ROBINSON QUINTERO RUÍZ -COLOMBIA-

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PÁGINA 25

 

Escritor, docente, comunicador social, traductor, gestor cultural. Actualmente dirige la Gaceta literaria digital Hojalata. Coordinador de proyectos culturales en la Fundación Funcaribe desde el año 2008. Coordinador de proyectos académicos en la empresa de asesorías pedagógicas Ases del Saber desde el año 2017. Textos suyos han aparecido publicados en revistas literarias a nivel nacional e internacional y en varias antologías literarias desde el año 2010. Tiene publicados los siguientes libros: Tren de largo recorrido (prosa poética) 2007, El lado oscuro del trópico (crónicas urbanas) 2012. Ganador del Concurso Nacional de Poesía Universidad Metropolitana 2008. Ganador del Concurso Nacional de Cuento Universidad Metropolitana 2008. Mención de Honor en el Concurso Nacional de Poesía Ciro Mendía 2008. Mención de Honor en el Concurso Nacional de Poesía Casa de Poesía Silva 2008. Tiene inéditos los siguientes libros: La vida se escribe todo el tiempo (novela), Una herida de jazz en el corazón (cuentos), Podemos traer de vuelta los viejos tiempos otra vez (poesía).


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BODY AND SOUL
 
 

   El primer encuentro que tuvo Roberto Garrido con Eleonor Leyva fue a mediados de un caluroso abril del año 2016 mientras iba rumbo a comprar unos acetatos de jazz en una tienda de segunda.
   Ella estaba escuchando en su teléfono celular Body and soul en la versión de Coleman Hawkins sentada en las escalinatas de piedra de aquella hermosa casa de amplia fachada. Era un atardecer sereno. La música bailaba tenue entre las hojas secas que decoraban la acera. Ella fumaba despacio un cigarrillo y disfrutaba la melodía con la cabeza ladeada.
   Roberto la miró y se detuvo en el andén antes de emprender la conversación. Él tenía solo un mes de haber regresado al municipio de River Vale en New Jersey y se sentía con ganas de entablar una nueva oportunidad de vida al lado de una mujer capaz de hacerlo volver a sentir esa vitalidad de cuando tenía treinta años.
   Aquella mujer de cuerpo delgado, cabellos rubios y una mirada penetrante captó su atención de una manera desbordante. La música de fondo fue el anzuelo especial para hacerlo detener. En cuanto la vio, una parte esencial de su alma salió de su cuerpo y la envolvió a ella de los pies a la cabeza. Sabía que era una gran oportunidad que la vida le estaba dando. Un nuevo chance al alcance de la mano.
   Ella se percató de su presencia y le sonrió tímidamente mientras un grupo de chicos llevaban de paseo a un enorme perro a un parque cercano. Uno de los chicos se quedó observando la escena en silencio. La mujer estaba de nuevo mirando fijamente a nada en concreto. Tenía un pequeño cuaderno blanco en uno de los costados.
   La luz de la tarde era poderosa, una luz inmensa que hacía ver las cosas más reales de lo que en verdad eran. Las ramas de los árboles se notaban inmaculadas, levemente mecidas por una delgada brisa que provenía de la parte alta del barrio. Roberto tomó la iniciativa de comenzar una amena conversación con la mujer. Concentró toda su atención en los movimientos delicados de la mujer. Se notaba a leguas que era una mujer femenina y sofisticada, con cierto porte de soberbia natural que le brindaba una apariencia de alcurnia y clase social.
   -Muy buena canción y muy buen músico- la voz se le quebró un poco al final. Carraspeó un poco y se presentó de forma directa. La mujer se levantó y extendió su mano.
   -Qué bueno que te guste el jazz. ¿Eres músico o coleccionista?
   -No sé si me vas a creer o no, pero iba rumbo a comprar unos discos de jazz en vinilo en una tienda que vende estas joyas de segunda. Y ahora sí puedo contestar tu pregunta: soy las dos cosas- la mujer sonrió y terminó de fumar lo que le quedaba del cigarrillo. Le preguntó a Roberto si fumaba. Este negó con la cabeza. La mujer bajó los dos escalones y se plantó frente a él en el andén. Era más alta y delgada de lo que imaginaba. Tenía dedos largos. Roberto se sintió empequeñecido frente al porte de la mujer.
   -Si deseas puedes sentarte y me acompañas un momento, estoy esperando que mi hija mayor venga a recogerme. La verdad estoy aburrida de estar sola esperando. Por eso coloqué la música para hacerme compañía. Mi hija tiene ese gran defecto, siempre dice ya voy llegando cuando apenas está saliendo de donde se encuentre.
   -Sí, así son ellos. Cuando llegan a cierta edad ya no se preocupan por uno. Yo tengo dos hijos. Un varón de veintiséis años y una hija de veinticuatro. Ambos están solteros, pero soy divorciado. Hace más de tres años que me separé de la madre de ellos. Acabo de regresar a Los Estados Unidos para arreglar unos asuntos que dejé pendientes. Mis hijos viven en Colombia, en la capital y la madre se quedó con una de sus hermanas en Orlando, Florida. Está de paseo.
