EL PODER DE LA PALABRA ESCRITA DE LOS ESCRITORES Y POETAS INDEPENDIENTES

¡RETORNANDO!

PÁGINA 22

ROCÍO LÓPEZ VARGAS -MÉXICO-

 

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Soy originaria del estado de Hidalgo, bióloga y maestra en ciencias Químico-biológicas por la ENCB, del IPN, y doctora en Ciencias Biológicas por el Instituto de Investigaciones Biomédicas de la UNAM, en mi formación académica he tenido la oportunidad de trabajar en la Universidad de Chile, PEMEX, el CINVESTAV y el Instituto Nacional de Salud Pública. He trabajado como conferencista en temas de orientación vocacional, riesgo y salud, y participado en proyectos de vigilancia epidemiológica en la Secretaría de Salud de la CDMX y en asesoramiento de investigación en el CONACyT. Actualmente estoy haciendo una estancia posdoctoral en el Departamento de Matemática Educativa del CINVESTAV, y soy profesora de asignatura en la Facultad de Ciencias en la UNAM. El área en la que me desarrollo es la toxicología genética y molecular con enfoque en epidemiología ambiental; realizando estudios de riesgo en poblaciones vulnerables, en sitios altamente contaminados dentro del país; aunque por ahora me estoy centrando más en la educación de riesgo ambiental. Formo parte de la RED de Salud Ambiental Infantil (SAI) y soy colaboradora de asociaciones civiles en pro de la ciencia, los derechos humanos y los derechos ambientales. También soy una entusiasta de la divulgación de la ciencia, la comunicación de riesgo y de la buena cerveza.
 
Ganadora del 2do Lugar del Concurso “Relato corto: Un día en la vida cotidiana de un becario CONACYT 2019”.


 

LA RIOJA
 
En nuestro país, la capacidad intelectual de la comunidad científica no es diferente a la de los pares de su gremio en otros países, incluso en los de primer mundo, esto se ha probado y ejemplos sobran, ahí tenemos a los alumnos de la UNAM que lograron medalla de oro en biología sintética superando a Harvard, ya sea en los concursos académicos mundiales que año con año suman al medallero los estudiantes mexicanos, o la impresionante cantidad de jóvenes científicos que son aceptados por instituciones de gran renombre para unirse a sus filas en todo el mundo. En general, los científicos estamos interesados en generar conocimiento, en descubrir nuevas formas de comprender nuestro entorno, nuestro universo, en resolver problemáticas globales y locales, en apoyar a que se unan a nuestra causa más personas curiosas y con sed de respuestas, pues nunca será suficiente el número de curiosos que quieran aprender y utilizar lo aprendido. Sin embargo, hay algo que marca una diferencia real entre los científicos de primer mundo y nosotros, sobre todo, nosotros los científicos que vamos comenzando una carrera, y es que todas estas actividades propias del científico mexicano, tienen que irse realizando desde y a pesar de la falta de recursos y apoyo para desarrollar nuestra tecnología, a pesar de la incomprensión e ignorancia (aparente ignorancia) de muchos tomadores de decisiones, a pesar de la lucha entre los científicos bonachones que ya están afianzados en un puesto de poder, a pesar de muchos pesares.
 
Además, para realizar investigaciones originales es necesario primero preocuparse de contar con un sitio y un equipo de trabajo en donde desarrollarla, de si habrá dinero para comprar materiales, reactivos, libros, artículos, aparatos, de si esa investigación será lo suficientemente interesante para que el gobierno en turno quiera darse por enterado de que es importante, pero antes que eso, ¡hay que preocuparse de si nos alcanzará para comer! No escribo esto para desalentar a aquellos que quieran iniciar o continuar una carrera científica, es porque se trata de una verdad que no puede pasar por alto si queremos sumar a nuestra ciencia en México. Pero, a pesar de esto, ser científico en nuestro país, vale la pena, aún sea sólo para la cuestión espiritual.
 
