MARCO ADÁN ARRIAGA OVIEDO -MÉXICO-

PÁGINA 45

 

<                    >

Mi nombre es Marco Adán Arriaga Oviedo : empecé con esto de la poesía alrededor de los 15, primero fueron cuartetos, después algunos cuentos cortos, algunas veces escribo en primera persona o tercera persona, los temas que me gustan son los de una realidad cruda, drama, melancolía y algo de amor y desamor; realmente deseo compartir mi escritura con ustedes y aprender de otras personas que coinciden en esto que es tan fascinante por que puedo estar en un campo de algodón observando la taciturna noche, pero en realidad estoy en mi cama escribiéndolo.
En fin, espero mi aporte sea bueno.
Mi seudónimo es: Ad Arriaga , y radico en Monterrey N. L. México
 

Texto 1
 
Un ángel, los ruidos y las furias de tu corazón.
¿Quién tejió nuestras miradas?
Que resultaron diáfanas. ante los moldes del azar.
 
quizás el ángel de la misericordia.
Creo un garabato con nuestras almas.
Y las desprendió de las falacias.
 
¿Quién tejió aquel silencio?
Que nos entregó a la pulcritud.
Antes de que sucedieran los prejuicios de la sal.
 
quizás el ángel de la misericordia percibió nuestra presencia y nos entregó a la fortuna.
quizás la complicidad de nuestros ángeles guardianes. que nos dejó en la introducción de este sentimiento inquietante.
 
Ahora existo entre las furias, y los ruidos de tu corazón.
Ahora anhelo profundamente las quimeras, y el trémulo estruendo de tu amor.

 

 

*      *       *

 
Texto 2
 
Pulsaciones.

 
Entonces los ángeles, se alejaron de la tierra olvidada por dios.
Y se llevaron los dogmas de Venus.
De Hércules los vestigios.
De Prometeo los fragmentos.
 
El pulso de gea ya nunca más fue progresivo ni rotundo.
Y los ríos ennegrecieron.
Los vientos enmudecieron.
Y las seniles lluvias se oxidaron.
 
Todo fue de lo impasible y de lo confuso.
Y Cupido pereció en las latitudes de Neptuno.
En las latitudes de Plutón.
O quizás se posó en algún obscuro lunar, de Sedna, apagado y moribundo.
 
Y después las estrellas se precipitaron.
Contenidas en la estirpe de Cupido.
Sobre aquella tierra sombría.
Y entonces la espora fue buena
 
Y nacimos y crecimos distantes.
En años luz entre constelación.
Antes del olvido de amores lúgubres.
Antes de los cuentos de Europa y Perséfone.
 
Antes de los mitos de Teseo y Sísifo.
Y el pulso de la esperanza fue nítido.
Y las pulsaciones en nuestros corazones
Fueron de lo trémulo y de lo progresivo.
Por los lustros y siglos, por las edades.

 

 

*      *      *

 
Texto 3
 
2 de noviembre.

 
Nos iremos flotando.
Sobre de la carne muerta.
Humedecida por el llanto.
De quien alguna vez nos amara.
 
Y el viento, como un soplo.
Tan ardiente del demonio.
Desteñirá nuestros cuerpos.
Que coloridos fuesen en sagrados tiempos.
 
Nos iremos flotando.
De entre nuestros vientres de piedra.
Nos ha de tragar el Crepúsculo.
Sangrando el lamento por la vida.
 
Y el tiempo como bestia.
seguirá desgarrando seres.
Mientras noviembre nos llorara.
Por ser a la muerte fieles.

 

 

*     *      *

 
Texto 4
 
Catástasis.       Fragmento I

 
(El hombre, el ajar del pomelo y el ave parda en las profundidades de la fiebre).
 
Perdieron su lozanía las hojas del pomelo, ante el cierzo cruel de un diciembre pálido.
El ave parda aguarda en la paciencia de lo diurno, no sucumbe, y se pronuncia taciturna, entre el ramal entretejido del pomelo.
Entre tanto, el sol y sus convergencias entre celestes transmutan las siete pestes.
 
