No. 18

AGOSTO 2018

No. 18 - AGOSTO DE 2018

PÁGINA 9

María Gabriela Rodríguez, escritora con dos obras publicadas. La primera Éxtasis por Editorial  Lacre, la segunda Las extrañas siluetas de Darien editorial Caliope; ambas en España.
Tengo dos obras terminadas y varios escritos guardados en el archivo de “desempolvar pronto”
Tengo 49 años. Casada, con dos hijos y un nieto. Amante de la lectura y el labor de escribir nunca como obligación, jamás con prisa. Me gusta la forma en que alterno los quehaceres domésticos disfrutando de mi hogar, con ese espacio tan propio para el oficio de contar historias.
No tengo un estilo peculiar  y no me he encasillado en un género en particular; simplemente dejo que las ideas de  momento salgan a la luz, de forma natural.
Nací en la Cuidad de México, actualmente radico en Querétaro desde hace 23 años.
Tengo el bachillerato terminado. He tomado varios curso por internet; todos relacionados con el oficio de escribir. 
Correo electrónico:
kikacr_68@hotmail.com
Dirección: av. Pie de la cuesta 3210-22 col. Paseos del pedregal
Teléfono: 4424835378
Fecebook: María Gabriela Erika (María Gabriela Rodríguez)
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MARÍA GABRIELA RODRÍGUEZ -MÉXICO-

Diversidad 9/6
    Podía verlos desde donde me encontraba. Estaban parados con sus trajes negros y un pañuelo en la solapa. En la lápida, la figura tallada de un nueve y un seis que parecían tener continuación al estar unidos por una línea, semejante al símbolo del infinito.
    “En la diversidad del enfoque está la diferencia y el respeto en la conciencia <yo puedo ver un seis y tú un nueve, si nos giramos, podremos ver lo mismo> ambos tenemos la razón desde nuestra perspectiva”.
 
Capítulo 1  
 
    El funeral se había celebrado horas antes. Veinticuatro de julio. Las diez y menos quince de la mañana. Ese día pudo haber sido el más triste en la existencia de los ahí presentes. Podría decirse que, se había ido el ser que dio su vida por salvar la de ellos. La de los ahí presentes y la de muchos más. Pero no fue así. Cada uno dejaría de lado, no solo sus diferencias, sus temores y sus anhelos. Guardarían en el alma y corazón, también en su existencia; el más grato de los aprendizajes. Para  él, la vida fue  un sueño, pero les dejó realidades.
    La hilera de sillas metálicas, ordenadas de manera pulcra. Los adornos florales de acacias amarillas y crisantemos. Sus favoritos. Al frente cual debía regir la etiqueta, cosa que él detestaba, pero ya no podía decir nada. Mientras que varios meses antes había dejado expresas indicaciones para su funeral, habían respetado lo importante y era mucho; querríamos haber hecho una fiesta nacional, cantar, bailar y hasta retorcernos de risa. Con eso debería de conformase y ni por asomo protestar, cuál era su costumbre, donde quiera que te encuentres…te amamos mucho.
    Al frente, estaban sentadas las personas más importantes: sus hijos y sus nietos. En las hileras de atrás, apiñonadas, pegadas como sardinas enlatadas, apretujados; podría ser por el frio helado que calaba sus huesos o por la temperatura interior que había dejado su ausencia. Todos y cada uno de ellos y ellas habían dejado profunda huella en su vida. Así como él, les dejaría un legado que nunca olvidarían. No lloraban. No se les veía tristeza en el rostro. Tampoco reían. Circunspectos, ensimismados, llenos de esperanza y amor. 
    La historia de Elián no será la más romántica. El sufrimiento, la falta de aceptación y la infinidad de bardas que tuvo que saltar para sobrevivir lo llevaron al filo de muerte hasta que la misma muerte se lo llevó. Tampoco la de sus padres, ni la de sus amigos, ni la de su pareja. Para que él pudiera entender lo sucedido, tuvo que entrar a ese mundo desconocido. Le llevó varia décadas encontrar la respuesta. En la eternidad solo su tesoro quedará para las generaciones posteriores. Murió creyendo que la humanidad entendería que: En la diversidad está el entendimiento y en el respeto la aceptación.
