ALEJANDRO MICHEL -ARGENTINA-

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PÁGINA 26

 

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Nació en 1958, en Mar del Plata, Argentina. Desde 1978 vive en Buenos Aires. Fue miembro fundador del grupo surrealista Signo Ascendente, en cuyas actividades participó hasta 1983. Además de poeta y traductor, es coeditor, junto con Alejandra Boero, de la página Gilgamesh: poesía y poéticas. Sus poemas han sido publicados en diferentes antologías, blogs y páginas de Argentina y Brasil. «La guerra de los mundos», obra aún en progreso, reúne los poemas que ha escrito desde el comienzo de la pandemia.
Es docente de español como lengua segunda o extranjera diplomado por la Universidad de Buenos Aires.
 

Contacto y redes sociales de Alejandro Michel
 
Correo electrónico: alejmichel@gmail.com
Facebook: https://www.facebook.com/alejandro.michel.alejandro
Blog de Facebook: https://www.facebook.com/alejandromichelpoesia
Página Gilgamesh: https://www.facebook.com/gilgameshpoesia
 
 

 

París, 26 de julio de 1794
 
Pronto saldrá el sol, la niebla enrojece.
Robespierre no ha dormido esta noche.
Sentado en la cama con la peluca puesta,
quiere escribir un poema, no un discurso.
Ha escrito el mismo comienzo una y otra vez,
cuatro líneas que hablan del fuego y la lluvia.
Las lee en voz alta en la soledad de la habitación.
Algo está mal —piensa—, algo no suena como el fuego
en los bosques o la lluvia de invierno en los tejados.
Mis palabras crujen como un barco que se hunde.
Oigo los gritos de pavor, el amotinamiento, los disparos.
No hay sobrevivientes, las olas embisten contra el alba.
Debo tachar lo escrito —piensa—. Continuaré esta noche.
 

*   *   *

 

 

Berlín, 2 de mayo de 1945

 

A Alejandra Boero

 
Me llamo Iván Bronstein, soy tanquista de la 7.a Brigada Sur, ascendido a teniente ahora, después de las colinas de Seelow. Mañana (sé que estaré vivo mañana) cumplo veintidós años.
 
He pasado los últimos tres años a caballo de la muerte. Katya, amor mío, la muerte no es una ensoñación de Pushkin: pesa treinta mil kilos y huele a gasoil quemado.
 
¿Has escrito nuevos poemas? ¿Me los dirás en la penumbra del granero?
 
Silencio —me decías—, el sol va a tocar el horizonte.
 
A veces, la muerte y yo irrumpíamos a cuarenta kilómetros por hora desde lo profundo de un bosque nevado. Los pájaros nos precedían. Yo imaginaba eso, bandadas de pájaros negros que graznaban ¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra! Y entonces abríamos fuego.
¿Has pensado jamás, Katya, que abrir fuego es una expresión poética? ¿Y que cerrar fuego no existe en nuestra lengua?
La palabras tienen esta forma caprichosa de hacernos el amor —dirías con una sonrisa—, las palabras son más libres que las personas.
 
Caminábamos después por entre el humo y los cuerpos. Aún nos veo allí como sombras entre las sombras, como si esos cuerpos hubiesen sido la sombra de nuestros cuerpos, un eclipse maligno, el eco astillado de lo que nunca sabríamos decir. Algunos cuerpos gemían.
 
Quiero cadáveres, no prisioneros —nos había respondido el comandante mientras fumaba su papirosa.
 
Usábamos mazas, hachas y palas, cosas que teníamos a mano. Pável, el artillero, tocaba el acordeón, siempre la misma melodía.
 
La guerra, Katya, es este viento metálico que sopla en la memoria.
 
Recuerdo que hemos llegado a un gran parque entre las ruinas, el Tiergarten (como quiera que se pronuncie en esta lengua bestial). Parece que hay jabalíes aquí, tal vez podamos cazar uno para la cena.
 
Hemos descendido ahora del T-34. Con la Sport de Andrei, el conductor, nos hemos sacado fotos junto al tanque. Te llevaré un par de regalo.
 
No recuerdo mucho más, la brisa de la mañana era agradable.

 

 
*     *    *

 


Palabras para Lenin
 
Yo te pregunto, camarada Lenin: ¿Me harías fusilar en un sótano por los guardias rojos (como a los Románov —perro incluido—, por ejemplo) si entrara sin anunciarme en tu despacho del Kremlin? Es que anoche releí algunos de tus escritos y he deseado conocerte.
 
Dicen que ibas con un gato en brazos a las reuniones del Comité Central.
 
La noche era de insomnio y yo avanzaba en ella como un viejo tren blindado. Había niebla sobre los marjales, cantos de lechuza, una luna incandescente. Me alejaba de Buenos Aires con mi mujer dormida.
 
(La ciudad está sitiada por el hambre y la peste, se suceden las revueltas y las matanzas, dirá Pravda).
 
En mi mochila llevaba una gramática rusa, un diccionario bilingüe, algunos poemas de Mayakovsky, un cuchillo de pesca. Me alejaba así, con mi mujer dormida, atravesando la cañabrava y los marjales.
 