Pende el día y su equivalencia, la tarde y su melancolía.
Resuello en la piel de un anhelo que la fiebre ya no me sofoque.
Que ya no destruya al hombre, en su banalidad fría y calcinante.
"Que ya no arda padre mío, que ya no me doblegue, que ya no duela padre mío, que ya tu egida me libere."
 
vendrá un ángel con bienaventuranza en mi nombre, Caerá esta noche y una hecatombe, pero nunca la voluntad de mi madre.
Caerá la vida y su frágil propósito, su promesa y su atemporal muerte, pero nunca la oración de mi padre.
 
Cayó la hoja del pomelo tan envuelta en su sepia.
El ave parda reposa en la penumbra de su tormenta.
Atisbando levantarse, atisbando avivarse cual fuego de Minos, como las flamas micros del centauro que penden en el universo cronológico, del cosmos abierto y herido, del infinito de nuestro determinismo, aun en su reducción a una fracción, avivarse como la furia y el fuego que posee el trueno del creador.
 
Aguarda, el ave parda en el ajar del pomelo, en las profundidades descomunales de la fiebre.
 
 

*       *        *

 


Texto 5
 
Catástasis.          Fragmento II

 
(El ave en la breña, la arena y el mercurio)
 
Abandona la breña, la alondra y la hierba, mengua el día y la borrasca despierta.
El estío te añora en las laderas de la deletérea tierra.
Donde el rio ya no es más un caudal, tan solo una fútil roca.
Donde ya no hay el vino ni el pan, ni semilla que cosechar.
 
Deja la breña, al hombre y al pomelo, mengua la sepa en el placebo del mercurio.
Eleonor te añora en los confines del consuelo.
Donde el silencio ya no entreteje un laberinto, tan solo un vaho.
Donde la arena ya no sostiene un mar, tan solo perplejidad.
 
Abandona la breña, ave sombría y rapaz, blande en los adentros amorfos del dolor hiriente, en los adentros conscientes del dolor transformante.
 
 

*      *       *

 
Texto 6
 
Catástasis.         Fragmento III.

 
(Las máquinas extrañas del hombre y una naturaleza mutable)
 
¿Qué melancolía pequeño hombre?
¿Qué posees en tus ojos maltrechos?              ¿Qué codicias de la arena y el mercurio?
¿Qué miedo posee el mar? si el universo es una gota en tu mano.
Pero tu cognitividad feble hombre, será antropocéntrica irremediablemente.
 
¿Qué melancolía insignificante hombre?
No te constituyes en el cosmos, ni en sí.
De tus artificios y extrañas máquinas te compones.
¿Qué miedo posee la tierra? si un planeta es un grano en tu mano.
Pero tu cognitividad es un lapso, discrepante hombre, será heliocéntrica e inmutablemente.
 
Y la naturaleza siempre converge mutable, irremediablemente.
 
 

*       *        *


 
Texto 7
 
Catástasis.          Fragmento IV.

 
(La convergencia de Eleonor y el hombre maltrecho)
 
Eleonor ya no entreteje más arcoíris.
Desenmaraño las sombras de entre las colinas y de los horizontes.
Braman los desiertos por sus océanos colosales.
Braman los hombres por el fuego en sus venas abiertas y grises.
 
Eleonor ya no entreteje más los planetas.
Desenmaraño los lineamientos de las furias y las plagas.
Brama el sol por su trayectoria definitiva y errante.
Brama el antropoide caótico por su barca itinerante.
 
Desenreda al hombre maltrecho.
De entre sus edificaciones de hueso.
De sus formas descompuesta, de la materia.
Pósalo en la arena y el mercurio, donde la panacea.
A donde la substancia ya no converja maltrecha.
A donde ya no preserve el síndrome, ni una partícula de negrura.
 
Eleonor muéveme, presídeme a la sanación.
Eleonor háblame, abórtame de la destrucción.
Ad Arriaga.