ENRIQUE SIFÓN CAMBRAI -MÉXICO-

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PÁGINA 42

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Es originario del Estado de México. Nació bajo la presión del terremoto de 1985. Realizó brevemente estudios de fotografía en la EFCH de La Habana, y de periodismo en la Facultad de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Aguascalientes. Ha ejercido el periodismo cultural durante los últimos diez años, colaborando con diversos periódicos impresos del norte de la República Mexicana. Es un apasionado de la pintura y se considera un hombre que expresa el sentir de la sociedad en la que vive. Gusta de poner en duda los supuestos que rigen a nuestro mundo consumista y es un combatiente en la lucha por otorgarle un lugar especial al arte femenino dentro 
 
Contacto: enriqueusifon@yahoo.com
 

 

Rafaella F. Husker, Flor Saxífraga, 2015.
 

 

 

FLOR SAXÍFRAGA DE RAFAELLA F. HUSKER.

 
 
Pocos artistas logran una obra refinada y a la vez insólita, a temprana edad. Es un don reservado por el Olimpo para los creadores en sus etapas más maduras y espirituales. Pero ni la juventud ni la energía de alta presión han hecho sombra para que Rafaella F. Husker logre justo ese prodigio de crear arte visual que colindan con lo poético. Tiene la mirada de un William Carlos Williams y un Julio Cortázar. El espectador encuentra lo maravilloso, en sí mismo, al contemplar su pintura. La obra digital de Husker también conjuga ternura, entusiasmo y sensualidad en un rectángulo que, en realidad, no puede asirse, que parece desvanecerse; pero no importa, porque la sensación en la piel permanece. Su pintura nos habla de ese sueño, llamado: vida, como diría Quevedo.
Su vida es un álbum de pinturas que encienden el deseo de lo espiritual. Su pintura la forman trazos expresivos: un abrazo a un ser querido que ya no se puede dar; un cometa que se aleja; la colmena del trabajo diario. En su obra hay plazas, paisajes, cuartos, edificios, salones, callejones, hombres y mujeres escondidos detrás de los símbolos que emplea. Ella confiesa que alguna vez vislumbró dos caminos en su vida: el de la luz y la potencia, o el de la sabiduría y las tinieblas. Salió a la aventura. Dejó la casa natal en busca de un destino que ha encontrado entre otros artistas dispersos como ella: gente convertida en escribanos de los dioses. Le gusta el riesgo. No le importa morir. Solo quiere permiso para hacerlo “con las botas puestas”.
A veces pinta para la gente que guarda secretos. No es que ella esconda cosas, sino que, a través de la mirada de su pintura, el espectador puede revelarse a sí mismo: Enfrenta las complicaciones con valor: para vivir con entereza. Rafaella, trabajando en su estudio, de pronto recuerda la imagen de un encuentro y lo traduce a símbolos cuya realidad está en otra realidad, distinta a la realidad terrenal. Un sonido se convierte en una flor. ¿Es el emitido por un animal salvaje que la protege? El sonido vuela y aterriza como flor. Pero no en una planta cualquiera: sino en una que puede romper la piedra, lentamente, con su propio crecimiento. A base de beber agua y sol. Los colores son, en ocasiones vehementes, y en otras apagados. Dualidad que se completa con trozos de poesía. Sus imágenes producen un destello violento que trae la paz, porque cada imagen se disuelve en otra: verbal. Una rosa rompe fuegos y, a su vez, es el chasquido de un beso robado. En su obra hay sombras que despliegan luz.
El lenguaje visual de Rafaella Husker es inconfundible. Eso la hace una verdadera artista. A veces puede ser tomado por un lenguaje que no existía antes: pero es parecido al de los poetas, trasladado al campo visual. Quizás Rubén Darío haya logrado tal hazaña: regalarnos una imagen enteramente fiel a la vista, a través del verbo. En la obra de Husker también hay una música silenciosa que debe desenterrar el espectador de su propio yo. Voz de infancia y juventud que nos habla. Una enseñanza, un valor aprendido en casa o por obra del destino que nos forja.
Su lenguaje no tiene la densidad usual de la abstracción, pero sí es concentrado. Con el lente puesto en los objetivos. Sin excesos. El cuadro puede ser gris, pero los trazos implican que el cielo será abierto por el canto de los pájaros. O por una pasión silenciosa que poco a poco va creciendo.
Rafaella es una apasionada del cine: de todo tipo: Del cine arte al de Hollywood y Netflix. Conoce de montaje, de cruzar los ejes, de puntos de vista y ángulos de cámara. Las historias brotan de su mente de manera singular cuando pinta y las convierte en símbolos. Esto ocurre además de su poética: Hay una historia escondida en cada cuadro: una narrativa completa, o simplemente una escena. Desgarra la pasión de la historia frente a la imagen visual que crea.
Niña rebelde en bachillerato, solía escapar de la escuela con dos compañeros. Desde el segundo piso, saltaban por una barda al techo de un edificio contiguo y no volvían. Iban y se metían a una cantina barata del barrio donde nadie se preocupaba por ellos. Eran las once de la mañana. Tomaban una cerveza y al compás del compañero que tocaba la guitarra, entonaban todo tipo de canciones. Algunos borrachos se acercaban: los dos jóvenes los repelían. Cuando era hora, regresaban en grupo a sus casas.
