FRANCISCO J. BARATA BAUSACH -ESPAÑA-

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PÁGINA 10

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DON LUIS BROMERA
 
 

    Pensativo o quizás somnoliento; no sé, cualquiera de las dos situaciones podría definir mi estado de ánimo esa tarde.
     Desde el alfeizar de mi ventana disfrutaba de los placeres de una tarde primaveral, en la que entre los tenues colores del atardecer, el fresco olor a petricor del aire y la brisa marina que impregnaba el ambiente, era complicado decidirse por una de las  sensaciones que más hedonismo reportaban al espíritu.
    Una paloma se posó en  mi ventana; paloma, mensajera y conocida, ¡ojo!, nada que ver con el “Espíritu Santo”.  Venía del palomar de mi vetusto y sabio amigo. Don Luis Bromera de los Santos, tercer “Barón de Puente Arrabal”.
     Don Luis, por un arcaísmo revolucionario y sobre todo por una cabezonería recalcitrante, había decidido no utilizar ningún tipo de telefonía para sus comunicaciones personales. Para Don Luis, estas formas, que habían desbancado a la carta, no eran nobles ni elegantes. Él, si hablaba con alguien, lo quería hacer  mirándole a los ojitos, no con un “aparato”, del que no sabía que uso haría de sus palabras y si alguien más las escucharía (acertada premonición la suya, por cierto); prefería sus palomas mensajeras para casos de urgencia y las tradicionales misivas para temas menos apresurados.
    Esa paloma, que ya me tenía en su agenda,  era la que siempre utilizaba Don Luis para los contactos más urgentes conmigo.
     En su patita, el lindo volátil llevaba un tubito al uso, de donde extraje una nota que decía, “Paco, por tu bondad, tengo que tratar contigo un tema delicado y necesitaría,  de ser posible, me visitaras mañana”. En el mismo papelillo, le contesté que a eso de las nueve de la mañana, estaría en su “encantador palacete”.
    Don Luis, como yo, éramos madrugadores y a esas horas ya estábamos por el mundo respirando  aire, antes de que tantos vehículos lo agotaran. Introduje el canutillo en su lugar y lancé al vuelo la linda avecilla, que con un grácil aleteo, surcó el cielo en busca de su morada.
     Por cierto, que la distancia entre nuestras respectivas casas,  era, a paso de ver escaparates, y sin comprar nada,  no más de diez minutos.
    Entretanto, me quedé de alguna manera pensativo, por la mención de Don Luis de “un tema delicado”, pues él no era proclive a fantasear ni hacer exageraciones con cualquier tema baladí.
     Don Luis, para definirlo: era una persona muy culta, ilustrada, racionalista, creo que  masón y en suma, poco dado a las preocupaciones que solían ocupar a otros mortales.
    Al día siguiente, como  funcionario enloquecido, por puntual, a la hora en  que habíamos quedado, estaba  con Don Luis en un saloncillo inferior de su casona, sentado en un sofá, (ya bien conocido por mí), y reconocido en él su merito por el afán de engullirme entre sus mullidos almohadones cada vez que allí sentaba mis reales.
    Después de los saludos, bienes y parabienes de rigor entre personas de buena cuna y educación esmerada, como solía mentar don Luis, para entrar en lo que motivara nuestra reunión le dije:
    ─Don Luis, usted me dirá.
    ─Paco, no más de 1,65 metros, sin alzas y en canal ─, contestó, devolviéndome una antigua broma mía del día en que nos conocimos.
    ─Don Luis, “touché”.
    ─Bueno niño, chanzas a un lado, vamos a lo que me cuita y te hace necesario; si lo vieras plausible, amigo mío.
    Y sin más preámbulos, comenzó a deshilvanar los motivos de  su mensaje:
    ─Como bien sabes Paco,  tengo una casa solariega en el “Condado de Treviño”, casón que nunca he tenido a bien visitar;  y te parecerá tontería,  porque ya no hay diligencias y en automóvil me mareo. Hasta que no encuentre una diligencia que me lleve, pues no iré. Me hace ilusión visitar mis blasones con envoltura apropiada. Pues bien, el “Concejo Municipal”, se puso en contacto hace unos pocos meses  para solicitarme autorización; querían dar un uso representativo y cultural a mi caserío, con el consiguiente pago de un canon anual, que bien me vendrá.
