ROBINSON QUINTERO RUÍZ -COLOMBIA-

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PÁGINA 23

 

Escritor, docente, comunicador social, traductor, gestor cultural. Actualmente dirige la Gaceta literaria digital Hojalata. Tiene publicados los siguientes libros: Tren de largo recorrido (prosa poética) 2007, El lado oscuro del trópico (crónicas urbanas) 2012, El mejor de los venenos (novela urbana) 2018, A todos nos ocurre el mundo (poesía) 2020, La vida se escribe todo el tiempo (Antología poética) 2021. Ganador del Concurso Nacional de Poesía Universidad Metropolitana 2008. Ganador del Concurso Nacional de Cuento Universidad Metropolitana 2008. Mención de Honor en el Concurso Nacional de Poesía Ciro Mendía 2008. Mención de Honor en el Concurso Nacional de Poesía Casa de Poesía Silva 2008. Tiene inéditos los siguientes libros: ¿Quién diablos contará nuestra historia? (novela), Una herida de jazz en el corazón (poesía), Nadie devora al mundo impunemente (cuentos). Textos suyos han sido incluidos en las siguientes antologías: Sólo la herida: Veinte poetas jóvenes colombianos, Poéticas del poema, Antología de jóvenes poetas del caribe, realizada por el poeta Rómulo Bustos Aguirre, Cuerpos Habitados, Antología de poesía Erótica, realizada por el poeta Hernán Vargascarreño, Antología del cuento caribe II, realizada por el poeta y gestor cultural Miguel Iriarte, Antología de poesía de la Revista Epigrama # 17-18, realizada por el poeta y gestor cultural Herbert Protzkar Andrade, Antología del Cuento Corto del Caribe Colombiano, realizada por el escritor Rubén Darío Otálvaro, Antología Cuentos de La Cueva por Colombia #4 y la edición especial para el municipio de Soledad, Antología de cronistas del caribe colombiano, realizada por el poeta y gestor cultural Miguel Iriarte.
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LA VIDA SE ESCRIBE TODO EL TIEMPO  
 
(FRAGMENTO DE NOVELA)
 
“Vives la vida hacia delante y la recuerdas sólo hacia atrás. Nada se vuelve a vivir, sólo se recuerda y eso de manera incompleta.”
Joyce Carol Oates
 
   Sabes que has sido un tipo afortunado. Sucesos máximos y mínimos han marcado tu vida para siempre. Te lo has creído; eres alguien especial. Desde aquel sábado cuatro de enero de 1969 cuando naciste a las 6:30 de la mañana en la modesta habitación en casa de tus abuelos maternos. El tercer hijo varón traído al mundo por una partera a domicilio llamada Candelaria Altamar mientras un tratado de paz se firma a lo lejos entre España y Marruecos por el territorio de Ifni.
   Ahora te parece que cada recuerdo está allí para que te tomes la molestia de ir construyendo con palabras el inmenso laberinto de tu vida. Son cincuenta años los que estás por cumplir. Algunos aciertos, demasiados errores. Vivir aquí y allá. Escribir sobre esto y aquello. Siempre la música jazz y rock, los días domingos, los viajes, los libros, el cine, las conversaciones y las mujeres que amas hasta que te duelen los huesos. Ahora reconoces que es imposible dejar atrás una avalancha de recuerdos. Has entendido que lo interior y lo exterior están estrechamente ligados. Lo esencial es poder vivir a plenitud.
   Viene a tu mente el recuerdo de tu abuelo sentado en un mecedor de madera y estás allí, también sentado a su lado en el suelo de la sala, observando las imágenes que pasan en la pantalla de un televisor Phillips a blanco y negro de veinticuatro pulgadas. Tu mano pequeña armando piezas de madera traídas de una carpintería cercana para que te entretengas mientras tu madre se dedica a las labores del hogar. La tibieza del mes de junio se hace sentir en las calles del barrio. Sí, es junio de 1974 y ya has aprendido a leer y a escribir. Tu padre trae a casa periódicos, revistas, paquitos de toda índole. A eso se dedica en un punto de venta ubicado en una esquina en el centro de la ciudad.
