LUIS GERARDO PONCE -MÉXICO-

Pandem- (ia/ónium)

 
Día 1*
Muerto por COVID-19.
 

  • ¡¿Qué?! ¡¿Cómo?! Me lleva el diablo…
  • Pues, así como lo oye, amigo, su tío murió por COVID hace unas horas. El número de usted estaba en sus contactos del celular, y como acá no parece tener familiares le marqué a usted. Puede venir cuando guste a la Presidencia Municipal a recoger las pertenencias.
 
Justo hoy, que se ha declarado la Cuarentena en todo el país. Al menos mi asesor ha dicho que continúe con la tesis desde casa, la experimentación ha finalizado y ahora será cosa de redactar, leer y abultar con paja la teoría que sustenta mi investigación. Llamé a mi madre, me recomendó que me vaya al pueblo de mi tío, no fuera a ser que los Antorchistas invadan la casa, que me quedara allá un tiempo en lo que todo esto pasa, así se ahorraría un dinerito de la renta acá en la ciudad y la beca, que está cerca de morir, me rinda un poco más.
Una mochila y una maleta con la laptop, cuaderno, ropa y unos libros. El roomie entiende la situación y me deseó suerte, también me acompañó a la Central camionera, la cual estaba llena de gente inconforme. Ya habían cancelado dos corridas a mi destino. Sólo encontré una disponible hasta la madrugada. Como ya había gastado en el taxi, la acepté y mejor me puse a escribir en este cuaderno. Siempre tuve la intención de escribir un diario, pero como buen becario, lo he postergado.
Es difícil enfrentar el reto que supone una página en blanco, el dar el primer paso, dejar que la tinta baile entre la blancura hasta que no haya lugar. Son los inicios los que cuestan. Son los inicios los que dan miedo.
 
Día 2
Entusiasmado con estar escribiendo no sentí cuando las nalgas se me quedaron dormidas con el frío suelo de la Central, y por poco no escuché la llamada para abordar. Me subí al bus, encontré mi asiento, guardé el cuaderno y me dormí profundamente, aunque un par de veces el fresco de la madrugada me hizo despertar. Ya era bien entrada la mañana cuando del chofer indicó con un grito el nombre del pueblo y bajé a toda prisa. Pregunté por la Presidencia Municipal, pero me vieron feo y no supieron/quisieron dar indicaciones. Así que eché a andar la calle empedrada hacia donde se asomaba tímida una bandera. Ahí vi la pequeña plaza, el kiosco, la iglesia y el edificio principal. El policía de la entrada me llevó al escritorio del achichincle que me había llamado, me entregó una bolsa con cartera (obvio sin el dinero), llaves, un anillo, reloj pirata (el Omega que siempre usaba mi tío no estaba) y su viejo teléfono. Luego me llevó hacia el cementerio, en una casetita había una urna con las cenizas de mi familiar y me dijo que debía pagarle al municipio la cantidad de 2000 pesos por la cremación. Al negarme me dijo que mejor me la llevara como cortesía [¡!], que mi tío había sido hallado en la calle fuera de su domicilio. Acto seguido me dio el acta de defunción, la dirección de la casa y el modo de irme.
Aunque el día estaba gris, el sol y el calor se percibían fuertes, la primavera se dejaba sentir; el verde de los cerros y la humedad del ambiente daban cierto aire misterioso al pueblo. Una chica guapa se asomó por la ventana de una casona, mirándome insistentemente para luego desaparecer tras las cortinas. Sudoroso llegué a la antigua morada de mi tío, casi pegado a una arboleda. La casa es de dos pisos, amplia, con un enrejado ocre por el óxido de los años y el encalado de las paredes había tenido mejores ayeres. Con sus llaves abrí el zaguán, luego la puerta. Tenía vagos recuerdos de este lugar, de una fiesta con toda la familia por la boda de algún primo que se fue de mojado a los Estados Unidos, donde lo mataron unos negros pandilleros. Dejé la maleta, saqué dinero, caminé hasta dar con un minisúper. Demasiada gente atacando los anaqueles del papel higiénico, del cual pude hacerme con un paquete de cuatro rollos. Compré despensa suficiente para malcomer un mes y productos de limpieza. Caminar de regreso con las bolsas fue cansado. Limpié exteriores, interiores, quité unas cosas raras alrededor de la casa, me bañé y aun desnudo me quedé dormido después de reportar la situación a mi madre.
 
