WILLY DE LA ROSA -MÉXICO-

Entre estrés, tesis y pandemia, hay días…
 
Nada ha cambiado desde que empezó la contingencia, al menos no para mí. Llevaba un par de meses sin poder dormir antes de entrar en contingencia, antes de entrar en cuarentena. Con pandemia o no, la rutina estaba impuesta, casa-trabajo, trabajo-casa. Cuando pasas mucho tiempo entre paredes, solo puedes elegir cambiar las cosas que piensas y las que sueñas; no queda más que enfocarse, ocuparse y despreocuparse. Y es que el encierro trajo días diferentes, diferentes en todo sentido, preocupación, enojo, frustración, miedo, ansiedad, y muchas más.
Hay días en que despierto y todo es muy normal, el sol colgándose por la ventana, calor, y solo ganas de no querer levantarse; cojo las sábanas y vuelvo a cerrar los ojos, sólo para darme cuenta de que se me ha hecho tarde para ir al trabajo una vez más.
Hay días en que la actitud está a tope, disfrutando ese mismo sol en la ventana, el olor a café recién molido en la memoria y el olor a hotcakes recién hechos, haciendo eco hasta el estomago. Música para bailar en “chones” en la cocina y desayunar sin preocupación frente a la televisión. Hoy no me preocupa llegar tarde al trabajo.
En ciertos días tengo muchos sueños, sueños de todo tipo, con torbellinos en emociones; en otras, sólo pesadillas y en los que ciertamente el miedo me invade y paraliza, amanece y todo es frío. Al sol se le olvidó aparecerse o se tomó el día libre, todo está frío, la mañana, las sábanas, el café.
Hay otros días en que pienso mucho en muchas cosas, casi como una necesidad. Sentando en mi sillón, chela oscura a las 6 de la tarde y con 34ºC afuera, pensando en mi familia principalmente, mis amigos, lugares, viajes, Bruno mi perro. Extrañando poder juntarse y charlar.
En otras ocasiones pienso en mis abuelos que ya no están y la gente que se ha ido. La pandemia, días lluviosos y cielos grises han golpeado bastante fuerte en mi pueblito, y es casi imposible no entristecerse por las malas noticias. Mi tía abuela, “Hompty” el vecino a tres casas de la de mis padres y mi maestra de 5 años de primaria no estarán más cuando todo esto acabe. Ahora un aire frío recorre por las calles llenas de agua y lodo, el viento resopla ahogando los llantos de los que se quedan, y la impotencia que se siente no darles una buena sepultura. El abrazo es ahora más necesario, así como el calor que conlleva.  Pienso en todas aquellas personas que no se pudieron despedir y aquellas que lo hicieron inconscientemente antes de partir. Porque en esos días algo pasó, algo cambió o algo está fuera de lugar, quizás yo o todas mis ganas. La cama me parece ahora un lugar frío, donde ni siquiera puedo cerrar los ojos sin dejar de sentirme extraño, con miedo. La soledad y el aislamiento matan de apoco y las ganas de hacer cosas mueren con ellas. Esos días tengo ganas de nada.
En algunas ocasiones camino de casa al trabajo, y del trabajo a casa, nada placentero, parezco un robot yendo y viniendo, haciendo trabajo que me gusta, pero no termina de llenarme en los días malos.
