MIMI JULIAO VARGAS  -COLOMBIA-

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Mimi Juliao Vargas nació en Barranquilla, Colombia, pero ha vivido muchos años en Cartagena. Es licenciada en Trabajo Social, con varios diplomas y especializaciones en Desarrollo de la Comunidad, Diseño y evaluación de proyectos, Psico-Orientación Familiar, directora del Proyecto Social de la Presidencia de la República, en el Plan “Para cerrar la Brecha”, Jefe de Proyectos específicos de la Secretaría de Planeación de la Gobernación del departamento de Bolívar, y Jefe de Recursos Humanos.
Presidente vitalicia de la FUNDACION UNIDAD (Unidad de atención Integral para la Ancianidad) Fundadora de la Organización Cívica Colombiana para la Alfabetización, patrocinada por la Fundación Nauman de Holanda, Fundadora de la Cooperativa para la Salud del Adulto Mayor. Es aficionada a la pintura al óleo sobre lienzo. Ha publicado 4 Libros hasta la fecha:  coautora “Perlas en la Charca”, “Hermanados por las Letras” y “El Claustro” publicó su primer libro “EL CUADERNILLO DE MIS CUENTOS” y está su próxima Publicación -“DIOS!, ¿PARA QUÉ ME CREASTE”?
Mimi Julia o Vargas nació en Barranquilla, Colombia, pero ha vivido muchos años en Cartagena. Es licenciada en Trabajo Social, con varios diplomas y especializaciones en Desarrollo de la Comunidad, Diseño y evaluación de proyectos, Psico-Orientación Familiar, directora del Proyecto Social de la Presidencia de la República, en el Plan “Para cerrar la Brecha”, Jefe de Proyectos específicos de la Secretaría de Planeación de la Gobernación del departamento de Bolívar, y Jefe de Recursos Humanos.
Presidente vitalicia de la FUNDACION UNIDAD (Unidad de atención Integral para la Ancianidad) Fundadora de la Organización Cívica Colombiana para la Alfabetización, patrocinada por la Fundación Nauman de Holanda, Fundadora de la Cooperativa para la Salud del Adulto Mayor. Es aficionada a la pintura al óleo sobre lienzo. Ha publicado 4 Libros hasta la fecha:  coautora “Perlas en la Charca”, “Hermanados por las Letras” y “El Claustro” publicó su primer libro “EL CUADERNILLO DE MIS CUENTOS”
 
LA CONFESIÓN
 
Mi nombre: Juan Javier Montes
 
Edad. Tengo treinta y siete años, soy un hombre aun joven, alto y fuerte. Heredé de mi padre la estatura, el físico y el carácter de un trabajador del campo, éramos seis hermanos y vivíamos en una parcela cercana a esta pequeña población que amo y siempre me he sentido comprometido con sus habitantes para servirles de corazón. Conozcan esta parte de una historia, de mi historia, o mas bien mis memorias, escrita con mucho sentimiento..
 
-«Eran las once y treinta de la mañana. reinaba un gran silencio en la iglesia, ya habían salido los feligreses de la última misa, reviso las naves para que no quede nadie y me dispongo a cerrar la pesada puerta principal con esos viejos candados. De repente, escucho un ruido leve, pero no preciso de donde viene. Las golondrinas que anidan en el campanario están tranquilas. Al agudizar mi vista, descubro algo, similar a una figura humana encogida sobre el reclinatorio que está cerca al confesionario. Parece una mujer… tiene el cabello y el rostro envueltos con una chalina española vieja, sin embargo, en la semipenumbra del lugar, alcanzo a ver unos mechones con visos rojos que se desliza por los hombros. Confieso que sentí una mezcla de curiosidad y miedo. El corazón me dio un vuelco y una ola de calor me cubrió el cuerpo como una alerta mental. Logré controlarme y me acerqué lentamente, pero sin demostrar miedo ni rechazo. -«quién eres?»- pregunté.
 
No hubo respuesta. El silencio me preocupó no porque fuera un cobarde, sino que ignoraba a quién o qué tenía frente a mí. Podía ser un enfermo mental, un drogadicto o simplemente un delincuente, que de todas formas eran motivo de preocupación. Esta situación me obligó a insistir en mi pregunta, porque necesitaba saber a qué circunstancia me estaba enfrentando».
 