Día 3
Espero no cachar algún resfrío porque estuvo lloviznando mientras dormía. Me recluiré aquí mientras pueda, aprovecharé el tiempo para la tesis y leer. Me preparé la comida mientras veía algunos capítulos que tenía pendientes de una serie televisiva. La ventaja que acá llega la señal de celular, hay internet y en general el ambiente es tranquilo, algo alejado del centro del pueblo, se escuchan el canto de las aves y algún otro animal, en especial maullidos de gatos o ladridos de perro.
 
 
Día 4
He terminado la segunda temporada de mi serie, leí un par de artículos de donde saqué ciertas ideas y referencias. ¡Cómo odio el formato APA!
 
Día 5
Ya viernes. Leo por todos lados que el CovidMan Gatell les parece guapo a las morras, si está casi igual de frentón que yo, pero claro, el ser figura mediática vende la idea del poder… si pasó igual con las buchonas hacia Ovidio G.
Creo que mañana me daré una vuelta al pueblo…
 
Día 6
La ida al mercado fue rara. La gente de acá es recelosa, me sentí vigilado la mayor parte del recorrido. Me contó un vendedor que la policía está limitando a los comerciantes que vienen a ofrecer sus mercancías. Acá hay unas memelas buenísimas. Pasé al depósito por unas cervezas y me vine a la casa. Hoy terminaré de ver la tercera temporada.
 
Día 7
Me acuesto a dormir cada vez más tarde, si regularmente me iba a la cama a las 12 por estar con la tesis, anoche a las 3 seguía despierto por estar pegado a la pantalla.
 
Día 8
Me pareció escuchar disparos en la lejanía, al salir hallé una patrulla, le pregunté a los policías y me dijeron que era mejor no andar de metiche porque había gente “de pocas pulgas” en la zona.
Exploré la casa, barrí y sacudí. Hallé a dos arañas violinistas a las que maté sin miramientos. Espero no haya más. Mi tío tiene varias cosillas medio peculiares entre su librero: libros de historia de las religiones, de horror, barajas, piedras, unas pulseras, en un cajón hallé velas de varios colores, un incensario. Hay un cuarto que está cerrado y del manojo de llaves ninguna lo abre, debe andar la correcta por ahí extraviada, cuando tenga ánimos la buscaré.
 
 
 
Día 12
La procrastinación es el pan de todo becario de posgrado y lo come cada que se acuerda. Aprovechando la membresía especial de cierta página porno me he pasado las últimas ¿75? horas en el onanismo más severo. La ninfomanía masculina es un sueño físicamente imposible, pero uno no lo entiende hasta que duelen los riñones por el esfuerzo y cuando la leche ya sale en polvo que amenaza con ser rosa.
 
Día 14
Esta mañana fui de nuevo al minisúper, cargué unas sopas instantáneas, unos paquetes de galletas, pan, café. Afuera unos ojos enormes me miraban intrigados en el contorno de una cara muy linda. Era la misma chica de la ventana en mi primer día acá. Con una sonrisa tonta me presenté. Se rio conmigo, espero que no de mí. Caminamos hasta su casa bajo el cielo meridiano. Margarita, me dijo que su nombre es Margarita, le queda de maravilla, es una perla preciosa con su trenza dorada. Un beso en la mejilla y un papelito en mi mano fueron la despedida: su número de teléfono para mensajearla. Hoy fue un día perfecto.
 
Día 15
Me animé a escribirle. Margarita. Su nombre griego me evoca un libro de Bulgakov, quisiera ser el Maestro…
Se divirtió de lo lindo al ver la clave LADA de mi número telefónico:
 
  • No me digas que eres chilango, eh.
  • Para nada, lo que pasa es que estudié mi carrera y ahora el posgrado allá, pero mi familia es de este Estado, de la mera capital; sólo mi tío se vino a vivir a este pueblo.
  • Menos mal, porque no quiero pelear por si las quesadillas llevan queso.
 