Hay días en los que estoy triste y no puedo mostrarlo. Mi madre contrajo Covid y la familia se separó momentáneamente para entre todos cuidarnos, ahora solo deseamos abrazarle y decirle que todo estará bien. Me quedo con mi tristeza dentro, pero una sonrisa por fuera para disimular que todo está bien, para evitar preguntas, cuestionamientos, maltratos, hipocresía. Hay días en los que me siento cansado y sin ganas de nada. Las redes me aburren, el trabajo se acumula, la música suena triste y aunque quisiera animarme, sigo escuchando. No hay visitas, no hay con quien compartir un café o un mate, o charlas para distraer de lo que acontece en el día a día.
En otros días hay un poco de fortuna y el trabajo va lento pero seguro, afortunadamente estoy solo en uno de los lugares en los que siento me pertenece, el escritorio más desordenado posible, pero al final mío. El olor que me recuerda a mi espacio y las cosas que me motivan para seguir adelante. En esos días hablo hasta con mis bichos, deseando que las cosas salgan bien, repitiendo una frase que escuché antes en varios lugares, “ayúdenme para ayudarles”.  
Hay días, sin embargo, en los que no bebo café, ni mate, no tomo desayuno, ni almuerzo, pues tengo ganas de nada más que dormir, dejar de pensar y preocuparme por el trabajo y lo que tengo que escribir. Me han rechazado uno de los artículos y el ánimo baja un poco. Este día tengo ganas de nada, otra vez.
Hay días en los que quiero llorar, pero me olvidé de cómo. Mi compañera me abraza, pero me siento roto y no puedo siquiera reparar cada uno de los pedazos faltantes. Me siento triste. La música no ayuda, ni el lugar, ni la situación, ni la gente a la que le importa un carajo.
Hay días llenos de estrés y de tensión, de ruido, de soledad. La tesis se ha parado indefinidamente hasta concentrarse en ella. Hay días en que extraño salir, ir a la playa o a la montaña, caminar hasta los tacos, tomar fotos, sentir un poco de aire y mirar algo más que solo bichos bajo la lupa.
Hay días que parecen el mismo, ni siquiera se la fecha ni si es martes o viernes o domingo, todo se parece y todo es rutina una vez más. Comer, TV, laboratorio, TV, insomnio, comer, pensar, estresarse, tesis, dolor de cabeza, tesis otra vez. Llevo el cabello largo desde que todo empezó y me parece lo mismo o me da igual.
Hay días en el que el insomnio inspira, pero no para escribir lo que debo sino para inventarse cuentos. En esa ocasión, salí de la cama para irme a la sala, por alguna extraña razón sentía frio, me recosté en mi sillón, ese que hice con mis propias manos y la ayuda de mi hermano. Vi la hora por la pantalla del celular y muchos bichos visitaron mis dedos pendientes de la luz. Un zancudito sintió mi presencia, estuvó volando sobre mi varias veces antes de decidir aterrizar. En este punto no se si estoy despierto o dormido, pero me parece que el zancudito decidió hablarme. Me contó la extraña forma de como llegó hasta mi, su historia, fantástica cómo no pude imaginar jamás.
 