   La conversación se tornó fluida. Pasaron alrededor de unos veinte minutos cuando el teléfono de la mujer sonó. Era su hija disculpándose porque no iba poder llegar a tiempo, debido a unos inconvenientes laborales de último momento. La mujer se quedó callada y luego de unos cuantos segundos le pidió permiso a Roberto para volver a encender otro cigarrillo. El no supo qué contestar, solo cruzó los brazos sobre el pecho y miró al grupo de chicos regresar con el perro del parque.
   La mujer le propuso ir a un lugar cercano y tomar algo juntos. Él le recordó lo de los acetatos y ella le pidió que dejara eso para otro día. El no tuvo objeción alguna. Fueron caminando despacio. Pasaron cerca de un vertedero de basura y ella arrojó el paquete de cigarrillos a medio terminar. A él le agradó la acción. Se sintió seguro. Fueron a un sitio pequeño y con poca gente. La mujer era asidua al lugar. Se sentaron al fondo y pidieron sus bebidas. El ambiente era bastante calmado. Se podía conversar a la perfección. Se centraron en hablar de la música jazz y terminaron hablando de sus necesidades existenciales. Ella dijo que disfrutaba mucho caminar por las calles del barrio, en especial en esas jornadas en que la primavera estaba en pleno; con cálidos días de sol y noches perfumadas, las azaleas brillando de rojo y blanco por toda la zona residencial, tulipanes amarillos y blancos, altos y graciosos, y ella con nadie al lado para poder compartir, nadie con quien disfrutarlo, nadie con quien caminar despacio y tomados de la mano en medio de la ciudad florecida, pero en el centro de su ser estaba el dolor, el lugar vacío. Él la escuchó con mucho esmero. Sabía que el optimismo no era algo justificado y cuando frente a la mirada de uno no había señales que nos animaran a pensar que las cosas podrían mejorar era mejor estar callado. Algo como el optimismo no necesitaba de reglas para emerger. Crecía solo como la hierba silvestre, después de una caminata acompañado de alguien especial, después de una amena conversación sobre temas ligeros, luego de una comida y un apretón de manos sentados en la mesa de un restaurante con poca gente, aunque ya estas cosas no le pasaban a nadie y menos con cierta frecuencia. El caer rendido ante tanto sin motivo del mundo era más común en días como estos. El rendirse nacía y crecía con una portentosa raíz durante un mal día en que nada te salía bien o como lo esperabas, y siempre motivado por situaciones irrisorias. Era esta parte quizá lo que lo hacía estar frente a una mujer como aquella. Era necesario buscar un halito de luz en medio de tanta soledad y ella también parecía comprender esa parte.
   A Roberto el hecho de que las realidades más obvias, ubicuas e importantes eran a menudo las que más costaban de ver y las que más costaban de explicar lo tenían sin cuidado. No tenía la mínima intención de dejar de lado una oportunidad como esta. Terminó su bebida y se excusó para ir al baño. Cuando se estaba lavando las manos se miró al espejo y pensó que le vendría bien rasurarse, incluso, cambiar un poco su modo de vestir. Tenía la barba negra y espesa como si fuera de varios días. Se quedó de pie ante el espejo frotándose la mejilla con aire meditabundo. Lamentaba haber hablado algunas cosas mínimas de su anterior pareja con esta mujer. Con mujeres como ella era mejor dejar el pasado bien atrás. Pensó en su anterior pareja y volvió a sentir esa sensación de incomodidad que le producía el estar cerca de ella. El estar junto a la madre de sus dos hijos siempre le había alienado de su auténtico yo, volviéndose duro, insignificante, vulgar, como ella. Los ojos de Roberto eran fríos y miraban fijamente, medio ocultos por la cínica caída de sus párpados. En el dedo meñique de su callosa mano lucía una sortija que su hija le había regalado en navidad. Regresó al lado de la mujer, quien había pedido otras bebidas y volvió a la amena charla acerca de la música jazz.
   -¿Y a dónde vamos a ir después de estos tragos? – dijo la mujer con la voz un poco notoria de los alcohólicos rutinarios.
   -No sé, dime tú. Lo de ir a comprar los acetatos lo puedo dejar para mañana así como tú dijiste.
   -¿Y dónde te estás quedando?- Roberto pensó bien su respuesta.
   -En casa de unos amigos colombianos.
   -Te invitaría a la mía, pero sé que mi hija es capaz de aparecer por allá de un momento a otro y no le va a gustar para nada hallarme sola en casa, tomada y con un extraño acompañándome.
   -Tranquila, lo puedo entender. Cómo están las cosas hoy en día. Ya no se puede confiar en casi nadie.
   -Pero deseo seguir tomándome unos tragos contigo. Me encanta estar acompañada y más si es alguien quien disfruta del jazz como yo.
