ANA LUISA ORTIZ MARTÍNEZ -MÉXICO-

Eternidad
 
¿Cómo es posible que los gritos fueran tan intensos? No había nadie quien pudiera proferirlos, aun así, sonaban aterradores y angustiosamente lastimeros. La voz era mía de acuerdo, pero mis labios se encontraban sellados.
“¡Ayuda! ¡No quiero quedarme aquí! ¡Argggg! ¡Vamos, vamos, muévete desgraciado, muéveteee!”
En ese instante la gravedad de la situación en que me encontraba sumergido me golpeó con un gancho directo a la quijada. La sensación era tan extraña, quizás algo parecido a lo que se siente cuando se atraviesa una parálisis del sueño. Grité y forcejeé contra esa fuerza invisible hasta quedar exhausto. Luego lloré y maldije otro tanto, aunque al exterior no mostraba ningún rastro de semejante exabrupto.
¿Qué me tenía aquí? Cuando me explicaron los riesgos, entre toda la palabrería me concentré en una sola: eternidad. ¿Sería posible? ¿Algo equiparable a la eternidad?, o al menos más tiempo del que nos otorga la naturaleza. Lo único que deseaba era no desaparecer, la idea de que todo aquello que me conformaba se desintegrara en una masa putrefacta era insufrible. Tampoco es que temiera al más allá o alguna fuerza superior, no, quería sobrevivir, incluso aunque quedara solo, incluso aunque todos cuanto conocía se convirtieran en polvo, incluso aunque el mundo conocido por mí se transformara en un escenario desolado.
Ja,ja,ja pregúnteme alguien si aún pienso eso.
Trataba de no observar hacia la izquierda, aunque era inevitable. La primera vez fue la peor de todas, caí en pánico, quise inútilmente concentrarme en alguna forma mágica para que mi conciencia regresara a su contenedor original, salir corriendo, alejarme de este lugar, ¡qué patético! El ataque de histeria fue demasiado tortuoso, al aceptar que me encontraba en un punto sin retorno. Además, la vista no ayudaba nada, distaba totalmente de ser grata. El tejido se encontraba en descomposición, no llevaba la cuenta de los días transcurridos, pero imaginaba eran un par de semanas. La piel asimilaba alguna clase de traje ennegrecido, tan hinchado que no se podían distinguir correctamente las facciones. Reconocía plenamente la bata celeste y el brazo con el tatuaje de ouroboro con una serpiente. En ocasiones dejaba de morder su cola y volteaba a burlarse de mí la muy maldita. El olor debía ser insoportable, no lo percibía en absoluto, pero lo imaginaba, ese típico aroma cuando encuentras un perro atropellado en la calle.
Desconozco el procedimiento que utilizó el hombre de ciencia. Para mi fue un cerrar y abrir de ojos: un parpadeo era humano, otro parpadeo y me encontraba en algo inmenso, y frío. Si quería evitar otro de esos ataques de pánico era mejor no observar con tanta atención. Aunque observar era lo único que me quedaba. El cuerpo de polímeros y metal en el que me encontraba padecía una deficiencia motriz total que me tenía tumbado en el suelo sin posibilidad alguna de moverme por una falla que nunca podría ser reparada. En este punto no importaba si el procedimiento salió mal, tuvo algún error o si fue debido a la abrupta interrupción que sufrimos cuando la ciudad fue atacada, ya que la persona que hubiera podido intentar algo fue aplastada por el techo del edificio, derrumbado el mismo día de los bombardeos, sus restos se descomponían junto a los míos.
Algunas veces escuché, aunque no puedo asegurarlo, personas acercándose, al principio quizás buscando sobrevivientes, después provisiones. Mi instinto ridículamente humano me hizo gritar en todas las ocasiones: ¡Estoy aquí! ¡Ayúdenme! Pero cualquiera con la curiosidad suficiente de ingresar se hubiera topado únicamente con escombros y quizás si pusieran un poco de atención podrían observar los restos en descomposición y una figura sintética, no muy diferente de un maniquí, cubierta de polvo. Aunque como dije pudiera ser que aquellas voces fueran sombras de mis recuerdos porque ahora son frecuente sus apariciones.
El tiempo se ha tornado tan impreciso, en ocasiones me parece que todo acaba de ocurrir, otras veces me siento dormido en mi vieja cama, incluidos los resortes que rechinan. Los días malos alucino que manoteo y pateo hasta que por fin logro tomar control de la carcasa. Pero no camino afuera, ni salgo victorioso de mi improvisado búnker, no me interesa averiguar quién ganó, o a qué nuevo orden mundial pertenecemos. No, me veo recoger un trozo de varilla con el que, sin mediar palabra, atravieso mi sien. Me he convencido que con eso bastaría para liberarme de este infierno de vigilias eternas. Así es, el mundo llegó a su fin, y a mí solo me interesa saber ¿cuánto tiempo duraré en este envase defectuoso? Si mi conciencia aun reacciona como humano, ¿podría ser que llegado el momento pueda apagarme siguiendo alguna clase de patrón?, ¿una memoria genética? ¿Será resistencia o terquedad de la carne?, porque en ocasiones juro que puedo sentir brazos y piernas, hasta comezón.
¿Qué llegará primero?, la oscuridad del llamado “sueño eterno” o el agotamiento de la fuente de energía. Trágicamente no me queda ninguna opción más que esperar, es cruelmente irónico, lo sé, pero estoy cansado, demasiado cansado… Maldición, aquí viene… la sensación de sudor en la frente, el latir acelerado del corazón inexistente, el retortijón de los órganos fantasmas, es uno de los fuertes. Al menos ya me la sé, gritaré, gritaré tanto hasta “quedarme sin aire”, tanto, hasta que llegue la sensación de desmayo. Después de todo es lo único que puedo hacer.
 