Había nacido de una flor dijo, aunque luego cambió la historia por una menos pintoresca "yo soy Ciro y nací en una charca", hacía calor afuera, pero yo estaba listo queriendo emprender el vuelo, había pasado tanto tiempo siendo un joven sin preocupaciones, que ya era momento de volar.  Me contó que sus hermanos se separaron de él, no todos, pero sí la mayoría. Todos con nombres raros y graciosos.
 
  • Pancho y Pancha, se quedaron juntos en los primeros segundos de vuelo, no se arriesgaron a volar más y quedaron cerca de un pollo y un chihuahua de una de las vecinas.
  • Lucrecia, Rigo y Max, quienes a los 40 segundos de iniciado el vuelo, tomaron una corriente de aire al sur para establecerse; pasa que encontraron pareja y decidieron llevar las cosas en serio, vaya, cada uno con un colémbolo como mascota.
  • Luego, casi como una visita al lago, Huicho, “el monchis”, Pancrafila y Osana, decidieron no atacar, se quedaron expectantes a las historias de los sobrevivientes, un pelotón de reconocimiento que había llegado a hacer guardia a una vigilia religiosa al otro lado de la calle. Habían sido casi aniquilados entre aplausos y rezos, entre gritos y cantos de jubilo, entre ojos cansados por estar despiertos. Ahora Huicho, “el monchis”, Pancrafila y Osana, rezaban cual sea que fuera la oración. Los había inundado el miedo y decidieron quedarse ahí, cerca del agua, para no arriesgarse a morir, tarde que temprano eso iba a suceder.
  • Del otro lado, con dirección hacia “el reino del hotdog”, Chuy, un imitador de lo peor que se creía abeja; a su costado Petra, su novia, la conoció en otro vuelo de reconocimiento cuando buscaba el reino del pan, habían estado juntos por 100 segundos. Chuy había invitado a Petra un trago de A+, unos cuantos zumbidos y habían hecho click. Parece que pasarían el resto de sus vidas juntos, Petra también creía que era una abeja ¡tremenda locura!
  • Conmigo, en dirección norte venían "Tono", llamado así por su particular sonido al volar y hablar; Gris, porque evidentemente había chocado y perdido sus escalas de colores para ver; Pili, algo así como una zancuda con complejo de luciérnaga. No la culpo, yo soñé en algún momento cuando nadaba en la flor… perdón, charca, cuando nadaba en la charca. Yo soñaba con ser muy grande y fuerte, quizás un escarabajo, de esos que cuando vuelan suena tan potente que hasta vos te agachas cuando te pasan cerca ¡zoom, zoom! Atrás de nosotros venían Tinín, Tito, Tulio y Tristán, el temido “cuarteto de los Titutri”, voraces, valientes, auténticos y eficaces, los guapos del barrio de la charca. Tinín, el más grande y experimentado, había nacido 232 segundos antes que todos, tenía más experiencia que cualquiera de nosotros juntos, hombre, 232 segundos y te podía hablar de todas sus hazañas en este mundo. Tito, algo tímido siempre, pero que ganaba confianza con sus hermanos a su lado; Tulio, poeta y loco, resulta que se había alimentado de un guitarrista bohemio, y parece ser que su sangre le cambió la vida; y Tristán, el más fuerte, siempre callado, pero reflexionando todo el tiempo, había estado solo en una habitación con un maestro de literatura, escuchando su poesía desde que nació, escuchando las voces que decían todo y nada, solos él y él. Siempre volando alto para evitar tener que confrontar alguna palma asesina, un aplauso o una mano rápida en la oscuridad. Nosotros delante y ellos atrás de nosotros, no sentíamos miedo, nos sentíamos confiados.
 
Cuando regresé la vista, habíamos pasado 4 colores distintos, y habíamos volado 168 segundos, una eternidad. El cuarteto de los Titutri no estaba más. Eran todos para uno y uno para todos. Solo vi que volaron más alto, faltándole el respeto a la gravedad y a la física, pasaron por encima de nosotros, todo en cámara lenta, unos temerarios de los aires, no los volví a ver después de eso.
 
Tono se veía rezagado, queriendo volver para reunirse con Huicho y compañía, parece que entre más nos alejábamos de la charca, más la extrañaba. En un giro, No podía creer lo que estaba viendo, todo se volvió muy confuso, Tono no iba a poder reunirse con los demás; una vez que giró a su derecha, una mano muy rápida que no vio venir hizo contacto con él; en la confusión, Gris se separó de mi, yéndose a la izquierda y arriba; Pili, fue la segunda en caer, su complejo de luciérnaga la hizo confiarse y no vio venir la mano izquierda. Ahora Tono y Pili yacían en la acera, cerca de un pasto verde recortado. Casi como una premonición, flores blancas adornaban alrededor de ellos. De Gris no supe más, tampoco la vi alrededor, tampoco la escuché en el silencio de la noche. Si ella me buscó, no iba a poder verme, todo en la noche es negro o gris, y las luces lastiman tanto los ojos que, aunque buscara la lámpara de la esquina, ella no podría encontrarme. Habían pasado ya 251 segundos y 8 colores desde la charca.
 