Platicamos por horas, compartimos memes y nos quedamos confundidos si se debe o no empezar a usar los cubrebocas. Según en el pueblo ya van 3 personas que han caído por el bicho y han pasado los fumigadores a “satanizar” [jajaja] las calles.
 
Día 22
Entre avanzar muy poco la tesis, ver series y charlar con Maggie [ya empezaron las cursilerías] se me van los días; las noches ya no se hicieron para dormir temprano. Se enciende una chispita de esperanza de ver si la nena cae, me gustaría comerla a besos, pero es difícil por el encierro, aun así, estamos planeando encontrarnos.
 
Día 25
Postergar hasta que no hay más, procrastinar una cosa haciendo otra que se había ya dejado para otro día y así se nos va la vida. Leí en algún lugar que uno de los males de las últimas generaciones es el Síndrome de la felicidad postergada: nos llenamos de cosas que compramos como libros, películas, discos, que pasarán años para poder disfrutarlos bajo la premisa de no tener tiempo por escuela, trabajo, obligaciones o bien dormir. Tratando de nadar contra la entropía que esto supone, saqué uno de los libros que me traje de México; entre las páginas hallé la fotografía de Michelle, y el corazón me dio un vuelco.
Michelle [ma belle] fue mi novia, una novia linda y delicada, una novia de las que ya no hay, una reliquia de tiempos pretéritos de las que aman caminar de tu brazo bajo la lluvia veraniega y reír cuando te roban un beso, de esas que hacen planes a futuro y sueñan con domingos tranquilos en casa de su familia, de esas que, si no sabes manejarlas, te comen los años y los sueños. Y mi sueño de seguir estudiando chocaba estrepitosamente con su idea de un compromiso con el hombre trabajador que le daría un par de hijos y orgasmos en silencio al llegar a casa por las noches cansado de la oficina, cuando un torrente de quejas y cosas sencillas aderezan de tedio una cena calentada en microondas.
Ella me dejó por primera vez cuando fui aceptado en el posgrado, por segunda vez al término del primer semestre, cuando por la experimentación de un parámetro conflictivo no acudí a un compromiso con su familia. La tercera ocasión fue la definitiva, cuando entendió que mi interés iba más allá de sólo ganar dinero, el cual no tuve ni tengo; y se fue de mí entre una cortina de lágrimas que opacaron las ágatas de su mirada, dejándome en medio de las hojas que caían en un jardín de pena sin fin.
 