 
 
El rojo en ti
 
¿Amor? ¡Cómo saberlo! No, creo nunca jamás lo fue. Aun así, fueron veinticuatro años. ¡Veinticuatro jodidos años!
 
Ahora, repíteme eso de que todos somos iguales. Sostenme la mirada y aférrate a tus palabras mientras corto un poco por aquí. ¡Me encanta! La sensación de la carne deslizándose bajo el filo del cuchillo es deliciosa, tiene un encanto sensual. Tu expresión dolorida te hace ver más hermoso. Me pregunto ¿cuánto resistirás?
 
No, no quiero apurarme. Hay tanto tiempo. ¿Qué decías sobre el amor? ¿Somos uno pero no somos lo mismo? Anda dime ahora si cuando te toco, no sientes nada... Slap, slap, mmm tu piel chasqueando por los golpes me eriza los vellos de los brazos, ¡qué rico! Un calor electrizante corre por mi espalda hasta perderse en la cadera. ¿Por qué nunca te disfrute tanto?
 
El rojo de mi cabello y el rojo de tu sangre hacen magnifico juego. Siempre acaricie la idea de bañarme en ti, pero no encontraba la oportunidad. Ahora lamento que ningún tinte te hará justicia. Dijiste que soy peligrosa por ser honesta, bien, yo solo quiero saber si aún podemos ser amigos, por cierto, dile adiós a tus ojos, quiero ver qué le pasa a esa parte azul cuando los pinche al centro. Squishh… Bleh, no fue tan lindo como imagine. Vamos, vamos dame tu lengua, ya no la necesitas. Urggm... ¡Listo!
 
Recuerdo una vez me aclaraste que me darías todo lo que quisiera, pero no aquello que necesito. ¡Qué mentira! Ve, estás entregándote a mí por completo. ¿Qué curioso no? No tengo un solo malo recuerdo, todo fue miel sobre hojuelas. Solo que nunca era suficiente. No soy mala, tu tan solo fuiste conveniente. A ratos aburrido, a ratos de verdad pensé que sería más interesante. Bueno, si me siento mal, nunca hice latir tanto tu corazón como esta noche. Eso es cruel.
 
