MALCOM PEÑARANDA -COLOMBIA-

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PÁGINA 10

 
 

Apocalipsis 2020

 
Serie:  ESCENAS DE CIUDAD
Ciudad Escenario:  Medellín, Colombia.
 
El enemigo invisible arrincona por igual a los cinco imperios. Quince volcanes explotan simultáneamente y activan el temido cinturón del Pacífico. Los zombies modernos se trepan en sus SUVs y tratan de escapar a sus lujosas fincas de recreo, porque como se creen inmortales, asumen la pandemia como sinónimo de vacaciones. Ortega, el dictador de Nicaragua, manda a sus connacionales a la calle para que participen en las ceremonias religiosas para que se contagien y así se libre de unos cuantos contradictores. Boris Johnson, el arrogante líder del imperio británico que ahora llaman comunidad, recuperándose en una UCI. El papa reza solitario, humilde e impotente en una iglesia gigantesca y despierta la compasión de los católicos y la bronca de sus compatriotas argentinos. El pastor Arrázola en Cartagena vendiendo indulgencias y ofreciendo todos los medios de pago a sus borregos para según él, hablar con Dios y pedirle con nombre propio, que fulanito o peranito no se contagie del coronavirus para que siga pagando cumplidamente sus diezmos. La fauna salvaje empieza a llegar a las ciudades desiertas y mientras en Medellín nos fascinamos con pájaros extraños que nunca antes habíamos visto en una ciudad tan grande, en Envigado, una de las ciudades de nuestra área metropolitana, se asustan al ver tigrillos y otros felinos que empiezan a meterse a las casas de las lomas. El escenario no podría ser más apocalíptico. Ni los libretistas de Hollywood o Netflix, ni mucho menos los escritores de realismo habríamos imaginado semejante escenario. Porque la realidad superó las profecías bíblicas y la imaginación.
Trato ya de no ver noticieros porque en cada emisión veo las dramáticas escenas de los muertos en Italia, España y Estados Unidos. Los expertos en comunicaciones me dicen que el miedo como elemento de control masivo está siendo utilizado por los medios de comunicación. Tiene total sentido. Nunca antes los órganos de la propaganda de los cinco imperios habían coincidido tanto en vender el terror de manera tan efectiva. Al Jazeera, CNN, BBC, Russia Today y los medios chinos que informan en inglés coinciden en sus informes macabros cada día. Es un escenario inédito que nunca imaginamos. Y si a eso le agregás el poder de las redes sociales, terminás hasta con un embarazo sicológico aunque no tengás útero.
Y las cadenas de WhatsApp son las más divertidas de su corta historia. Algunas denuncian teorías de la conspiración de todos los calibres: desde que el COVID-19 fue creado en Estados Unidos como venganza contra la China porque los superó con el 5G hasta la inversa, que la China lo creó para arruinar a Estados Unidos y a todos sus aliados capitalistas como venganza por la guerra comercial. Ambas teorías ampliamente desmentidas por los científicos del Instituto Pasteur y de muchas otras corporaciones alrededor del mundo porque carecen de lógica científica. Pero la segunda carece incluso de lógica geopolítica: ¿para qué iba a querer China, el país más capitalista del mundo que de comunista no tiene un carajo, arruinar a sus mayores clientes? Porque los países desarrollados les compran a los chinos las materias primas y los componentes tecnológicos. Y los países de África, el sur de Europa y América Latina, las chucherías y baratijas a las que nos tenemos que resignar cuando no nos alcanzan los sueldos miserables para comprar las de buena calidad. Porque hasta los más estirados de estos países van a buscar el contrabando chino para ahorrarse unos pesos o para calmar un poco su insaciable consumismo. No tiene sentido. Es como presentarle una novia buenona a tu amigo más depredador.