Día 33
Extraños son los caminos del Señor, más extraños lo son aquellos del Mal. Por el clima lluvioso de los últimos días no pude salir. Pero esta mañana era clara, las nubes dispersas, el calorcito invitante. Caminé en dirección al cerro, disfrutando los sonidos del campo, cuidándome por si aparecía una serpiente o acaso un alacrán. Unos dos kilómetros más adelante hallé una pequeña construcción, como un cobertizo cerca de la cañada. La humedad ha hecho estragos en la fachada, el intenso aroma a moho, hongos al parecer alucinógenos crecen al amparo de su sombra. Se siente una vibra algo pesada. Me asomé en la oscuridad por la ventana rota, encendí la luz linterna del celular, nada de animales. La puerta destartalada me invitó a pasar. Caminé por el interior hasta dar con otro cuarto: Botellas vacías de alcohol, marcas de gis o cal en el piso, manchas de cera cuajada, sangre coagulada, y en un rincón, el putrefacto cuerpo de lo que al parecer era una gallina de negro plumaje cubierto con muchas moscas.
Asqueado salí, y mi pie impulsó una llave que aterrizó dando tres tumbos. La tomé, se veía rara. Mejor me alejé, temiendo que hubiera alguien cerca. Llegué a la casa con el pulso acelerado, sudando. Me lavé la cara y cambié de ropa, de donde cayó la llave encontrada. Una loca idea cruzó mi mente, por lo que fui a la habitación cerrada de mi tío. Sorpresivamente la cerradura cedió ante el giro de mi mano con ese pedazo de metal. El olor encerrado de incienso y parafina me obligaron a abrir la ventana. El librero amplio, el cómodo sillón de cuero, su escritorio antiguo, las gruesas cortinas de oscuro terciopelo azul, la silla roja de pesada madera, un retrato de mi tío en su temprana madurez, daban a esa habitación un toque de elegante solemnidad que contrastaba con el recuerdo que yo tenía de él, siempre bromista y encantador.
Sobre el escritorio había una carpeta y una baraja de Tarot. Tomé el mazo y empecé a ver las cartas ricamente decoradas. Había nombres en la carpeta con una estrella dibujada y símbolos que medio reconocí como de los alquimistas. Leí en voz alta los nombres: Lucifer, NataS, Mephisto, NataS, Baphomet, NataS, Asmodeo, NataS, Behemoth, NataS
Ruido. Algo se movió en la ventana, la cortina hizo un siseo por el aire y un gato negro estaba ahí, me hizo soltar el mazo de cartas al suelo por el susto. ¡Pinche gato!, grité, ¡me sacaste de pedo! El minino sólo movió su cola, divertido, ronroneando.
Levanté la baraja, pero algunas cartas habían caído más lejos: La rueda de la fortuna, la luna, la muerte, la torre, el diablo, cinco de oros, diez de espadas… ¡lotería! Junté todos los naipes y los dejé sobre la mesa. El felino me siguió maullando a todos lados, tenía hambre. Sorprendentemente en la alacena encontré comida para gatos, le serví, comió, bebió y luego se fue a apoltronar en un sillón. Entonces el minino vivía aquí o sólo aparecía de vez en cuando y era bienvenido. Regresé a la habitación. Abrí un cajón del escritorio, estaba una foto de una mujer medianamente madura con m tío y otro gato, la fecha atrás era de hace unos 32 años. Leí los títulos de su biblioteca: Liber auris, Magick, Kabballah from Sephiroth to Qliphot, Vermis Misteriis, Burzum Ishii, Hexerei im Zwielicht der Finsternis, Chaos Magic, Libro de San Ciprián, Alberto Magno, Isis sin velo… ¿Mi tío andaba en ondas diabólicas o únicamente coleccionaba objetos ocultistas? Siempre me pareció muy tranquilo, con una vida despreocupada gracias a la renta de un par de propiedades y especular con oro. No sé, en general puedo considerarme ateo, pero esto me hizo estremecer un poco.
Me quedé dormido en su muy cómodo sillón, seguro por varias horas, pero ya era entrada la noche, una llamada en mi teléfono. El número ¡imposible!: Michelle. Contesté severamente intrigado, en una mezcla de confusión, ilusión, tristeza, enojo.
 
  • Eh, hola mi amor, sólo quiero que estés bien, te he extrañado tanto, perdóname por haberme ido, no sabes qué arrepentida estoy –
Su voz sonaba tan triste y distante, casi etérea, velada por la amargura. Le reclamé su abandono, con la voz entrecortada, en sollozo, solté lo que traje guardado casi 4 años. Me rogó que la perdonara, quiere verme pronto, y el teléfono se apagó. Hacía frío, por eso me acerqué a cerrar la ventana. A lo lejos vi luces, como de fogata, en dirección a la cañada. Me senté de nuevo en el sillón, de pronto el gato brincó a mi regazo y me dormí.
 
Día 34
El gato parece haberme pegado la curiosidad. Desperté y luego de un breve desayuno me encaminé al cobertizo donde la noche anterior se veía el fuego. Olía nauseabundo, a animal muerto y a tierra quemada. La vibra del lugar era fuerte. Empujé la puerta con el pie y no di crédito a lo que vi: un cuerpo destazado a machetazos, la cabeza encima de la ensangrentada panza, los brazos y piernas separados del torso eviscerado, los intestinos agusanados. Lamento decirlo: no soy tan fuerte y vomité enseguida, eché a correr a la casa y tomé el teléfono, marqué el número de emergencia para reportar lo visto. Una voz áspera me contestó del otro lado de la línea.
 