-Juan Javier Montes era el párroco de un hermoso pueblo en el piedemonte de la cordillera. Desde pequeño demostró una inteligencia clara y madurez en sus pensamientos. Era el niño rebelde e independiente de la escuela en donde hizo todos sus estudios hasta el bachillerato. Sabían que en él había un ser extraordinario por su personalidad, toma de decisiones y humanidad frente a las situaciones de su comunidad. Era alegre, y su corazón siempre fue débil ante los pobres, los necesitados y la belleza de Carmen. Se amaron como aman los niños y los adolescentes. Su único amor. Pero fue más grande su amor por Dios, sirviéndole al prójimo y se marchó a estudiar en el seminario su carrera sacerdotal. Regresó al cabo de varios años convertido en un sacerdote misionero como párroco de su pueblo tras solicitud expresa que hiciera al Obispo de la Diósesis, pues había sido siempre su deseo el de ayudar a tanta gente que lo vio crecer.  El padre Juan -como le decían todos con cariñoso respeto, sentía inmensa felicidad al ver crecer su iglesia fortalecida con su fe, sus pláticas sencillas y humanas, muy cercanas al corazón de la gente. Lo querían, confiaban en él y sentía con humildad, que estaba dándole la cara a Dios con muchos sacrificios y privaciones, pero con la satisfacción de saber que estaba sembrando semillas de su palabra. Era un buen pastor de su rebaño. No era perfecto. Era humano y cometía sus pecadillos de los que luego avergonzado se arrepentía, Le pedía fuerzas a Dios para no volver a caer en tentaciones. Y, siempre, casi diario, hablaba con la imagen de San Luis Gonzaga y le preguntaba, cómo había él derrotado definitivamente al demonio-.
 
-«Los rayos del sol apenas lograban filtrarse por los vitrales de la iglesia, continúa refiriéndonos. -motivo por el cual la penumbra me impedía decir qué era aquella figura encogida, amorfa con chal negro y gris que no se movía ni hablaba. Al tenerla cerca, pensé en un indefenso cervatillo asustado o en una peligrosa fiera en acecho. Un poco más cerca, alcancé a ver un ser de rostro muy pálido, oculto tras unas enormes gafas negras y cabellos rojizos que tal vez pretendían neutralizarse tras esa chalina de encaje negro con gris.
 
De repente el silencio se rompió con un débil gemido, un grito ahogado de dolor desesperado que me dijo: -Padre Juan, necesito confesarme- Era una mujer aterrorizada, destruida moralmente que había llegado a la casa de Dios a pedir perdón. Yo no dudé un instante en tenderle mi mano para sacarla de allí. Estaba fría y temblorosa.
 
Después de sentarla en una de las bancas de la iglesia, fui a la casa cural a traerle un vaso con agua y unas servilletas para secarse sus lágrimas. Pasados unos minutos mientras se calmaba, pregunté: Ahora sí, dime ¿qué es lo que te tiene en este estado y de qué te quieres confesar? ¡pero deja de temblar, niña! parece que hubieras matado a alguien… -Padre, la que se va a matar soy yo, pero ahora necesito que Dios me perdone, me dijo con voz entrecortada.»-
 
-El padre Juan Javier suspende por unos instantes su versión de los hechos. Está un poco alterado y suda copiosamente. Respira con calma y profundo, se toma unos sorbos de agua y continúa:
 
-«A ver, le dije tratando de serenarla, organicemos las ideas y las palabras que estamos conversando, primero, quítate esa mantilla que ya la has partido, y al retirársela, cayó un torrente de cabellos ondulados de un color rojizo sobre sus hombros que sinceramente me sorprendió. Le pedí que también retirara esas enormes gafas de sus ojos, y sintiera más libertad para expresarse…»
 
-«La mujer no hacía caso de lo que le estaba diciendo, continuaba rígida allí en donde se había acomodado abrazada a sus piernas subidas en la banca y la barbilla sobre sus rodillas sin mostrar el rostro tras esas enormes gafas negra. Parecía de piedra, indudablemente sufría una fuerte crisis emocional. Yo ya estaba desconcertado, no sabía qué hacer y se me ocurrió aplicar una técnica de choque: -Levanté la voz y cortante le dije ¡O me dices qué quieres, qué ocurre, o llamo a la policía!
 
-Nooo por favor, padre, ¡no lo haga! Confiéseme, necesito el perdón de Dios y me voy, Padre…
 
¡acabo de matar a un hombre…!
 
