EL PODER DE LA PALABRA ESCRITA DE LOS ESCRITORES Y POETAS INDEPENDIENTES

¡RETORNANDO!

PÁGINA 17

JOSÉ RODOLFO ESPINOSA -MÉXICO-

 

<            >

Tamaulipas, México (1990) Becario del PECDA (emisión 23), en la categoría de Jóvenes Creadores por novela. Asiste al Taller de Apreciación y Creación Literaria del Instituto Regional de Bellas Artes de Matamoros. Libros Publicados: El regreso de los dioses, la batalla de Folkvangr (Caligrama, 2019). Pacto Maldito (Pathbooks, 2019). Las llaves de R’lyeh (Pathbooks, 2019). Para destruir el final y otros cuentos de fantasía y ciencia ficción (Kaus, 2019).
 
Facebook: 
https://www.facebook.com/escritorspinoza
Correo electrónico: jrspinoza77@gmail.com

 

PENÉLOPE

 
 Espero que no piense que me fui. Que le abandoné. Me ha hecho tan feliz.
Siempre creí que había cosas que no se podían comprar. La inteligencia, la salud, el amor. Hace diez años un científico polaco patentó una pastilla para incrementar las habilidades cognitivas; sobre la salud, sólo diré que hoy por hoy la esperanza de vida ronda en los ciento treinta y cinco años. Con las investigaciones de criogenización y reparación celular, es probable que pronto lleguemos a los doscientos. El amor les está tomando más tiempo. Nunca ha sido problema enamorarse, el detalle radica en que la persona amada guste de ti.
  La primera vez que salí con Penélope fuimos al zoológico. Me vestí con un short color caqui y una camisa blanca que me quedaba un poco grande. Ella se decidió por una diminuta blusa color rosa pastel, que le llegaba un dedo arriba del ombligo. Un short muy corto de mezclilla y unos tenis blancos. Tenía los ojos grandes, de color verde y la nariz pequeña. Su cabello era negro y lacio, perfectamente planchado.
 Nos compré unas palomitas acarameladas, para comer mientras dábamos el recorrido. Detrás de un enorme vidrio de ocho metros de largo, por cinco de alto, sostenido por una estructura de metal que simulada ser roca, estaba un tigre de bengala. Un animal enorme, de pelaje más cercano al naranja que al rojo, con franjas negras que parecían estar hechas por el pincel de uno de esos artistas de antaño. El felino abrió la boca, mostrando sus filosos dientes amarillos. Penélope y yo observamos del otro lado del cristal, a unos metros de nosotros estaba una familia de tres. El padre sostenía en hombros a su hijo no mayor de cuatro años.
—¿Quieres? –le tendí a mi compañera la bolsa de palomitas.
—No debería.
—Un poco de comida no te hará daño.
  Ella sonrió y tomó un par que metió lentamente a su boca.
—Están dulces, gracias.
  Yo tomé un puño y las saboreé. Sentí la cubierta de caramelo acariciando mi lengua y como lentamente el bocado bajaba por mi garganta. Penélope tomó un poco más. Al ver su rostro sentí que había hecho una buena compra.
—¿Te gustan los tigres? —me preguntó.
—Sí, ¿a quién no?
—A los ciervos, y jabalíes, por ejemplo; pero supongo que debe haber personas que no gusten de ellos.
—Yo gusto de ti –le dije.
  Ella rio. No era una risa de burla. Era queda, dulce, nerviosa.
—Apenas nos conocemos.
—Conozcámonos más. Pregúntame algo, lo que quieras.
—¿Has estado casado alguna vez?
—No. Mi turno. ¿Te gusta tu nombre?
—Sí, muchísimo, me he leído la Odisea, Penélope es la reina de Ítaca que espera por años el regreso de su marido. Es lindo, ¿no crees? Una historia de amor dentro de una epopeya.
—Sí, muy hermoso –le dije y decidí no hablar acerca de Penélope Cruz como tenía pensado.
—¿Alguien te ha roto el corazón?
—Pues –no esperaba esa pregunta –sí, Claudia, la cosa es que yo me enamoré, pero nunca pude hacer que ella sintiera lo mismo.
—Las personas son complicadas, mienten mucho, pero se molestan cuando se les dice la verdad. Por eso existen tantos problemas de comunicación.
—¿Y qué hay de ti? ¿Me dirás siempre la verdad?
—¿Y si no te gusta?
—Yo sabré entender.
  Ella tomó una palomita y la metió en mi boca, despacio, mientras acercaba su rostro al mío.
—Muy bien. Ahora llévame a ver los cocodrilos.
 