 
  • Polecía municipal, ¿qué quiere?
  • Bueno, este, deseo reportar un asesinato.
  • ¿Usted lo mató?
  • No, es que hay un cuerpo destazado cerca de la cañada.
  • No se ande con bromas, chilango.
  • No soy chilango, sólo el número es de allá de la Ciudad.
  • No me venga con chingaderas, hasta el acento es de allá, si quiere reportar un crimen tiene que presentarse a la cabecera municipal en persona para que se le tome declaración.
  •  
No sé en qué pensaba en ir para allá, en descubrir el cuerpo, en llamar y mucho menos en ir a declarar. Cuando llegué estaban dos uniformados haciendo bromas de chilangos. Me presenté y uno de ellos, el que me atendió por teléfono me reconoció:
 
 
  • Con que acá está quien llamó. ¿Seguro que no está alucinando?
  • No, ahí hay un cadáver en la caseta cerca de la cañada.
  • ¿Y cómo sabe?
  • Caminaba por ahí y olía raro, por eso me acerqué.
  • Pinches chilangos, cómo son metiches.
  • Que no soy chilango, yo nací en este Estado.
  • Número de allá, acento de allá, seguro traga tortas de tamal y quesadillas sin queso.
  • Sí, pero...,
  • Pero ni madres, chilango también es el que se va para allá y se queda, las malas mañas se pegan y acá no nos gusta eso. Ora, súbase a la patrulla.
 
Llegamos, el cobertizo estaba vacío, el piso mojado, olía a lavado. El uniformado me dijo que estaba loco, que ahí no había nadie y que me cuidara porque a la otra me iba a dejar encerrado por andar inventando bromitas. Me dejó al lado del camino y contrariado fui al depósito por cervezas. Ya no había y dijeron que la escasez iba para largo. Tendré que racionar lo que compré.
 
Día 40
Ya se cumplió la cuarentena, pero no se le ve final a esto, los casos confirmados siguen en aumento, el “Preciso” sigue con sus estupideces y nadie sabe qué procederá. Margarita quería que nos viésemos por la tarde. Me rasuré tras casi un mes sin hacerlo, me ha crecido el cabello y he aumentado varios kilos desde que esto comenzó. Hace tres semanas que las peluquerías no abren. Debí traer más ropa, los pantalones me aprietan.
Recorrimos el pueblo. Casi todo estaba cerrado. Nos enteramos que un par de agitadores querían incendiar la clínica de salud, pero no lo consiguieron. Al atardecer miramos el sol esconderse, tomados de la mano, en la cima del cerro. Bajamos con cuidado, luego contemplamos la súper luna en su esplendor, porque acá todo el cielo es un espectáculo cada noche. En alguna casa se escuchaba la desenfrenada algarabía de una fiesta. La llevé a su domicilio y entonces nuestras bocas se unieron en un beso perfecto. El petricor me regaló su perfume mientras caminé a casa con sus labios aún dejando su fantasma sobre los míos.
 
Día 46
Estoy acostumbrándome a la habitación que estuvo cerrada. A veces hojeo los libros, tratando de entender lo que dicen, a veces tengo pesadillas por el cadáver que desapareció, a veces me da nostalgia pensar en Michelle y su llamada nocturna, pero el beso de Margarita compite con ese recuerdo. A veces creo que debería regresarme a la ciudad. Llamé a Michelle, su teléfono fuera del área de servicio o apagado, a cada hora lo intento, en toda hora lo mismo, envío mensaje, marca error, busco su perfil en Facebook y no existe, seguro estoy bloqueado. Hago una cuenta alterna, busco y no existe, busco en Instagram o Twitter y no hay, lo más parecido es una chica francesa de esas que buscan fans al enseñar mucho de su perfecta piel. Se me ocurre escribirle a una de sus amigas para que me ponga en contacto y dejarle algún mensaje. Si regreso a la ciudad trataré de hacerlo funcionar esta vez.
 
Día 54
Margarita dice que le gustó besarme, que la dejé con ganas de más, parece anfibológica su frase. ¿Ganas de más? ¿De más besos? ¿De otra cosa más? Juego con una baraja española que hallo: nueve de espadas, dos de copas, siete de espadas, reina de copas, sota de oros. Según leí en uno de los libros, hay un mensaje que debo entender, pero no lo capto.
Por la noche revisé mis mensajes en el Facebook. La amiga de Michelle por fin me ha contestado. Es una serie de insultos que no creo merecer. Como estaba en línea le digo que me resulta molesto leer lo que escribió dado que no ofendí a su amiga ni a ella. Tardó en contestarme que soy un insensible y que qué clase de broma tan pesada era esa. Que respete. Mmmm, clásica amiga cuidacolas. Minutos más tarde, al parecer más sosegada y pensando la situación se disculpó, pero su respuesta me cae como una cubetada de hielos tras un baño caliente: Michelle murió hace poco más de dos años en un accidente de auto.
 