   -Bueno, yo no tengo ningún inconveniente en hacerte compañía- los dos levantaron sus vasos e hicieron un pequeño brindis. La mujer se levantó y fue hasta donde el hombre del bar. Conversó un rato con él. Al regresar a la mesa le dijo a Roberto que había pedido que la complacieran con la canción Body and Soul de Coleman Hawkins y le pidió a él que bailaran la pieza. Roberto no puso ningún tipo de objeción.
   -Solo te voy a pedir un favor Eleonor. No vayas a vomitar encima de mí. Ya de por sí, estoy hecho un desastre y no quiero estar peor- los dos sonrieron y se levantaron al escuchar la canción que comenzaba a sonar a través de los altoparlantes del sitio. El mundo se quedó inmovilizado por escasos segundos mientras ellos bailaban la melodía. Roberto pensó en su interior que hacerse viejo era percibir de manera mayor nuestros propios defectos. Pero en estos momentos a él no le importaba en lo más mínimo el pasado, todas las cosas que ya habían sucedido no podían impedirle esta grata sensación de tener algo por lo cual esforzarse, motivarse, sentirse lleno de vida. Brindó en su interioridad por lo único que de verdad poseía: este momento agradable al lado de Eleonor.
   Cuando terminó la canción Eleonor fue a pagar la cuenta. Roberto intentó devolverle el dinero de lo que habían consumido, pero ella lo rechazó. Salieron del lugar. Afuera el clima era favorable. Mientras caminaban despacio sobre la acera ella recordó que había dejado olvidado el cuaderno dentro del lugar. Se detuvieron unos minutos, pero ella decidió dejarlo. A ella la conocían en el sitio y lo más seguro era que se lo guardarían. Le dijo a Roberto que ella tenía el número de teléfono del hombre que atendía la barra, que mañana lo llamaría a ver si le daba información acerca del cuaderno.
   Eleonor volvió a charlar acerca de la soledad que la embargaba desde hace años. Dijo lo importante que se había convertido para ella escribir, escuchar música jazz y caminar durante los atardeceres. Pero de repente, un golpe de esa misma soledad de la que ella estaba hablando la retuvo: no se trataba de aquella, la soledad natural, sino de la otra, la segunda soledad, la que duele. Roberto habló con voz queda. Trató de explicarle que era a causa de los años que las personas dimensionaban la soledad de esta manera. Pero Eleonor siguió hablando hasta llegar a un punto de una depresión palpable. Se detuvieron en el parque y se sentaron en una de las bancas. El la abrazó y la escuchó llorar bajito. Ella levantó la cabeza y le dijo acerca de sus dolencias interiores. Repitió una y otra vez que aunque las heridas se fueran cerrando, ella no sabía qué hacer con las cicatrices. Pasaba días sintiéndolas en carne viva dentro de su ser, aunque a veces se las apaciguaba con nuevos intereses que creaba en su vida, pero luego despertaban, nunca la dejaban tranquila. Roberto la miró larga y anhelantemente y no dijo nada. No había nada más qué decir. La tomó en brazos, la besó, un beso hondo y vital que sondeó hasta lo más profundo de su ser; en la delicia de su delirio llegó hasta el fondo de su conciencia. No se detuvo hasta conocer de manera plena todo su interior, del mismo modo en que un ciego conoce con las yemas de sus dedos el rostro de la persona amada.
   Se apartó de Roberto, ruborizada, súbitamente tímida. Se apartó hasta el otro extremo de la banca. Cruzó las piernas y colocó sus manos sobre el regazo. Pero a pesar de su recato repentino, sabía que estaba tan exaltada como él. Ese algo que había germinado entre ellos seguía creciendo sin frenos. No podía resistirse.
   -A veces es necesario que el corazón se rompa para que el alma crezca- dijo Roberto, tomando una de las manos de Eleonor.
   -El amor para mí ha sido como una mariposa, se posa aquí y allá. Corres tras ella con un cazamariposas. Si la capturas, te sientes feliz. Pero ella no vivirá mucho. El amor es una criatura delicada. Espero me sepas entender- Roberto se quedó callado. Eleonor volvió a hablar.
   -Pase lo que pase, no hagas daño a nadie y no dejes que nadie te haga daño. No rompas el corazón de nadie y no dejes que nadie te rompa el tuyo- ahora fue Roberto quien habló.
   -El amor es el anhelo de abrazar a una persona con fuerza y estar en el mismo lugar que ella. El deseo de abrazarla dejando fuera al mundo entero. La nostalgia del alma de encontrar un refugio seguro- Eleonor lo miró con un portentoso brillo en sus ojos.
   -En realidad nadie sabe que está viviendo el momento más feliz de su vida mientras lo vive- dijo Eleonor con una voz más animada. Roberto volvió a abrazarla. La calidez de su cuerpo le trasmitió una sensación de bienestar y paz. Eleonor comenzó a tararear la melodía cerca de su oído. Roberto sabía que este era un mundo hecho de muchas cosas incomparables. Cada situación merecía una oportunidad diferente, así como cada lugar merece su propio nombre, como las recibe cada habitación de una casa.


 

Robinson Quintero Ruiz