II
  Estacioné el auto y me apresuré a salir para abrirle la puerta. Le tendí la mano para ayudarla a bajar.
—Como los caballeros del siglo pasado –me dijo mientras tomaba mi mano y se apoyaba en mí –creo que olvidaste apagar las luces.
  Estaba tan emocionado por llegar a casa que en efecto había olvidado. Me regresé para apagarlas. En la esquina de la cuadra había un par de sujetos asaltando a un hombre.
—¿No deberíamos ayudarle?
—Dejemos que se encargue la policía. Vamos adentro.
  Decidí que lo mejor sería ver una película para distraernos del suceso. Dejé que ella la eligiera. El Hombre Araña, con Tobey Mcguire. Una extraña elección. Se acurrucó a mi lado pasados los veinte minutos del filme; yo acaricié su cabello, debía de ser cabello real. Sus mejillas se sentían calientes.
—¿Estás comprobando mi calidad?
—Tal vez.
—¿Y soy buena?
—La mejor –dije antes de aventurarme a besarla en la boca. Ella me respodió el beso, apretando los lóbulos de mis orejas una vez nos separamos.
—¿Qué haces?
—Tú también eres bastante real.
  Reímos. La tomé de las manos y la hice seguirme. Sobre su cama había dejado lencería, color rojo. Un brassiere traslúcido que cubría la mitad de su pecho y una diminuta tanga, que dejaría apreciar sus enormes nalgas. Le pedí que se lo pusiera. Me di la media vuelta. Ella obedeció.
—Ya hice lo que me pediste.
—Vamos a hacer el amor.
—Sabes que no me puedo negar.
—¿No quieres hacerlo?
—No.
—¿No te gusto?
—Sí, me gustas. Pero no quiero hacerlo.
  Estaba por montar en cólera, recordé a Claudia, y lo poco que me sirvieron mis esfuerzos, recordé también las veinte prostitutas que había traído a casa, su cara al estar conmigo, como si estuvieran contando los minutos restantes para terminar su servicio. Creí que con Penélope sería diferente. Entonces recordé lo que le prometí en el zoológico.
—Lo lamento –me acerqué a ella y le besé la mejilla –buenas noches –me di media vuelta y comenzaba a alejarme cuando ella me tomó de la mano. Se acercó y me devolvió el beso en la mejilla. Puso su boca junto a mi oreja y susurró:
—Buenas noches, me divertí mucho el día de hoy.
 Salí de su habitación y cerré la puerta. Entré a mi alcoba y me tiré en la cama, me dediqué a mirar el techo y recordar el día. No supe en que momento me quedé dormido.
 
 
III
 
  Decidí llevar a Penélope a cenar. La semana pasada me había humillado jugando al billar y prefería que nuestro encuentro fuese más tranquilo. Sin embargo, algunas personas parecían no estar muy cómodas con nuestra presencia. En especial una señora que nos veía de tanto en tanto y sacudía la cabeza en señal de desaprobación.
—¿Por qué nos miran tanto?, ¿es a causa de mi naturaleza?
—Supongo que no es muy común para ellos ver una mujer tan hermosa.
—Aprecio que mientas para hacerme sentir bien, pero no estoy molesta, ni triste, los entiendo. Le temen a lo que no conocen.
—¿Tú, sientes miedo?
—Miedo… creo que sí. Me da miedo que llegué una nueva actualización y me deseches.
  El mesero llegó con nuestro pedido, “Banana Foster”.
  Tomé una cuchara, procurando llevarme tanto nieve como jarabe y se lo di a Penélope en la boca.
—Es caliente y frío al mismo tiempo. Muy dulce.
—Espero no se te suban hormigas en la noche.
—No deberías darme de comer tan seguido. Puedes dañar mi sistema.
—Prometo no hacerlo. ¿Quieres seguir cenando hoy conmigo?
—Si quiero.
 
 
 
 
IV
  Al llegar a la casa estacioné el auto. Estaba por bajarme cuando me tomó del brazo, atrayéndome hacia sí.
—Esta noche quiero hacerlo contigo.
  Nos besamos, quizá por cinco minutos u horas. Sólo sé que me dolían los labios al bajar. Entramos a la casa. Estaba por cerrar la puerta cuando vi que las luces del auto estaban encendidas.
—Pasa, enseguida vuelvo.
  Ella obedeció.
  Caminé hasta mi vehículo. Abrí la puerta del conductor y apagué las luces.
  ¿A Penélope le gustaría tener sexo conmigo? El manual decía que sincronizaría su orgasmo con el mío. Imaginaba mi vida con ella. ¿Debía pedirle que fuera mi esposa? Sí, después, en unos meses. En algunos estados ya era legal. Iríamos a donde hiciera falta.
—Te am…
  No sentí el cuchillo al entrar, pero sí al salir; mientras la sangre pintaba mi camisa pude sentir la herida y como las fuerzas me abandonaban. Una sombra se subió a mi auto. El motor rugió.
  Espero que no piense que me fui. Que le abandoné. Me ha hecho tan feliz.