    Aquel verano para ser más exactos en el mes de agosto, iniciaban los cursos en la universidad. Ya tenía los programas de las asignaturas que impartiría ese semestre. Enzo Menotti, sociólogo, psicólogo y abogado especializado en derecho constitucional con maestría en derecho internacional. Sus cátedras: derechos humanos, leyes fundamentales de grupos marginados.
    Por otro rumbo, durante varios años en los Estados Unidos, su labor se centró en las Naciones Unidas como relator especial sobre el derecho a toda persona al disfrute del más alto nivel en salud física y mental. Profesor adjunto de la facultad de salud pública y coordinador del programa de derechos humanos por la UCLA. Elián Salfate se encontraba en un intercambio como investigador de la UNAM, conocida universidad de México. También sociólogo y médico por la prestigiosa universidad mexicana, con una maestría en sociología de la salud e investigador en bioética.
    Pareciera que esta introducción curricular, les pudiera parecer de inicio sosa en demasía. Les entiendo. Han de estar pensando: <a mí que me importa si son sabios, letrados y estudiados> Puedo decirles que sí será importante saber; a qué se dedicaban, sus trabajos y su legado.
    El auditorio de la facultad estaba lleno. Había estudiantes y oyentes incluso en los pasillos. Sentados como pudieran y con lo que tuvieran. Así fuese el morral o la pila de libros, ahí tenían las posaderas. Absortos, interesados en sumo grado, algunos con sus teléfonos apuntando al orador. ¿Que tenia de interesante ésa catedra que no cabía un alfiler? La multitud variopinta, podía ver blancos como la leche, blancos con pecas y cabello rojo, amarillos de ojos rasgados, cara redonda con pelos necios, obscuros tirando a carbón, menos obscuros con turbante, con kipá; mujeres de todas las culturas habidas y por haber, con indumentaria casual, con burka o solo con un hijab; con faldas microscópicas, trajes sastre. De edades que podían abarcar de los quince a los sesenta. La diversidad era notoria.
    Mientras pasaba la vista de unos a otros y al orador; me sentía satisfecha y al mismo tiempo asustada. Veía a Elián en la postura de  querer enfrentar sus miedos más profundos y no sabía cómo hacerlo. Seguía buscando quién le secundara y aun no encontraba.
    Yo lo veía de reojo. Estaba absorta con el orador mientras trataba de dilucidar los pensamientos de Elián. La catedra la impartía el profesor Enzo Menotti, me tenía en estado absoluto de pendejes. Tan guapo. Su facciones delicadas y al mismo tiempo rotundas. Podía ver desde donde me encontraba, su tez clara, ojos obscuros, su gruesa barba cerrada, recortada de forma inmaculada.
    Vestía tan relajado. Pantalones polo beige, camisa de franela de colores vivos, botas Caterpillar color marrón. Tenía una extraña mescolanza de tipo asiático con filipino, que hace judo y tai chi. Sus movimientos eran ligeros pero fuertes, se movía como felino. Su tono de voz melodioso y lleno de pasión, hacia que más de una sintiéramos cosquillas y, a los varones les provocaba una reacción en cadena. Él sabía que provocaba en ambos sexos y nunca le importó, es más, sé que tampoco se aprovechó de esa cualidad.
    ‒ Todos los seres humanos nacen libres e iguales en dignidad y derechos. Todos los derechos humanos universales, complementarios, indivisibles e independientes. La orientación sexual y la identidad de género son esenciales para la dignidad y la humanidad de toda persona y no deben ser motivo de discriminación o abuso – mencionaba mientras se paseaba de un extremo a otro del entarimado del auditorio atestado.
