BENITO ROSALES B. -MÉXICO-

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PÁGINA 7

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Benito Rosales Barrientos, nació en Monterrey, Nuevo León, México, en 1978, ha participado en varios talleres literarios de ciudad natal, entre ellos El Nudo de José Julio Llanas, Los Elegidos de Eligio Coronado, también ha tomado asesorías particulares con Jorge Chípuli y Marisol Vera Garza.
 
Es autor de:
1.- “Sobre la Cornisa del Laberinto” Ediciones Morgana 2016 (Poesía)
2.- “Cuando estos Cielos caigan como Ojos de Gato” Ediciones Morgana 2018 (Poesía)
3.- “Las Flores del Jardín” 2017 (cuento representado en teatro guiñol como parte de una estrategia de comunicación durante el ejercicio del FORTASEG 2017, de la Dirección de Prevención Social del Delito de Monterrey, para promover la cultura cívica, buen gobierno y cultura de la legalidad, en 20 colonias, llegando a un aproximado de 200 niños)
4.- “La niña y la serpiente” (el cual fue traducido al italiano en el 2018, y forma parte de una plaqueta de cuentos latinoamericanos por la asociación civil LUNA ROSSA en Italia)
5.- “Narraciones Extraordinarias de un Árbol en Patines”, Ediciones Morgana (Colección de 10 eBook compuesta por: El Tlacuache robot, El día que el delfín se quedó callado, El hechizo, La Ola Martina, El dromedario rapero, Paco Pollo Matemático, Sueño de lobos, Poly y Zuu, El malo de los cuentos, y Un Día Hermoso; de los cuales destaca “Poly y Zuu” el cual desde el 2017, hasta la actualidad, forma parte de un programa de difusión de la Mediación, por parte de la Dirección de Prevención Social del Delito del municipio de Monterrey, teniendo una cobertura aproximada de 300 instituciones llegando a más 20,000 niños)
6.- “Rastros del Innombrable”, publicación independiente 2020, la cual cuenta con 8 cuentos de horror desarrolladas en escenarios rurales de Latinoamérica.
7.- “El Robot” cuento incluido en la antología “Memoria del confinamiento 2020” publicada por el grupo “Los Zarigüeyos” en Monterrey N.L.
 
Obtuvo mención honorifica en el PRIMER PREMIO LITERARIO DEL PARLAMENTO DE LAS AVES 2020, con el cuento: “El pintor de peces”.
 
Actualmente participa en el programa de Facebook: Tiempo Literario con el maestro Eligio Coronado.


 

METIMOS LA PATA
 
Cuando cumplí dieciséis años, papá me regaló una motoneta. Mis ojos brincaron como chapulines al verla estacionada en mi recamara.
 
Apenas regresaba de la preparatoria, hacía la tarea, y saltaba a la calle para ir a la plaza. Ahí encontraba al Wicho, juntos dábamos una y otra vuelta hasta dejar el tanque casi sin gasolina. Éramos terribles: correteábamos perros, tocábamos timbres,  hacíamos sonar la alarma de los coches  y nos bañábamos con el agua de la plaza. Quizá lo que más nos gustaba era pasar muy cerca de la baqueta para ver a las muchachas que iban a correr.
 
Ahí fue donde la vi por primera vez, estaba hermosa. Yo le calculaba unos quince años. Era muy delgada y más que correr parecía que el viento la arrastraba. Traía unos brackets horribles que la hacían aún más perfecta, un short de licra celeste, y una playera negra con la leyenda “Hombres G”.
 
- ¡Eh menso, te gusta la Huesos! - repetía el Wicho siempre que nos la topábamos.
 
Siempre que hacía eso me daba un codazo y yo le daba un zape. Tal vez mis ojos ya eran diferentes cuando la miraba. Muchas veces antes que él llegara, yo fingía buscarlo tratando de verla, aunque ella simplemente me ignorara.
 
Así pasaron varios meses. Hasta que me rompí la bendita pata.
 
Al Wicho se le hizo fácil tocar el timbre de la señora Godínez. En esa casa no lo habíamos hecho porque tenían un perro muy bravo.
 
- Raulito, es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para la humanidad…- Fanfarroneaba el muy idiota mientras subía las escaleras del pequeño vestíbulo que daba a la puerta.
Caminaba como si fuera astronauta. Yo me aguantaba la risa. La motoneta estaba encendida y lista para salir huyendo. Con lo que no contábamos era que la señora abriría la puerta antes.
 