Día 56
Sigo sin entender cómo es que Michelle me llamó si está muerta, era su voz, su número, sus palabras. No logro dimensionarlo. Debo admitir que lloré mucho este par de días, no logro concentrarme en un artículo difícil de traducir para la tesis.
El mensaje de Margarita me saca de balance. Dice que puede escaparse un rato, que quiere verme. Le digo que tengo cerveza en el refri y se emociona, dado que trae antojo y los aprovechados la están revendiendo en el triple del valor. A las cuatro está a un lado del camino, esperándome. Me ve, corre hacia mí, me besa y me abraza. Me toma de la mano, me cuenta que algunas personas de la fiesta que escuchamos hace dos semanas se contagiaron de coronavirus. Entramos en la casa. La noto nerviosa. Su mano suda y un par de veces veo que tiene escalofrío. Trato de hacerla reír, bebemos, nos besamos. La primavera obra su magia en los jóvenes y este abejorro ha encontrado una dulce flor…
Al caer la noche la encamino a su casa, está súper sonriente, me lleva del brazo, me besa, se ríe. A la puerta hay una camioneta estacionada, se pone seria, se suelta y camina hacia ella, haciéndome señas que espere. Sin voltear se mete en su casa. De la camioneta sale un chavo fornido, con sombrero y botas, su expresión no es amistosa, se parece mucho a Margarita, pero con un par de cicatrices en la mejilla y un dije dorado de Malverde al cuello. Me pregunta que quién soy, que qué quiero con ella, que respete a su hermana. Dice llamarse Valentín al tiempo que hunde su puño en mi estómago y me patea. Dudo un instante en responder el golpe, me detengo para que ella no salga regañada. Estoy advertido, que si quiero algo con su hermana primero voy a tener que vérmelas con él. “Al menos me la cogí”, me retiro pensando eso, una pequeña victoria.
Más adelante un botudo bigotón sale de un auto de lujo que no coincide con su imagen, me dice chilango, se la miento, me brilla la fusca en el cinturón y me espeta que Margarita es su novia pero que ella no lo sabe, que si me le vuelvo a acercar hay plomo.
 
Día 62
Mensaje de Maggie, dice que sus padres la regañaron por salirse, y por llegar acompañada, que Valentín ya los predispuso contra mí y será mejor dejar de vernos un tiempo, aunque buscará la manera de escaparse un ratito. Le cuento del bigotón. Resulta que es hijo de un narco medio influyente en la región, que andaba en negocios muy puercos. Que es mejor dejar que la situación se calme un tanto. Comentamos el lanzamiento del Space X, de lo rico que estuvo nuestro encuentro, que quiere más y más, que las noches se ha tocado recordándome. Me manda un par de fotos que harán mis delicias solitarias nocturnas. Pero en la charla sale algo extra: Ella estaba nerviosa no por estar conmigo, no por el ansia de tener sexo, sino por entrar en la casa, dice que de niña le daba mucho miedo “la casa de la bruja”, ésta misma, que había sido propiedad de doña Mariana, que llegaban autos de todo tipo ahí, que se escuchaban cosas raras cuando ella no estaba, que algunos niños desaparecieron y nunca los hallaron, que era una mujer guapa. Le describí a la mujer de la foto con mi tío y el gato. Efectivamente, era ella, que se juntó con don Faustino (mi tío) y unos años más tarde la hallaron en su carro volcado y quemado más allá del camino que da al ojo de agua al otro lado del cerro. Que después don Faustino se quedó definitivamente a vivir en el pueblo.
 