    La voz de Enzo subía de tono y bajaba hasta que casi era un dialogo íntimo. Los movimientos de sus manos haciendo formas de pegar en el atril, para luego volver caminar de un lado a otro del escenario. La catedra sobre derechos humanos y la igualdad de género. Se encontraba exponiendo los principios de Yogyakarta.
    – Debemos expresar nuestro disgusto ante las violaciones a los derechos que todo ser humano tenemos derecho. Si la orientación sexual es motivo de conflicto para esas personas, debemos de entender que es lo que piensan y porque; para poder entenderlos mejor. No podemos juzgar solamente por el hecho de que cada uno de nosotros pensamos diferente. Puesto que así como nosotros decimos que ellos están mal, esas personas también piensan y expresan que nosotros vivimos de forma errónea.
    ‒ ¿Acaso no vivimos en un mundo lleno de diversidad? Digamos que a mí, me gustan los panqueques con frijoles, ¿los han probado? Levante la mano a quien le guste. ¿Verdad que difieren de mis gustos? – por ahí se ve una mano levantada que dice muy seria. A ella le gustan las cochas con frijoles, puede que sea casi lo mismo con lo panqueques. Risa abundante en el auditorio.
    – ¿Ven? ¡Ahí esta! ¡Perfecto, felicidades!, ¿Cómo dices que te llamas? ‒ Se escucha una voz tímida. <Gissele>.
–             Gissele. Explícame ¿acaso has pensado en darme una golpiza, matarme, encarcelarme porque me gustan los panqueques con frijoles y a ti las conchas en lugar de?
    Risas estentóreas. Yo seguía hipnotizada. Decía y explicaba las cosas de tal forma que no había modo lógico de no estar de acuerdo.
    ‒ No profesor seguro que no haría eso, tal vez solo lo encerraría en mi habitación – dijo la chica latina con ligero rubor en las mejillas.
    La chica sabía que el profesor Enzo es homosexual declarado y así le estaba coqueteando.  
    ‒ Bien. Entonces quiero entender, ¿que no llegaríamos a la guerra por ello? ¿Entendí bien Gissele?
    Vi como asentía la chica, mientras continuaba riendo a carcajadas. Seguí con la mirada a un tipo que se acercaba a la orilla de escenario. Parecía como muñeco de trapo, desgarbado, tímido, con los libros apretados al pecho como si se sintiera protegido con ellos. Con voz trémula tratando de dirigirse a Enzo. Este aún no se había percatado de su presencia.
    – Por lo que a mí respecta, voy hacerles una aclaración importante. Para poder decir que me gustan los panqueques con frijoles, ¿tuve que probarlos? Podrán decir que sí, y exteriorizar  que no. Pero si yo estoy seguro de ello ¿no tendría yo, la razón? Déjenme decirles que ahí es donde entra el libre albedrío. Puedo probarlos, sí, pero eso no indica que me gusten. ¿Contradicción? Podría ser, pero el punto es…
    Vi como el chico enfundado con una chamarra de piel negra, botas de vaqueras, bufanda de punto color amarilla pollo. Se acercaba más y con una expresión de terror en el rostro. No podían saber, si era un loco, de esos que se abalanzan y, en un suspiro sacan la pistola disparando a diestra y siniestra gritando que es una aberración y están atentando contra Dios. Solo me incorporé y cuando lo vi volteando a hacia mí, desparramó los libros al suelo en un momento de asombro.
    Atractivo, casi podía decir que muy masculino. Con aire arrogante a pesar de su aspecto descuidado y sus ropas aún más. Muy blanco. Sus ojos azules me miraron estupefactos. Tenía el cabello dorado largo, recogido en una coleta con la cual no podía adivinar nada en su pensamiento. Parecía un fantasma que habían dejado salir de un calabozo. Su semblante desencajado. Como fiera asustada.
