WALTER HUGO ROTELA GONZÁLEZ -ARGENTINO-

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PÁGINA 9

Un huevo gigante se tragó a mis hijas 
 
Doña Ramona es una mujer de unos sesenta y pico de años de la zona de la Quiaca, en el norte de la Argentina. No representa la edad que tiene. Vive cerca de unas montañas, en medio de los valles, desde hace una veintena de años atrás.  Debido a la encases de dinero y a la posibilidad de hacer allí su vivienda sin que el Estado la molestara, construyó allí su vivienda. Precaria, por cierto. De adobe, piedra y ramas de arbustos de la zona levantó su rancho. Ella va al pueblo más cercano, donde vive su hijo varón, el 10 de mes de cada mes, nunca otro día. Recibe una pensión. Almuerza con sus nietas y recorre, después de las cinco de la tarde, los  veinte kilómetros para atrás. Su esposo murió o desapareció en alguna ciudad al sur del país. Ella no lo vio después de que saliera una mañana, treinta años atrás. Lo buscó meses, años y después sólo prefirió encender una vela, siempre el mismo día, el de la fecha en que partió.
Esta mujer vive sola en su rancho; pero diez pasos al norte, sus dos hijas construyeron otra casita para ellas. Consiste en dos habitaciones, un cuarto para guardar cosas y una suerte de cocina comedor. El baño de ellas se comparte con la madre, a veinte pasos de su entrada, en la parte más alejada de la ruta. Viven al costado de la ruta nacional más larga del país. Ellas tienen treinta y cinco y treinta y siete años. El varón, treinta y seis. Un pozo de agua les provee agua para las pocas cosas que allí plantan. Cuentan con un servicio de agua potable que llega por una tubería que conecta al pueblo donde viven su hijo y nietas con una empresa del Estado que está a poco más de cinco kilómetros al oeste, siguiendo la ruta. Las lluvias son escasas y eso se nota en el aspecto del suelo y la ladera de las montañas, en lo ralo de la vegetación. El viento siempre es seco. Las tunas son lo más característico de allí.
Lo más común que ve esta mujer es un día tranquilo, con viento frio y seco, sea otoño o invierno, y cálido e igualmente seco en verano. En la primavera ve florecer los cactus con sus flores de hermosos colores. Eso le alegra un poco. Dice ella que la vida vuelve, en colores de flores. El resto son arbustos generalmente grisáceos que luego se tornan un poco más verdes. Todo se enciende en primavera, pero dura poco. Siempre... dura poco. Ella dice que por eso hay que tener reservas. Ella con sus hijas son tejedoras de lana. Preparan la lana de la vicuña y luego con el telar crean ponchos y mantas que, cada sábado sus hijas llevan al pueblo para la venta. En eso consiste sus rutinas. La corriente eléctrica pasa, por un cable muy alto, pero no baja hasta sus casas. Llega hasta la empresa estatal, pero no baja la corriente hasta sus humildes moradas. Para iluminarse en las noches utilizan unos faroles a mantilla, unos a gas, y otras lámparas a Kerosene.
En una fecha que no era el 10, doña Ramona bajó al pueblo. Llegó en el colectivo que pasa por su casa a las 6 de la tarde.  Vino directo a la comisaría. La atendí de inmediato, apenas cruzó el umbral de la oficina, su cara venía desencajada, comenzó su relato, que repetía una y otra vez: “Se llevaron a mis hijas… Se llevaron a mis hijas” -comenzó balbuceando.
