BENITO ROSALES BARRIENTOS -MÉXICO-

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PÁGINA 25

 

Nació en Monterrey, Nuevo León, México, en 1978, ha participado en varios talleres literarios de ciudad natal, entre ellos El Nudo de José Julio Llanas, Los Elegidos de Eligio Coronado, también ha tomado asesorías particulares con Jorge Chipuli y Marisol Vera Garza.
 
Es autor de:
1.- “Sobre la Cornisa del Laberinto” Ediciones Morgana 2016 (Poesía)
2.- “Cuando estos Cielos caigan como Ojos de Gato” Ediciones Morgana 2018 (Poesía)
3.- “Las Flores del Jardín” 2017 (cuento representado en teatro guiñol como parte de una estrategia de comunicación durante el ejercicio del FORTASEG 2017, de la Dirección de Prevención Social del Delito de Monterrey, para promover la cultura cívica, buen gobierno y cultura de la legalidad.
4.- “La niña y la serpiente” (el cual fue traducido al italiano en el 2018, y forma parte de una plaqueta de cuentos latinoamericanos por la asociación civil LUNA ROSSA en Italia)
5.- “Narraciones Extraordinarias de un Árbol en Patines”, Ediciones Morgana (Colección de 12 eBook compuesta por: El tlacuache robot, El día que el delfín se quedó callado, El hechizo, La Ola Martina, El dromedario rapero, Paco Pollo Matemático, Sueño de lobos, Poly y Zuu, El malo de los cuentos, Un día hermoso, Demon Flyer, y Dinoberta; de los cuales destaca “Poly y Zuu” el cual desde el 2017, hasta la actualidad, forma parte de un programa de difusión de la Mediación, por parte de la Dirección de Prevención Social del Delito del municipio de Monterrey.
6.- “Rastros del Innombrable”, publicación independiente 2020, (Narrativa)
7.- “El Robot” cuento incluido en la antología “Memoria del confinamiento 2020” publicada por el grupo “Los Zarigüeyos” en Monterrey N.L.
8.- “Cuentos del cocodrilo” Zarigüeya Ediciones, 2022 (Narrativa)
 
Obtuvo mención honorifica en el PRIMER PREMIO LITERARIO DEL PARLAMENTO DE LAS AVES 2020, con el libro: “El pintor de peces”.
 
 

 