    En ese momento Enzo se percató de nuestra presencia. Camino hasta nosotros algo angustiado. Bajó del escenario de un salto ligero. Levanto los libros del austero visitante. Fue magia. Logré vislumbrar en una fracción de segundo antes de que lograra encontrar la compostura. Enzo lo miraba extasiado. Lleno de ternura y una sonrisa que derramaba miel. Así miran la primera vez a Elián cuando lo conocen.
    ‒ ¿Estas bien? ¿Te puedo ayudar?
    Él, solo atinó a mover la cabeza de forma negativa. Recogió sus libros y haciendo mueca de querer hablar y volvió a cerrar la boca.
    – ¿Quieres decir algo? ¡Adelante!
    ‒ ¡Es muy fácil para ti decir que debemos de expresar nuestros gustos! ¡Que defender nuestra condición es lo correcto! Es más, acabas de decir que se debe respetar e incluso aceptar. ¡Explícame como! ¡Enséñale y ayúdale a la gente que nos limita, nos lastima, nos excluye porque no nos acepta! ¡Dios, en qué mundo vives! ¡Como hablas frente a las personas, seguro tú no has sufrido!... si es que eres como nosotros
    Se tambaleaba. Se mecía hacia adelante y atrás como si fuera autista. Pegando con fuerza los libros a su pecho hasta que tenía los nudillos blancos. Yo no podía accionar, estaba asombrada de la fuerza con la que había expresado esas palabras. No necesitó levantar la voz. No gritó para que todo el auditorio lo escuchara. Era como si sólo, se dirigiera a Enzo. 
    Antes de que Enzo pudiera abrir la boca para contestar. Había dado la vuelta y corrió por el pasillo, atropellando a los que estaban apiñados en él. Enzo se quedó parado. Con el rostro desencajado y perturbado. Desilusionado. Siguió con la mirada al chico desgarbado hasta que desapareció detrás de la puerta de emergencia.
 
 
Capítulo 2
 
    Había pasado un mes. Aún no lograba, no solo entender, aceptar y resignarse. Lo había perdido. Estaba solo y tendría que luchar contra ese mundo horrible de nuevo. Escondiéndose entre los rostros de la normalidad y la inconformidad. Viviendo de nuevo en la mentira y las apariencias. Marginado y temeroso de ser descubierto. Ya no tenía su refugio seguro donde habitaba cuando estaba él. Ya no podría enfrentarse a su realidad, pues muchas veces seguía dudando de ello.
    Les contaré como llegó a éste mundo. A Elián lo habían adoptado. Sus padres no eran ni remotamente ricos. Pero aún se cuestionaban si había sido lo correcto. Religiosos en sumo grado, su ideología los cuestionaba de manera constante cada día. Decidieron quedarse con él, supongamos por ese mismo temor a Dios, que les decía que debían de amar al prójimo, ayudar a los desventurados.
    La madre de Elián trabajaba de nana en una familia Alemana acomodada. Vivían en la Cuidad de México. El padre era el chofer. No les faltaba nada. Tenían comida, ropa y un lugar donde vivir. Su salario bien remunerado, lo guardaban para poder vivir cómodos cuando decidieran dejar de servir a otros. No ambicionaban mucho. Su rutina de pareja sola sin hijos les podría haber permitido realizar otras actividades, pero su vida era monótona y vacía. Trabajar y los domingos acudir a misa. Regresar a su departamento adjunto a la casa grande. Martina vivía para su marido, a veces le quedaba tiempo para tejer, rezar y más rezar.  ¿Para qué lo hacía?  Decía que Dios la había castigado por no poder darle hijos a su marido. Era pecado no ser buena esposa. Oraba por una vida mejor y que sentía, no se merecía. Debía cargar su cruz, nada más.
Josué Salfate no sabía con certeza  que hacía en este mundo. Su vida huera y horrible con un padre que golpeaba a la familia todos los días sin motivo o razón. Cuando murió se desgajó su hogar. Después de la ansiada orden de que no requerían de sus servicio por ese día. Su mayor placer era vaciar la botella de ron.