– No sé por qué la Pachamama se llevó a mis hijas -continuó.
– ¿Cómo que se llevaron a sus hijas doña Ramona? -le pregunté, con voz pausada, tratando de calmarla.
– Sí, la Pachamama… La ladera del cerro se abrió, un huevo gigante salió de allí y se tragó a mis hijas…
A esa altura pensé que la mujer se había vuelto loca o que realmente a sus hijas las habían raptado y ella narraba eso por efecto de algún tipo de sustancia alucinógena. Pero desconocía que esta mujer utilizara algún tipo de sustancia por su cuenta, a no ser la típica hoja de coca, que es tan común en nuestro norte. Sin embargo, al calmarse brindó detalles de lo que había ocurrido. Las contó unas cinco veces.
Cuando sucedió lo de la desaparición de las hijas de doña Ramona era pleno invierno. Cuando llegó empezaba a declinar la tarde rápidamente. Si regresábamos con ella a su casa, seguramente, no veríamos casi nada. Pero ante su estado de excitación y por lo grave que puede ser una desaparición fuimos. Tomé una gran linterna y me acompañaron dos subalternos. Revisamos la zona de las casas. Todo parecía estar en orden. Pero era imposible determinar si hubo algún tipo de movimiento de tierra. No había huellas de vehículos, ni de caballos, nada. Pero en la noche es difícil percatarse de detalles por eso nos volvimos al pueblo. Doña Ramona pasó la noche en casa de su hijo. 
Regresamos a la a la casa de las desaparecidas, temprano en la mañana, del día siguiente. Para nuestra sorpresa, ambas estaban allí. Hablamos con ellas intentando obtener detalles de lo sucedido, pero respondían dando rodeos y sin poder o, quizás, no queriendo, dar explicaciones exactas. Parecían atontadas por alguna cosa, que no era alguna sustancia narcótica, sino quizás por el cansancio que exhibían. Pero no encajaban sus historias. Faltaban demasiados detalles de las últimas 24 horas que decían no recordar. Ellas estaban preocupadas por su madre. Pues no la encontraron en su casa. Le aclaramos que ella habían denunciado su desaparición y que había pasado la noche en casa de su hijo.
Estas mujeres habían desaparecido, no recordaban casi nada de las 24 últimas horas, su madre las vio desaparecer. Era la única testigo. Y debo decir, que en lo que a mí concierne, Doña Ramona es una persona confiable, pues la conozco desde hace años.
La montaña estaba intacta. Revisamos la ladera de cabo a rabo. Tanto de un lado como del otro, el no visible desde la casa de las “presuntas” desaparecidas. Fuimos hasta la cúspide, que no está tan alta, como en su base del lado opuesto. Todo parecía en orden.
El caso de  la desaparición de las hermanas, hijas de doña Ramona, quedó sin resolver. No pudimos explicar cómo ocurrió, si es que así fue, su desaparición. No pudimos constatar lo relatado por la madre de las susodichas desaparecidas. La tierra estaba intacta, sin indicios de que algún movimiento, algún derrumbe haya ocurrido. Archivé el acta con el título: <<Posible desaparición no explicada>>. De hecho, el único dato del asunto fue brindado por la testigo, doña Ramona, una ciudadana que fue peritada por el médico del pueblo, quien la encontró cabalmente sana. Sin embargo, cada vez que le preguntamos sobre el caso, aún tiempo después, repitió: “La Pachamama se llevó a mis hijas… La ladera del cerro se abrió… Un huevo gigante se tragó a ms hijas”.    
 