EL CASO EN SAN ISIDRO DEL MONTE
                                              
La celebración de los quince años de la señorita Carmina, joven de piel morena, delgada y de escaso metro cincuenta, contrastaba con su mirada, sus grandes ojos y una forma peculiar de ver las cosas, tenía un toque de mujer madura. El vestido era totalmente rosa, unos leves adornos color plata realzaban la elegancia del atuendo. Su padre, el viejo José, como todos conocían a don Pepe, era un ranchero sin mayor importancia en el lugar, pero como la tradición marcaba, los quince años de cualquier integrante del pueblo se llevaban a cabo en la plaza principal y todos, absolutamente todos, participan en la celebración y cooperaban, a su alcance, para el festejo. Así que a pesar del poco presupuesto de la familia, la fiesta era en grande, al grado que hasta juegos mecánicos se habían contratado, dándole un toque espectacular, puesto que éstos regularmente sólo llegaban a la región en la fiesta de aniversario de San Isidro del Monte, santo patrono del rancho. El viejo José aprovechó que uno de sus sobrinos conocía al dueño y lo invitó a unirse al festejo; la feria completa estaba de paso en un poblado cercano y, después de negociar un poco, lograron traer algunos juegos.
La verbena había comenzado desde temprano, mucho antes de la misa. La parte de la feria que había llegado estaba cargada del lado derecho de la plaza, pegada a la presidencia municipal, y del lado contrario, cerca de la iglesia, se habían montado unas sillas y mesas para los invitados. Se tenía previsto la participación de una banda musical, pero eso sería en la tarde-noche; por lo pronto, se había improvisado un equipo de sonido rudimentario: una bocina de metal, color gris plateado, reproducía por medio de un micrófono una estación de radio de una pequeña grabadora de pilas.
El párroco se asomó por la ventana y reconoció entre la muchedumbre a Lucas y Héctor. No los saludó, volteó la mirada y corrió la cortina. Tenía diez años en ese templo y por primera vez alguien como ellos los visitaban, una mezcla de incredulidad y confusión pasaba por su cabeza.
Lucas sacó un cigarro y lo colocó entre sus labios. Con él en la boca, murmuraba con Héctor. Los dos habían leído del pueblo en algunos periódicos, habían observado algunas fotos y platicado con algunas personas, pero nada más, nunca habían visitado aquel lugar, y por más que intentaban pasar desapercibidos, era imposible.
—Probablemente sea al terminar la misa —susurró Lucas.
Héctor no contestó, no creía que así fuera, pero no quiso entrar en detalles. Le dio un sorbo al agua de tamarindo que tenía en la mano.
—La gente nos observa, actúa natural —volvió a murmurar.
—Pues deja de fumar como locomotora, desde que llegamos no has dejado de prender cigarro tras cigarro, y esa marca no la venden aquí, ¿ya te diste cuenta? Es obvio que ya se dieron cuenta que somos de fuera si sacas y metes esa cajetilla cada cinco minutos.
Cuando la quinceañera salió de la iglesia, la gente se arremolinó en la puerta. La familia se veía contenta, un fotógrafo organizaba a la gente para lograr las mejores tomas. Algunas personas lo veían extrañado, para muchos era la primera vez que se tomaban una fotografía, no eran comunes en el lugar.
Al centro lucía la quinceañera acompañada de su padre y madre, con trajes rancheros, pero vestidos de gala; al lado los dos hermanos mayores que ella, Juan el mayor, era un toro, alto y regordete y Luis, era delgado y de una estatura promedio; la única mujer era Carmina, más pequeña en edad y estatura. Uno a uno los amigos y compadres pasaban al frente para la fotografía. El cielo estaba totalmente despejado, el contraste del color blanco de la iglesia con lo celeste del firmamento, era de postal. La sonrisa de Carmina permanecía eterna en su rostro, no había dudas que era hasta ahora el mejor día de su vida. Las personas la saludaban y ella estrechaba sus manos con sus guantes rosas.
Lucas pensó que sería un buen momento, los demonios evitan las fotos. Si ya estaba ahí, la clave para descubrirlo sería que evitaría pasar al frente a las fotografías. Un niño se soltó de la mano de una anciana y estorbó al fotógrafo, quien por poco pierde el equilibrio al evitar que el niño tropezara con el soporte de la cámara. Una anciana cargó al infante y ofreció disculpas. Fue ahí donde lo vieron por primera vez: un joven alto, pelirrojo, se hizo hacia atrás cuando la anciana y el niño se le acercaron. Para muchos fue un gesto de amabilidad, con la idea de dejarlos que se acomodaran, pero para Héctor y Lucas levantó sospechas. Sus características eran diferentes al resto, la piel morena de los habitantes de San Isidro del Monte, contrastaba con su blancura; aunque vestía sombrero y camisa de manta, como casi todos, su aspecto sobresalía. Una suave racha de viento se hizo presente y el sombrero de Carmina voló, el joven alzó la mano y se lo dio a sus hermanos, sin dejar de ver la cámara preocupado por no salir a cuadro. Lucas miró a Héctor en silencio.