    Un día amanecieron con un alboroto descomunal en la casa de los patrones. Gritos, llanto, palabras extrañas a sus oídos. La hija estaba embarazada. Apenas y había cumplido los quince. Nunca imaginaron el vuelco que daría sus vidas. Jamás vieron llegar lo que sucedería en las próximas décadas. Su existencia no volvería a ser la misma.
    Tiene que tomar la decisión ya, es imperioso que resuelvan o tendremos que tomar otra acción y esa, es que aborte. Les había dicho la patrona en estado casi histérico. Gesticulando hasta con las pestañas por la acción injustificada de su hija y su inexistente falta de conciencia. Cuando Martina escucho la palabra aborto su cara de trasformo en un cancerbero de las leyes divinas. Era inconcebible que sugirieran semejante pecado ante las leyes de Dios. Pero ese no era el peor de los problemas. Les había propuesto que se quedaran con la criatura. Martina se debatía entre su anhelo de ser madre  y la imposibilidad de tomar una decisión; inaceptable a los ojos del Señor.
    Para Josué no fue menos fácil. En su vida ya no entraba la idea de ser padre. Eso generaba responsabilidades que no quería obtener. Su vida era muy cómoda, ¿para qué se clavaría en problemas que ni era suyos? y aunque fueran, no le interesaba. A él no le había dado ni un gramo de amor y atención, porque querría darlo el. Era una pareja joven, Josué tenía treinta años y Martina veintiocho. Aún podían sin problema alguno, criar una criatura.
    Durante tres semanas cada quien en su espacio individual, cerrado a piedra y lodo. En silencio se debatían por tomar esa decisión que los colocaba en una postura irreal e inconcebible. Se veían los dos en su mundo conveniente y exclusivo, invadidos, fuera de lugar y espacio. Como si los hubieran dejado en el desierto con solo una botella de agua.
    Martina se pasaba las noches con el rosario en una mano y la biblia en otra. Rezaba y pedía a Dios le mandara una señal, algo que le indicara cual era la decisión correcta. Y esa no llegaba. Josué amanecía con tal resaca que subirse al auto era un suplico. Todo el destilaba aroma a alcohol. Finalmente a inicios de la cuarta semana cuando ya la patrona había decidido llevar a su hija a que le realizaran el legrado. Martina  la encontró por la mañana tirada en el suelo de su recamara en medio de un charco de sangre. La señora no estaba. Se asustó mucho ya que estaba sola.
    Como pudo levanto a la chiquilla y la llevó a la cama. Estaba entre el mundo de la inconciencia y la lucidez.  Tomo unos paliacates que encontró en sus cajones. Se lo enredó en las muñecas ensangrentadas.
    – Mi niña que has hecho. Esto es tentar a Dios que te ha dado la vida. Y la vida que llevas en las entrañas – le dijo Martina en medio de sollozos cargados de lágrimas que estaban nublando su visión.  
    En ese momento creyó tener ese milagro de la respuesta a sus plegarias. Le dijo a la pobre chiquilla que no abortara, que luchara, que no podía dejar que sus padres decidieran por ella; ya que le estaban haciendo cometer pecado. Que tendría un hijo regalo de Dios. Como pudo, antes de caer definitivamente en la inconciencia, la joven le dijo a Martina que no podía quedarse con la criatura. Quería vivir la vida que aún no disfruta, anhelaba ir a la universidad, esperaba viajar y conocer al hombre de su vida. Un hijo no la dejaría hacer nada y quería ser libre. Volar como gaviota o dejarse llevar como albatros. Aún no había vivido. Ese día, impulsada por un resorte  invisible.
    Tocada por la mano del espíritu santo Martina le comunicó a su marido la decisión. A Josué en ese momento no le importó, pensó que los patrones seguirían con su vida normal. El continuaría con la suya. No le afectaría nunca la vida de la criatura. Estaba muy equivocado y no imaginaba cuánto. Su vida daría giros incontrolados en espiral hasta llevarlo al límite de su entendimiento.