El tonto se asustó, dio un tremendo brinco y cayó por los escalones. Yo avancé unos metros y comenzó a corretearme. Detrás de él venía el “hooligan”, el perro de la señora. Era un Bull Terrier blanco con manchas cafés y unos dientes afilados y llenos de baba. Cuando quise detenerme para que se subiera, el animal ya estaba prendido de una de sus nalgas. La motoneta perdió el equilibrio, derrapamos y me cayeron los dos encima. Se me hizo añicos el pie.
 
Nuestros padres nos regañaron, me quedé sin moto y tuve que traer yeso un mes y medio. Al Wicho lo vacunaron y le quitaron el nintendo. ¡Casi muere!
 
No sé qué me dolía más: si la pierna, la motoneta, o no ver a la Huesos. ¡Me estaba volviendo loco! Ya me sabía de memoria las canciones de todos los caset que tenía. Había repasado mil veces a Soda y Caifanes. En un arranque de desesperación inventé que me faltaba el aire. Casi me funciona, con lo que no contaba era que mi madre se creía enfermera, y después de un par de cachetadas me hizo jalar el aire de un mes.
 
Afortunadamente no todo fue en vano. Cuando mi padre se enteró dijo que tal vez tenía razón.
 
- Llévalo a la plaza, que se ponga a darle de comer a las palomas. Que le haga compañía a don Federico, el abuelo de los García - le ordenó a mi hermano.
 
Los ojos me brillaron. Me puse la camisa de los rayados y me colgué el walkman. Tomé de mis útiles un esterbrook y bajé las escaleras apoyado en las muletas.
 
Eran cerca de las siete de la tarde. El sol comenzaba a ocultarse detrás del cerro de las Mitras. La plaza estaba casi sola.
 
- Cuando participé en la revolución me quebré un pie. Hitler había tomado Francia, Villa y Zapata iban ayudarlo… -decía don Federico con esa voz tan característica de los abuelos.
 
Al principio sí le puse un poco de atención, pero al ver que decía puras cosas raras, sin sentido, fingía solo hacerlo.
 
- Y ahí, fue don Napoleón quien me fracturó la pierna. En la noche triste.
 
Media hora después algunas personas ya corrían. Alzaba la mirada tratando de ver a la Huesos, mi pie sano parecía tener un resorte y no dejaba de moverse. Las manos me sudaban.
 
Mi corazón se aceleró cuando al fin su silueta se dibujó en el horizonte. Su manera de correr era inconfundible. Cuando pasó cerca de mí se sorprendió al verme. Pero apenas lo hizo apartó la mirada. Aceleró lo más que pudo y me ignoró.
 
Suspiré hondo. Ya no estaba el Wicho para darme un codazo, sólo don Fede con sus raras pláticas. Y como si me hubiera leído la mente comenzó otra historia.
 
- Cuando tenía tu edad, me enamoré… Gioconda era una amiguita de la escuela…
 
Me tapé los oídos. ¡Tenía que hacer algo! Me estaba volviendo loco sus pláticas extrañas.
 
Cuando logré distinguir a la Huesos de nuevo sobre la banqueta, ideé un plan. Era arriesgado pero tenía que jugármela. Sin ningún miramiento le puse el yeso y ella cayó precipitadamente al suelo. ¡Todo su cuerpecito se embarró en el piso y casi pierde la mitad de los brackets! Salté como si tuviera un resorte.
 
- Discúlpame, amiga, lo siento, no sé cómo pudo haber pasado.
Tenía los ojos brillosos y las rodillas raspadas. Mis manos temblaban, no pensé que se fuera a lastimar tanto. Balbuceando me ofreció una disculpa. Hice a un lado las muletas e intenté levantarla.
 
- Así conocí a mi esposa Juana de Arco – dijo don Fede- Ella venía corriendo, la revolución había sido descubierta. El cura Miguel Hidalgo me había puesto a vigilar una esquina…
 
La Huesos se le quedó viendo extrañada y comenzó a reírse.
 
 - Yo tenía una pata entablillada, me la había rotó peleando con los gachupines… - agregó el viejo.
 
Me miró el pie y me preguntó casi susurrando qué me había pasado. A señas le dije que me había caído de la moto. Rápidamente saqué mi marcador y le supliqué que me firmara el yeso. Una sonrisa increíblemente hermosa se le pintó en el rostro y dos hoyitos se le marcaron en las mejillas. Me puso “ Яekuperat prTonto” junto a una carita feliz. ¡Tenía la ortografía más horrible que el Wicho!
 