Fuera de este incidente, no pasó nada extraordinario. Lucas lo detalló en una pequeña libreta que llevaba en su saco. Una carreta adornada con flores y vivos rosas, retiró a la cumpleañera con su familia y poco a poco la gente se dispersó en el lugar. En cambio, ellos no quisieron alejarse demasiado del lugar; si bien sospechaban que el ataque sería durante esa noche, no tenían pruebas suficientes para confirmarlo, además, más allá de la sospecha del pelirrojo por evitar la fotografía, no había algo más que indicara que así sería. Las notas que el vaticano les había compartido, mencionaba como lugar del rapto la plaza.
Se esperaba que a las siete se diera el banquete y a las ocho comenzara a tocar el grupo para el baile. Algunos puestos de comida, ropa y golosinas ya se habían instalado aprovechando la presencia de la feria.  Decenas de personas iban y venían de lado a lado de la plaza, como si se tratase de una danza grupal, a veces consciente, otras por pura inercia. Un par de caballos comían zacate de una de las jardineras. El sonido de los pájaros al atardecer apenas era audible con la música.
Lucas le dio un sorbo al vaso de pulque. Estaban sobre la terraza de una cantina a un lado de la plaza, desde ahí, se lograba contemplar todo completamente. Eran sólo cinco mesas, una estaba desocupada, la inquietud de los lugareños por su presencia era evidente. Ellos trataban de ignorarlos, el mesero había estado insistente con ellos, haciéndoles algunas preguntas que aunque cortesía, no dejan de ser molestas. Hasta que Lucas se puso de pie y casi gritándole le dijo:
—Vamos de paso, amigo, no conocemos a nadie en este pueblo, queremos cruzar a Estados Unidos, nos detuvimos a pasar la noche, vimos la celebración en la iglesia y decidimos tomar un poco de aire y divertimos un poco antes de encerrarnos nuevamente en el hotel. Sólo eso.
Había sido un intentó algo extremo para calmar la ansiedad del joven, quien pareció comprender y asistió con la cabeza y dejó de cuestionarlos. El tono de la voz hizo que todos escucharan y relajó un poco el ambiente.
—Seguro alguien lo mandó —mencionó Lucas.
—No era necesario darle tantas explicaciones —contestó Héctor.
—¿El demonio?
—¿El demonio qué?
—¿Lo mandó?
—Nombre, nada que ver, el demonio sabe que estamos aquí, desde que nos dieron la orden y nos instruyeron, él tiene conocimiento, nos está esperando. No ocupa mandar personas como éstas a cuestionarnos, aquí el tema es: cómo nosotros somos capaces de descubrirlo a él y evitar que se lleve a esta niña. Nada más.
—¿A cuál niña?
—La quinceañera…
—¿Y porque crees que sea la quinceañera?
—Pues es lo único de valor que veo en este lugar, me refiero a algo de valor que le interese a esta cosa: la festejada es joven, sin mayor maldad y probablemente virgen, una doncella en toda la extensión de la palabra, no veo que más que le pueda llamar la atención del pueblo, y bueno, el festejo es en la plaza, donde nos citaron.
—Puede que tengas razón. Ahora, la gente del vaticano cada vez nos da menos pistas, así es más complicado resolver.
—Dale un trago a esa cosa —le dijo señalando el vaso—, tiene un color raro pero sabe rico. Te va a relajar, nomás mídete para que no te pases.
Héctor tomó un pequeño trago con exagerada precaución, una pequeña risa hizo que volteara hacia las demás mesas, a alguien de los presentes le pareció cómico cómo bebió.
— Ignóralos —dijo su compañero.
Con un trapo, Lucas limpiaba una cruz de tamaño mediano color plata.
—Aquí no está —agregó Lucas—, la cruz lo hubiera inquietado y estos hombres están algo confundidos con nuestra presencia, pero nada más, no te espantes.
 A las siete en punto comenzaron a servir los platos, el banquete consistía en asado de puerco con arroz y frijoles en bola. Un par de señoras hacían tortillas en el lugar en unas estufas de metal y otras más servían desde unas ollas grandes. Tres hombres las acompañaban, dos mantenían encendidos los fogones con leña y otro ayudaba a servir.
El sonido del radio había desaparecido, la banda comenzaba a instalarse en el kiosco mientras un señor con guitarra cantaba corridos.
—Quizá sea mejor que nos separemos —propuso Lucas.
—No, no creo, precisamente es lo que quiere esta cosa, dividirnos. ¿Traes tu cruz?