¿Qué sigue? Un pie y luego el otro, apuesto a que desearías nuestros caminos no se hubieran encontrado. Crrgg, crack... ¡uf esos huesos sí que son duros! ¿Cómo iba esa frase que si el cielo pudiera romperse siempre habría un lugar para el amor? ¡Ya dame esa mano!, tampoco te sirve más.
Esto es lo más honesto que puedo hacer, mi último acto de pasión por ti. De todos los placeres, este, justo ahora, es el más puro, no hay nada más fuerte, más real y sublime que el dolor.
Te acariciaré un rato, no sé por cuánto más, no sé qué tanto dures. Una vez que dejes de moverte y que la sangre deje de brotar, ya no será divertido. Quiero grabarte en mi mente para que el olvido no nos separe. Luego caminaré sumergiéndome en la oscuridad dónde me encontraste, confiando en que la espera no sea larga.
 
El sueño
 
¿Qué soñé?
 
Me lo platico, comento y explico a mí mismo, puesto que no hay oído al que pueda acercarme a confesar a tan deshoras. Imágenes divinamente claras se desvanecen con asombrosa rapidez que en un rato más no recordaré haber soñado nada en lo absoluto.
Como solía ser, te vi caminando sensualmente, con rostro serio o pensativo quizás. No sonreíste, incluso aun cuando notaste mi presencia no hubo reacción, sin embargo, todo era un disfraz, porque a la primera oportunidad me alejaste de la gente. Imágenes van y vienen y mis entrañas se desbaratan por guardar cada silueta, cada eco de conversación, de lo que en estos momentos parece solo cine mudo puesto que las voces desaparecieron ya del recuerdo.
Vuelvo a cerrar los ojos tratando de capturar tu imagen, pero únicamente logro que se desvanezca como humo. Me retuerzo entre las frazadas en desesperación más el daño está hecho. ¡Qué pensamientos tan provocadores!, juego con ellos, los acerco y los alejo, manteniéndolos justo a la raya entre lo sano, y lo inofensivo. Pero el dolor de saberte en el lecho de alguien más termina imponiéndose, lacerando mi alma ya de por si maltrecha, apoderándose de mi ser que se confiesa incapaz de renunciar a tus caricias.
Bendigo y maldigo al sueño a un mismo tiempo puesto que el dolor del recuerdo me perturba, me consume y acerca a la muerte. Entonces noto la mesita de noche, estiro la mano hasta sentir que tomé lo que buscaba. Lo llevo a mi boca con rapidez, el sabor es desagradable, aunque al instante deja de sentirse debido al escozor provocado por el alcohol: dos grandes tragos y el sabor de las pastillas se pierde entre tonos de malta y madera. Observo la hora, aún es muy temprano para iniciar el día. Sonrío porque tal como pensé en unos instantes más no recordaré haber soñado nada en lo absoluto.
La somnolencia comienza a abrazarme suavemente, mis latidos disminuyen relajados, mis ojos caen pesadamente y una última imagen rebelde, casi fantasmal se desvanece en mi conciencia.
 
 
 
 
Justicia en las manos
 
Cual ganado desbocado corrieron por las calles, inundándolas con gritos indignados al saber que entre ellos vivía la bestia disfrazada de vecino. Abuelos, mujeres con niños en brazos y hombres de rostros embriagados, desbordaban por los ojos ira, rabia de sentirse una vez más ultrajados por la violencia reina de las calles. Cuando vieron el lente de luz roja, corrieron a buscarle subiendo de intensidad sus consignas, alguien tendría que escucharlos.
Al instante tras ellos apareció el culpable, el infeliz que trajo tan impensable desgracia a esta pequeña colonia donde las guerras de pandillas eran la única novedad diaria. A patadas y manotazos hacían avanzar al bulto machacado, que entre jirones de ropa se arrastraba. La ley como suele ser, aun no mostraba ni sus luces y la lente morbosa no quiso perder detalle de semejante nota titular.
El reportero tomaba testimonio de los presentes y según su dicho el linchado fue encontrado por bendita causalidad cuando en un lote baldío tenía en pleno matorral, desnuda, a la pequeña Magaly vecina de la colonia. Nadie perdió oportunidad de propinarle unos buenos palos por sus cochinos actos: Ni Ricardo que tomaba animadamente en la cantina. Prefirió tomar su botella y fue a asestarle tremendo golpe con la caguama. Hasta don Encarnación pensó que era mejor golpear al maleante que seguir pateando a su señora por la mala cara hecho unos instantes atrás. O como el grupo de niños que aventaban piedras a un cachorro de labrador; encontraron mejor tino en la espalda y cabeza de su vecino, al que en ocasiones le hacían mandados por cinco pesos. Después de semejante heroísmo y de demostrar frente a la lente que el pueblo unido puede más que la autoridad, finalmente los cuervos negros llegaron para ya sin batallar, trasladar al inculpado a las celdas municipales.
Por la noche, en la tranquilidad de sus hogares, lo vecinos orgullosos, con gusto veían una vez más como eran recapitulados sus valientes actos a través del fulgor destellante de sus televisores de alta definición. Dignos ellos de haber dado una clase a toda la ciudad sobre lo que realmente es la moral y la justicia.
 