- Era bonita, muy delgada y joven. Fue amor a primera vista - continuaba don Fede -. Su capa celeste hacía juego con su vestido azul marino.
 
La flaca llevaba una blusa de ese color. Reímos al descubrir la coincidencia. Todo parecía un sueño, mejor de lo que lo había imaginado.
 
- Claro que yo nunca le metí el pie intencionalmente. ¡No, no, hubiera sido incapaz de lastimarla!
 
La Huesos dejó de reírse.
 
- ¡Ah con que no fue un accidente! ¡Chistosito! ¡Ve a meterle el pie a tu abuela, idiota!
Y comenzó golpearme. Apenas si pude cubrirme. Me jaló el pelo y las orejas. Don Federico estaba a carcajada abierta, como nunca lo había visto. Por un momento me pareció más cuerdo que nunca. Me sentía un estúpido, me dolía, más que los golpes, el que ella se enojara conmigo.
 
Después de ese día ya no me dejaron salir a la plaza. Cuando llegué a casa, mamá se espantó al verme. Ya no sólo traía la pierna rota, sino además varios arañazos y moretones.
 
Perdí la esperanza. Ya no supe más de ella.
 
Los siguientes días me la pasé jugando Mario Bros y tomando pepsi. A ese paso terminaría con una panza como el Oso Yogui. El poster de Terminator en mi recamara parecía burlarse de mí. Ya nada me importaba.
 
Dos semanas después mi madre me llevó a que me retiraran el yeso. ¡Por fin sería libre! El tiempo se me hacía infinito en la sala de espera. Mamá leía una revista de Selecciones, en la portada había una foto de Lance Armstrong montado en su bicicleta. Deseé que el tipo se cayera y se rompiera una pierna.
 
 
  • Raúl Lira… -dijo la enfermera.

 
Y tomé mis muletas para seguirla. Mamá no se inmutó, de reojo me observó hasta perderme en el pasillo.
 
La operación fue muy rápida: una pequeña sierra circular partió la férula en dos y mi pie pálido y flaco quedó al descubierto; la enfermera lo lavó rápidamente. Después de cinco minutos salí caminando rumbo a mi madre.
 
No fue tan fácil como pensé, batallaba para caminar, mi pierna había perdido fuerza y apenas si lograba apoyarla. Apuré el paso y cuando casi llegaba… ¡Zas! Me fui de bruces. Casi me rompo la jeta. Mi madre se puso de pie inmediatamente. Me levantó y le ofreció una disculpa a la chava que estaba sentada con el pie enyesado. Aturdido voltee a verla. La sonrisa socarrona de la Huesos me enseñó todos sus brackets.
 
-Disculpe Señora, me lo acaban de poner y no vi que alguien venía por el pasillo. 
 

-Descuida hija, estas cosas pasan -dijo mi madre y me tomó de la mano- ¿Y tú? ¡Con yeso o sin yeso estás igual de bruto! 
Ya no dije nada. Miré de reojo a la flaca y ella me lanzó un beso.
 
Al siguiente día fui a la plaza. Al Wicho le habían levantado el castigo y le iba prestar la pistola del Nintendo, le encanta matar patos en Duck Hunt. Nos quedamos de ver con don Fede. ¡Mi corazón se convirtió en una estampida de búfalos al ver a la Huesitos sentada a un lado del viejo!
 
 -¿Loca, qué te pasó? 
 

-La vecina le platicó a mamá que me había peleado contigo. Me castigó un mes sin salir… aguante quince días, estaba súper aburrida y me quise escapar saltando por la ventana y... ya ves. 
 

-Ah eso me recuerda cuando me escapé de Alcatraz, Dulcinea me había mandado una carta… Yo estaba enamorado… -Nos interrumpió don Fede, a los dos nos dio risa y nos tapamos la boca para no soltar la carcajada. 
Esa tarde fue hermosa, le firmé el yeso y le dibujé una flor.
 
Cuando el Wicho llegó nos encontró besándonos, el muy menso nos separó y nos dio un zape a cada uno. La Huesos se molestó y le dio un codazo.
 
 

-Wicho, es un pequeño paso para el hombre, pero un gran salto para mí... -le dije mientras lo corría. 
El muy tonto dio la vuelta para alejarse caminando como astronauta. Pero no tuvo tiempo, don Fede se puso de pie y comenzó a golpearlo con su bastón.
 
-¡Viva la revolución! ¡viva el amor! ¡huye bandido! - gritaba el viejo.