EL PODER DE LA PALABRA ESCRITA DE LOS ESCRITORES Y POETAS INDEPENDIENTES

¡RETORNANDO!

PÁGINA 19

SANDRA DEL CARMEN FLORES FLORES -MÉXICO-

 

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Licenciada en Ciencias de la Comunicación con especialidad en Periodismo, en más de treinta años de experiencia profesional ha cultivado los géneros periodísticos, y también la escritura creativa en la redacción de relatos publicados durante años en medios impresos. Actualmente colabora en el portal de noticias México Habla, además de organizar y participar en eventos literarios, leyendo poemas propios y de otros autores. Ha escrito varios libros por encargo de semblanzas e historia regional, tres de los cuales han sido publicados. Como pasatiempo ha escrito relatos, novela y poesía; el poemario titulado Amor por el amor, fue publicado en Amazon, tras haber sido finalista en un certamen literario.

Sueño


Bajo la infinitud del cielo
y sobre la inmensidad del mar,
entre azules de esperanza
recuesto el cuerpo cansado,
ligero, etéreo, inhundible...
 
Danza sobre ondulantes olas,
ecos de cadencia marina,
arrullo que aquieta el alma
sobre la marea,
en el eterno vaivén que acuna.
 
Sonrío de cara al cielo,
cielo de azulada paz;
cierro los ojos y duermo,
y duermo y sueño
y sueño y vivo…
 
Fugitiva de la Madre Tierra,
hoy reposo las fatigas
entre imágenes de fantasía,
y nostalgias de días por vivir;
ligera, etérea, inhundible...
 
Los ojos cerrados
con la cara al cielo,
perdida en tus brazos
reparadores de imposibles;
tú y yo, arrullados por el mar.
 
Quédate conmigo
y sé mi sueño perenne,
entre azules de esperanza,
para no morir de frío
al nacer la noche.
 
Quédate conmigo
en una noche sin fin,
y sé el sueño de mi vida;
no quiero que mueras
al nacer el alba.
 
 
*    *   *


PATRIA INTERIOR
 
¡Si unos ojos de miel pudieran dulcificar eternamente el amargor causado por este ingrato autoexilio…!
Quisiera creer que lograrían repatriar a la confianza prófuga, a la fugitiva fe en el amor y a la desertora esperanza en un mañana, que antes de mi voluntario destierro se autoexiliaron de mí lentamente, una a una, casi con piedad hasta dejarme sola, a la deriva en medio de un desierto de auto incomprensión.
Desearía poder argumentar traición, pero sería repetir la injusticia de la que huyo. Mis dulces compañeras de vida se autoexiliaron de mí por dolorosas razones justificadas; podría incluso decir que fui yo la traicionera al obligarlas a soportar injusticias, desprecios, ingratitud… En una palabra, las obligué a soportar la indignidad del maltrato.
La nobleza, la religión y hasta la costumbre o el prejuicio señalan ciertos lazos como irrompibles. Pero ¿puede –o debe– existir un vínculo más elevado de amor, respeto y tolerancia que el que cada ser establece con su propio “yo”?
¡No! Ninguna devoción debe ser tan grande y prolongada para que alguien acepte lo inaceptable al punto de perderse a sí mismo.
Y, sin embargo, hoy lo admito: yo desarrollé una forma de devoción perniciosa que me condujo a perder mi más rico tesoro, y que ahuyentó a mis leales aliados interiores hasta quedar hundida en la más honda y oscura soledad.
Tal vez quería ganar aprecio y –¡qué contrasentido! – respeto, o acaso persistí en rescatar mi conciencia del postrer remordimiento. No sé lo que pensaba. De hecho, no creo haber pensado en ese tiempo; más bien solo sentía temores y dudas, alimentaba imposibles con ilusiones huecas respecto a un futuro en que ni yo misma creía.
Fue entonces cuando la confianza, la fe en el amor y la esperanza se autoexiliaron de mí, poco a poco, tan piadosa y lentamente, que no me percaté de su ausencia hasta que me encontré sola, extraviada como viandante solitaria en su propio desierto.
En esos días, entendí que era tiempo de autoexiliarme de aquella patria tirana, donde lo mejor de mi esfuerzo y su fruto se tomaba, se repartía y se gozaba sin permitirme participar del festín. Y mi voz que reclamaba un lugar era ignorada, y mi llamado a la justicia era aplastado con burla y menosprecio…
 
Dos veranos completaba ya en mi aislamiento, del que solo me salvaban mi anhelo reivindicatorio tanto como la compañía, los oídos y consejos de unos cuantos que, sin estar obligados a estar ni a concederme la razón en todo, entendieron sin juzgarme que marcharme fue mi salvación.
En este segundo verano, desde tierra adentro escuché el llamado del mar. Acaso el viento me trajo sus murmullos de paz, o tal vez fue la evocación de un pasado en que el rumor de las olas atemperaba mi ánimo. Así fue como llevé mi autoexilio hasta una playa serena, donde la brisa marina me acarició el alma y el soplo del viento me acercó a una ilusión…


¿Cómo habría podido yo evadir esos ojos de miel que endulzaron los míos al mirarlos? ¿Cómo habría podido no corresponder al sol de esa sonrisa que me entibiaba la vida? ¿Cómo no querer repatriarme en esos brazos, prestos a estrecharme para renovar mi fe en el amor y mi esperanza en el mañana?
¡Ay, pero la desconfianza es hueso duro de roer! La primera llamarada del amor tembló en la costa al soplar un ventarrón de temores con remolinos de dudas, pero, llena de una mezcla extraña de ilusión y realidad, protegí el fuego de mi hoguera para impedir su extinción.
No sé lo que venga mañana. ¿Quién lo sabe? Pero es mi responsabilidad decidir, y decido ser valiente para darme la oportunidad de reintegrarme con respeto a lo que soy…
Si esos ojos de miel dulcifican hoy el amargor causado por el forzado autoexilio, que sean la fuerza renovadora que me repatrie la fe en el amor y la esperanza en el mañana… Y cuando ellas reencuentren su sitio, convocarán de nuevo a la confianza, y yo habré reconstruido mi desolada patria interior.
 