Lucas sacó una cruz plateada como la que estuvo limpiando Héctor en la cantina. También llevaba un pequeño rosario y un bote del tamaño de un perfume con agua bendita.
—Bien, vamos a tratar de acercarnos al güero, a ver si notamos algo extraño.
—¿Al pelirrojo?
—Sí, al que vimos saliendo de misa. También vamos a observar con quién baila la cumpleañera, dudo que sea alguien de la familia, pero puede ser; digo que dudo porque todos, al menos los que estaban afuera de la iglesia, se tomaron la foto; también hay que descartar a los que estuvieron en misa, que fueron casi todos, así que un familiar, sería muy pero muy poco probable, tendría que ser alguien que vino de fuera en días recientes, un poco como nosotros… Pero bueno, no quiero predisponernos, hay que ir con cautela, vamos sobre esos dos puntos, el pelirrojo y los que bailen con la quinceañera.
Lucas asintió con la cabeza.
Una persona se acercó a ofrecerles un plato de comida, no dudaron en aceptarlo. Pero comieron poco. El guiso estaba muy rico, pero querían estar alertas por lo que pudiera ofrecerse. El momento esperado vino cuando el joven pelirrojo se hizo presente, llegó con una palomilla de amigos, se instalaron del lado contrario de donde estaban ellos y sentados sobre una de las jardineras de la plaza comenzaron a beber cerveza. En el mismo lugar comieron, no se acercaron a las mesas. No dejaban de sonreír y platicar entre ellos.
El baile dio inicio con el vals del papá con la quinceañera. La muchedumbre rodeó una parte de la plaza la cual sería usada de pista, justo debajo del kiosco y la banda. El vocalista del grupo invitó a los presentes a aplaudir y felicitó a la cumpleañera. Ella lucía radiante, las luces de la plaza brillaban en los adornos del vestido y resaltaba su figura. Los papás estaban sentados en la mesa de honor que había sido colocada en uno de los extremos de la pista.
Cuando el pelirrojo se apartó del resto de los muchachos y se encaminó a uno de los puestos de la golosinas, Héctor se puso de pie de un salto. Lucas lo tomó del brazo y le dijo: “Desabróchate el saco, que se vea la cruz, acércatele en el puesto, si es él, se sentirá incómodo, tratará de evitarte y se alejará”.
Convencido, Héctor cruzó por uno de los costados la pista. En el puesto vendían dulces de leche quemada y cacahuates, el güero había tomado unas obleas de cajeta. Cuando sintió la presencia del fuereño, se hizo a un lado, pero con la desgracia de tropezar con el cordón de la banqueta y casi caer. La señora encargada del puesto intentó agarrarlo, pero él no quiso.
—Fíjese, señor, casi me tumba —le dijo molesto, parecía dispuesto a darle un golpe, pero se detuvo, su mirada se fijó en la cruz que llevaba en el pecho y sin decir nada más, se alejó.
—Discúlpeme, señora, no era mi intención molestar —le dijo Lucas a la vendedora.
—Tenga cuidado, amigo, es el hijo de un hacendado gringo en Texas y está aquí de visita, es la primera vez que viene y no creo que quiera tener problemas con él.
—Claro, claro, ni con él ni con usted, téngalo por seguro, sólo no tuve precaución. Deme éste y éste. ¿Cuánto le debo? —dijo mientras tomaba dos golosinas.
—Dos pesos con cincuenta, señor.
El incidente había pasado desapercibido para casi todos los presentes, Héctor había anotado un par de cosas en su libreta, pero nada más. El baile estaba en su apogeo y los presentes no dejaban de vitorear a la festejada. Ya era de noche, las luces de la feria iluminaban la plaza, la banda tocaba con fuerza y la música era casi imposible no seguirla. Decenas de jóvenes, niños, niñas, iban de un lado a otro.
Cuando el del grupo hizo una pequeña pausa para solicitar apoyo en la búsqueda de un niño perdido, algo que comúnmente pasaba en la plaza; al escuchar las características del niño, Héctor imaginó que era el mismo que vieron en la toma de fotografías al salir de la iglesia.
—¿Cómo lo viste?
—Agresivo, casi me golpea, ¿lo notaste?
—Sí, ¿se fijó en la cruz?
—Sí, de hecho fue lo que lo detuvo, casi me da un puñetazo en la cara.
—Lo vi. 
—¿Con quién está bailando la quinceañera?
— Con familiares, no he notado nada raro, ¿tú?
— Tampoco. Bueno, sólo esto del güero.
—¿En serio crees que la muchacha sea el objetivo?
Sabes, te tengo que confesar algo, ¿escuchaste lo del sonido?
—Sí, hay un niño perd… ¡Agh, por favor! No me digas eso, ¡No!
—Lo siento, me siento estúpido, si fue así, ¡ya nos ganaron!
—No puede ser, ¿cómo no se nos ocurrió?
—Por la sangre de Cristo, yo tampoco, me concentré demasiado en el festejo de la muchacha, y bueno, no sé…
—¿Ahora?
—Nada, esperar que nos llamen de Italia y quizá irnos a casa sin trabajo.