   No sabes por qué motivo en casa no conservan fotos individuales de tu padre por esa época. Tu padre es un hombre menudo, con un tono de voz sereno y movimientos calculados. Una especie de Quijote y Teseo que le encanta deambular por la vida con el cobijo inmarcesible de los sones, guarachas y boleros de la Sonora Matancera, un amante de los bailes y la crianza casera de pájaros cantores. En el mismo año en que Los Beatles graban su tercer disco de estudio, el diez de julio de 1964, A hard day´s night, tu padre inicia en serio la venta de revistas y periódicos como sustento familiar.
   A pesar de estar por cumplir cincuenta años, aún te sientes con vigor para realizar ciertas actividades, sin tantas dolencias en el cuerpo. Juegas fútbol, caminas, tienes actividades sexuales con mucha regularidad. Sólo sientes pequeñas molestias pasajeras, nada de alta complejidad. Una disminución del espacio meneidal en tu rodilla izquierda por jugar en canchas sintéticas, pero ni aun esto te obliga a ir a un quirófano. Sigues distante con las intervenciones quirúrgicas. Has estado interno más por tu estado emocional que por otra razón. Períodos de crisis que has sabido superar gracias a los cuidados de la familia, los amigos, la escritura y la lectura.
   Esas cosas que escribes son el recuento de ciertas cicatrices, un autorretrato interior y vital. Líneas unidas a una memoria afectiva que contempla la vida de una manera desbordante. Cuatro de enero de 1969. Un año de sucesos que no sólo marcan la historia universal de la humanidad sino también a ti. Neil Armstrong colocando su pie en la luna. Man on the moon. Tu madre recortando una yarda de tela cruda para elaborar tus pañales. Tu abuelo asombrado porque naciste con los ojos abiertos. Tus primas cercanas cantándote canciones de cuna para que te puedas dormir. Ese mismo año Richard Nixón asume la presidencia de EE.UU. un veinte de enero. Tu padre compra su primer tocadisco para ambientar el clima del hogar con rancheras, tangos, salsa y baladas del momento. Tu hermano mayor está atravesando la etapa de la pubertad mientras un grupo de pelaos del barrio corretean tras una maltrecha pelota de trapo en las calles llenas de árboles y sin pavimentar. En el medio oriente nace la O.L.P. y el General Charles De Gaulle renuncia mientras en el país, el último aliento de algo denominado Frente Nacional se hace sentir. Semanas después de tu nacimiento, una amiga cercana a tu madre pierde a su bebé, quien está programado para nacer en junio de ese año. A veces piensas que estas situaciones dolorosas, de una manera u otra, estrechan tus vínculos con tu madre. La muerte no siempre separa. La vida no siempre une. Hay un júbilo esplendoroso por la llegada de los carnavales, la gente se nota alegre y festiva a pesar de lo que sucede en Washington con doscientos cincuenta mil personas que marchan y protestan en frente de la Casa Blanca contra la Guerra de Vietnam, algo que denominan guerra de las flores y que va a culminar ese año en las afueras de New York con un concierto de tres días en Woodstock, algo realmente apoteósico que no es manchado por los nefastos acontecimientos perpetrados por los miembros del clan Manson aquel nueve de agosto. No usas tetero. Todo tu alimento es la sagrada lactancia de tu madre. A los seis meses ya comes papillas de Cerelac trigo miel con leche Klimt en polvo. Tu abuela te da a beber agua reposada de la tinaja principal de la casa y ya duermes en tu cuna de madera al lado de la cama de tus padres. En las tardes, la programación radial está presente en tus largas siestas. Es el año de Beto y Enrique y su Plaza Sésamo, el vuelo del Concord y el Jumbo Boeing 747.
