PÁGINA 20

RICARDO RESTREPO  -COLOMBIA-

 

RETROSPECTIVA ESTRATÉGICA PARA NO MORIR

 

CAPÍTULO 5

 

Volví cerrar mis ojos y los abrí rápidamente; he viajado al tiempo pasado, y es inevitable recordar la muerte de los hermanitos Suescún. Creo que tenía yo, entre catorce y quince años, ellos estaban también en esa edad. “El Mono” Luis Fernándo un poco mayor que yo por meses y Juan Carlos como un año menor que yo. Ocurrió que en la casa de ellos, porque sus papás se volvieron muy permisivos, se hizo una fiesta por hacerla, sin motivo, como muchas que hacíamos. Se escuchaba música de rock pesado, de grupos de moda como Metallica, Kiss, Iron Maiden, Black Sabbath, Scorpions, de vez en cuando sonaba algo más suave como las famosas baladas románticas de Air Supply, pero de esas sonaban muy poco. Sonaba también la música punk de vez en cuando, no se cual más sonaba pero era un revuelto de todo y el ambiente estaba pesado porque llegaron personas que no conocíamos, se veían muchachos con peinados con los pelos como cepillos que se le dice “Mohicano o mohawk”, que para ese entonces veíamos estrafalarios; vestían chalecos negros sin camisas por debajo y en los brazos manillas con taches y estoperoles plateados de puntas y estrella, con botas de trabajo con punteras de metal. Comenzaron a poguear, a “bailar”  a manera de pogo, golpeándose los unos a los otros entre ellos y en cargazón, empujándose para hacer que los golpeados se estrellaran con las paredes y hacerse heridas. Se ha sabido que a veces de esos bailes resultaban con dientes partidos y bocas reventadas, con chichones, brazos partidos, arañados y de cosas como esas; yo sin haber entrado me enteré que estaban en función de “bailar” así y determiné irme a mi casa porque siempre he sido miedoso y había visto afuera que estaban fumando cigarrillos y mariguana. Ya eran muchos los que estaban afuera porque no cabían en la casa. Vi desde la puerta, porque me acerqué de curioso como muchos, y la luz estaba apagada, además vi que la sala-comedor estaba sin los muebles de la casa que supongo habían guardado, imagino en las piezas donde dormían y como solo eran dos piezas, estarían de forma apiñada para que hubiera espacio para el baile, no habían sillas y la verdad no era lo acostumbrado cuando hacíamos fiestas en esa casa o en la casa de las Olarte; porque en esas fiestas que hacíamos si había donde descansar mientras otros bailaban. En distintas partes por fuera de la casa, en lo que llamamos el antejardín, que en realidad no tenía jardín, sino que era una terraza toda de cemento y muritos para sentarse, estaban entre grupos preparando una bebida que llamaban “Chamberlain”  alcohol más cocacola, y la mezclaban en botellones en los que venía el vino “Trespatadas” que era un envase tipo garrafa con orejera de agarrar, pero de vidrio, porque el polipropileno aún no se usaba tanto como se usa hoy. Todos tomaban pegando su boca de la garrafa y se la pasaban luego de tomar y hacer caras de desagrado de lo fuerte que era. Alguna vez lo probé y era asqueroso, mi papá me advertía que cuidado tomaba de esa bebida porque había veces en que la preparaban sin cuidado y en vez de ponerle alcohol del que se toma, le ponían alcohol industrial y la gente se moría o quedaban ciegos. Los muchachos que llegaron con vestidos de punkeros y peinados de mohicano no eran conocidos míos, nunca los había visto y alguien informó que eran de una pandilla o “combo” como dicen en Medellín, llamada “La Ramada”, y que había salido del barrio Paraíso de Bello, arriba del parque principal como quien va para “El Trapiche”, pero un poco más allá. De ese sector siempre se había sabido que era muy peligroso y de ahí salían muchos delincuentes, pues es lo que cuentan porque delincuentes salen de cualquier parte, hasta de las casas decentes, y eso sería estigmatizar a todas las personas de un barrio. El caso es que yo relato hasta donde vi y como me parecieron las cosas. Yo estaba también con mi primo Julio, pero estábamos muy cerca de la casa y junto con él determinamos irnos, mientras caminábamos se escuchaba la disminución del ruido del rock pesado que no se desvaneció del todo y sonó por mucho tiempo y se alcanzaba a escuchar desde mi cama.  Cual si no pasara nada o cosa del otro mundo me dormí y solo hasta el otro día ya como a eso de las diez a.m., supimos porque Julio llegó a la casa contando que habían matado a Juan Carlos Suescún. No sé cómo supe la siguiente versión, no recuerdo a ciencia cierta quien la contó.  