    Muy dado, Don Luis, a la teatralidad, en ese momento hizo una magistral pausa mientras se levantaba para, de una de sus muchas estanterías llenas de libros, acercarme uno sobre “La Baronía de Puente Arrabal”, que por supuesto no tenía ningún interés en que ojeara ahora mismo.
     Dejando el libro entre mis piernas, prosiguió:
     ─El permiso  lo di; restaurar el casón mantiene en pie el monumento e implica tenerlo adecentado.  Lo iban a convertir en un “Centro de Iniciativas Turísticas del Concejo”. Según me olí, de paso y como quien no quiere la cosa, enchufarían a todo familiar que encuentren a mano y no le encuentren mejor utilización. Por otro sí, me contaron que allí había  bártulos de tipo muy familiar, léase: algún bargueño, secreteres, baúles con lindos blasones familiares, armaduras de mis antepasados, armas, panoplias…, en fin un batiburrillo de cosas, que por ser muy de mi linaje, consideraban que no debían quedarse allí y lo mejor era que me lo mandaran. Así lo hicieron. Dos camiones de mudanzas, hasta los topes, organizaron un buen sarao para llegar hasta la puerta de mi casa.
   ─ ¿Cómo es que no me enteré de todo ese trasiego, Don Luis?─Le interrumpí  curioso.
   ─”Francesco”, ¿recuerdas que te fuiste de vacaciones con tu “santa” para ver de enderezar tu relación? Pues entonces se realizó la mudanza. Coincidencia que te libró de ayudarme ─. Sonrió socarrón.
   Aclarada mi duda, iba a continuar con su narración, pero antes me preguntó:
     ─ ¿Por cierto, cómo te va con Laura?─Preguntó con mucho interés, Laura era mi exmujer y la apreciaba tanto como a mí.
    ─Ya le cuento dilecto amigo, es un asunto muy largo y conviene que no nos separemos de lo que le ocupa.
   Asintió con la cabeza y retomó su exposición:
     ─Todo esa materialización de mi  linaje familiar, lo descargaron en la planta baja desde los camiones que mandó el “Consistorio”. Después,  unos “intelectuales” de mi “Emérita Cátedra de Ciencias Naturales”, convertidos por vez primera en “curritos manuales”, por mis méritos a la hora de convencerlos de que podría hacer un estudio antropológico de todo lo que a sus espaldas subirían a los  pisos donde se fue colocando todo. Los “bobitos”, se lo tragaron, sudando como nunca lo harán más en su vida.
   Debo indicarles, para que ustedes comprendan mejor la historia, que don Luis era “Catedrático  de Instituto”, jubilado y emérito por su brillante trayectoria académica. Además, tenía un “no poder”, que le impedía subir a los pisos superiores de su casón actual.
       Según él decía, tenía  probadas noticias de que “La Parca”, como llamaba a la muerte, otea desde siempre por las alturas, buscando a los candidatos a difuntos;  a los que pretende entregar certificados de defunción recientitos y él no tiene ningún interés en recibir ningún otro título o dignidad  y menos la de difunto.
      ─Pues bien, ─siguió el emérito ─, desde que acabaron de montar e instalar todo lo de allende llegado, algo está pasando por allí arriba que antes no pasaba y estoy un algo empecinado  por enterarme  de qué se trata.
     ─Y qué está pasando Don Luis ─, inquirí extrañado.
     ─Pues, joven, y espero que valeroso amigo; todas las noches oigo ruidos, chirridos, puertas que se cierran, algún quejido, total,  parece que un piquete de lansquenetes se  haya instalado arriba, junto  con los enseres recibidos.
    ─Don Luis, ¿pudiera ser que su primo segundo de Ávila, tenga insomnio y le dé por subir a curiosear sus nobles pertenencias?
   Antes de seguir con la respuesta de Don Luis, debería informarles de quién es el tal “primo segundo de Ávila”. El abulense en cuestión, vive desde ni se sabe, escondido en casa de Don Luis. El “primo segundo”, así se presentó el menda,  ni su nombre le dijo para “no ponerle en peligro”, sus palabra fueron. Relató a Don Luis que por tenor a su conocimiento preciso de quién mató al General Prim, los poderes fácticos ligados al “Duque de Orleans”, presunto implicado en la trama magnicida, le buscan para regalarle un nicho en  “La Almudena”, que el primo también  se niega a recibir, porque, palabras suyas, “él es muy devoto de Santa Teresa y la yemas, y  cuando  muera quiere ser enterrado en Ávila, con una caja de yemas en su ataúd”.