   Tu padre ha concretado su trabajo. No solo es el punto de venta de la calle treinta y nueve con La Paz. La clientela ha crecido y la llegada de los primeros electrodomésticos se hace presente en el hogar: Una nevera General Electric, una estufa eléctrica de cuatro puestos con horno, unas licuadora y una antena aérea para recepcionar mejor la señal de televisión y ver las telenovelas venezolanas con Lupita Ferrer y José Bardina. Tu madre como siempre está en pie, organizando cada mínimo detalle de la vida en casa. Tu madre tan diligente y atractiva, con su voz llena de atardeceres y pájaros azules, su cabello corto de un castaño reluciente y su portentosa femineidad.
   Ahora estás sentado en un patio inmenso con árboles frutales, acompañado por otros niños y niñas del barrio, recibiendo lecciones de una mujer de mediana estatura, mirada penetrante y voz sólida. La brisa de la tarde mueve tus cabellos lisos. Llevas días esperando que tu banca de madera la terminen. Llevas un cuaderno sencillo y un lápiz de grafito negro en la pequeña mochila de tela confeccionada por tu abuela materna. Pantalones cortos, sandalias de cuero y una franela blanca de tela cruda. Tu padre te compra la cartilla con las letras del abecedario. Todos repiten las indicaciones de la maestra al unísono en el patio. Hay de merienda corozos, mamones, mangos, guayabas, ciruelas o uvitas playeras. En casa de los abuelos usan la yuca para varios menesteres: almidonar la ropa o elaborar una especie de pegante casero. Todo está al alcance de la mano. Ahora llevas tres años durmiendo en la cama de tus abuelos. La vida en casa y en el barrio sigue su curso. Es el año 1973. Tu padre regresa en horas de la noche luego de estar pedaleando en las calles de la ciudad en busca de nuevos clientes. Su verdadero entretenimiento es ir a playa los días festivos y asistir religiosamente cada domingo al Estadio de fútbol Romelio Martínez, para ver al equipo del alma jugar memorables encuentros cuando la tarde está por caer. La casa que tu abuelo compró en el año 1948 ha recibido modificaciones. En la sala, en la parte alta de la pared hay un retrato a blanco y negro de tu tío Pedro, quien muere a la edad de treinta y tres años de una extraña enfermedad en 1948, meses antes de lo acontecido con el líder político Jorge Eliecer Gaitán en la capital. Poco a poco, cada miembro de la familia va aportando lo suyo para hacer los cambios necesarios en esta vivienda.
   Cada vez que puedes vuelves a los acontecimientos más importantes del año de tu nacimiento. Es como si al volver a ellos, añadieras un poco de aliento a tu vida. Tú eliges los momentos: veintitrés de septiembre. Estreno de la película Butch Cassidy and the Sundance Kid con Robert Redford y Paul Newman. Veintiséis de septiembre. Estreno del álbum Abbey Road de los Beatles. Diez de diciembre. Le otorgan el Premio Nobel de Literatura a Samuel Beckett. Lo sabes, tus recuerdos son espacios inagotables, un laberinto de interminables pasos, fragmentos de lo leído en los libros, anécdotas de personas comunes que has conocido a lo largo de tu vida, momentos especiales de las películas, canciones y pinturas que has disfrutado. Te elevas por los recuerdos cada vez que caminas, cada vez que viajas o te envuelves en una nueva propuesta laboral. Ahora tu vida diaria está llena. Estás aferrado al presente en lo que escribes sobre el pasado.