 
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 Huellas en el salar
 
 
Con un grupo de inversionistas, camuflados en un contingente de turistas, recorrimos parte del salar Uyuni, el más grande del mundo, ubicado en Bolivia, en el mes de enero de 2019.
Pedimos a Jesús, el guía, que condujera lo más lento posible, pues llevaba la camioneta 4X4, cual conductor del rally Dakar que, de hecho, se celebra en esta zona desértica en el mes de enero.  Este año, 2019, no pasó por aquí, pero sí el año pasado. Nuestro conductor y guía, de tez oscura y renegridos bigotes largos, usa todo el tiempo sus gafas para el sol y un gorro de pescador que le cubre incluso la nuca. Los lentes oscuros son indispensables pues el suelo pedregoso de los alrededores  como el del salar brillan ante la presencia de Inti, el dios sol. Sin ellos, su labor se torna dificultosa.
George y yo, junto con Mary y Estéfany, le solicitamos al guía que nos llevara lo más adentro posible del salar. Él dudó y nos explicó los motivos. Sin embargo, nosotros exhibimos unos cuantos billetes para tentarlo acceder. Su duda no se aclaró. Expuso que es tan vasto el salar que, si no tienes puntos de referencia, te pierdes.  Y agregó: “En cierto punto las comunicaciones caen, y las brújulas se vuelven locas. En años anteriores -prosiguió- teníamos equipos de radio, pero como los dueños de las camionetas no pagaban, las más de las veces, la gente empezó por tomar los equipos de radio para venderlas y así, cobrar la deuda”. Es una triste realidad de esta gente que ante la escasez de trabajo se interna en este desierto, arriesgando incluso la vida - pues hubo casos de vuelcos - intentando ganarse el pan. Tras mucho hablar decidió llevarnos hasta cierto punto y aclaró que tenía comida para 48 horas y agua para un poco más, siempre y cuando lo racionáramos. Pero, trataría de no perderse y volver lo antes posible, pues debía dar explicaciones a la empresa, o sea, a alguien a quién, seguramente, tampoco importaba dar explicaciones. 
Lo que siguió del trayecto por el interior del salar pasó de ser una carrera a un paseo tranquilo.  Eso sentíamos en ese momento. Quizás sea porque incorporamos la ingesta de vino, queso y unos fiambres secos que trajimos para la excursión. Jesús, al principio, no quiso aceptar, pero después sí. Todo el camino lo vimos consumir unas raciones de maní con cáscara oscura, de sabor algo picante. Todo el camino, lo ingirió, bocado a bocado, de tres a cuatro manís por vez, como quien masca chicle.   
Sobre las 19,30 horas Jesús se detuvo lentamente. Nos miró a todos y nos explicó, pausadamente, que no avanzaría más de esa zona. No es prudente – agregó. El paisaje que teníamos ante nuestros ojos era increíble. Foto tras foto, el paisaje mutaba, se volvía más y más brillante en medio de la oscura noche estrellada. Jesús había conducido en línea recta todo ese tiempo, volvería para atrás en sentido opuesto, siguiendo, en parte, sus propias huellas, una línea imaginaria que nos llevaba a la civilización. Los puntos de referencia que teníamos al principio, se habían esfumado, sólo el cielo estrellado estaba por doquier.
Jesús apagó el motor, después de dar una vuelta en U. Los celulares estaban sin señal. Él subió al techo del vehículo y bajó uno de los tanques de combustible. De la parte trasera de la camioneta extrajo mantas y nos invitó con algo de comida que llevaba allí.
La noche estaba increíble. Las estrellas se reflejaban en la fina capa de agua que cubre grandes zonas del salar, pero no todo. Apenas bajó el sol tras la inasible línea horizontal cayó la temperatura. Intentamos realizar la mayor cantidad de fotografías posibles. Nada nos preparó para lo que sucedió veinte minutos después de detenernos. Cerca de la camioneta se notó, claramente, una suerte de huella en paralelo de algún vehículo. Era como un par de haces de luz que se formaban, y se extendían en dirección opuesta a la camioneta. Es decir, en el sentido que íbamos, antes de virar. En un punto esas huellas se detuvieron. No sé precisar a qué distancia. Lo miramos a Jesús y él entendió. Entendió nuestro deseo de seguir aquellas huellas luminosas. Y rápido respondió: “No, no voy a seguir esas huellas. Sea lo que sea. No lo voy a hacer”. En ese punto intervino Estéfany y con todo su encanto y voz más sensual posible y otros verdes billetes logró convencerlo. Él aclaró que no era cuestión de dinero, sino de prudencia.  Le rogamos y le dijimos, muy convencidos, de que quizás la gloria estaba allí, unos pasos más adelante. Y que para su familia representaba dinero de uno o dos meses de trabajo duro. Muy lentamente Jesús puso en marcha el motor. Dio vuelta en redondo, y comenzó a seguir aquellas huellas luminosas, paralelas, que despedían una suerte de destello. Anduvimos unos diez minutos tras las líneas cuando simplemente volvieron a extenderse más al interior del salar. En ese punto, Jesús se detuvo y no quiso avanzar. Sin embargo, delante nuestro, por sobre las líneas paralelas, se materializó – porque.. como expresar – que delante de las huellas paralelas vimos un objeto, un vehículo, con forma esférica al principio, que se fue aplastando en tanto pasaron los minutos, pocos. No se veía nada antes, que formaran esas huellas. La transformación siguió rápidamente. Se volvió alargado, cilíndrico, como una suerte de submarino o cohete, metálico. Flotaba sobre la superficie, pero a su paso dejaba esas alargadas huellas en paralelo, sobre la sal, sobre la delgada capa de agua.
Todo el tiempo observábamos esa cosa y no atinamos a registrar fotografías. Como aturdidos,  nuestros sentidos, sin estarlo. Simplemente, asombrados. Cuando quisimos usar nuestras cámaras, éstas no funcionaron. Ninguna. Incluso el motor de la 4X4, se apagó. La luz del coche también.   Por lo que, de aquella experiencia inolvidable, sólo tenemos nuestros recuerdos, ninguna forma material de probar que en esa incursión al interior del salar, tuvimos una suerte de encuentro con algo asombroso.
En breve, estaremos invirtiendo en la extracción de sal, quizás podamos volver a visitar la zona. Creo que hoy me mueve más que esa rentable explotación el descubrir qué era eso que formaba las huellas en el salar, sin tocar la superficie. 
 