   Puestos ustedes en  valor acerca del por mi mentado abulense, continuo con la contestación de Don Luis.
   ─Paco, el cenutrio de mi primo segundo tampoco  separa sus pies de las estancias inferiores como yo. Está convencido de que los que le buscan, tienen algún por mayor con “La Parca”, ya que ésta, al otear desde campanarios y alturas, tiene más posibilidades de encontrarle y  avisar a sus perseguidores para que le den caza  y por ello, matarile. Pero además, él también ha notado las extrañezas de la noche y de purito pánico, pasa casi todo el día en su cuarto, en la cama y arropado hasta la boina.
   ─ ¿Entonces Don Luis? ─Pregunté con cara de poema inconcluso.
   ─Bueno, bueno, Paquillo; desearía que pasaras una noche en los pisos superiores, donde te han preparado una habitación para averiguar que timba nocturna se montan los lansquenetes.
   Quedé casi noqueado por el impacto de su petición; parece que mi buen amigo me concedía un valor que ni yo sabía tener.
    Para salir del paso, le pregunté a Don Luis el porqué de su pensar en mi, que según le aseguré, no estaba del mundo de lo sobrenatural especialmente enterado.
    ─”Paquirrín”, tu eres joven, ilustrado, racionalista, inteligente, valeroso…, y la única persona tan  leal, que por amistad haría eso por mí. Además, ¿no creerás en fantasmas, verdad?
    ─Estoy de acuerdo con  usted en una única cosa; que no ha encontrado a mano otro gilipollas. Con todo lo demás, Don Luis, “milongas de mal tanguero”. Pero, como la locura es un paso anterior a la santidad, y yo,  Don Luis, quiero ser santo, esta noche, con mi compañero “el temor de Dios” y como únicas armas, mi pijama y mi cepillo de dientes, bueno, también  traeré el “Tomas de Quempis”, por si sirve para algo. Esta noche, reitero, estaré aquí para servirle.
     Terminándose la tarde, aparecí con mi hatillo y mi racionalista prevención en casa de Don Luis.
     La cena fue apacible y amena como cualquier conversación con mi amigo y debo decir, por la amistad que nos da la confianza mutua, que la frugalidad trapense estaba bien representada en la mesa, porque flatulencias nocturnas por una copiosa cena, con seguridad no iba a tener, ni pesadillas que desviaran mi atención.
   Charlamos en la sobremesa de cosas  mordaces y talentosas, hasta las nueve y media de la noche, que era la hora cotidiana en que mi anciano amigo, se retiraba a sus aposentos; no sin antes indicarme que en el segundo piso, entrando al pasillo, la tercera por la izquierda los pardillos de la “Cátedra” me habían preparado una cama “muy confortable”, según sus propias palabras.
   Después de subir la escalera con “cara de pavo” la noche antes de “Acción de gracias”, entré con  la bolsa en la, por otros llamada “confortable habitación”,  que en realidad debería definirla como una ascética y limpia celda de cenobio trapense.
    Como era pronto para mi vocación nocturna, decidí dar un garbeo por todas las “altas instancias”, nunca mejor dicho, para situarme y por qué no decirlo, buscar una salida de emergencia por si la prudencia me aconsejara esa opción en algún momento de la larga noche que me esperaba.
    En la planta en que me encontraba, la segunda, había cinco habitaciones, incluida mi celda dormitorio. Las demás, llenas, en algún ordenado batiburrillo con los bártulos de Don Luis; incluidos grandes armarios, lujosos cofres, bellísimos bargueños, secreteres y varios escudos de armas colgados por doquier.  En el amplio pasillo, cuadros de bella, y por ende buena factura en algunos de ellos, que supuse eran egregios antepasados y como no, alguna armadura medieval de gran presencia y perfecto estado.
