EL PODER DE LA PALABRA ESCRITA DE LOS ESCRITORES Y POETAS INDEPENDIENTES

¡RETORNANDO!

PÁGINA 20

MARIO BERMÚDEZ -COLOMBIA-

 

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Garita de la car´cel la Pocota

 

Simplemente caminábamos por la carretera interna que conduce a la salida de la cárcel. Los bloques de edificios eran altos y entristecidos por el vaho de la ignominia, y se yerguen entre dos altas cercas de alambre, coronadas por concertinas pavorosas que siempre amenazan con desgarrar la piel y aún la imaginación. En el espacio que había entre cerca y cerca, que era de más o menos de dos metros de ancho, se paseaban unos caninos encargados de la ingrata misión de vigilar instintivamente que nadie fuera a escapar, lo que realmente era imposible porque las nuevas edificaciones de la cárcel se habían diseñado como de alta seguridad, y que se sepa, hasta el momento no ha habido ninguna fuga significante, excepto de la de un hombre que fue escondido, con complicidad interna, entre los carritos que transportan la ropa a la lavandería. Yo iba al lado izquierdo de Kevin, sin dejar de mirar y analizar las lúgubres edificaciones. Las ventanas eran alargadas y delgadísimas, por donde no podría escaparse, siquiera, el hombre elástico, la mayoría con los vidrios opacos, algunas otros con los cristales (es un decir, porque por seguridad, creo, que son plásticos) rotos o sin ellos, como si tal actitud representara las imposibles alas de la libertad. En la mayoría de las ventanas colgaban algunas prendas para aprovechar el sol de los atardeceres, y, lo más curioso, en casi todas sobresalían los traperos de melena blanquecina, que se aireaban como fantasmas agonizantes, dándole un aspecto más deprimente a las edificaciones.


Continuamos caminando, a la vez que comentábamos las incidencias de aquella fría mañana, cuando Kevin y yo habíamos llegado al penal, y cuando apenas las primeras luces del día comenzaban a despuntar tímidamente entre una bruma que nos hacía tiritar de frío. Afortunadamente todo había salido bien y retornábamos por el mismo camino por donde habíamos llegado, entre el frío que persistía. De repente vi una mano que se agitaba por una de las ventanas, más o menos en el cuarto o quinto piso, no lo sé, pues no me puse a contar. Esa mano me sorprendió, porque era tan blanca y delicada, casi traslúcida. Le dije a Kevin que parecía la mano de una mujer, a sabiendas de que era imposible porque la cárcel es para hombres. Casi que me detuve y seguí analizando la mano, y escudriñando para ver si el rostro detrás de la ventana se veía. Pero no, solo se veía aquella mano que, con premura, algo de angustia al comienzo y, luego, con una seguridad fantasmal, continuaba saludando. Sin pensarlo mucho, levanté mi mano y comencé, con una insistencia fervorosa, a devolver aquel saludo que se fugaba por la ventana, mejor, ventanilla. A pesar de que no vimos el rostro del dueño de aquella mano, sabíamos que él nos estaba viendo. La mano continuaba agitándose, ahora con mayor efusividad, y yo continuaba devolviendo el saludo con mi mano derecha en alto, y hasta subí el dedo pulgar como indicación de que todo estaba bien, y que deseaba lo mejor para el prisionero, aunque no creo que pueda haber algo mejor cuando, por cualquier circunstancia, se pierde la libertad. De repente, la voz del hombre detrás de la ventana se escuchó con toda potencia: «Bendiciones, muchas bendiciones, que mi Dios los bendiga. Muchas gracias. ¡Bendiciones!». Juro que me sentí abatido y en el fondo contento por haberle podido dar a un ser humano unos segundos confortantes, consuelo a la distancia de unos treinta metros y, tal vez, una efímera alegría, que, al menos, yo nunca olvidaré. En la voz del hombre se percibía un dejo de gratitud inmensa, que se fugó por la ventana; esa era la manera del prisionero de escapar, aunque fuera por unos segundos, de su calabozo. Personalmente llegó hasta mí el sentimiento de gratitud del prisionero como si fuese una nube invisible que me envolvió.


Caminamos hasta la salida, mientras yo seguía profundamente admirado por el suceso. ¿Quién sabe por qué delito está ese hombre ahí? Puede hasta tener varios muertos a sus espaldas, de pronto sea un ser de esos que la sociedad punitivamente denomina sanguinarios. Pero hay momentos y circunstancias de la vida que le hacen sentir a un ser humano abatimiento, por más poder que tenga, por más que cruel que sea, por más cuna de oro en donde haya nacido. Esos inevitables momentos de abatimiento, son los que de verdad nos hacen sentir profundamente humanos e infinitamente débiles, Kevin. La fragilidad humana equilibra la crueldad, y ese hombre al saludarnos y al agradecer que hayamos tenido en cuenta que allí adentro había un ser humano, no un prisionero, un ente desconocido o, aún, un ser inexistente o un monstruo, se sintió reconocido como persona, independientemente de los delitos que haya podido cometer, motivo por lo cual purga su pena allí. Sí, Kevin, hay muchas circunstancias, la mayoría de ellas aparentemente insignificantes y cotidianas, que nos hacen sentir profundamente humanos, una de ellas, en el aspecto emocional, es el abatimiento; esos instantes en que nuestros espíritus se desmoronan y caen en una caldera hirviente en donde con inmenso dolor y angustia se disuelven, como arrancándonos hacia el infierno: en esos instantes es cuando nos sentimos profundamente humanos y cuasi infinitamente lábiles.


Seguimos avanzando, cruzamos los puestos de control sin que nos revisaran, y alcanzamos la avenida hasta que nos montamos en un bus.
 
 

Soñar con hacer la palabra en una hoja de papel, o detrás de la pantalla de una computadora, es una quimera que de repente se puedeconvertir en un plácido sueño, en donde las letras, locura universal, se desplazan por los firmamentos díscolos de estrtellas fugaces que retornan a los agujeros negros

Escribir es la costumbre consuetudinaria que a veces nos redime de las penas y que tienen la frágil ambición de que lleguen a otras mentes

 

Les invito a ver y adquirir mis libros en:

 

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En esta oportunidad les presento el relato La mano desde la ventana, una experiencia real y y reflexiva sobre la pérdida de libertad de los condenados por algún delito.

El relato hace parte de mi más reciente libro de relatos: Alegoría y Andanzas, publicado en https://www.autoreseditores.com/libro/16287/mario-bermudez/alegorias-y-andanzas.html, en donde plasmo muchas experiencias entre la ficción (Alegorías) y la realidad (Andanzas). Igualmente, este libro, como los demás de Autores Editores, también pueden adquirirse en digital, escribiéndome al correo alcorquid@gmail.com

 

También deseo compartir con los lectores de Trinando, y como una deferencia especial por haber llegado al Número 25, los siguientes libros de descarga gratuita.

 

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LA MANO DESDE LA VENTANA