Dicen que Juan Carlos se enojó porque había mucha gente desconocida en el baile de su casa y les dijo que se fueran, hubo una pelea y al fin la fiesta se acabó y se dispersó, en esas, los de “La Ramada” vieron a Juan Carlos acompañado de Giovanny al que todos le decíamos “La chinga” por pequeño y vivía en la calle ocho que simplemente le decíamos así a su calle, “La ocho”, porque cuando al barrio lo hicieron no le tenían nomenclatura por calles sino por manzanas y esa se quedó así. Eso se lo consulté Mauricio Montaño, amigo de infancia con el que hablo a veces por “Messenger de Facebook” porque vive en USA, hay que darle los créditos a todos los que ayudan a reconstruir las historias. Sigamos…Llegaron los de “La Ramada” de nuevo a la casa de la tenebrosa fiesta cuando todos estaban durmiendo el guayabo de la parranda, pero ya era de mañana, ya había amanecido y creían que no iba a pasar más nada. Mientras se llevaron a Juan Carlos, algunos del combo se quedaron amenazando a los que quedaban en la casa; irrumpieron a la fuerza, amenazando y preguntando por los que estaban buscando, a Juan Carlos y a “La chinga” que no encontraban, lo sacaron de la cama a la fuerza y lo tomaron del pelo que lo tenía abundante y crespo, era un morenito muy lindo que hablaba con voz medio chillona y era muy formalito con todos, aunque ya se sabía que andaba en malos pasos, fumando mariguana y metido a marica porque en ese entonces no se hablaba que éramos gays, esa palabra no se mencionaba y nadie sabía que lo era, aunque lo fuera.  En ese afán que tenían por encontrarlos a los dos, lo insultaban con palabras como gonorrea, pirobo, hijueputa y todas esas palabras que decimos los paisas, cuando somos vulgares; lo interrogaban agresivamente y el respondía que no sabía dónde estaba “La chinga”. Él, muy asustado y de manera explicativa decía que el otro no había amanecido en esa casa de la fiesta, lo más seguro es que ya estaba durmiendo en su casa, lo seguían amenazando con una pistola que le ponían en la cabeza y lo llevaron en pantaloneta, sin camisa y descalzo, caminando y agarrados de su pelito crespo cual si fuera una marioneta hasta llegar a la manzana ocho, bajando por la veintidós y cruzando a la izquierda por la sesenta y uno, llegaron hasta la calle de la manzana ocho que tomaron a la derecha bajando, y casi en la esquina derecha, antes del almacén de variedades “La Ocho”, llegaron hasta la casa de Giovanny, todo ese recorrido en la misma forma, amenazando al pobre niño Juan Carlos y jalándole el pelito crespo ¿Qué alcanzaría a pensar durante ese tramo? Me imagino en todo ese recorrido hacia el calvario ¿Cómo podría estar sereno para aceptar lo que le iba a llegar en un momento? ¿Qué les diría?  ¿Cuáles serían sus súplicas a esos infames? Debe haber un momento de la agonía del cuerpo que la mente se entrega al desenlace final y recibe con resignación el fin que se aproxima, se abandona  a la situación y debe tener un estado de adrenalina emotivo que ante la situación debe tener un ingrediente placentero, el momento debe parecer eterno y la situación solo debe durar segundos, es más, es solo un segundo lo que separa a la vida de la muerte y su tono debe ser sublime. Nadie sabe qué ocurrió, solo él y sus verdugos, los mismos que le hicieron juicio y lo determinaron culpable por echarlos de su casa. Tengo entendido que “La Chinga” cuando tocaron a su puerta, se percató de lo que estaba ocurriendo y se saltó por el patio pasando por los tejados de los vecinos y logró escapar de la muerte “gemelica” que iba a obtener con su amiguito Juan Carlos. También irrumpieron en tropel, entraron en la sala sin soltar a Juan Carlitos del pelo, preguntando a gritos por el niño que salía en fuga y al ver que no estaba, asesinaron en presencia de los que estaban en casa a Juan Carlitos Suescún Vélez. Me estremezco en este momento, por la descripción que hago por la muerte prematura de este ser que compartió conmigo tantas cosas de juegos de todo tipo, con muchos de sus amigos y familiares. Juan Carlos no tenía por qué morir tan pronto, este niño, adolecente hace parte de la generación perdida de nuestro tiempo en los ochenta.  Muy cercana fue la muerte de su hermano mayor “El Mono” Luis Fernando, quien siendo tan querido también por todos, un monito pecoso, no muy alto, más bien de talla pequeña, se estaba dedicando a la gimnasia pero con malas compañías, era amigo de “El Memo” que vivía al frente de Cristina “La Loca”, no recuerdo el nombre de este que también hacía parte de la barra pero que por entrar a la moda de los llamados sicarios de Medellín ya estaba haciendo pequeños robos, asaltos y andaba armado haciéndose el valiente; cuando se lo miraba a los ojos se le veía trabado, mirada desorbitada con sus ojos rojos y hablado empelotado. “El Monito” también cayó en esos llamados combos y su compañero era “El Memo”.  