    Subí por una puerta que daba a la escalera del “Miramar”, (terraza típica en las casonas nobles valencianas desde donde se puede ver el mar),  allí la vista nocturna de la ciudad antigua sobrecogía, por la  barroca dureza de sus contornos y campanarios. Al fondo, se intuía la línea del mar, con su infinita sabiduría y su mediterránea capacidad de seducción.
     Al bajar cerré la puerta con los pasadores que la protegían, siguiendo con  mi inspección. Nada vi de extraño, aunque sí de vetusto y noble.
    Por cierto, que las piezas enviadas por el “Concejo”  eran, según parecían, todo lo mejor que amueblaba su casón histórico, se habían comportado muy digna y copiosamente. Creo que mandaron todo, menos las paredes.
   Bien repasado de igual modo el primer piso,  sin nada en que poder encontrar algo extraño o fuera de lugar, oí en el Campanario de la Catedral, que el doblar de sus campanas me situaban a mí, y a toda la ciudad, en las once de la noche; pensé  acostarme, a la espera de acontecimientos, ya que la tranquilidad actual no me hacía presagiar nada fuera de la normalidad.
   Yo, en eso tenía razón mi anciano amigo; ni creía en fantasmas, ni en “apariciones marianas” ni de las otras, ni en la parafernalia espiritista, en suma, un ilustrado de libro. Pero, mi cultura general, me impelió a pensar que cualquier suceso paranormal no debía darse hasta las doce horas como mínimo, “la hora de la brujas”, pensé risueño.
   En esas estaba, a punto de entrar en mi alcoba, cuando oí un terrible portazo que venía de la escalera que subía al “Miramar” que yo mismo cerré al bajar.
    Al salir al pasillo e intentar dirigirme hacia el origen del ruido, una sensación que no era de este mundo, me hizo llegar, ni sé cómo, a la otra parte del pasillo y me arrimó a la pared como si  fuera un sello de correos.
    Pero lo que a continuación sucedió, todavía me cuesta creerlo.
    Vi una figura negra, espectral, espigada y con las cuencas de los ojos vacías, que no huecas, más que andar, levitaba. Se paró a escasos metros de mí, que en esas, no podía separar mi espalda de la pared, donde la fuerza anterior me había llevado. Algo, en toda mi consciencia, salió de mi cuerpo. Me vi a mi mismo, aterrado y adosado a la pared sin mover ni un musculo, con cara de pánico y pinta de imán de nevera.
    Aquello que había salido de mi cuerpo, de lo que yo era consciente seguía también, y dale, empujado hacia la otra parte del pasillo, donde comenzaba la escalinata que bajaba al primer piso. De pronto, en la dirección en la que ese algo me empujaba, surgió una luz que, insufrible, blanca, demasiado blanca, se había formado.
    Mi yo etéreo, cada vez era más empujado hacia esa luz.
    Me oponía con todas mis fuerzas; no sé de qué tipo, porque mi parte física, “digamos”, seguía en la pared, como un adhesivo de “Bob Esponja”. Mi fuerza era espiritual y  no podía dominarla, bueno, eso al menos sentía. Mi esencia, por llamar a mi yo etéreo de alguna manera, de una forma u otra se daba cuenta que la fuerza que me empujaba emanaba del espectro negro.
    Mi ser exterior se debatía y no me explico cómo, en cientos de contradicciones, que solo debían existir en mi imaginación, pero que se  resumían en que yo no quería ir hacia la luz.
     No sé porqué, ni cómo, pero mi forma no corpórea comprendió lo que era la luz y quien me empujaba. ¡Era La Parca!, me estaba empujando hacia esa luz blanca, que dicen contemplar los que están transitando entre la vida y la muerte.
    ¡Redios!, pero lo que yo era,  todo pinta a que era mi espíritu, no tenía la menor intención de morirse,  menos en ese momento y  yo dándome cuenta, pues no señor. Aun así, estaba a punto de llegar a la entrada de lo que bien parecía un tubo luminoso al que mi “plasma”, por llamarlo de alguna forma, se veía impelido contra mi voluntad.
      Estaba ya entrando en la luz, y estaba empezando a pasar por mi cuerpo etéreo, que era mi mente, toda mi vida, manda huevos. Que la puta “Parca” me estaba mandando al mas allá por sus cojones.