Por Dios, ¿a quién? Le pregunté sorprendido. -A mi marido. Le enterré el cuchillo de la cocina en el corazón… y ya sin poder soportar más la terrible conmoción y el pánico que traía, rompió en copioso llanto convulsivo.
 
Te deben estar buscando… y procedí a cerrar con la doble tranca las puertas de la iglesia, mientras atendía este caso. E inmediatamente regresé sentándome a su lado para escuchar toda su tragedia. Y ella me dijo:
 
“Mis padres me casaron cuando tenía dieciocho años con un hombre viejo, ganadero sin educación, solo sabía contar su dinero, el que mi familia necesitaba para salvar la casa en que vivíamos, y guardar las apariencias sociales. Acordaron todo lo de mi matrimonio sin tener en cuenta mi opinión y menos mis sentimientos. Yo había amado a un joven con toda mi alma, y a pesar de que él me había dejado por otros intereses, lo sigo amando en silencio. Fue mi primer y único amor. Y entre lágrimas y llanto me contó su desgarradora historia al ser entregada, como quien entrega una res, sin iglesia con flores ni música, no hubo vestido blanco ni vino ni torta ni invitados, ni familiares, solo unas cuantas beatas madrugadoras que llegaban al primer toque del campanario. -Después en una notaría, protocolizaron un documento del cual yo no estaba enterada y mi supuesto esposo entregó un cheque cuya suma jamás conocí. Era mi precio. Sin más, mis padres regresaron a la que fue mi casa y yo lo seguí en silencio hacia la que iba ser la mía. -Movía la cabeza y lloraba tristemente.
 
No le cuento cómo fue mi vida conyugal por vergüenza. Un perfecto animal salvaje que solo saciaba sus instintos y aberraciones sin tener el más mínimo recato ni consideración. Era como una violación permanente a mi integridad y mis sentimientos. Ya llevaba 10 años de casada y no había logrado concebir un hijo.” -me decía-
 
Escuchándola, sentí mucha compasión por ella. Fueron momentos muy dolorosos, sentía los fuertes latidos de mi corazón acelerado, y confieso que tuve tanta ira contra ese miserable, contra mi impotencia… ¿contra Dios? No no no…Perdóname, Señor.
 
Sentí por un momento tantos impulsos de protección y de ternura que yo la abracé paternalmente Y me senté a orar junto a ella pidiéndole clemencia a Dios por esa pobre mujer. Las enormes gafas cayeron al piso, y en esos momentos mis ojos se encontraron con aquellos ojos tan hermosos, grandes, enmarcados por largas pestañas que brillaban con las lágrimas. ¡CARMEN!
 
Fue  como un disparo  a mi memoria, algo que por unos instantes me hizo perder el control. Por eso le quité esa chalina que rodó también por el piso y sin pensar en mi condición sacerdotal, en el sitio, ni en san Luis Gonzaga, la abracé fuertemente contra mi pecho, reclamándole el por qué no me había dicho que era ella desde el principio. Me respondió que solo había venido en busca de un sacerdote, no de un hombre, “Vine, me dijo, a buscar el perdón de Dios, porque le quité la vida un hombre, y apenas me vaya de aquí, me la voy a quitar yo, para que acabe todo esto.”
 
Yo le supliqué me siguiera contando cómo llegó a ese extremo. No sé si consciente o inconscientemente seguíamos abrazados y Carmen recostada en mi pecho mucho más calmada. Resentida me contó una serie de hechos humillantes que acabaron con su autoestima convirtiéndola en un instrumento carnal de una bestia, sin haberle permitido concebir un hijo. Y cuando ya había perdido las esperanzas, descubrió que estaba embarazada. Iba a tener un hijo con la sangre de ese monstruo, pero no me importó, -dijo- yo estaba feliz. Al comunicárselo tímidamente esa noche, no me di cuenta de su estado de embriaguez y reaccionó violentamente. Me golpeó el rostro y el cuerpo y me arrastró hasta estrellarme violentamente contra el filo de la puerta.
 