Para el entrenamiento de sicarios decían los que sabían y mucho se ha hablado de esto, que encariñan al aprendiz con otro amigo, con una mascota o con algo o alguien con lo que logre una afinidad bastante cercana, no importaba que fuera familia, un hermano, un primo o hasta su padre o madre, siendo lo más fácil volver como blanco a alguien que no conociera, alguna persona sin tener que ver en su guerra, alguien desprevenido que estaba tranquilo en su casa o sentado en un parque, en un bar, parado en una esquina; escogían gamines o personas de la calle y antisociales que ya estaban muy “boleteados”; Así le pasó a un mariguanero que le decíamos “Pirry”, Yo sabía que se llamaba Alonso y recuerdo que estudié con su hermana que no le gustaba que le dijéramos a su hermano “Pirry”, nos corregía cuando nos expresábamos de él y aclaraba “Alonso”, bueno, Alonso fue víctima también de “Memo”. Eso era lo más fácil, o matar a su perro fiel, después y a medida de sus “logros” fatales, se ponía a prueba su deshumanización matando a su amigo más cercano, luego a un familiar y así sucesivamente, dicen que al “Monito” Suescún le tocó ser la víctima de “La Pelusa”, ambicioso en escalafonar. Unos días antes de que fuera asesinado en el barrio Tejelo en la cancha que queda en la loma de la “Escuela Félix de Bedout”; estuve presente en una reunión que hubo otra vez en el antejardín de su casa y estaba su madre Silvia sentada con los niños, nosotros; se notaba tranquila pero callada y triste, se fumaba varios cigarrillos y en esas llegó “el Mono” de la calle casi como enloquecido a tratar de conversar también, su madre se le acercó contenta de verlo que llegaba y le decía que se entrara a descansar, que ya llevaba mucho tiempo en la calle y que debía comer. Silvia le hablaba con dulzura porque era una mujer muy amable con sus hijos y con los amigos de sus hijos. Sabía que “El Mono”, su otro hijito estaba en peligro en la calle, él estaba trabado y además borracho y quería que se repusiera pronto pero dentro de la casa. “El Mono” Luis Fernándo, se soltó de su madre de manera brusca diciéndole a voz en cuello que no le importaba que le pasara nada, pues eso le había advertido Silvia cuando lo invitó a entrar. “No me importaaaa” gritaba, “Que me maten amá” gritó delante de todos y se puso a llorar muy fuerte, se trató de quitar la camisa desabotonándosela pero le dio dificultad y se la rompió sin escrúpulo y volvía a gritar “Que me maten amá, yo quiero que me maten; quiero saber que sintió mi hermanito” y se daba golpes en el pecho, pero de verdad, sin miedo de golpearse duro y automaltratándose como si en vez de pegarse el mismo le pegara a una piedra que no siente nada.  Todos estábamos alerta a lo que pasaba  en ese triste y bochornoso espectáculo casi dantesco que nos estaba propiciando “El Mono”.  Silvia se le dejó ir a abrazarlo y a decirle con amor de madre “¡Ay mono, no digás eso! ¿Me vas a dejar solita? ¡No mi amor, no diga eso!, vamos pa ’dentro, yo lo quiero mucho mi amor” Eso pasó en ese momento y “El Mono” seguía pidiendo la muerte, gritando como un loquito; las lágrimas y los mocos se le revolvían en la cara descompuesta y sus gritos salían de una boca inmensa que yo recuerdo le miraba y también me daban ganas de llorar con él.
Me pregunto ¿Será que la muerte se pide y llega? ¿Será que está rondando esperando la solicitud? ¿Sería esta vez, que “El Mono” la pidió con tanta fuerza que esa muerte le hizo caso y se encarnó en el cuerpo de “Memo” para llevárselo? ¿Por qué sería que “El Monito” sintió envidia de su hermano que experimentó primero la muerte?  Son tantos los interrogantes que pasan por mi mente y no entiendo cuál fue ese desapego y ese desarraigo de lo material, de lo humano y de la vida que se hizo en realidad la muerte que pidió con fuerza “El Mono”.  La muerte de “El Mono” la anunció su madre a media noche gritando desde su casa con ese dolor de madre que sienten solo ellas.  Gritaba muy duro a mitad de la noche cual llorona de leyenda, no gritaba solo por “El Mono”, gritaba por los dos. Reclamaba a sus hijos que le quitaron y gritaba y lloraba “MIS HIJOS… ¡AY MIS HIJOS!” Y también preguntaba no sé a quién “¿POR QUÉ ME QUITARON A MIS HIJOS?” Lo decía con gritos de ahogo y finales de canto con falsete que transmitía el dolor de madre. Mi mamá aun hoy lo recuerda, con pesar y sin envidia; muchos lo recordamos. Fueron dos vidas perdidas sin razón, dos personas que extrañamos y reclamamos por su ausencia, dos muertes dolorosas que no se han olvidado en mi frágil memoria.

