VALERIA DELIZ -MÉXICO-

Era un día de diciembre como cualquiera que hubiese pasado, pero no cualquiera que hubiese esperado.
 
La mañana se se veía pacífica, los sonidos familiares del amanecer fueron los que, al final, terminaron por despertarme. La luz, esa luz sigue siendo completamente normal, lo único que al principio sólo provocó un levantamiento sutil de cejas fue esa mirada que yo mismo me devolvía frente al espejo, había algo ahí que no podía reconocer. Hacía mucho tiempo que esa mirada no venía a darme los buenos días, que la creía completamente perdida; como el adolescente que pierde su inocencia deseando por fin permitirse un trago de vino y uno de pasión, poder darle la mano a la pesadilla de la cual, seguramente se va a arrepentir, o como el hombre que pierde los mejores momentos, por estar contemplando maravillado sólo sus expectativas.
 
Muy en el fondo sabía que por fin había llegado el momento en que iba a cambiar, en que todo lo mejor que siempre estuve esperando, llegaría. Hoy mi sueño por fin se haría realidad. Hoy conocería al Hombre de la Luna.
 
Cuando era niño, mi abuela me contaba que un hombre, el dueño de los sueños de todo ser sobre la tierra vivía en la luna. Este tenía grandes poderes, concedía deseos a los de corazón puro y era tan viejo como el tiempo mismo. Todas las noches acostumbraba trepar el viejo árbol del jardín de la abuela con la esperanza de poderlo conocer. Siendo aún muy joven, esa asta era demasiado alta para mi, me llenaba de preguntas sobre el inquietante misterio de alcanzar algún día la copa, si lograba hacerlo, podría alcanzar a gritar al Hombre de la Luna y este por fin podría escucharme. Conforme pasó el tiempo, esto dejó de ser por diversión y curiosidad, se convirtió en una lúgubre esperanza medio muerta de ser merecedor de los deseos del Hombre de la Luna. Todas las noches, ahora las noches en que más extrañaba a mis padres, acostumbraba trepar el viejo árbol, pero se habría marchitado antes de que yo fuera lo suficientemente mayor para darme cuenta de lo que una leyenda significaba o que ellos jamás podrían volver. La abuela también se marchito.
 
Algunos creen que el olvido es un obsequio del tiempo, no. El olvido es como tocar un foco que lleva encendido horas, apretar un cuchillo recién afilado, salir sin abrigo en un día de Diciembre, es una decisión. Un día de Diciembre como hoy.
 
Se ha ido la curiosidad, pero por alguna extraña razón estoy plenamente convencido que el tiempo se ha terminado y es hora de actuar. Tengo un plan. Si no puedo llamarle y que me escuche, iré hasta él. El día sigue su recorrido normal, se siente como una suave mano fría que acaricia tu nuca y provoca escalofríos. Sabe lo que pienso, pero no estoy nervioso, estoy emocionado.
 
Sólo una cuerda se necesita, un extremo lo ataré a las ruinas de ese viejo árbol del jardín de la abuela y el otro, lo lanzaré tan alto que llegará hasta la luna. Treparé, ya no soy tan joven para temer al misterio, pero sí me siento como un niño que cree firmemente en que podrá obtener su deseo. Recuerdo las últimas palabras de los cuentos sobre el Hombre de la Luna …
 
“Duerme, el Hombre de la Luna cumplirá tu deseo y te hará vivir eternamente” 
 
 
Edición
Era un día de diciembre como cualquiera que hubiese pasado, pero no cualquiera que hubiese esperado.
La mañana se se veía pacífica, los sonidos familiares del amanecer fueron los que, al final, terminaron por despertarme. La luz, esa luz sigue siendo completamente normal, lo único que al principio sólo provocó un levantamiento sutil de cejas fue esa mirada que yo mismo me devolvía frente al espejo, había algo ahí que no podía reconocer. Hacía mucho tiempo que esa mirada no venía a darme los buenos días, que la creía completamente perdida; como el adolescente que pierde su inocencia deseando por fin permitirse un trago de vino y uno de pasión, poder darle la mano a la pesadilla de la cual, seguramente se va a arrepentir, o como el hombre que pierde los mejores momentos, por estar contemplando maravillado sólo sus expectativas.
Muy en el fondo sabía que por fin había llegado el momento en que iba a cambiar, en que todo lo mejor que siempre estuve esperando, llegaría. Hoy mi sueño por fin se haría realidad. Hoy conocería al Hombre de la Luna.
Cuando era niño, mi abuela me contaba que un hombre, el dueño de los sueños de todo ser sobre la tierra vivía en la luna. Este tenía grandes poderes, concedía deseos a los de corazón puro y era tan viejo como el tiempo mismo. Todas las noches acostumbraba trepar el viejo árbol del jardín de la abuela con la esperanza de poderlo conocer. Siendo aún muy joven, esa asta era demasiado alta para mi, me llenaba de preguntas sobre el inquietante misterio de alcanzar algún día la copa, si lograba hacerlo, podría alcanzar a gritar al Hombre de la Luna y este por fin podría escucharme. Conforme pasó el tiempo, esto dejó de ser por diversión y curiosidad, se convirtió en una lúgubre esperanza medio muerta de ser merecedor de los deseos del Hombre de la Luna. Todas las noches, ahora las noches en que más extrañaba a mis padres, acostumbraba trepar el viejo árbol, pero se habría marchitado antes de que yo fuera lo suficientemente mayor para darme cuenta de lo que una leyenda significaba o que ellos jamás podrían volver. La abuela también se marchito.
Algunos creen que el olvido es un obsequio del tiempo, pero el tiempo es un ser ermitaño muy egoísta que jamás tiene piedad o sentimientos por nadie. El olvido es como tocar un foco que lleva encendido horas, apretar un cuchillo recién afilado, salir sin abrigo en un día de Diciembre, es una decisión que nace de ti. Un día de Diciembre como hoy.
Se ha ido la curiosidad, pero por alguna extraña razón estoy plenamente convencido que que hasta el tiempo se ha marchitado y es hora de actuar. Tengo un plan. Si no puedo llamarle y que me escuche, iré hasta él. El día sigue su recorrido normal, se siente como una suave mano fría que acaricia tu nuca y provoca escalofríos. Sabe lo que pienso, pero no estoy nervioso, estoy emocionado.
Sólo una cuerda se necesita, un extremo lo ataré a las ruinas de ese viejo árbol del jardín de la abuela y el otro, lo lanzaré tan alto que llegará hasta la luna. Treparé, ya no soy tan joven para temer al misterio, pero sí me siento como un niño que cree firmemente en que podrá obtener su deseo. Recuerdo las últimas palabras de los cuentos sobre el Hombre de la Luna …
“Duerme, el Hombre de la Luna cumplirá tu deseo y te hará vivir eternamente” 
 
 

Seudónimo "El Zodiaco Negro"

 

Monterrey, N.L., México. 1991. Estudiante de periodismo, editora, guionista y escritora apasionada del género del terror. Sus influencias van desde Dumas hasta Edgar Allan Poe. Fanática del black metal y los gatos. Mucha de su inspiración brota directamente de la música de Broadway y Lady Gaga.
 

PÁGINA 16

<                    >