La pintura de Rafaella es veloz. Es una alucinante representación que se mete en la memoria. Así es que una primera mirada no deja ver todo lo que hay ahí, porque una parte está dentro de nosotros mismos. Hay una trama en la mente de Rafaella, otra en el cuadro, y una última dentro de nosotros mismos. Las tres conversan en complicidad, son vasos comunicantes. Disgregan. Pero solo el espectador está consciente de lo que sucede en el último momento. La pintura quizás escucha y refleja sobre nosotros algo que nos obliga a cambiar la mirada, que nos permite revivir otro evento, leer la poesía escrita, establecer nuevas conexiones: Conocer. La imagen proyecta fragmentos de una historia que detona dentro de nosotros. Convergemos con Rafaella porque estamos frente a su imagen y la interiorizamos. Leemos su concepto. Se vuelve un pedazo de tiempo dentro de nuestras vidas. No una partícula fugaz, sino una vivencia incandescente.
Rafaella no sabe qué fue de sus compañeros de bachillerato. Cree que cada uno debe reconciliarse con su pasado y su propio dolor, pero ese es un trabajo individual. Igual sucede con la resiliencia, la aceptación y la compasión. Cada uno tenía sus propios sueños. El de ella era convertirse en fotógrafa y, por alguna razón que ahora la hace titubear, no fue su camino final. Mi pintura digital, en este momento, dice Rafaella, es una visita a paisajes, sucesos y figuras que son texturas y música simbólica que, cada espectador escucha de manera diferente. Tal vez eso también lo hubiera logrado a través de la fotografía o el cine, pero mi destino es este. Y mi principal deseo, el día de hoy, es distinto a aquel.
Flor saxífraga de Rafaella Husker hace pensar inmediatamente en la poesía del norteamericano William Carlos Williams. Fue hijo de un inglés y una puertorriqueña, estudió en la Universidad de Pensilvania. Ejerció ambas ocupaciones: la literatura y la medicina. Rafaella Husker retoma la idea de la flor que abre piedras, explorada también por el poeta a manera de canción. Sin embargo, más que una semejanza entre ambos creadores realmente debe trazarse una diferencia. Ella confía al arte el poder llegar a ser parte de una idea más grande. Para Williams, en contrate, el concepto no tiene campo en la poesía, excepto para reconciliar aquello que tiene vida con lo que no la tiene.
La obra de Rafaella no es conceptual, pero hace uso de conceptos: símbolos, mitos, abstracciones, leyes y teoremas. El aspecto conceptual está en los diálogos que se establecen entre las distintas artes, su imagen y el bagaje cultural y económico del espectador. Es decir, la imagen no es doble de ningún poema, ni suyo ni de nadie más, sino que establece un diálogo de sensaciones que producen la obra de arte. El producto es visual y mental. Es fruto de combinaciones: como las creaciones de la naturaleza. Pero ahora se trata de una naturaleza virtual: digital, imposible de tocar.
Conocí a Rafaella Husker hace unos años, durante un concierto en la colonia del Valle, en la Ciudad de México. Tocaba Alex Mercado al piano y su banda de jazz. Rafaella estaba sentada en el segundo piso de la casona, junto al escultor Brian Nissen. Su mirada estaba fija en los ojos de su interlocutor. Escucha atenta a un viejo disco de L. P. Los suficientemente joven, pensé: hablarán sobre “Mariposa de Obsidiana”. Pero, me equivocaba, la conversación giraba sobre el libro que el británico recién había publicado en México y la contribución de Dore Ashton, la crítica de arte, al libro. Me senté cerca, sin interrumpir, esperando saludar más tarde.
Me fue evidente desde ese momento que: Rafaella no requería descubrirse a sí misma. Ya había conquistado ese tiempo íntimo y remoto, delgado que sirve, al mismo tiempo: para dividir y unir lo visual con lo poético. Merecidamente, al pasar de estos años, ha atrapado entre sus redes un caudal de herejías y se ha deshecho de ellas. Su metodología es simple. Se hunde, entierra su tesoro bajo el mar y luego emerge de él, solitaria y con las manos vacías, para situarse en lo más alto de la montaña. Desde ahí contempla los volcanes. Baja algunos escalones enterrando sus pies en el barro. Disfruta de los baños que Nezahualcóyotl tiene preparados para sus invitados y, luego de un tiempo, regresa al mar: a rescatar su obra de las profundidades. Encuentra que lo que dejó ahí, ha madurado. Se ha nutrido con minerales.
Si Rafaella Husker muriese ahora, en plena pandemia, (recordemos: ninguno estamos exentos), a estas alturas de su joven vida, ya dejaría un mundo enorme por descubrir en su obra, la cual está impregnada por su taumaturgia de tonos y colores. Hay tres momentos críticos en su vida. Alternancias entre la moral y la razón: La partida, la victoria y el regreso. No ejerce la violencia, pero la vida le ha otorgado el don de quebrar el frágil cielo, de congelar los vientos y de hacer volar los sueños.

 
Descripción de la Obra por la Artista: Una llave secreta. Nos fue entregada durante el primer tercio de nuestras vidas; pero en algún momento la olvidamos. Un puñado de cambios nos lleva a recordarla en sueños. Es un momento central que marca la diferencia para nuestro yo. Una oportunidad que se presenta a través de un destello: de polvo estelar a las afueras de la gran ciudad. La nueva realidad es material. Es intensa. Desaparecemos dentro de la vastedad. Exploramos. Pero no recolectamos las palabras de las que otros se despojan. El cuadro es doble de la sanación vital. Es producto que emerge de una laguna profundamente azul: El espacio microscópico que queda entre la roca y la raíz de la flor que la despedaza hasta volverla polvo. Más fuerte que la electricidad. Es el comienzo de la reconciliación.