Duerme todavía. Cuando despierte, cantará y encenderá un fuego de leña. Yo estaré pescando. Tenemos hambre. Comeremos pescado del Paraná.
 
¿Has visto alguna vez las aguas de este río en tus sueños, camarada Lenin? ¿Has visto jamás un surubí atigrado remontar el Moscova? Estas aguas son inmensas y brutales, y este pez es inmenso y brutal también: noventa kilos, una boca enorme, ojos pequeños que no comunican amor, sino una soledad opresiva y voraz.
 
(Hemos hablado con las almas que pueblan estas riberas, pescadores nocturnos, canoeros que se orientan por las estrellas y el viento, y nos han dicho que evitemos la mirada del surubí porque es la desdicha misma quien te mira y a poco se te nubla la vista y se te hiela el corazón, y ya nadie recuerda tu nombre).
 
Hace horas que lucho con este pez, me duelen los brazos. Embiste contra mí y luego se aleja hacia lo profundo del río. Debo usar su fuerza para cansarlo, traerlo, dejarlo ir, traerlo.
 
El fuego de leña está listo, mi mujer baila y canta Katyusha. ¿Te gusta esta canción, camarada Lenin? ¿La canta alguien en la eternidad? ¿No? Sin canciones, la eternidad no vale la pena. Abandoná el mausoleo y venite al Litoral, nadie notará tu ausencia. Disfrutaremos juntos del amanecer.
 
Sí, nuestro ruso es intermedio, no será tan arduo comunicarnos.
 
¿Isaak Bábel? No, ya no está, lo ejecutaron en el 40. Sí, Stalin.
Y los Románov han sido finalmente exhumados y canonizados, hay procesiones multitudinarias que marchan desde la casa Ipátiev, es todo muy ortodoxo.
 
Sí, también, veinticinco millones de muertos. Operación Barbarroja, guerra relámpago. Berlín cayó en el 45.
 
Me duelen los brazos. El sol está alto, el viento ya no sopla.
 
Anochece en Ekaterinburgo, se oyen disparos secos en el Litoral.
 

*   *    *

 
Rosa Luxemburgo, agosto de 1914
 
Será la matanza de todos los pueblos.
Bajo el sol oscurecido por los gases venenosos,
montados en ratas grandes como caballos,
millones de trabajadores matarán a millones de trabajadores.
Pero su muerte durará poco: resucitarán y seguirán matándose.
Son las visiones que ahora pueblan mis noches y mis sueños.
 
¿Podríamos haber esperado otra cosa del parlamento alemán?
 
Los soldados parten hacia el frente llenos de entusiasmo.
A su paso, las mujeres les dan flores y besos,
aprietan sus senos contra los uniformes, palpan los fusiles.
Están radiantes ahora que se separan, la guerra es alegría.
¿Y los cielos? Se han llenado de pájaros metálicos
que escupen fuego y metralla sobre los soldados.
 
¿Podríamos haber esperado otra cosa del parlamento alemán?
 
Católicos, protestantes, judíos, agnósticos, espiritistas,
conservadores, liberales, socialdemócratas, todos,
absolutamente todos, tienen prisa por llegar al frente.
Yo no veo partidos políticos, solo alemanes, ha dicho el Káiser.
Pienso en el revólver que siempre llevo conmigo,
pero sería una confesión de derrota. Quiero ver la primavera.
 
¿Podríamos haber esperado otra cosa del parlamento alemán?


 

*   *    *

 

Isaac Babel
 
Mañana me fusilan.
El camarada Stalin ama mi literatura
el camarada Stalin odia mi literatura.
Ha firmado mi sentencia de muerte
antes que los jueces la pronunciaran.
Mi nombre estaba en una larga lista,
mi nombre tenía el número doce.
Dicen que te disparan al corazón,
la bala lo atraviesa y lo rompe.
Tu cuerpo cae a la tierra.

 

 
*   *    *

 

Refugiados
 
En Europa les permiten ahogarse en el Mediterráneo,
preferentemente al atardecer,
cuando los tiburones están de cacería.
A los que sobreviven
los ponen en campos de concentración,
no de exterminio (no hay cámaras de gas
ni hornos crematorios en esos campos:
las carpas podrían incendiarse,
el fuego podría llegar a las ciudades).
 
Cantan en las tabernas de Europa:
 
Camaradas, hemos superado el nazismo.
Camaradas, que el frío, la lluvia, el calor
y las enfermedades les den su merecido.
Esta es la tierra de nuestros ancestros,
camaradas, defendámosla de los invasores,
seamos valientes, pidamos más cerveza.
 
En Sudamérica, adonde llegan por aire o tierra,
les permiten vender chucherías por las calles
o trabajar en negro, ya que son negros.
Cuando protestan o se resisten a la autoridad,
los muelen a patadas y palazos,
 a veces frente al mar,
a veces en un callejón sin salida.
 
Cantan en las tabernas de Sudamérica:
 
Compañeros, hemos superado la esclavitud.
¿Para qué queremos esclavos ahora que somos libres?
Los esclavos quieren acostarse con nuestras mujeres.
Esta es la tierra de nuestros ancestros,
compañeros, defendámosla de los invasores,
seamos valientes, pidamos más cerveza.