   Tienes ocho años, es un diciembre vibrante, con una brisa alegre y un sol soportable durante las horas del día. Un halo de felicidad recorre las calles del barrio. Tu tío Celso y tus dos hermanos mayores escuchan las incidencias de un partido de fútbol con un silencio inmaculado. La vieja radio de tu abuela está ubicada sobre una mesa de madera. Te quedas observando la luz del sol que entra por la puerta del patio y tu mente vuela por lugares de ensueño. Es diciembre de 1977. Ya has leído Corazón de Edmundo de Amicis, El corsario negro de Emilio Salgari, Veinte mil leguas de viaje submarino de Julio Verne, Moby Dick de Herman Melville, Los cuentos de Óscar Wilde y otras obras literarias ilustradas en una colección de cien ejemplares. Pero te sientes identificado con el relato de Edmundo de Amicis titulado El pequeño escribiente florentino, algo muy fuerte de la relación con tu padre está ligado a esta historia, algo que aún se apodera de ti y te hace ser alguien infinito. Esas primeras lecturas van moldeando tu comportamiento frente al mundo. Un día hurgando entre los libros de casa hallaste una enciclopedia de pintura y descubres no sólo las obras de Monet, Chagall, Miró, Picasso, Dalí, Degas y en especial las de Van Gogh, sino también los fragmentos de sus vidas, sus profundas motivaciones y te sientes alentado a descubrir el verdadero tamaño del mundo y luego llega el cine, la música y van brotando los primeros esbozos de una leve poesía en las partes finales de tus cuadernos de escuela. Y así, cada vez más, te involucras en las historias y los personajes de los libros: Huckleberry Finn y la viuda Douglas, la familia Otis y el fantasma de Canterville, Edmundo Dantés y el abate Faria. Incluso ahora que estás por cumplir cincuenta años sigues portando en tu interior la misma sensación de multiplicar tu vida en la vida de esos seres de ficción que se alimentan de tu sangre, de tus sueños e ideales de una manera continua.
   La casa, el barrio, la ciudad y tú mismo se van extendiendo. Se van llenando de historias particulares, de situaciones comunes, de hechos con trascendencia. Tus abuelos maternos llegando a los primeros villorrios de la urbe a comienzos del siglo veinte. Año tras año mudanzas, pérdidas, defunciones, celebraciones, nacimientos. Los puertos del mercado y sus caños de aguas limpias, los callejones y las plazas públicas, las festividades populares y eclesiásticas, el cine mudo, los primeros coches y los vendedores en carros de mula. Nada de esta avalancha de sucesos te es indiferente. Has crecido oyendo las historias en boca de otros. Cada quien contando los hechos de una manera especial, aportando un nuevo apunte, un comentario jocoso, una anécdota sorprendente. Te alimentas de ello. Es el registro palpable de ciertos eventos que no pudiste vivir, pero son parte esencial de tus recuerdos: piedras chinas enormes demarcando un jardín, una amplia troja de palos para colocar los utensilios hechos de madera de totumo, la imagen de la abuela moliendo maíz y frijol para los fritos del desayuno, el olor del tinto cerrero y las hornillas de carbón invadiendo la extensión del patio, el pescado seco y los techos de paja, las herraduras y las matas de sábila detrás de las puertas. Es la vida tomando un largo respiro.
   Llegan los años ochenta y tú ingresas a la secundaria y comienzas por el profundo periplo de las relaciones con mujeres de ensueño. Las mejores cosas del mundo siguen siendo el fútbol, la música, la literatura, la familia, los viajes. Las calles del barrio siguen sin pavimentar. La era de los videos musicales en la televisión fulmina de manera gradual la radio. Nuevas generaciones emergen del caudal mediático de las series televisivas que vienen del extranjero. La casa de tus abuelos maternos vuelve a sufrir grandes modificaciones. El patio queda reducido. Pocos enseres de ese mundo antiguo donde reinaron tus abuelos quedan como vestigios. Un nuevo aire llega al núcleo familiar con la graduación universitaria de tu hermano mayor. Ahora que estás a punto de cumplir cincuenta años esos momentos al lado de tan variadas mujeres sigue siendo un recuerdo suave, triste y lejano como un perfume que ha envejecido en un pañuelo. A veces viene y sin anunciar, mezcla dentro de ti la realidad con la ficción, piensas en Jazmín y Emma Bovary, en Aimed y la Maga de Rayuela de Cortázar, en Beatriz y Berenice, en Isolda y Dulcinea, en Miriam y Martha. Sueñas con bocas, manos y cuerpos a través de un territorio donde siempre es verano. Mujeres de papel y tinta. Mujeres reales que propinan dulces heridas de guerra.