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El campo santo más cerca del cielo
 
 
Hace un par de días atrás terminé de editar unas fotografías que registré durante un viaje reciente. Estaba muy entusiasmado, ansioso, por repasar, gracias a ellas, los sinuosos caminos de piedra, sobre la ladera de montañas. Entre esas fotografías estaban, casi lo había olvidado, unas de un cementerio ubicado a un costado del sinuoso camino. Recuerdo que tras una curva alcanzamos a ver unas formaciones regulares con cruces encima. Eran como pequeñas casitas con techo a dos aguas, del tamaño de un cajón peruano. Estaban montados sobre la ladera, aparecieron a nuestra izquierda. Eran sepulcros, pequeños mausoleos, rústicos, antiguos quizás. Cómo saberlo, pues pasamos por el frente con cierta prisa, sin serlo. El andar del pequeño ómnibus era continuo, sin pausa, pues estábamos subiendo. De hecho, esperábamos, rogábamos que no se detuviera en subida… El tamaño del cementerio era pequeño, lo percibo ahora, viendo las fotografías.
De camino a la zona de nuestro destino, es decir, a la base de salida de montañistas que ascienden el Huayna Potosí, en Bolivia, notamos la presencia de un grupo de personas de la zona apostados a un lado, como a veinte metros de la ruta. Un camino no asfaltado, labrado, como dije antes, en la ladera de las montañas. Las mujeres estaban ataviadas con sus trajes típicos de cholitas. Aquí debo aclarar que la expresión cholita se usa para referirse a las mujeres mestizas del altiplano boliviano que utilizan vestimentas tradicionales desde el proceso de iniciación del mestizaje. Consiste en el uso de sombrero de ala corta o mediana, blusas o chaquetillas que pueden ser livianas o pesadas, según la región, polleras de amplio vuelo, plisadas. Debajo de las polleras utilizan enaguas, en tanto usan para calzarse botas y botines con cordones, abarcas o sandalias, y sobre los hombros una manta de macramé, con adornos de lana de vicuña o alpaca, mientras que el cabello lo llevan recogido en trenzas. Estas mujeres así ataviadas la vimos no sólo en ese camino sino en la ciudad capital, realizando variadas actividades. Descubrimos que su uso está ligado a una suerte de reivindicación y resistencia cultural de parte de las mujeres, que lograron que deje de ser obligatoria la adopción del uso de ropa occidental en los lugares públicos, sean ambientes académicos, políticos, de espectáculos y/o en medios de comunicación. Una diferencia importante que distingue a estas mujeres de otras de Sudamérica.
Disculpe, amable lector, sigo con el relato. A veces olvido que estoy dentro de estas páginas, unido a estas letras dentro del universo albo. Lo cierto es que mirando las fotografías noto que era un grupo de siete mujeres y dos hombres. Y la pregunta era y sigue siendo: ¿quiénes eran y qué hacían allí, en ese medio día?  Quizás visitaban a sus muertos, pues no había mucho más. Pocas casas a lo largo y ancho de estas altas formaciones rocosas. Lo que sí noté al observar las imágenes  fueron dos cosas. Primero, lo evidente. Es el cementerio más cerca del cielo que yo conozca. El campo santo está a la misma altura que las nubes. Es decir, está cerca de los 4.900  metros sobre el nivel del mar. Lo segundo, no fue, ni por asomo, evidente, ni esperable al registrar unas fotografías. Costó ver, darse cuenta y mucho más creer… Pero allí estaba. Al costado de una tumba, alguien  estaba erguido, de pie, aunque se ve con escasa nitidez. Sin embargo, es posible notar la presencia de un hombre de casco, tipo de los de minero, pues tiene esa inconfundible lamparilla delante.  Parece seguir el paso del ómnibus con la mirada. Parece increíble, pero las fotos lo demuestran. Las tengo aquí, delante de mis ojos.
Miré una y otra vez las imágenes. Registran el pequeño cementerio desde varios ángulos, conforme fue avanzando el vehículo. En tres de las fotografías se nota a esa figura humana, claramente, de casco, y que sigue nuestro paso con la mirada. De esto me doy cuenta, al mirar las fotografías en mi casa, quince días después de regresar del viaje. No antes, mucho menos en el momento que se hizo el registro. Dudo, aún, de que en ese momento haya habido alguien allí. Pero como aquellas personas que caminaban en grupo, podría ser un visitante del lugar. Este hombre, también pudo estar allí, en igual actividad. Para intentar saber más del lugar busqué en la Internet y descubrí, ahora recuerdo que alguien lo mencionó, el lugar es el cementerio de Milluni. Allí fueron enterrados personas en épocas diferentes, las que en este momento parece tener sentido, son los enterramientos de mineros masacrados por militares en 1965. Quizás esta imagen sea, no lo sé, de un antiguo minero que nos quiere revelar aquella situación particular.
Mis dudas persistieron. No podía con el tema, estaba en mi mente todo el tiempo en este par de días. Contacté a Julia, una amiga que realizó el viaje conmigo y le plantee el asunto. Ella no recuerda haber visto a nadie allí. No aparece, en sus fotografías, nadie allí. Sólo las tumbas. Me resta pensar que quizás, sólo quizás, allí no hubiese nadie de pie, que quizás haya sido una manifestación  visible para algunos, por estas extrañas cosas que suceden, cada tanto, y sobre las que no tenemos explicación.


