LA TÉCNICA
Delgada, con el pelo rojizo sujeto en la nuca con un moño, tenía unos rasgos delicados que me parecieron casi etéreos y en el primer momento atribuí esa visión a la neblina. Luego pude comprobar que, con niebla o sin niebla, ella era así.
Mario Benedetti.
Los niños y las niñas que concurrían al séptimo grado del nivel primario, en el mes de noviembre, visitaban los distintos establecimientos de nivel secundario de la ciudad. La finalidad era que cada alumno pudiera orientarse vocacionalmente por alguna de las modalidades: perito mercantil, bachiller, técnico.
Aquel día la señorita Mirta Susana Arevalos Marteu dijo a sus alumnos del Colegio San Francisco de Asís: - Hoy visitaremos la “escuela técnica”. Sin olvidar la atenta mirada del sargento Nicanor Herrando, quién siempre hacia guardia en la puerta del establecimiento de la calle Güemes. Sin embargo, Celina Benedetti ya tenía decidido concurrir la escuela técnica de Tartagal.
Dicha decisión venia desde la cuna. Su padre Juan Rodolfo Eduardo Benedetti había asistido a las clases de la “Telescuela Técnica”, un programa televisivo emitido por el canal 13 de Buenos desde 1966 hasta 1979 cuando Diego Armando Maradona, Juan Barbas, Ramón Díaz y Jorge Quiroga se coronaron campeones juveniles en Japón. La singular escuela en blanco y negro difundía clases teóricas y prácticas de carpintería, diseño, electricidad del hogar y del automotor, corte y confección...
- concurriría, el año venidero, a la escuela donde van solamente varones. No asistiría a la escuela de comercio, ni a los colegios religiosos: vestiría, durante seis años, uniforme y no delantal, una pollera tableada, similar a las polleras de la alumnas del Santa Catalina de Bolonia y el Instituto San Francisco, una camisa blanca manga larga, una corbata de color beige, que hará juego con el color de la falda, medias tres cuartos blanca y calzado de color negro; usaría pantalón de tela vaquera, una camisa de grafa y un par de botines sin punta de acero, un casco amarillo y guantes en las clases prácticas en el taller. Así fue. En 1984 Celina junto a tres niñas adolescentes: Sandra López Lima, Rosana Olivares Parra y Andrea Garrido aprobaron el examen de ingreso junto a un centenar de hombrecitos de trece a catorce años de edad.
“La Técnica” en sus primeros años de existencia fue una escuela nacional pública destinada a formar hombres para la mano de obra en la especialidad de electromecánicos. En esos momentos la escuela técnica estaba supervisada por el Consejo Nacional de Escuelas Técnicas. Por ejemplo, la Escuela Técnica de Vespucio, dependía de la Universidad Nacional de Tucumán.
La Escuela Nacional de Educación Técnica N° 1 de la ciudad de Tartagal, se hallaba ubicada en el casco céntrico, en la esquina Warnes y Cornejo - Siempre estuvo allí - era conocida con el nombre Escuela de Aprendizaje N° 33; las antiguas escuelas fábricas, destinadas a formar mano de obras para el país y el mundo. Allí había estudiado el tío de Celina Marcelo, hermano Julia Ortiz, la madre de Celina precisamente. En la escuela los alumnos usaban mamelucos de trabajo azules y botines de trabajo donados por YPF.
En ese entonces, década de los ochenta, además de las aulas comunes, “el viejo taller”, aún estaba en pie. En el taller, tipo Quonset, (según figura en el inventario) se podía guardar dos aviones civiles. Cuenta la leyenda, que ese hangar fue usado durante la Segunda Guerra Mundial, que el mismísimo Adolfo Hitler lo había mandado desde Berlín a Campo de Mayo y desde allí fue traído a Tartagal a mediados de los años cincuenta. El taller, una gran estructura de chapa, tenía un portón de hierro de entrada, dos ventanas frontales, una a la izquierda y otro a la derecha, y un ventanal trasero por donde ingresaba el aire fresco y los rayos de sol. Incluso los mismos alumnos se encargaban de mantenerlo fresco regando el piso de tierra, ya que era imposibles soportar las temperaturas de setiembre a diciembre; por ello se lo apodaba como “el infernal o lata de sardinas”, no solo por el calor sofocante despedido por las chapas sino también por las maquinarias que allí tenían: tornos, motores, taladros, fraguas… Seguramente el mote de “el infernal o lata de sardinas” fue puesto por las promociones anteriores a Celina. En la ENET N° 1, hasta no hace mucho tiempo, sólo asistían muchachos, después de seis años de estudios, egresaban como técnico mecánico electricista Muchos de ellos aspiraban a ingresar a Yacimientos Petrolíferos Fiscales o bien continuar una carrera universitaria, lo cual era muy costoso en esos tiempos.