    Decidí no pensar en mi vida, en un intento de retrasar lo que parecía inevitable, pensé en mis acreedores, pobrecillos ellos,  si esto seguía así no cobrarían y en la vida de los patos, veía lindos patitos, cosa que ahora no acabo de comprender.
     Mi velocidad de entrada en la luz se estaba ralentizando, esta ilusión duró solo un momento y noté que mi cuerpo físico cayó de bruces al suelo, ¡hostia, que me muero!, grité sin emitir sonido alguno.
     “La Parca” entretanto, a lo suyo; cabezona, extendía la mano, o lo que fuera señalándome la luz, de ese modo, me empujaba con más fuerza hacia donde no quería ir ¡joder! y eso que no me gusta decir tacos, que la “puta Negra” me está dando matarile.
    Mentalmente me volví hacia ella, mis ojos que no eran ojos, miraron a sus ojos que tampoco eran ojos,  parecía que las fuerzas me estaban fallando, mi cuerpo cárnico estaba en el suelo,  mi ser etéreo estaba en trámite de romper las últimas ataduras con la vida. Me había cazado, tenia Don Luis razón, “La Parca” oteaba las alturas para cazar pardillos, a falta de pan, me había trincado a mí que pasaba por allí. Si nada lo evitaba, y les juro que no sabía que podría evitarlo, a mi me quedaba poco para dejar de  cobrar el subsidio del paro.
      Todo lo que les estoy relatando, no sé si pasó en segundos, horas, o meses, es decir, pasó en un tiempo que para mí fue una  eternidad. Me estaba despidiendo de mis amados acreedores, y me acordaba de la “puta madre” que parió a “La Parca”, cuando lo que a continuación aconteció, fue aún más alucinante…, si ello fuera posible.
    Mientras mi entelequia extracorpórea era empujada hacia la luz, como si estuviera subiendo al metro de Tokio en horas punta y los empleados me quisieran embutir cual sardinilla en lata, desde luego  estaba más muerto que vivo, porque la luz me engullía más y más por momentos.
    De pronto, otra nueva sensación se hizo presente.
    Una figura difuminada en los contornos, sensación de paz en su luminosidad, blanca, semejaba un caballero templario por los sayones y la cruz  que llevaba en el pecho. Mi cuerpo etéreo sintió una total relajación, la atracción hacia la luz se iba diluyendo.
     La figura, ¿de dónde salió?, ni repajolera idea por lo visto hasta ahora, pero poco me importaba, se interpuso entre “La Parca” y mi yo “flotante”.  En ese mismo instante algo, como un choque de protones, se estaba generando entre la luminosidad que surgía del templario y la fuerza con que “La Parca” me empujaba hacia la luz.
     El  choque de ambas energías se entremezcló con un estruendo que ocasionó un estallido de energía de colores increíbles; si el ruido no despierta a media ciudad, estaban todos sordos.
    “La Parca” retrocedía lo que el blanco espectro avanzaba, si las “cosas raras” pudieran hacer muecas, eso es lo que creí ver en lo que debía ser el rostro de “La Negra”;  entonces por vez primera, me pude volver de espaldas a la luz blanca.
     El haz de energías estaba creando un agujero negro;  pensé, que si eran como los que conocemos en el cosmos, “hasta luego Lucas”,  adiós mis entradas de cine para mañana. La luminosidad del agujero negro, llegó con  estruendo al máximo nivel, con un estallido enloquecedor, por lo que tenía de brutal.
     Después de ese trueno ensordecedor, “La Parca” se convirtió en una estela negra con  una larga cabellera de luces  que se difuminaron por el espacio.
     Entonces sentí que mis dos cuerpos se volvían a fundir en uno, recuperé la consciencia en mi ser corpóreo y logre levantarme del suelo; la luz blanca había desaparecido, la cartera seguía en mi bolsillo.
    El venerable espectro, no sé cómo, me había salvado.
    Se acercó a mí y me habló, pero sin palabras; se comunicaba mentalmente, yo lo comprendía y a la vez me transmitía una maravillosa sensación  de bienestar.
    Lo que a continuación les relataré es lo conversado; si podría llamarse así, porque me di cuenta que yo tampoco necesitaba emitir sonidos para decirle lo que primero sentí…, “gracias”.
                                                        •••
 