 
Pueblo bueno
 
Disculpe señor, ¿podría decirme que paso aquí?
El joven trataba de detener el paso de alguien, quien fuera que pudiera darle alguna razón del estado en que encontró su ciudad natal. Nadie hizo caso, continuaba la gente en paso arrollador a quién sabe dónde. Niños, mujeres, hombres con maletas en mano, mochilas, cajas amarradas, bolsas de plásticos, huyendo acaso de algo. Las calles se encontraban llenas de papeles multicolor, rojo, verde, amarillo, naranja. Los logos que les daban sentido se encontraban lacerados. La maraña de basura entorpecía el paso. En actitud de fastidio las personas pisoteaban con fuerza los pendones y demás papeles que cubrían las banquetas que considerados estorbos eran alejados a punta pies.
Luego de alejarse por casi diez años el joven regresaba a un hogar que al parecer se volvió maldito: los negocios se encontraban cerrados o saqueados, pintas y consignas cubrían los muros de los edificios; coches abandonados por las calles, vehículos oficiales vandalizados. ¿Qué tragedia tan grande pudo ocurrir en el lugar?
Siguió avanzando, esquivando personas aquí y allá, ninguno prestaba atención al único que iba contracorriente. Se acercó a lo que quedaba de un puesto de revistas, encontró lo que buscaba: un periódico. Estaba fechado a no más de dos semanas. Leyó lo que pudo, pero nada le daba indicio a lo ocurrido, lo único relevante por esos días era la impugnación de los recientes comicios.
Ese fue el principio del fin.
Rápidamente volteó sobre su hombro, quien hablaba era un hombre de mirada cansada y cabello canoso revuelto sobre la cabeza.
¿Por qué se van todos? ¿Qué paso aquí?
—¿No puedes notarlo? —Dijo el hombre volteando por sobre sus hombros. —Le recomiendo joven, que también se aleje, aquí no hay nada que hacer. Ya no queda nada, ni nadie a quien gobernar. La gente se hartó, ellos nos hartaron—. En sus ojos pudo notar nostalgia cuando observó un par de pendones que todavía colgaban de un poste de luz mercurial.
El muchacho arqueó las cejas en señal de perplejidad, fue entonces que el hombre sintió el deseo de hablar, quizás fuera conveniente que alguien de fuera diera su opinión, aunque realmente no importaba: “lo hecho, hecho está” pensó.
Jaló al joven por el brazo para alejarlo de los empujones que daban los que continuaban caminando. Se recargaron en los restos de un puesto de tacos, aún quedaban los letreros que anunciaban: “Con su orden, un refresco gratis”, el hombre acercó una banquilla para sentarse. Tenía caminando desde el amanecer por lo que dio una buena bocanada de aire antes de hablar. Tomó uno de los letreros para usarlo como abanico. Luego de inhalar varias veces comenzó a relatar como la ciudad cambió radicalmente en muy poco tiempo, tanto que nadie se dio cuenta de la gravedad de la situación hasta estallado que hubo el conflicto. No existía nadie en quien confiar, ni a quién acudir, ni entre los mismos encargados de la seguridad del pueblo. Los grandes partidos abrían las bocas para decir escasamente nada, contrario a sus arcas en las que siempre eran bien venidos los ingresos de los ciudadanos. No había diferencia alguna entre un color u otro, palabras más, palabras menos, eran lo mismo, mismo lucro, misma ansia desmedida por el control, por el poder, atendiendo a la infinidad de significados que se puede aplicar a esa palabra. Pasaban por arriba de cualquier costo, cualquier persona, institución o ley con tal de lograr sus objetivos porcentuales y partidistas. Consideraban que con becas, populismo