 

*   *   *

 
 
LA NOTICIA
 

La reacción no fue simple. Detuvo sus rápidas pisadas reprimiendo abruptamente el homogéneo ritmo de marchante atlético, el cual habíamos alcanzado por el disciplinado caminar matutino y nocturno. Logró sin decirme nada que nos detuviéramos y yo entendí de inmediato el frenazo que también debía ejecutar en simultánea. Volteó para mirarme de frente y observé en su cara, justo en su pronunciado surco subnasal las bombitas de sudor producto del caluroso clima en esa noche del mes de agosto en la ciudad de Barranquilla y además del esfuerzo brujular que hacíamos derredor del bulevar de la cuarentaiuno.  La nariz se la vi más grande de lo que son a diferencia sus ojos, ya que son grandes también, pero que en actitud de reclamo adoptaron rápidamente un nuevo tamaño, reforzando con una gesticulación exagerada la mueca interrogante que proporciona pequeñez a estos para mirarme mejor, como enfocándolos para reconocerme porque me desconocía en lo que acababa de decirle. También de inmediato me pidió exigentemente que le repitiera mis últimas palabras porque las quería escuchar de nuevo; creo que sintió necesidad de volver a escucharme para confirmar mi escueto discurso como si su sentido de la atención hubiera estado volando en otro sitio cuando lo revelé por primera vez. Me generó una enorme dificultad comenzar nuevamente a declamarlo, puesto que había sido muy enrevesado llenarme de valor para lograr deshacerme de ese monólogo que había premeditado; de ese embuchado agrio que tenía atascado hacía tiempo. La primera vez que se lo confesé creí que era el momento adecuado; el periquete que había estado buscando hacía tiempos. Pensé erróneamente que fue ése el espacio perfecto que yo había encontrado, luego de haber esculcado dentro de tantos que hubo, me dije para mis adentros que era el roto que quería llenar con las palabras convexas que desembocarían con la ruptura de esa relación.  Creí que con eso que era suficiente, mas no tuve en cuenta y no me anticipé, ni me preparé para retacar en caso que hubiese una contra respuesta o exigencia de repetición. No lo preví, me asaltó con más facilidad ella, quién no planeó la solicitud que me hizo de iterar mi discurso. Ganó ella con su actitud frente a la sorpresa que hice parir del suelo cuando le dije de forma supuestamente más calculada, que mi amor por ella se había acabado. Aun así logré repetirlo con la voz quebrantada, muy nervioso y moviendo las manos con alejamientos desde mi vientre, mostrando luego las palmas en acción de recibir rápida aprobación y entendimiento como si estas leves agitaciones y gesticulaciones me ayudaran a matizar la noticia inesperada. Ella se desplomó como cuando se desprende un mango amputado de su tallo por el peso gravitacional que le imprime la madurez. De inmediato, buscó donde sentarse y lo hizo en el bordillo del parque del bulevar como si fuera una persona de la calle sin reparos, sin cuidado y doblando sus piernas separadas, haciendo que sus rodillas quedaran casi al nivel de su mentón y sus brazos a los lados de su dorso, apoyando sus manos salidas al bordillo en posición de derrota contundente. Tenía su mirada proyectada a lo lejos como si contemplara el desconcierto materializado, pero