Dice Elias Canetti que “En verdad nadie puede ser escritor, si no duda seriamente de su derecho a serlo”, yo lo dudé tanto, que allá en mis años mozos elegí estudiar biología y no literatura, porque no me sentía apta para ser escritora, pero heme aquí, años después escribiendo no una… no dos… si no, tres tesis y varios artículos científicos. Y no me arrepiento de nada.
 
Era un jueves 11 de septiembre, tenía cita para ir con mi codirector del posgrado para platicar sobre sus impresiones de la casi última versión de mi tesis, una tesis que no me costó mucho escribir, pues los golpes, las desveladas, las caídas, los corajes, las tristezas, los hallazgos, y todas las experiencias que necesitaba para concretarla ya las había pasado tiempo atrás, la tesis fue un documento que salió con una facilidad que ya no extrañaba a esas alturas. Por otro lado siempre es un deleite ir y conversar con mi codirector, es de esas personas de dialogo interesante, que envuelve con ideas y conjeturas, que permite que las propias ideas salgan y se vayan materializando en conceptos claros, o no tan claros, pero si más evidentes, o al menos así es para mí, no sé cómo sea para sus otros alumnos, sé que le tienen miedo, es cómico, porque a mí siempre me ha mostrado un lado afable, tranquilo, bromista, vaya que sí, incluso dice que le encanta “molestingar” a sus alumnos, pero lo hace por un buen motivo, siempre persiguiendo el objetivo de mostrar una manera diferente de mirar las cosas, y si le es posible de enseñar, dice, que no lo hace por la otra persona, dice que lo hace hasta cierto punto de manera egoísta, porque enseñar para él es un acto placentero, es algo que le da vida, y debe ser verdad, pues ya va para los 80 años y se ve entero. Ese 11 de septiembre no era como cualquier otro día de visita y charla en el CINVESTAV con él, usualmente terminando la jornada ahí, saldría, me iría caminando por la Rioja, y en menos de diez minutos estaría en casa de mi abuelita comiendo sopa de pasta, tal vez de estrella, y algún guisado de salsa muy picosa con ejotes con huevo, porque no sé en qué momento ella consideró que me encantaban los ejotes con huevo y que amaba la comida picante, no recuerdo que me preguntara, tampoco le dije que no era lo que más disfrutara, pero en realidad no importaba porque lo divertido e importante, era pasar una tarde con ella, seguir aprendiendo de ella. No le gustaba que llegara caminando por la Rioja, me decía que era muy peligrosa, siempre me contaba sobre alguna persona que había sido asaltada por esa calle, aunque después al pedir más detalles, me daba cuenta de que eran los chismes que le iban a contar las señoras de alta alcurnia de la colonia, a quienes les confeccionaba vestidos, pero que ni mi abuelita ni ellas tenían la certeza de que La Rioja fuera de verdad tan peligrosa. Pero, al pasar la tarde se le olvidaba el peligro, y me pedía que saliera precisamente a esa calle a comprarle pan, y a veces, unos tacos de cabeza de los “Tacos La Esquinita” que tanto le gustaban, y que a mí tanto me gustaba compartir con ella (aunque yo pedía campechanos). Pero no, este 11 de septiembre sería diferente porque en la madrugada de ese día, ella murió.
 
La idea de cancelar la cita para ese día con mi codirector no me gustó, atrasar ese trámite que ya necesitaba que saliera, no, no era viable, ya me urgía terminarlo porque ya se había acabado la beca y en teoría me esperaba un posdoc y lo único que necesitaba para aplicar era la fecha de examen, así, por esos pendientes decidí ir de todas formas al CINVESTAV, apesadumbrada y con el corazón chiquito, tan triste que nada afuera parecía real, aunque no sabía cómo decirle a mi codirector lo que pasó en mi familia, tenía miedo de soltarme a llorar y que pensara que no era adecuado, de repente son muy protocolarios los investigadores sagrados de ahí, de repente, tal vez no era profesional de mi parte, no lo sé, no sabía qué pensar.
 