Por otra parte, institucionalmente, La diferencia que había entre la escuela técnica y los otros establecimientos educativos de Tartagal, no solo estaba en las bases curriculares y programas; el sistema y horario de estudio era diferente. en las escuelas y colegios se asistía en el turno matutino y vespertino, en el caso de la escuela de Comercio Alejandro Aguado, por ejemplo, había un turno de noche por cuestiones laborales, ya que mucho alumnos eran mayores edad y trabajaban durante el día. En la escuela técnica, en cambio, los alumnos iban de mañana a las clases fundamentales y básicas: geografía, educación física, historia, lengua, formación cívica, química y física, bilogía, dibujo técnico y matemática. Durante la tarde, los chicos tenían clases en el taller desde las quince a dieciocho y treinta horas (la séptima hora como se la conocía); clases de electricidad, mecánica, carpintería, ajuste, hojalatería, tornería, soladura, engranaje y moldeo.
Siguiendo con la historia, en marzo, Celina se sentó junto a la ventana, un aula ubicada sobre la calle Warnes. Única niña del primer año, primera división; en el aula habían veintinueve alumnos varones y un docente, en especial, el profesor de matemáticas cuya carcajada era una leve sonrisa, quién clasificaba con conceptos y no con números: supero o no supero, jamás un diez en la libreta. Sandra, Rosana y Andrea, se encontraban en otras dos divisiones de primer año. Las otras tres alumnas del establecimiento cursaban el último año: ellas reinaban en medio de todos los muchachos de los últimos años de la técnica.
Algunas voces que siempre hablaban desde afuera, porque jamás se atrevieron a ingresar a la escuela, subidas a la ventana le decían a Celina Benedetti:
- Pero como vas a venir a la técnica, está llena de hombres, allí no van las niñas.
- Eres toda una señorita, estudiaste en el colegio, debes continuar allí, para que mañana seas abogada, maestra, profesora. Incluso puede ir a la universidad de Córdoba para seguir la carrera de medicina como lo hizo Viviana Caro, hoy es doctora en el hospital y en la clínica.
- No, jamás, mandaría a María Isabel a esa escuela, se va llenar de grasas las manos, se le van a quebrar las uñas, ¡ay, por Dios, no quiero pensar mal!, pero…
- A esa escuela van las hijas de los obreros, las que parecen más muchachos que muchachas….
- Allí el primer día de clase a los changos le dan un machete y una pala para que limpien la cancha de fútbol.
- Esa se va poner de novia y va dejar la secundaria.
A pesar de los prejuicios y los estigmas, Celina siempre contó con la aprobación de la familia para concurrir al establecimiento. Lo que opinaran el resto de la vecindad, que la veía pasar con la carpeta de dibujo técnico bajo el brazo, poco le importaba. Por cierto, “carpeta grande si las hay: era más grande que la propia Celina de catorce años de edad” . Para el colmo, en medio de los trazos y cálculos realizados en casa a pulso con el portaminas, con ayuda de regla milimétricas, transportador, compas, siempre había una interminable regla verde en medio de los dibujos… Cada vez que el viento soplaba parecía que la carpeta, en cualquier momento, levantaría por el aire a la niña de la calle América, pero ella iba orgullosa a la escuela. Lo que más amaba era su corbata beige por las mañanas y la camisa de trabajo por las tardes, regalo de su padre.