    Después de ocho meses, el bebé llegó. Un hermoso varón y lo único que pidió su madre, fue ponerle el nombre. Elián. Lo bautizaron según la costumbre. Una criatura que desde que nació tenía la sonrisa en la boca  y el rostro sereno. Él vivía en su playa, nada lo acongojaba, nada lo hacía llorar.  Los primeros años de Elián fueron dentro de lo deseado, tranquilos. Era un chiquillo comedido como si en su interior sintiera que debía proteger a su madre Martina; de su progenitora biológica no sabría nada, de momento. Cuando comenzó a entrar en un poco de razón y tendría tal vez cinco o seis años; nunca pudo entender porque su padre siempre estaba lejano, sentado en un sillón y viviendo en su mundo imaginario. Cuando se le acercaba era para gritarle y castigarlo por hechos, que nunca supo que había hecho.
    Un día su madre había salido y Elián con seis años, había trepado a una alacena donde estaba el bote de galletas. Su padre no le hacía caso de que quería galletas y un vaso de leche. Como pudo, acerco una silla, trepo un banquillo y se subió. Estaba a punto de tomar el frasco de las galletas cuando resbalo del banco y aterrizo en el suelo. Su padre ni se dio cuenta de ello.
    Mientras los años pasaban Elián vivía encerrado en una burbuja propia, en la que solo dejaba entrar a su madre. Desde que empezó a asistir al colegio fue un excelente estudiante. Martina siempre lo alentaba a que no se conformara, ya que sería su pasaporte  para la libertad. Ella no lo quería atado a sus faldas, de alguna manera sentía que Elián estaba destinado a otra vida y no sabía la razón. Cuando lo observaba ayudarle y se interesaba por lo que le sucedía, tenía un sentimiento descomunal de protección. Él, no escondía sus sentimientos; podía pasar del llanto a la risa o montar un escenario para tenerla feliz y tranquila. Muchas noches le ayudó, no solo a los quehaceres de la casa, se había vuelto aficionado a la cocina y pintaba para excelente cocinero, lo cual, generaba molestia en su padre; decía de modo despectivo, que eso no era tarea para un varón.  
    Martina no sabía que tenía su hijo de especial, lo intuía, lo sentía en su fuero de mujer. El rechazo de su padre provocaba que Elián absorbiera la responsabilidad de buscar sus propios derroteros. Ignoraba a su padre. Ni cuando empezó a entrar en la adolescencia y requería de una imagen de varón y no lo busco.
     En la facultad al cumplir Elián los dieciocho años, comenzó la vorágine. Había decidido que sería médico. Gracias a sus calificaciones logró entrar sin ningún problema a la UNAM. Sus primeros semestres fueron una serie de alegrías y logros que harían de Elián un chico seguro de sus anhelos, sus sueños se iban fraguando. Siempre bien arreglado, le gustaba vestir casual pero muy conservador. Su padre lo fastidiaba con su actitud déspota. Le decía que no entendía porque no se comportaba como un chico normal. Siempre sumiso, miedoso, callado. Nunca lo había visto tomar una copa o fumar. No tenía amigos y nunca le había conocido una novia.
    ‒ ¿Así vas a la facultad? Con tu camisita almidonada ¡solo te falta el pañuelo en la solapa! ¡Pareces marquita!
    Nunca imaginó que esas palabras lo lastimarían tan hondamente.
    Al terminar el segundo semestre como su compañera de su grupo y amiga de la infancia, lo animé a que asistiéramos a una fiesta. Elián sin estar del todo convencido, decidió que lo haría. No fue tan mala idea después de todo. Nos divertimos de lo lindo. Bailamos como loquitos hasta que le presenté a un chico que quería conocerlo.
    – Elián te presento a mi amigo Bejer Front es alumno de sexto semestre de derecho y quiere conocerte
    ‒ Mucho gusto Bejer, soy Elián
Se dieron la mano de manera contundente. Los dejé para dirigirme con Adalia, mi novia.