Afortunadamente no tuve que pensar mucho, él, como usualmente hace, desde que llegué me comenzó a bombardear con preguntas, que ¿qué opinaba sobre la función endógena de las enzimas de metabolismo de xenobióticos en etapas tempranas del desarrollo? ¿Qué si pensaba que pudieran afectar el desarrollo cognitivo del organismo en formación? Me habló de estar comenzando a explorar junto con una alumna suya los citocromos y sus interacciones en etapas tempranas del desarrollo humano, su actividad cambiante, me habló maravillado de estar leyendo también artículos sobre el sistema inmune, específicamente en el embarazo, recordé y le hablé de esas interacciones que en los comerciales de Gerber nos quieren hacer creer que son armoniosas y completamente benéficas, pero que en realidad son interacciones devastadoras para el cuerpo de la madre, finalmente está librando una batalla con un ser mitad ajeno a ella, y también el producto, está luchando por seguir desarrollándose adecuadamente, pero nosotras, las madres, antes de si quiera pensar en que ellos pudieran existir nos hemos rodeado y expuesto a cuantas sustancias químicas podemos, muchas veces sin darnos cuenta, y todas estas reservas acumuladas de años de experiencias y de vida también están modificando el futuro de ese producto, siempre que pienso en eso no puedo evitar sentir temor y asombro, antes era una cosquilla por querer experimentarlo en carne propia, pero ahora conforme pasan los años y sé que mis células comenzaron su declive hace al menos tres, le doy más vueltas al asunto, y creo que empiezo a dudar, porque no se si ahora, éste cuerpo pueda estar preparado.
 
Aunque, pensé en ese momento, mi abuelita tuvo un ejército de hijos, y una de sus hijas nos dieron origen a nosotros, a una progenie que, si bien no es el mejor ejemplo de la humanidad, creo que no es decepcionante. Ella no se detuvo a pensar estas tonterías, ella se dedicó a cuidar a sus hijos y procuró darles herramientas para ser productivos… algunas de esas herramientas me sirvieron a mí, me ayudaron a ser curiosa y a hacerme preguntas, ella tenía una biblioteca con “n” cantidad de libros de todos los temas, me los prestaba y después de leerlos los comentábamos, de niña pasaba horas refugiada entre esos libros y en esas pláticas, ahí conocí a Julio Verne, a Bécquer, a Sor Juana, a Marco Polo, a Asimov, a Siqueiros, a O’Gorman, a Remedios Varo, a González Camarena, a Carlos Fuentes, a Goethe, a Darwin, a Gould… ahí decidí ser bióloga, ahí se sembró la idea de hacer posgrado porque tenía libros de investigaciones de gente con premios Nobel y doctorados … en estas cavilaciones estaba cuando me di cuenta de que ya no era tristeza lo que embargaba mis sentidos, la plática de mi codirector y los recuerdos de lo que me ha forjado me hicieron estar agradecida de haber aprovechado el tiempo que tuve con mi abuelita, pero no solo con ella, porque la sensación que me daba el refugiarme y leer los libros con ella es la misma que siento cuando estoy leyendo un nuevo artículo o cuando estoy platicando con mi codirector y con otros colegas que tienen esa plática dinámica y enriquecedora. En ese momento entendí a la perfección lo que mi codirector dice “enseñar da vida”, hace que la vida continué. Las enseñanzas de mi abuelita mantienen aquí lo mejor de ella.
 
Creo que hay muchos días frustrantes y también días brillantes en el acontecer del posgrado. Mi día de relato fue ese, el día en que los conocimientos científicos me ayudaron a aliviar un dolor de manera espiritual, también quiero que sirva como un homenaje a dos de mis personas favoritas, este relato es por ellos, por el agradecimiento de todo lo que me han dado. Pienso que lo realmente importante es no desconectar lo que pasa ahí en el laboratorio, o en la oficina o en el cubículo, de la vida afuera, de las personas, de la familia, de los amigos, porque para no caer y desesperarse en el proceso, que no es fácil, es necesario contar con esos puntos de apoyo. Para no claudicar con los “a pesares” de ser científico en un tercer mundo, es necesario mantener el espíritu y la convicción en esto, que finalmente es lo que nos da la vida día a día.
 
Y bueno, ¿Quién me acompaña por unos tacos de la Rioja?