Y obviamente, también están las cadenas de un montón de remedios y fármacos milagrosos que supuestamente curaron a Pepita Ignorante y a otro montón de viejas chismosas. Van desde una misteriosa y poderosísima planta que descubrieron en el Amazonas colombiano hasta el Interferón, un fármaco que los matasanos cubanos han utilizado exitosamente en terapias contra la malaria, pero que los epidemiólogos, infectólogos y virólogos de todo el mundo científico donde sí tienen médicos serios, desmintieron como recomendable porque crea más daños que beneficios en un coronavirus que recién están estudiando. Pero así son todos los médicos cubanos, paqueteros como ninguno, expertos en mercadeo que te convencen de lo que sea porque el régimen los entrena para eso, para que les hagan creer a los tragacuentos que son los mejores del mundo cuando se educaron en un país aislado, que dice tener avances científicos que no publican en revistas indexadas y avances médicos que supuestamente desarrollaron con la tecnología de avanzada que les donaron los soviéticos. País que se acabó desde hace más de 30 años y dejó de financiarlos porque como decimos aquí, batían mucho el chocolate, pero jamás veíamos la espuma. Y obvio, a quienes nunca han estado en Cuba ni los ha diagnosticado un médico cubano, les parecen lógicos sus argumentos. Quienes sí hemos vivido la experiencia, sabemos que es más probable que te ganés la lotería a que un médico cubano te cure de un virus chino.
Y esto va mucho más allá de las ideologías. Porque quienes me conocen saben que jamás he votado ni por la derecha ni por la izquierda y que me repugnan los corruptos y los embaucadores, sean de la orilla que sea. Pasa que cuando creés en extremos, sean políticos, religiosos o sexuales, te hacés matar por esa creencia y peleás con medio mundo por defenderlas, mientras el político de derecha se besa con el de izquierda y ambos se cagan de la risa de ver cómo sus votantes se sacan las tripas virtuales o reales. A mí me recuerdan a mi abuelita que me decía que no dejaba a sus hijas meterse a la piscina cuando había hombres porque las podían preñar con los fluidos que soltaban en el agua.
En medio de esta pandemia y este confinamiento forzado, me divierto con las peleas y las historias de los conspiretas, casi tanto como se divierten los pastores con los videos y fotos de las “hermanas” en Cristo que les muestran las tetas. Hay que purificarlas, dicen ellos. Dos veces a la semana puedo salir a comprar víveres o hacer trámites bancarios y putiburocráticos, porque aunque nos aseguran que la tramitología se acabó, nos inunda la burocracia y la ineptitud de los funcionarios y sus asistontos. Solamente podemos salir dos veces a la semana según el último número de nuestro documento de identidad y tenemos que repartirlos entre la compra de lo más indispensable, los trámites inútiles y las peleas con los empleados de las farmacias que esconden los tapabocas o los racionan, aun sabiendo que ya no nos dejan entrar a supermercados o lugares públicos si no tenemos puesto el tapabocas. Tampoco podemos montarnos al metro ni a ningún medio de transporte público. Pero vivo en el país más corrupto del mundo, así que un farmaceuta con síndrome del portero ya no me sorprende.
Al salir del apartamento me encuentro con los millennials que nunca saludan y que ni siquiera perciben que alguien les pasó cerca porque sus ojos siempre están clavados en su quinta extremidad: el teléfono inteligente y estupidizante. Luego me encuentro con el portero que me entrega las cuentas y la correspondencia y camino alrededor de la urbanización para pasar por el parquecito donde me encuentro con tres vecinos que me invitan a unirme a tres apuestas insólitas: si Boris Johnson saldrá vivo de la UCI, si Bolsonazi será tumbado por el pueblo brasilero o si algún militar venezolano codicioso se atreverá a entregar a Maduro para reclamar los quince millones de dólares de la recompensa. Cuando les digo que no, me ofrecen sumas interesantes si acierto el orden de los eventos.  Algunos jubilados se gastan la pensión en casinos y puticlubs. Imagino que ahora se la gastan en ese tipo de apuestas porque los otros tumbaderos están cerrados.
Sigo mi camino hacia la tienda de descuentos y no me dejan entrar porque no tengo el tapabocas todavía. Me voy a comprarlos a la farmacia y en la fila me encuentro con otra jubilada de ultraderecha que no sé cómo se llama pero que siempre me pone conversa para rajar de los políticos de izquierda que en este país hacen tantas cagadas como los de derecha. Esta vez se queja de los venezolanos que vienen por la carretera panamericana desde el Perú y que pasarán por aquí porque es el camino más directo para llegar hasta la frontera con Venezuela y evitar horas de viaje y el pasar por El Infierno, que es como cariñosamente llamamos a nuestra caótica capital.
 