    El anciano espectro fue un caballero templario y ancestro de Don Luis. Venia de otra dimensión, en la que los “no vivos”, los que para nosotros habían muerto, llevan otra vida, según nuestros cánones, espectral, o por lo menos espiritual.
   En su mundo llegó a conocer por cotilleos de espíritus burlones, que “La Parca”, la encargada del traspaso de una a otra dimensión, (en cristiano traernos la muerte), estaba encoñada en adelantar la fecha de defunción de Don Luis.
   Para evitarlo, el venerable templario montó el numerito de fantasmas para lograr que subiera y así, interrumpiendo el intento de traslado, que “La Parca” volviera a casa con la “túnica” entre piernas, sin ganas de volver a por Don Luis en un tiempo.
    Por ello, ante la fantasmada formada en los pisos superiores, Don Luis, que no subía ni “hasta las trancas de vino”, me buscó a mí.
   Pero el resultado sería el mismo, “La Parca”, tardaría mucho, mucho, en volver a por ninguno de los dos, de lo que yo me alegraba enormemente,  por ambos.
 
                                                         •••
 
   En ese instante me desperté en mi austera celda, durmiendo sobre mi  cama.
   Sin hacerme ninguna pregunta me levanté, use mis armas de viaje, pasé por el aseo y bajé a desayunar.
    Allí estaba Don Luis esperándome, me miró y  soltó, “una noche muy tranquila, como no se había dado hace semanas”.
    ─Tiene razón, ─ respondí─. Me da la impresión que los lansquenetes se han ido a jugar en otra timba.
   ─Paco, amigo, creo que  tienes razón, y todo, me da la espina, que se acabó, ¿no crees?
   Sonriéndole, seguimos desayunando.
    Lo que pasó, pasó.
    No había nada más que hablar; no valía la pena intentar explicar lo inexplicable, por increíble…, y mi dilecto amigo lo comprendía perfectamente.
 


 

Me llamo Francisco J. Barata Bausach, no soy escritor, solo estoy aprendiendo a escribir. Soy un tipo ya mayor, con 68 años, que nunca antes había hecho literatura.
     Bueno, como está feo mentir, os diré que por mi “curro” de Economista, ahora jubilado, estaba acostumbrado a escribir sobre temas profesionales y reconozco que no me costaba nada hacerlo. Resulta que en Mayo del 2014, me da por empezar a escribir, bueno a intentar hacer literatura.
    Escribo porque me gusta, lo he descubierto tarde. Pero ahora me apasiona. En esas estoy desde entonces, escribiendo relatos de momento, venero las novelas, pero  aun me vienen grandes. Hasta la fecha, y con lo que os mando, he escrito muchos relatos, y concursado en más certámenes. Me parece una buena forma de practicar y aprender. Lo conseguido hasta la fecha, es con mayor o menor importancia lo siguiente:
 Desde Mayo de 2014 a fecha de hoy,
 
         85   Primeros Premios (Tres en EEUU, otro en Ecuador, dos en Venezuela, otro en Alemania, dos en Brasil, veintidós en México, diez en Colombia, tres en Bolivia, catorce en Argentina, uno en Perú)
         14    Segundo premio (Uno en Uruguay, dos en Argentina y uno en México)
   12   Terceros Premios (Uno en USA, uno en Argentina)
   23   Cuartos Premios (Dos en USA, uno en Chile, uno en México, uno en Uruguay)
       308   Finalista  (Cuatro en México, nueve en Argentina, uno en Colombia, otro en Ecuador y otro en Costa Rica)
       189 Seleccionados para diversas Antologías. (Siete en Uruguay, dos en Argentina, otro en Costa Rica, otro en Israel y uno en Chile)

 

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                                                         En Puertollano,  10 de octubre de 2020.