 El golpe fue directamente en mi vientre con la intención de hacerme abortar la criatura. Me levanté como pude, y fui a buscar algo para defender la vida de mi hijo, Fue cuando se me abalanzó de nuevo a golpearme. Extendí mi mano a ciegas y lo único que estaba era el cuchillo de la cocina. Rápidamente con los ojos cerrados lo agarré con fuerza y sin pensarlo más, lo clavé creo que en mitad de su pecho. Algo muy extraño sentí en ese momento, Solo una gran paz y calma en mi corazón” padre –
 
 «Internamente yo llamaba con súplicas a Dios que viniera a apoyarme en la mejor decisión que debía tomar para proceder con justicia y caridad. Ya él estaba muerto y yo no debía sucumbir ante este torbellino de sentimientos de rebeldía, odio, incertidumbre, desenfreno del alma, dolor de prójimo, dolor de amor prohibido, porque allí estaba Carmen, mi amor de adolescente, mi único amor terrenal que a veces recordaba con nostalgia y añoraba su presencia con sus ojos angelicales y su cabellera suelta con la arrogancia de una leona. La había abandonado… y era un conflicto que me hacía reaccionar de inmediato. Me fui en busca de Dios. Créanme, estoy sufriendo. aun pienso, si tuve la culpa de que todo esto sucediera, por no haber estado a su lado. En esos momentos la abrazaba fuertemente y sentía ganas de llorar al verla empequeñecida, débil, tan sola con ese hijo en las entrañas, las manos manchadas de sangre y con intenciones de quitarse la vida.  Como ya llegaba la tarde, debía nuevamente abrir las puestas de la iglesia para la reunión con la congregación de Damas Blancas Marianas. No sabía qué hacer y pensé en Gertrudis, mi fiel ama de llaves que se vino de la casa paterna en donde me vio crecer, para atenderme en la casa cural y ahora anciana, era como mi madre.
 
Contiguo a la sacristía, se encuentra un cuarto de huéspedes que actualmente es el dormitorio de Gertrudis y al fondo hay una puerta, que da paso a otra pequeña habitación que ella utiliza como ropero en donde se guardan los manteles, y demás vestuarios para la celebración de la misa y otros ministerios y comunica con un jardincito que antecede al resto de habitaciones de la casa cural. Allí en ese lugar estratégico y resguardado acomodamos a Carmen, mientras yo regresaba de la reunión, del Ángelus, del Santo Rosario, y pensaba cuál era el siguiente paso correcto a seguir. Gertrudis preparó todo para darle a Carmen un tibio baño en los golpes y heridas recibidas de ese hombre. Dispuso la tetera con el agua caliente y vino por ella, pero le impresionó la palidez que mostraba y la boca jadeante, como si estuviera respirando con dificultad. Le preguntó qué sentía, y se desesperó al ver que Carmen agonizaba en un charco de sangre mientras sus manos se aferraban a su vientre. De nada valieron los paños calientes ni los sobos con alcohol. Carmen se iba silenciosamente con su hijo sin nacer. Gertrudis aturdida se asomó tímidamente a la puerta del salón en donde estábamos reunidos, pero por prudencia no se atrevió a decirme nada. Encontré más tarde, cuando pude regresar, a Gertrudis de rodillas orando con un cirio encendido y bañada en lágrimas, y a  Carmen con los ojos fijos en el crucifijo de la pared y una sonrisa tenue en sus labios.  Yo solo me abracé a Gertrudis, lloré mucho, y le preguntaba a Dios si aquello era una prueba. Pasé la noche después de envolverla en una sábana, velando con oraciones su cadáver. He sufrido una gran crisis, un desconcierto con muchas dudas. Miedos, contradicciones en mi mente y en el corazón . Al amanecer ya todo sería distinto. Me dirigí a la Comisaria a denunciar todo lo ocurrido. Mis remordimientos no me dejaban levantar el Cáliz en la Misa de cuerpo presente en donde se encontraban los dos cadáveres de aquellos seres que un día vivieron juntos pero no unidos. La iglesia rodeada de policías, y yo solo deseaba impartirles la última bendición a quienes ya habían despedido a sus almas de este mundo, para cerrar este capítulo de mi vida.»-
 
El padre Juan Javier Montes se veía cansado y triste, pero al regresar del cementerio y llegar a su parroquia, tomó nuevamente la fuerza que le brindaba la brisa de las montañas circundantes, y se dirigió al altar de San Luis Gonzaga. Permaneció unos minutos de pie mirando fijamente su imagen mientras movía sus labios. Nadie supo jamás, qué le dijo.
 
Mimi Juliao Vargas
 
Cartagena del Caribe, Colombia.