 
  • ¡Nos van a contagiar a todos!, me dice con una cara de terror que semeja a la de la esposa que pilló a su marido en la cama con otro hombre.
  • ¿Sabés una cosa?, le respondo emputado. Yo no veo venezolanos infectados. Yo veo seres humanos que vienen con niños a los que ni siquiera pueden alimentar. ¿Vos te imaginás si eso te hubiera pasado a vos y quisieras llegar a tu país con uno de tus hijos?
 
Se queda callada y me mira con cara de cajera estreñida. Cambia de tema y hasta de tono de voz. Me empieza a hablar de lo mucho que le duele no poder ver a sus nietos. Cruela se convierte en la dulce abuela y yo empiezo a notar que además de xenófoba es algo fofa. Varias veces tengo que recordarle lo del distanciamiento social y me pregunto si tendré que hablar con acento venezolano o italiano para hacerla cumplirlo. Porque primero sufrimos la epidemia de la chinofobia, luego la italofobia, la hispanofobia y más recientemente la gringofobia y la venezofobia que va y vuelve. A mí se me arruga el corazón de ver cómo esta pandemia nos está mostrando lo mejor y lo peor de los seres humanos. Quiero creer que los frívolos y los fatuos cambiarán. Pero muy en el fondo sabemos que tiene más reversa un polvo. Y lo podemos corroborar fácilmente cada noche a las ocho, cuando los más plásticos salen a sus balcones a aplaudir a los médicos y enfermeros, pero al día siguiente los discriminan en la calle o les prohíben entrar a ciertas unidades residenciales porque los van a contagiar. Es más contagiosa la estupidez.
Salgo de la farmacia y me dirijo hacia el supermercado porque ya no tengo tiempo para volver a la tienda. En el camino me encuentro unos mochileros que se quedaron varados en alguno de los hostales del barrio. Me preguntan si hablo francés y empiezan a saltar de la alegría cuando les respondo afirmativamente.  Me cuentan su drama y cómo el confinamiento obligatorio les impidió abordar el último vuelo directo de Medellín a Madrid ya que les pedían un monto adicional exagerado dizque porque era un vuelo humanitario. Ya tenían boleto comprado, pero por la contingencia perdió validez para cambios y priorizaron a los ciudadanos españoles y colombianos residentes en España, no a los franceses. Les ayudo dándoles recomendaciones sobre dónde comprar víveres más baratos y sobre los grupos de expatriados y las fundaciones que tanto ayudan en esos casos. Quedan muy agradecidos porque llevaban un par de días buscando locales francófonos y porque hablan muy poco español y un inglés más machetero que el de Aznar. Llevan tapabocas y mantienen la distancia social, pero los locales les huyen como los fanáticos a las discusiones racionales.
De regreso a casa me encuentro con mi vecina “cristiana” y le noto un par de lágrimas en sus mejillas. Al preguntarle qué le pasa, estalla en llanto y me grita entre sollozos:
 
  • ¡Voy a parir al anticristo!
Me siento tentado a responderle que de dónde saca semejante estupidez. Pero como siempre he sido respetuoso de las creencias religiosas, le pregunto con voz dulce, como de deudor angustiado, por qué piensa algo tan horrible. Me cuenta que se lo dijo su pastor porque ni ella ni su marido pueden seguir dándole los generosos diezmos que antes le daban. Su marido trabaja en un concesionario de autos de alta gama y gana muy buenas comisiones, pero últimamente no ha vendido un solo carro por culpa de la coronacrisis. Teniendo tres hijitos y otro en camino, priorizaron sus gastos hacia lo familiar y no hacia lo devocional. Pero para el pastor era un error y por supuesto, financiar sus gustos exquisitos era más importante que mantener una familia en una época de cero ingresos.
Trato de explicarle que en ninguna parte de la biblia dice que ella será la madre del anticristo y que tal vez el pastor se lo dijo en un momento de tribulación. No lo puedo desacreditar ni hacerle ver lo rata que es porque entonces pensará que yo soy el diablo y por ende el padre espiritual del muchachito. Por fortuna carga una biblia porque viene del culto, donde se quedó su esposo tratando de convencer al patán que él no es fan de satán. Busco en ella el salmo 91 y se lo leo en voz alta. Eso la calma un poco y como estamos en el parqueadero y los vecinos empiezan a pensar que le estoy haciendo un exorcismo a la evangeloca, la invito a llegar hasta su apartamento para que se cambie el tapabocas ya que quizás su llanto lo hizo vulnerable. Encuentra lógica en mi razonamiento y nos despedimos prometiéndome que se va a leer el libro de las revelaciones en su biblia para comprobar que lo que le dijo el pastor no tiene fundamento.
Tal vez cometí un error porque al leerlo bajo su óptica descubrirá que en estos momentos todas las profecías coinciden, que estamos viviendo un apocalipsis más aterrador que el de los libros sagrados, que los signos están tan evidentes que cualquiera podrá utilizarlos para aterrorizarnos y descubrir que una rata asustada se mea en cualquier parte. O quizás el leer el libro de las revelaciones le quite la venda de los ojos y le revele que el mensaje más fuerte nos los está mandando la madre tierra que necesitaba un respiro, el capitalismo y el socialismo derrotados por un mismo enemigo invisible, la teología de la liberación que nos hizo entender que Dios más que castigarte, te ama y te libera.
 
© 2020, Malcolm Peñaranda.  
 
 
Mi nombre es Malcolm, pero mis amigos me llaman Malky. En cuanto a mí, soy licenciado en lenguas modernas, con maestría en lingüística aplicada y especialización en enseñanza del inglés. Soy muy abierto, franco, sincero y exigente, de mente progresista y vanguardista. Me gusta la música vanguardista, la literatura americana y europea, la gente abierta y confiable, la historia, las postales, la nueva era y la neo-conciencia. Soy escritor, lingüista, intérprete, traductor y profesor universitario. He sido escritor desde los 14 años y empecé a escribir para escapar de una crisis profunda en la que estaba. He escrito novelas, relatos, crónicas, ensayos, cuentos, novelettes y artículos. Soy de Medellín, Colombia.

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