en realidad pensaba digo yo en lo que sería correcto replicarme, o en la pregunta subsiguiente a plantearme para no cerrar la conversación. No me causaba pena esa situación embarazosa, más bien me generaba tranquilidad en el alma por el descanso de tirar el lastre pesado que me permitió informar la inminente separación y no pedirla; cual si fuera yo el dirigente supremo que ordena y determina la ejecución, pero así lo tramité en adelante. Aunque también estaba ese otro ingrediente, la otra rémora pendiente de recoger, esa que estaba cargada de las nuevas preocupaciones con las siguientes reacciones que seguramente y en el futuro se desencadenarían y lo que implicaría asumir la nueva situación por la noticia que en su fondo y motivo real no era cierto del todo. En realidad no era desamor el motivo de esa ruptura. Fue una estrategia directa y cortante para no decir la verdad y no emitir explicaciones.  Era la decisión de no seguir en su camino y finalizar su acompañamiento. Le pedí que se sobrepusiera restando importancia a lo que yo le había dicho cinco minutos antes y logré ayudarla a ponerse de pie jalando sus brazos en frente mío y haciéndola retomar también la caminada de forma más lenta para finalizar la última vuelta al bulevar antes de ir hacia la casa. Le advertí que mantendría mi obstinada posición determinante y que no iba a razonar al respecto, pero debíamos iniciar el proceso. Se mantuvo en silencio poco tiempo, no lo contaba yo en minutos sino en pisadas, así como supuse que quedaba hollado su ego. Como a treinta pasos comenzaron los interrogantes directos, las preguntas cargadas de agravio y sarcasmo. Eran variadas, constantes, insinuantes, cínicas. Salían de su boca en catarata tsunamicas y cuando quería yo responder alguna, lanzaba otra con más alto grado de dificultad, logrando crear en mí, mucha incapacidad para  responder. Utilizó de forma intrépida y elocuente todas las “dobleuhache” porque necesitaba que yo recibiera mínimo un trato deplorable en respuesta a ese zarpazo que destruyó el yo propio suyo, y que acababa yo de derrocar. Sé que sentía ella mínimo, la necesidad que era demostrarme eso. El camino a la casa se hizo en quince minutos eternos, posiblemente en más de ochocientos pasos míos y un poco más de ella, además porque lo hicimos con un andar más lento para lograr o al menos tratar de tocar el tema de forma más profunda y que en realidad no lo hicimos.
 

 

Nacido en Medellín, el 9 de agosto de 1969. 
Desde agosto del año 2002, vivo en la ciudad de Barranquilla Atlántico.
Desde juventud he sido inquieto por la literatura y el gusto por leer y escribir. 
En el año 1982, cofundador del periódico EUREKA del Liceo Maestro Pedro Nel Gómez en Medellín en el barrio Florencia.
En el año 1985 cofundador del Periódico Area5 del Liceo “IDEM” Diego Echavarría Misas, con el profesor Juvenal Rivera. 
En el año 1986 participante colaborador del Periódico Nueva Dimensión, del centro Cultural El ARVI, patrocinado por la comunidad del Opus Dei de Medellín.
Por circunstancias de la vida no fue posible dedicar mi vida profesional a las letras.
Administrador de Empresas, egresado de la UNAD en 1912.
He escrito varios cuentos, varios poemas y una novela en proceso de edición.