barato, líderes mesiánicos y puritanismos a conveniencia lograrían engañar una vez más al pueblo bueno. Porque recogían la esperanza de la gente por un gobierno justo, equitativo, sensible a sus necesidades. Un gobierno guardián de la seguridad de cada ciudadano. Pero invariablemente resultó en lo mismo, solo que cada vez se fue volviendo más absurdo, más difícil de sobrellevar. En el colmo de todas las lógicas se hicieron los desentendidos. Se cayó en un juego en donde la gente fingía creer en ellos, fingía por una despensa, por una camiseta, incluso por un vaso. Y por un tiempo funcionó, pero las cosas no marcharon, al contrario, temerosos de perder sus privilegios por si la gente algún día reaccionaba, se fueron protegiendo en reformas que dejaban sendas lagunas legales que navegaban a placer. La gente se distanció tanto de ellos llegando a considerarlos unos verdaderos parásitos, dejando en ellos responsabilidad total por la situación decadente de su entorno.
Contaba el cansado hombre que el pueblo bueno comenzó a levantar la voz enérgicamente, exigía más, mucho más de lo que los políticos estaban dispuestos a entregar. Pero fue demasiado tarde para una reacción de los “representantes sociales”, porque entonces ya no hubo oídos dispuestos a escuchar sus mensajes baratos. Las personas optaron por darles la espalda, aunque ello significaba dar la espalda a la ciudad misma. Primero dejaron de pagar impuestos, lo cual contrarrestaron con una implacable ofensiva de multas, y detenciones de los morosos, pero al pueblo pareció no importarle. Luego la violencia se incrementó, no había quién hiciera frente a la escalofriante ola de crímenes que se desencadenó. Cuando llegaron los comicios electorales muy pocos acudieron a votar puesto que quedaba claro que, sin importar el color, los partidos estaban cortados con la misma tijera:
Lo único que verdaderamente respetan es al “señor todopoderoso dinero”
¿Por eso se marchan?, ¿por eso caminan alejándose de la ciudad? —Quiso saber joven.
—Sí, quizás en otro lugar no estén tan podridas las cosas. —Reflexionó el hombre, luego se puso en pie para retomar su camino y señaló: —Sí caminas más adentro no hallarás más que a los locos que por haber perdido el poder corren por el frente del que fuera el palacio de gobierno, corren sin sentido dando discursos al aire.
El joven muy desconcertado dio la vuelta y caminó para incorporarse a las demás personas que pesadamente caminaban a la salida del pueblo. Algo llamó su atención y al instante una estridente carcajada brotó de su garganta, en lo poco que restaba de una publicidad se leía la leyenda: “Hay que salvar la ciudad”. Se carcajeó con fuerza hasta dolerle su estómago, las mejillas y la mandíbula, no soportaba la mueca de la risotada. Definitivamente había que salvar a la ciudad, aunque ya no quedaba un solo ciudadano que salvar. No permanecía una sola persona a quien vender propuestas, ni quien sirviera de ganado para acarrear. Todos huyeron, se desperdigaron a otras localidades, y quizás con el paso del tiempo nadie recordaría que estaban marcados por haber pertenecido al pueblo donde políticos hipócritas creyeron que la gente era ganado, que de tantos abusos lo acabaron por perder. El joven paró en seco la carcajada, y pensó: “¿acaso habrá alguna diferencia en otra ciudad?” Tendría que haberla, debe haberla, y anhelante apretó los puños. Dio un último vistazo a la ciudad de sus recuerdos de niñez y se dejó llevar por el río de gente que se alejaba hacia el oriente.
 