—¡Pff! ¡La culpa la tienen ellos, por no darnos pistas y mandarnos a un lugar que no conocemos y con escasas referencias!
—Siempre ha sido así, Lucas, tú eres muy joven para saberlo, pero desde que tengo memoria así ha sido. Pero bueno, tampoco podemos dar por hecho esto, debemos terminar esta noche; vamos a tratar también de pensar en el niño, si es necesario buscarlo y apoyar a la gente de aquí, hacerl…
No pudo terminar la frase, la música del grupo cesó para que el vocalista de la banda dijera con tono alegre:
—Agradecemos a los presentes su ayuda, el pequeño Fernando ya está con su abuela, demos un fuerte aplauso a este chiquillo travieso.
Una algarabía inundó el lugar. Héctor y Lucas respiraron.
—¡Carajo! Casi me da un infarto —suspiró Héctor.
—Deja ir a ver a ese niño —dijo Lucas.
—Espera, espera, mira…
La palomilla que venía con el güero se acercó a la pista, con la intención de bailar con la quinceañera. Se formaron varias parejas y uno a uno se iba rolando para llegar a la celebrada. Era un momento importante, si el pelirrojo era quien temían que fuera, intentaría algo. Lucas rezó un padrenuestro en su mente rápidamente, mientras apretaba con todos sus fuerzas la cruz de plata.
Pero justo cuando el joven iba a bailar con la muchacha, un par de hombres al otro lado de la pista, comenzaron a discutir. La banda interrumpió la música y la gente se alejó asustada. Lucas se había movido de su lugar y tuvo que subirse a una jardinera para evitar ser arrollado y contemplar la escena. Héctor, en cambio, quedó mejor parado: tenía de frente a la quinceañera y al pelirrojo.
—¡Hasta aquí llegaste, perro!
—Si eres hombre deja el machete, y entendámonos a golpes de macho a macho, cobarde- discutían los rijosos. La discusión al parecer era por una de las muchachas del pueblo, el del arma blanca era el novio y la había encontrado abrazada del otro.
—¡Los hombres no roban a las mujeres, eres un perro cobarde! ¿Muy macho para quitar novias?
—¡Se van a matar, no los dejen, no los dejen! —gritó una señora desesperadamente.
El niño que había estado extraviado, se soltó nuevamente de la mano de la anciana y caminó hacia los hombres que peleaban, cómo si pensara que era un juego, pero la mano de la quinceañera logró sujetarlo y lo puso en sus brazos. El viejo José quiso separarlos, pero el zumbido del machete hizo que se detuviera: uno de los jóvenes que discutían perdió un dedo. Los gritos de los presentes no se hicieron esperar y todo terminó siendo un desorden. Algunos de los varones en el lugar intervinieron y se formó una lucha campal. Volaron sombreros por todos lados, patadas y puñetazos. Los hermanos de Carmina intentaron calmar las aguas, pero cuando Luis recibió un par de patadas en la espalda, su hermano Juan y él entraron de lleno a la trifulca. Lucas y Héctor lograron ver a la distancia cómo el pelirrojo subía a un coche junto con dos amigos más y se alejaban del lugar. 
—¡Carmina! ¡Carmina!
Gritó alguien.
—¿La quinceañera? —preguntó Lucas.
—¡La quinceañera! —confirmó Héctor.
En el momento más álgido de la gresca, Carmina había desaparecido, sus familiares la buscaban desesperados. Lucas y Héctor se quedaron viendo cómo la carreta se iba rumbo a un lugar desconocido. Apurados, montaron una mula que estaba pastando en la plaza, para intentar alcanzarlos. Pero no lo lograrían, un policía del pueblo los interceptó y los llevó a la comandancia por sospechosos, junto con los jóvenes de la pelea. Sus explicaciones fueron en vano, no los soltaron hasta que el padre de la iglesia fue a abogar por ellos y pagó la fianza, pero fue hasta al amanecer del siguiente día.
Cuando tuvieron oportunidad de platicar con el párroco, Héctor le explicó al padre las sospechas que tenían del joven pelirrojo, y éste logró concretarles una visita con él, pero contrario a lo que esperaban, el muchacho no presentó ninguna actitud rara ante su presencia; su preocupación, al igual que todo el pueblo, era el paradero de la muchacha del cumpleaños.
Tardarían dos meses en encontrar el cuerpo en una de las veredas que van hacia la montaña. Las condiciones en que lo hallaron: extraños dibujos realizados con tierra negra, al parecer de panteón, y pintas con sangre, sugerían que había sido sacrificada en un rito satánico. Tenía, además, marcas en el cuello: falleció estrangulada. Lo curioso era que las huellas de las manos y dedos parecían ser las de un infante.
                                                                                                           Benito Rosales Barrientos
                                                                                                                                     19122021