   Y otra vez estás dentro de tu cuerpo de niño. Es 1979 y una agradable visita cambia el rumbo de tu vida. Es la tarde de un veintidós de julio, hay un aire tibio en el ambiente. Respiras una y otra vez el aroma particular de la casa. Tu madre y tu tía Sonia atienden al hombre. Es un marino, amigo de la familia desde niño. Ahora está radicado en la ciudad de Baltimore, ha regresado a visitar a sus parientes y amigos del barrio. Trae todo tipo de regalos para obsequiar a sus seres queridos y conocidos. Tú estás sentado en una mecedora pequeña con un libro de Cortázar en la mano. Ya has dejado atrás la colección de cien obras literarias ilustradas. Ahora has empezado con otra colección de cien obras literarias universales. Te has dejado llevar por una fe corta, del tamaño exacto de tus posibilidades. Has derrocado el dolor de la muerte y las ausencias con cosas simples y sencillas. Te arropas de las frases que componen el relato Una flor amarilla. No es una felicidad completa, pero te ayuda a seguir en pie. Tu devoción por Diego Armando Maradona comienza a edificarse con lo acontecido en el Mundial Juvenil en Japón. El visitante se percata del libro que tienes en tu mano. Tu madre y tu tía se desbordan en elogios hacia ti. Te sientes incómodo, pero te has habituado a la situación. Y así, de repente, el hombre va a casa de sus parientes y regresa con un obsequio para ti. Nada de preámbulos. Es un acetato de música jazz. Kind of blue de Miles Davis. Estás tranquilo, pero sabes que este momento va a durar para toda la vida. Echas una mirada retrospectiva y piensas que todas las cosas que han sucedido son el alimento perfecto para tener algo que contar o escribir en el futuro. Este regalo especial te muestra el camino de esa larga escalera al cielo y tú estás dispuesto a iniciar el recorrido.
   Ningún otro joven de tu círculo de amistades ha leído lo que tú has leído, y tienes la gran ventaja del negocio de tu padre donde puedes escoger cuidadosamente las lecturas. Aún lees los libros con una avidez que a veces a ti mismo te da miedo. No tienes a nadie con quien compartir esas tempranas dolencias. Estás próximo a cumplir los quince años. No puedes parar de leer y escribir. De a poco vas dejando de leer toda la literatura de Julio Verne, Charles Dickens, Robert Louis Stevenson, Mark Twain, Arthur Conan Doyle. A excepción de tus dos hermanos mayores, nunca caíste en la fiebre de la lectura de las novelas de vaquero de Marcial Lafuente Estefanía. Llegaste a Julio Cortázar y comenzaste a naufragar en todos sus escritos y tomaste como tabla de salvación la música de Louis Armstrong, Charlie Parker, Miles Davis, John Coltrane, Teo Monk, Sonny Rollins, Chet Baker y se van incrustando al ardor de tu pubertad y al interior de tu ser mujeres alucinantes: Bette Davis, Marilyn Monroe, Sofía Loren, Brigitte Bardot, Billy Holiday, Nina Simone, Eddie Piaf. Largas noches de ensueño ante la prominente transformación del cuerpo. Una especie de germen placentero viaja a través de tu sangre y nuevamente un portentoso milagro cambia el rumbo de tu vida; un programa radial llamado Canción de la vida profunda, donde tres jóvenes hablan de arte en general, pero en especial de una potente droga infinita: la poesía. Y llega Rimbaud, Rilke, Pessoa, T.S. Eliot, Neruda, Vallejo, Whitman y te crecen alas en la imaginación y llega la Trova Cubana, Víctor Jara, Mercedes Sosa, León Giecco, Piero, Ana y Jaime, Alí Primera. Y entonces vuelcas tu mirada hacia China, Rusia, Cuba, Chile, Argentina y Colombia. Y reconoces que eres zurdo de nacimiento y te duele la injusticia social, la desobligante diferencia de clases, el capitalismo salvaje y desde allí comienzas a moldear tu pensamiento y te reúnes con ciertos amigos del colegio Barranquilla para varones no solo para hablar de mujeres, sexo, cine y fútbol. Te preocupan otras cosas y allí a la mano te tropiezas con Karl Marx, El Che Guevara, Friedrich Nietzsche. Lo sabes con certeza, nunca más serás el mismo.