 
Avanzando
 
Con un gran esfuerzo, Sofía lanzó su bolsa desde lo alto de un puente peatonal. No quería conservar ni la más mínima evidencia física de lo que fue. Solo quedaba un cabo suelto por atar y no le preocupaba puesto que el proceso para desaparecerlo ya había comenzado.
Mientras observaba como los automóviles despedazaban el contenido de la bolsa, se convenció de que las personas podemos experimentar sentimientos genuinamente puros, pero cuando ocurre algo negativo, esa pureza puede distorsionarse, hasta convertirse en algo más, incluso oscuro, siniestro. Aunque eso no la volvía inmune al dolor.
Bajó del puente y apuró el paso, no quería perder su cita, de lo contrario todo se echaría a perder.
En cada paso su mente se desprendía de imágenes, sonidos, risas, lugares guardados en alguna parte del cerebro. Podía observarlos alejándose como sombras desvanecidas en el pavimento. Nada de eso existió realmente, fueron tan solo bellas imágenes de la tierra de la fantasía. Fue ahí donde estuvo, en la casa de los espejos: vio lo que quiso ver, escuchó lo que quiso oír, lo que su corazón reflejó. Pero nada fue real.
Cuando sus ojos fueron abiertos a la verdad, se negó a aceptarla. Intentó reaccionar de otra forma, en realidad lo intentó, de todo un poco, aquí y allá, consejos de amigos, palabras más, palabras menos. Hasta que finalmente fue capaz de digerirlo, pero le dolió con tal intensidad que se convenció de que no podría salir de esta situación de la misma forma en que tantas otras ocasiones había hecho. Se dice que todo tiene su límite y este era el suyo. Porque decidió por primera vez que no existiría más un “yo”, sino un “nosotros”. Calaba tanto en sus oídos el eco de “Me das lastima” frase que fue usada como respuesta al preguntar ¿por qué? Se estaba dando el lujo de reprocharse una vez más lo débil que fue. Total, en instantes todo terminaría. ¿Qué maniaca necesidad nos lleva desprendernos de lo que somos y a dejarnos absorber por otro ser? A veces llegando a perder nuestra identidad por completo. Aunque suelen decir que en el amor una pareja se vuelve un solo ser, la vida misma nos enseña que es una simple palabrería de tarjeta de San Valentín.
Todo se hubiera arreglado con una pequeña conversación. Ella no hubiera hecho nada, quizás llorar por unos días para luego seguir adelante. Pero ¿por qué la dejaron vivir en la ilusión? ¿Por qué callamos para no lastimar y matamos el alma con ello? ¿Por qué, aunque abrazamos, nos lastiman? Nos envolvemos en velos de comodidad y cobardía, complicando todo, enredándolo tanto que finalmente se rompe el hilo.
Se pegó con la palma de la mano en la cabeza queriendo presionar al cerebro para que le diera las respuestas que tan desesperadamente necesitaba. No hubo resultado. Ya en este punto no buscaría perdón para su alma. Abrió una puerta que no permitía regresar, por sus venas corría un sentimiento igualmente puro, el odio. Pero no dejaría que esto la amargará, no tenía mejores planes. Observó el reloj: las cinco y media. Estaba por llegar al lugar de la cita. Imaginaba la cara de fastidio con que sería recibida. Se valió de una pequeña mentira para lograr citar a su ahora ex pareja.
Su ropa impecablemente blanca comenzaba a tornarse naranja por el sol del ocaso. Escogió ese color por ser los conejos blancos sus mascotas favoritas, adoraba observarlos, saltando por doquier, tan apacibles, justo como solía ser su yo del pasado. Sus inexpresivos ojos no permitían saber si alguna cosa los afectaba. Eso es lo que intentaba proyectar mientras caminaba a su viaje sin retorno.  De niña los ojos rojos le provocaban temor ¿acaso se vería el mundo diferente través de esos cristales escarlatas? Se impacientaba por llegar ya que imaginaba como se desarrollaría el suceso y se convencía que los colores, no, toda la escena sería absolutamente surrealista. Justo como ese perfecto traje blanco.