Me posé sobre una de las ramas del árbol de almendras, unos metros muy por encima de Tono y Pili, a quienes ahora veía desde las alturas. Mucho tiempo para una gran aventura y poco tiempo para permanecer juntos. La tristeza y el miedo me inundaron, no sabía que hacer, estaba desconsolado, escuchaba risas a lo lejos y llantos muy cerca, todo era confuso. Justo cuando creí que todo estaba perdido, vi una luz en medio de la oscuridad, y con la luz una cucaracha asustada. Volé para interceptarla antes de que corriera y se perdiera en la madera de una caja, pero fue demasiado tarde, no llegué a tiempo. Me posé ahora en un frío hierro, de donde una pequeña luz se podía apreciar; intenté llegar a ella, pero no pude, todo estaba cerrado, la puerta, la ventana y mi esperanza. Como pude, con mi desesperación por no estar solo me escabullí en una pequeña abertura de una ventana, justo por detrás de una cortina pesada que apenas se movía con el aire. Y entre todas las cosas que podía encontrar estabas vos, acostado en un sillón, con otros bichos que no conocía besando tus dedos y su luz. 50 segundos te observé, mucho tiempo para no querer atacar pues moría de hambre, hacía mucho tiempo que no probaba alimento. Te vi y pensé en contarte muchas cosas, el miedo me invadía al igual que a vos, lo noté y lo olí, nada se me escapa. Alcancé a gritarte cerca de tus oídos, alcancé a decirte que había pasado con mis hermanos, con cada uno de ellos, pero vos estabas inmerso en tus dedos de luz. Dejé de insistir pues era en vano, yo gritaba desesperado y no me entendías. Me posé sobre vos y me dejaste comer, pensé rápido que no era tan malo, bebí el primer sorbo y vi tu vida pasar frente a mis ojos, no la mía, pero si la tuya. Me puse triste y luego feliz, como en una emocionante montaña rusa, así fue. Un zancudo puede saber mucho de alguien cuando se alimenta de esa persona. Me identifiqué con vos, fui feliz y luego me puse triste. Tenías la misma cara que yo como cuando veía a Tono y a Pili. No quisiste escucharme más y tampoco compartir conmigo. Estaba feliz por haberme alimentado que nunca vi la “traición”, tu mano izquierda llegó a mi, caí mientras te grité asesino, quizás inconscientemente, pero te grité. Caí con la panza llena pero no sonrío. Vos tenés la panza llena y tampoco sonríes, creo que estamos irremediablemente en las mismas.
 
Ahora estoy aquí, no siendo realidad ni sueños, no estás soñando, pero tampoco estás del todo despierto. Si me dejas, dijo él, de vez en cuando puedo venir y contarte más aventuras y sueños. Si me dejas dijo… 
 
          Desperté después de eso hasta llegada la mañana, el frio había entrado por la ventana pues había llovido esa noche. Preparé café y me quedé con la idea tranquila de que había hablado con un buen amigo. Esos días son buenos y son mágicos. Otros días no hay inspiración, pero tampoco tristeza.
 
Por otro lado, no todos mis días son malos y no todos los días malos son generalidad. Hay días como hoy que cuando dejas de pensar y compartes, las cosas se vuelven mejores. Hoy es un buen día para las buenas noticias y para que el optimismo sea parte del encierro prolongado. Hoy es un buen día para creer que cosas mejores vendrán. Un buen día para llamar a los amigos, ver a la familia al menos por la pantalla y reír y recordar a los que se fueron de la mejor manera. Porque en estos días, y a veces y solo a veces, lo único que necesitas, es creer que todo, absolutamente todo, estará bien.
          “Hay días en que si los ves de la manera correcta, todo estará mejor…”
 
Hola, soy Will, soy originario de Chiapas, México. Actualmente me encuentro estudiando un doctorado en ecología y desarrollo sustentable. Me gustan mucho los insectos y por lo cual he escrito un par de cuentos donde los actores principales son ellos. Desde que recuerdo me ha gustado la fotografía y la poesía, cosas que trato de combinar en cuentos y prosas que han ido resultando de noches de insomnio y café o con cerveza oscura. Me gustaría poder seguir escribiendo cuentos y escritos que reflejen los estados de animo por las que a veces atravesamos y en las que, en algún momento de nuestras vidas, tardamos en salir. Así también escribir cosas fantásticas y poco ordinarias. “A escribir, escribir que el mundo se va a acabar…” Mención Honorífica del Concurso “Relato corto en la vida de un becario” en su 2da Edición.

 

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