Día 66
Creo que estoy enfermo del bicho de moda, me duele todo el cuerpo, la garganta, la cabeza, moqueo, creo que no huelo nada. Aviso a mi madre, voy a la farmacia similar por antigripales y antipiréticos. Beberé cloro…
 
Día 80
Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Sin coger y sin cerveza, estoy que pierdo la cabeza… Jajajajajajajajaajajajajajajajajajajajajajaajaja…
 
Día 81
Llueve copiosamente, no ha parado de caer agua en varias horas, granizo, hace frío, el agua corre calle abajo como si fuera un arroyo, los relámpagos se escuchan cerca. La energía eléctrica quedó dañada, estoy sumergido en la oscuridad salvo por las velas que enciendo. Puedo jurar que hay sombras que se mueven y danzan y me miran y mi cerebro no deja de verlas aun cuando cierro los ojos. El gato se ha ido, aterrorizado de lo que pasa acá en las noches.
 
Día 83
Falsa alarma, sólo era una gripe especialmente fuerte con infección de garganta. En mis delirios de fiebre me ha dado por buscar cómo contactar a Michelle, pero sólo respondió Mariana la dueña de la casa, quemada y maldita, asesinada por los narco-satánicos al comerles el negocio con un político influyente, también hay una entidad llamada Melissa que me susurra cosas al oído acerca de lo que acá pasaba. Descubro que el viejo roble afuera de esta casa sirvió para colgar gente en la Revolución, que en el pozo tapado hay un coro de niños sacrificados, que la hija nonata de Mariana está emparedada en el cobertizo, que este lugar es una absoluta pesadilla y que estos días las sombras me han estado acechando. Como mal, duermo peor, el miedo me invade, nada me alivia y Margarita ha estado ausente. Contacté a otra bruja que sólo sonaba una campana y era especialmente hostil, Melissa me dice que ella trae la enfermedad y que he quedado desprotegido al quitar los guardianes de alrededor de la casa.
Michelle, acude a mí por favor.
Melissa, Melissa, ¿puedes escucharme?
 
Día 84
No estoy bien, necesito ver a un loquero, un exorcista o a quien sea. Necesito salir de este pueblo, de esta casa, dejar atrás a las entidades, el verano ya está aquí.
Margarita me respondió la llamada, corrí a verla a su casa, me abrazó asustada, le conté lo que ha pasado, cree que aún deliro de fiebre, Valentín estaba enfrente y la metió con violencia. Lo lastimé por eso, nos enrollamos a golpes, con una piedra le he roto la mano, luego le doblé el brazo y tronó, sentí que no podía detenerme. Corrí a la casa a resguardarme, pero justo ahora ha caído la noche, un par de camionetas ronda la casa, han soltado un par de disparos. Como no hay electricidad han traído antorchas, ¡antorchas!, me gritan “Sal pinche chilango” “ahorita vas a acompañar al descabezado” “jálele a la cañada”, busco con qué defenderme, ¡no hay! El tiempo se acaba, han roto las ventanas____
[ilegible, manchas de sangre]
*Contenido del cuaderno hallado debajo de un escritorio en la “casa de la bruja”.
 
Grabación del médico forense:
Varón, hispano, aproximadamente 1.70 de altura, 77 kilos de peso, señales de cortes con instrumento punzo cortante, posible machete, seccionado en miembros inferiores y superiores, corte en plexo solar, órganos retirados, hallado en la calle frente al domicilio de Faustino Méndez alias don Brujilio, presumiblemente emparentado con él.
 
  • ¿Cómo lo ve, mi doc? Se le quiso poner picudo a mi gallo Valentín.
  • Estuvo rudo, ya vi que le rompió el pico y el ala al Vale.
  • Pues ya se curará mi cuñis, ¿Qué no? ¿Y éste de que se habrá morido? Jajajaja
  • Muerto por COVID-19.


Capitalino nacido, malcriado y habitante de la ciudad más grande de este país (no chilango), Ingeniero químico por profesión egresado del IPN, cuentista y cuentero por vocación, bibliómano, literóvoro, poetastro ripioso, defensor de la métrica, melómano maniático, sabelotodo de subgéneros metaleros, bluesman, pervertidor de ideas, sibarita epicúreo, mago irresoluto, filósofo de retrete, romántico desfasado, fotógrafo frustrado, besucón empedernido, eterno aprendiz de bajista, amargado profesional, suicida fracasado pero jamás estrella de porno. Ganador del Segundo Lugar del Concurso “Relato corto en la vida de un becario” en su 2da Edición.
 

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