Unos pasos más, el parque se encontraba frente a ella. Seguramente una vez llegara, el desenlace sería muy rápido. Detuvo su paso unos instantes, aspiró profundamente y volteó hacia arriba buscando el cielo, le hubiera agrado verlo azul pero lo puesta del sol lo volvía pardo. Continuó caminando. No muy lejos, sentado en una banca observó una figura que con desesperación observaba el reloj. Nunca logró ser lo suficiente puntual, al menos no lo suficiente para él. Pero esta ocasión tan especial, estaba contenta de haber llegado un minuto antes de la hora marcada.
Y si, ahí estaban ese par de ojos inquisitivos, arqueando la ceja. No dijo ni un hola, común en él. Entonces sin mayor ceremonia se llevó la mano por debajo del saco y extendió el brazo hacia el frente. Bajo un cielo cada vez más oscuro, las luces del parque se encendieron, y la quietud del lugar fue interrumpida por tres ráfagas centellantes. Algunas palomas se alejaron despavoridas de las ramas de los árboles, a unas urracas pareció no importarles. La figura cayó pesadamente hacia el frente. Los ojos siempre inquisitivos mostraban ahora más bien sorpresa, aunque fue tan rápido y certero que probablemente no alcanzó a procesar lo ocurrido.
Que te aproveche la pólvora, corazón. —Dijo al aire.
Curioso fue que el parque se encontraba casi vacío. Le provocó tristeza que no hubo testigos, solo escuchó a la distancia algo parecido a un grito. Hubiera deseado que alguien la describiera en el noticiero con su bello traje blanco. Ahora quedaba el cierre, el veneno que consiguió luego de pagar una buena cantidad de billetes, lo llevaba en la bolsa del saco. Lo cogió, y de un solo trago lo pasó a través de la garganta seca, sintió una amargura inimaginable y con todas sus fuerzas contuvo una arcada de vómito. Debía tener cuidado, no podía permitirse vaciar el estómago, de lo contrario no cerraría con broche de oro. Tomó el camino hacia un pequeño lago artificial en donde solía parar para leer algún libro, esperaba llegar, sino realmente no importaba mucho. Se sorprendió en lo rápido que comenzó a experimentar los efectos, la fuerza de sus piernas se fue perdiendo, sus sentidos se adormecieron, para su desgracia no logró evitar que algunos atisbos de lo que ella pensó era una vida perfecta brotaran en rebeldía: Risas, palabras amorosas, encuentros. Una lágrima cayó por su mejilla. Los recuerdos malditos emergieron como si hubieran estado contenidos por una represa. Se detuvo por otra arcada que calmó con una palmada a la boca. La vista se nubló y el sueño mortal la comenzó cubrir con delicadeza. “Debes avanzar a lo que sigue”, le escuchó decir a quien ahora escurría hasta su última gota de vida en el suelo adoquinado del parque, aquél cuya crueldad destruyó su ser.
—Es… es lo que hago. Estoy avanzando…
El lago relució gracias a la luz de las lámparas, tenía un pequeño remedo de puente al que se dirigió prácticamente a rastras, sus piernas no lograban sostener su peso. El sueño era ya demasiado. Con lo último que le quedaba dijo en un susurro: —avanzar...
No le interesaba volver a empezar, demasiadas veces. Mismo final. No dejaba nota, dejaría que los vecinos jugaran hasta el cansancio sobre los motivos. Entonces se recostó en la madera del puente; no importaba que se ensuciara. Ya no tendría que preocuparse por arreglar su cabello, ni por poner buena cara a los desconocidos que le presentaban sus amigos. Muchos menos preocuparse por las consecuencias de lo hecho, ni angustiarse por la vida que tomó. En esos instantes ya todo dejaba de importar.
 

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Seudónimo: Luisa Romero

Semblanza: De profesión abogada, escritora formada por la pasión a las historias de terror y gracias a talleres y diplomados tomados tanto en la UANL, como en Cálamo Centro Literario. El relato Nadie & August publicado por el semanario digital el Ojo de Uk fue seleccionado para formar parte de una compilación de relatos por Ita Editorial (Colombia). Los relatos Eternidad y La Espera fueron seleccionados para formar parte de la antología digital de Finis Mundi de Escritores Neoleoneses Emergentes. Actualmente estoy trabajando en mi primera novela de terror.