En una oportunidad, uno de sus compañeros, el más alcahuete del curso, cuestionó al jefe de taller: - todos vamos a ir a limpiar la cancha de fútbol, ella que va hacer, ni piense que se va a quedar en el taller. - El docente los reunió a todos en la cancha y colocó a Celina en el medio del circulo masculino y dijo: - Usted, Celina Benedetti, como única dama presente y lo niña que es, se va a sentar en aquel banquito, cerca de la cancha y desde allí me va a vigilar a esta mangas de sin vergüenzas, los vigilas bien vigilados hasta que corten los yuyos y dejen un villar la cancha, porque mañana hay partido entre el tercer año y ustedes lo de segundo año, concluyó el profesor jefe de taller.
Aquella voz, que decía que se jamás mandaría a su hija a una escuela taller, supo que en las aulas practicas llevadas a cabo en el “viejo taller” no había
boquitas pintadas ni cabellos sueltos”. El cabello de las mujeres, obviamente, era recogido en forma de rodete o trabas sujetadoras, para evitar cualquier tipo accidentes cuando utilizaban las maquinas de carpinterías… La otra voz que afirmaba, que allí asistían las hijas de los obreros, se dio una sorpresa un día de verano: Celina fue premiada a pasar a la bandera “por mejor promedio”. Era otra lucha… Una lucha de fuerza, en vez de templar la bandera argentina, templaba el cuerpo del alumno, pues al mover la manivela; le temblaba el cuerpo porque ni una sola gota de aceite tenía el cable del mástil ubicado en el patio de la escuela protegido por seis mangos… Esa voz ni siquiera volvió a pasar por la esquina del establecimiento. Aquella voz que sentenciaba moralmente: se va poner de novia y abandonaría los estudios, no tuvo más remedio que cerrar la boca para siempre. Claro, el amor también era parte de esa mágica convivencia entre compañeros y compañeras. Era una complicidad secreta más que un gesto elocuente de manifestación de amor. Y eso Celina lo sabía. Los compañeros, la celaban si ella charlaba con los chicos más grandes de quinto y sexto año, iban y le pedían explicaciones de por qué estaba hablando con “ese chango de quinto año, que además es medio porro, vive copiando en los exámenes de bilogía”. Al llegar la semana de los estudiantes, por ejemplo, las chicas de la técnica eran intocables, bonitas, elegantes, sin embargo, los muchachos no le permitían ser candidatas a reina, no se las elegía a nivel interno, y eso que “Celina era la única mujer en el curso”, jamás fue candidata a reina. Sin embargo, los chicos de la técnica iban a presumir a la puerta del Santa Catalina, a la salida “de la técnica”; además de ponerse de novios con las bachilleres, se las invitaba para que participen como candidatas a reina en el concurso de belleza a nivel local en representación de ENET…
Celina Benedetti y Gabriel Rafael de León compartían una especial amistad, en las horas del taller. En los días de mucho calor, transportaban juntos las banquetas pesadas hasta un gran paraíso que daba sombra, a pasos del la puerta del taller. Esas banquetas tenían semejante peso porque eran los asientos de los ómnibus de Atahualpa que hacían el recorrido Tartagal - Campamento Vespucio; asientos al cual se quitaba toda la estructura de goma espuma y cuero para convertirlos en banquetas de madera con asientos y respaldar. Allí Celina y Gaby tomaban nota sin copiarse, uno bien a lado de otro, juntitos desde el primer día de clase hasta el último, entre el olor a aserrín, a fragua, a madera cortada, a hierro torneado, a cobre quemado, a cuchicheos y pan dulce…
Celina Benedetti, una típica joven adolescente de pantalones nevados y cabello voluminoso; parada siempre al lado de la columna de madera que sostenía el tirante, también de madera del techo de chapa de la galería, siempre de brazos cruzados, desde primero a sexto año, brazos cruzados que nadie se animo abrirlos, ni siquiera en el último día de clase en mil novecientos ochenta y nueve.
Celina es simplemente una joven mujer que pasa perfumando el aire con amor. Es la muchacha que describe y canta Jairo en su canción: “Vivir enamorado, soñando a cada rato, /eso es vivir, señor. /Siguiendo a aquellas pibas/que pasan perfumando el aire como flor. /Vivir enamorado, soñando a cada rato,/eso en vivir, señor./Llevando entre las manos, /consigo a todos lados/siempre al amor, amor”.
FIN
Jorge Rolando Acevedo
Tartagal. Salta Argentina