 

(Pedro Buda)
Walter H. Rotela G.
2020
  
 

Algunos de mis cuentos son publicados en revistas literarias y sitios vinculados a la escritura: Revista Literarte, La Pluma afilada(No activa), Revista Túnel de letras (1° y 4° edición), Revista Palabras Diversas (No activa), Universo La Maga, Suplemento Realidades y Ficciones, Tus Relatos, Corto Relatos, Revista Literaria Amauta, Ratón de Biblioteca, Opulix, y en otros no activos hoy.   
Mis libros publicados en Editorial Bubok son: "Huellas de mis pensamientos"; "Buscando... las llaves, las rutas", "Siete cuentos - Del 2007 al 2008", "Líneas Paralelas - Relato de viaje" son los primeros pasos. Otros materiales del tipo de periodismo de investigación son: "OLIVOL Y MUNDIAL UN SOLO CLUB" y "CORO ESPERANZA (1985 - 2015) 30 años de actuaciones" (…Éste último libro también apareció impreso en papel en Montevideo, Uruguay). "Serie Túneles" es el título del libro de cuentos publicado en enero de 2016. "Criados en la Tierra Roja" es otro libro de cuentos publicado en 2016, también en Editorial Bubok. Otro libro de cuentos, también en Editorial Bubok es: “Los pasos de jaguareté michí y otros cuentos”. En el año 2.020 publiqué otro libro de cuentos, en la misma editorial: “Cosas curiosas en los caminos de las cumbres”, en la misma editorial.
Mis blog: Huellas de Pedro Buda - el formoseño;  Nuestras Huellas en la Era Digital; Universo creativo de Pedro Buda. Desde abril de 2014 y hasta agosto del mismo año escribí para el diario digital “El Mirador de Sudamérica”, como periodista corresponsal. Cursé la Licenciatura en Ciencias de la Comunicación, en la Udelar, en Montevideo, Uruguay.
Llevo adelante este 2.020 el programa Página en Blanco que sale por Ivoox. Busco en ese formato de podcast compartir la voz de escritores latinoamericanos que nos acercan sus modos de creación y la lectura de alguno de sus textos.  
Correo: pebuwar2@gmail.com
twitter: https://twitter.com/pebuwar2
 

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