellos se folló a su novia y ella nunca le contó, pues después de ese coito estético ella sintió el llamado de las musas y escribió poesía como poseída y los Invertebrados la acogieron en su seno y ya le han publicado tres poemarios y la invitan a sus recitales y El Manteco y Washington de la Sabana la miran con deseo insalubre. ¿Habrá otro -entre sí decía- / más pobre y triste que yo? / Y cuando el rostro volvió / halló la respuesta, viendo y ahí recordó al Maestro con sangre en la boca o la nariz y el cabello revuelto y la ropa sucia y rasgada  y llamó al Doctor para ver si algo sabía. Oiga, ¿se ha hablado con el Maestro? Yo no sé. Desde mi lanzamiento ni idea del tipo. Estaba raro, como ebrio, como cuando esas polas en el BBC. Un orate completo. Llámelo a ver si aún está con vida. ¡Ay, Doctor!, usted sí que se ha vuelto amargado. Y hasta ahí de pensar en el Maestro.


Rafael Barrios. Sentado donde Doña Ceci. Bogotá, marzo de 2017. ¿Usted ha visto Easy Rider? Sí, la película de Dennis Hopper, Peter Fonda y Jack Nicholson. Más o menos así eran ellos por esos días. El Doctor, el Poeta Medrano y El Maestro, tal cual antes de que se marcharan de la ciudad. De lo que me enteré fue que el Maestro se inyectó alcohol etílico en el lanzamiento de Medrano y se prendió fuego. ¿Está vivo? Pero por acá nadie lo ha visto. Yo creo que debe estar por ahí tirado en alguna calle, ahogado en su propio vómito.


Hugo Montero, tomándose una cerveza en el bar de Homero. Bogotá, mayo de 2017. Por acá estuvo en diciembre, con esas putas que hacen poesía, o algo así, lanzando un pasquín de garabatos, esas cosas de ustedes los jóvenes, llenos de mierda rimada y versos que ya no dicen nada. Un tipo raro, ese tal Maestro. ¿Maestro de qué? Bueno, eso no importa. Yo diría que estaba atribulado pero en un estado soporífero, pues lo que dijo de la poesía de esa niña, muy linda la poeta eso sí, como una porcelanita de esas que regalan, toda blanquita y con su cabello negro jovial, usted la viera, pues no dijo nada, o lo que dijo no tenía sentido y se tomó como tres polas y se fue. ¿Usted sabe cómo se llama la poeta esta?
Andrés Ramírez, bodega BBC barrio Restrepo, junio de 2017. Claro, por acá estuvieron hace poco, ambos, Maestro y Doctor y un grupo de peladitas que no sé de dónde las sacaron. Casi todas jóvenes, al menos más que el Doctor, y eso que parece un niño, usted sabe. Pues lo vi tomando poco, mirando la hora a cada rato, salió sin darme cuenta, luego apareció, se despidió de mí y se fue sin decirle nada al Doctor. Eso es normal en él, usted sabe. Lo curioso, por llamarle así, fue que una de las peladitas, ebria como un putas, salió corriendo detrás de él. Ninguno regresó. Yo creo que debería buscarlo donde esté ella. El que sabe es el Doctor.


El Doctor, barrio Las Villas, Zipaquirá, junio de 2017. Otra vez. ¿No le conté la historia de las jardineras vacías? Ah, no, ese cuento lo echa el Maestro. No creo que use jardinera pero hace poco la debió abandonar. El Maestro debe estar retozando, refocilando, solazándose con esa niña. Lo que se me hace raro es que no conteste. Ni llamadas, ni correos ni Hangout, nada. Mi hipótesis es que la niña, no recuerdo su nombre, ha de tener un hermano controlador y posesivo, los ve salir de algún motel del Restrepo o de Chapinero y sin meditar, en esos instantes no se medita, debió golpear al Maestro hasta la muerte, o por lo menos hasta la dolorosa agonía. ¿Ya pasó por el Burdel? Allá lo conocí cuando el Maestro no era Maestro. Era más bien otra cosa, sin forma, oculta, una especie de monje pervertido. Eso no lo ha perdido.
¿Quién? Acá no hay maestros, hay profesoras, bastantes lo son pero maestro ninguno. ¿Alguien nuevo? No, nadie. Pero por la descripción que usted me hace es El Cartógrafo. Cuando yo llegué él ya estaba acá. Dicen que estuvo vagabundeando por toda la ciudad unos seis meses. Que estuvo enamorado y que algo le hicieron, cosas del amor, yo más bien creo que fueron líos de faldas, muy cortas. Se hacía llamar Aquelarre o algo así, como de brujas o de infiernos, y que de tanto fumar colillas y beber agua de lluvia, olvidó su nombre y que un día entró acá y dijo que necesitaba un mapa. Le preguntaron que mapa de qué y dijo que de su propia vida. Lo recibieron por lástima pero se terminó quedando. ¿Quiere hablar con él? Está allá, al fondo, recitando poesía de la mala.
 


 

Magíster en Comunicación-Educación (Universidad Distrital Francisco José de Caldas - Bogotá). Ganador del XXXVIII Concurso Nacional Metropolitano de Cuento (Barranquilla, Colombia). Ganador del Premio Distrital de Cuento Ciudad de Bogotá (2014). Ganador concurso Ciudad Narrada 2013 (Universidad Distrital).
Director Tallerista IDARTES – Gerencia de Literatura. 2013-2016. Docente Tallerista Núcleos de Formación Artística – Engativá. Área de Literatura. Enero 2015 – Mayo 2016. Director del semillero de investigación “Filosofía y cultura pop” del grupo De Interpretatione, Filosofía y Ciencia de la Interpretación, Pontificia Universidad Javeriana. Enero – Diciembre 2015. Director del colectivo No Escritores. Enero 2011 – actualmente.