*   *    *


NO SÉ QUÉ PASARÁ…
 
No sé qué pasará…
Si algún día nuestros caminos se cruzaran
y nuestros pasos nos colocaran de frente,
¿podremos identificarnos uno al otro
o seguiremos de largo sin mirarnos?
Jamás te conocí ni tú supiste algo de mí,
pero tal vez coincidimos en algún sueño,
quizás fuimos una quimera romántica
o la reminiscencia de una vida pasada.
Si tú caminaras enredado a otra cintura,
¿me verías de reojo para reconocerme?
Y si avanzo con un brazo ciñendo mi cuerpo,
¿deberé disimular para no ruborizarme?
No sé si una voz interior alertará un “ahí está”
o una reacción instintiva nos impulsará a mirarnos;
no sé si vacilaremos al converger las miradas
o la intuición aletargada y muda quedará.
Y es que por momentos surges como una fantasía
y creo escucharte mientras me hablas;
no sé si imagino que charlamos y reímos
o si en mi locura empiezo a desvariar.
No sé qué pasará;
ni siquiera sé si algún día podría pasar,
pero me empeño en creer que existes
y que mi alma gemela se acercará a mi vida,
aunque pasemos de largo sin mirarnos.
 
 

*   *   *


ETERNOS MIGRANTES DE LA VIDA
 
Las nostalgias redujeron a Juany a una isla de soledad íntima, en medio de la estuación creciente en la marea de algarabía y ánimos festivos al iniciar un nuevo año.


No era la primera vez que iniciaba un año fuera de México, porque siempre fue paseandera y, cada que pudo, buscó nuevos aires para disfrutar la fiesta y conocer gente y tradiciones diferentes.
Sumergida en sus reflexiones, alejada de los demás festejantes, sonrío al reprocharse: “¡…y por vaga te enredaste en la trampa de tu alma viajera!”.
En uno de sus viajes conoció a Lucca. Sí, se enamoró y deseó ser su esposa. Parecía tan simple emigrar después de varias estadías en el extranjero, que aceptó casarse e irse a vivir a Italia.
No se lamentaba. Lucca era buen hombre y marido tolerante con puntos adicionales a su favor, pues era inmejorable guía en el proceso transculturizador que debía italianizarla lo necesario para acomodarse en su realidad de inmigrante, y su más firme asidero cuando su mexicanidad impenitente la azotaba con nostalgias.
Y ahí estaban de nuevo las nostalgias, porque mientras festejaba después de la cena con las tradicionales lentejas para la buena suerte, recibió la llamada de su hermana que muy festiva le deseó feliz año nuevo, pero terminó llorando y pasó el teléfono a su madre.
La voz entrecortada de su madre durante la conversación tuvo un efecto contagioso en ella, y luego llegó el turno de su padre, que la saludó con dulzura y le deseó parabienes, con ese tono grave en la voz que usaba cuando se resistía a dejarse vencer por la emotividad.
Cuando terminó la llamada, las irreverentes lágrimas fluyeron sin piedad y, como siempre que la fiereza de las nostalgias amenazaba con romperla, evocó el recuerdo que la fortalecía…
Después de casarse, Lucca regresó a Italia, pero ella aplazó su viaje unos días para finiquitar asuntos pendientes. Cuando abordó el avión, tras la lacrimógena despedida de familiares y amigos en el aeropuerto, sus ojos rebozados de agua salada semejaban un océano casi tan inmenso como el que cruzaría.


Las memorias la inundaron y sonrió al recordar su congoja mezclada con vergüenza, porque sus férreos intentos por contener los sollozos resultaban inútiles, y emitía resuellos y suspiros que deseaba silenciar.


El hombre que ocupaba el asiento a su lado empezó por mirarla de reojo, pero después, con amabilidad y gentileza, preguntó qué le ocurría y si podía ayudarla. Era un señor de cabello encanecido llamado Eleazar.
Cuando pudo exponerle su drama, él sonrió, apretó su mano que se aferraba con fuerza el descansabrazo del asiento porque era su único asidero en ese momento, y le dijo un mensaje inolvidable…


—En la vida somos eternos migrantes, muchacha. Emigramos de escuelas, de casas, de afectos y hasta de formas de pensar para abrazar las enseñanzas de la experiencia. Al emigrar, nos convertimos en inmigrantes de lo nuevo. Todo lo que dejamos duele, y aunque los dolores por desprendimiento no siempre son pasajeros, amainan con el tiempo.
Hizo una pausa. Por un momento su mirada se perdió en la infinitud del cielo azul a través de la ventanilla del avión, como si rescatara alguna nostalgia perdida en el tiempo, y cuando volvió a clavar los ojos en los suyos añadió:


—Además, nuestras raíces están siempre donde una memoria nos recuerde, donde una mente nos piense y un corazón nos espere. Para echar raíces en un país diferente hay que tener valor y a ti te sobra, así que arráigate en Italia con amor, porque la tierra que abraza tus raíces en México no te soltará.
Aunque intermitentes durante el vuelo, sus conversaciones con Eleazar fueron constructivas. No se volvieron a ver, pero sí echaron raíces cada uno en la vida del otro, y fue ella quien pidió su número de teléfono para saludarlo de vez en cuando.