MIRZA MORELIA CAMACARO RENGIFO -VENEZUELA-

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PÁGINA 38

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Nacida en Caracas, capital de la República Bolivariana de Venezuela. Hija de profesionales de la enfermería. Actualmente madre de trabajadores de la salud pública y la educación venezolana, abuela y ama de casa. Formada académicamente como: Técnica Superior Universitaria en Educación Preescolar por el Instituto Universitario de Tecnología Isaac Newton, como Profesora en Educación Integral por la Universidad Pedagógica Experimental Libertador, y como Magister Scientiarum en Historia de Venezuela por la Universidad Nacional Experimental de los Llanos Centrales Rómulo Gallegos. También Abogada, egresada de la Universidad Bolivariana de Venezuela. Con un desempeño laboral en el campo educativo desde el nivel inicial hasta el universitario en funciones de docencia y gerencia, y en la rama del derecho bajo libre ejercicio de la profesión. Con intervenciones en el ambiente literario en los géneros de ensayo, relato, crónica y poesía. Actualmente residenciada en el estado Aragua, Venezuela.
 

 

En esta oportunidad cedida por la Revista Literaria Trinando a los escritores emergentes, me es grato compartir con los lectores uno de los capítulos de mi ensayo: “A contrapelo”. En este se abordan algunos aspectos que tocantes a la naturaleza de los seres humanos en contraposición a la del Dios Creador Universal, actúan a contracorriente. Asimismo, se confrontan algunos postulados de la “razón positivista de la ciencia” con indiscutibles “razones divinas”, pretendiendo asumir un estudio reflexivo que contribuya en algo a evitar la obtura a la comprensión abierta que sobre el universo que habitamos podamos alcanzar. El capítulo a presentarles es el No 7, titulado: “La naturaleza de Dios ante la ciencia”, que aborda la adjudicación por parte de las ciencias humanas de ciertas posturas concernientes a la razón y a la sabiduría, que actúan en disconformidad con las del Creador Universal. Dichos criterios están estrechamente relacionados a la naturaleza del hombre y a la de Dios. De esta manera, precedido por la reflexión que sobre la sabiduría hiciera uno de los patriarcas bíblicos de la antigüedad, se les brinda esta humilde participación.    
 
“¿De dónde, pues, vendrá la sabiduría?, ¿y dónde está el lugar de la inteligencia?  Porque encubierta está a los ojos de todo viviente, y a toda ave del cielo es oculta. El Abadón y la muerte dijeron: su fama hemos oído con nuestros oídos. Dios entiende el camino de ella, y conoce su lugar. Porque él mira hasta los fines de la tierra, Y ve cuanto hay bajo los cielos. Al dar peso al viento, y poner las aguas por medida; Cuando él dio ley a la lluvia, y camino al relámpago de los truenos, Entonces la veía él, y la manifestaba; la preparó y la descubrió también. Y dijo al hombre: He aquí que el temor del Señor es la sabiduría, Y el apartarse del mal, la inteligencia”.      
                                                                                                                        Job.
 
LA NATURALEZA DE DIOS ANTE LA CIENCIA.
(CAPÍTULO 7 DE LA OBRA ENSAYÍSTICA: “A CONTRAPELO”)
 
La veracidad absoluta de la existencia de Dios, aun sin la capacidad de poder visualizarle ni tocarle con nuestros muy limitados sentidos, se hace mayor a la del mismo universo que nos abriga, creado según Su voluntad, por lo que vale la pena reflexionar sobre ello mediante algunas ideas del científico Stephen Hawking, relativas al enigma de la ciencia sobre la creación del universo, los seres humanos, y el rol de Dios:
 
No obstante, si descubrimos una teoría completa, con el tiempo habrá de ser, en sus líneas maestras, comprensible para todos y no únicamente para unos pocos científicos. Entonces todos, filósofos, científicos y la gente corriente, seremos capaces de tomar parte en la discusión de por qué existe el universo y por qué existimos nosotros. Si encontrásemos una respuesta a esto, sería el triunfo definitivo de la razón humana, porque entonces conoceríamos el pensamiento de Dios[1].
 
Al final de su trabajo “Historia del Tiempo” Hawking se aferra a la ambición científica de dar con la teoría que lleve al género humano a debatir aspectos sobre el sentido de la existencia del todo y de todos, para procurar respuestas que hagan a la razón humana semejante a la de Dios (sustantivo que que utiliza para referirse a las leyes de la naturaleza). Resulta interesante la postura de Hawking al creer en la existencia de una inteligencia superior a quien él mismo llama Dios. Pero se nos hace más interesante aún el observar como en su afán de obtener las respuestas que apremia, pretende situar al género humano en la posición del Creador, esto, cuando ─según él─ al despejarse las incógnitas universales, y adjudicársele el triunfo a la “razón” de la ciencia, la victoria obtenida al conocer por fin los pensamientos de Dios, permitirá al ser humano igualarle en conocimiento.
El triunfo al que se refiere Hawking es llamado “triunfo definitivo”, y no solo un triunfo más de la ciencia y del hombre como su exponente. Las irrazonables ambiciones de la ciencia en este hecho particular, de situarse en la posición magna del Eterno, obviamente de naturaleza infinitamente superior a la humana, nos traen a colación las declaraciones de Castro Gómez contenidas en la cita Nº 8 del aparte 13 de nuestro estudio. Allí señala la pretensión de Hume y Descartes de convertir a la ciencia en la propietaria absoluta del “punto cero” que desdeña la existencia de los hechos que a su mirada empañan. La posición de Hawking es similar a la de dichos estudiosos cuando anhela igualar la naturaleza del hombre a la de Dios, al pretender conocer sus pensamientos. La posición del científico luce tan desproporcionada como las situaciones a continuación:
 
 
  • Aves pensando como humanos.
  • Componentes del reino vegetal interpretando canciones en sol mayor.
  • Mesas hablando en inglés.
  • Humanos respirando por los ojos, etc.
 
¿Podríamos en realidad nosotros conocer el pensamiento de Dios?, ¿e incluso verle si lo deseáramos? Precisamente a esta parte corresponde la reflexión final sobre la idea que tomada como principal ilustración en este trabajo, relacionó a la comunicación mental con la posición de la ciencia al respecto, puesto que al quedar perfectamente clara la imposibilidad de la ciencia de explicar el proceso de comunicación mental del que disertamos páginas atrás, aseveramos con toda convicción su considerable inmodestia de pretender llevar al hombre al conocimiento del pensamiento de Dios, cuando no ha logrado hasta el día de hoy, ni siquiera averiguar con exactitud los mínimos pensamientos de sus propios semejantes. 
  La multiplicidad de individuos universales según sus géneros o naturalezas, desarrollan sus diversas funcionalidades desde sus provistas complexiones, también: la célula, el átomo, la relatividad, la gravedad, el genoma humano, y toda creación en el universo, de la que inclusive no tengamos ni la más remota idea de su existencia. Cada quien ocupando su propia constitución. Jamás podría por ejemplo el hombre sumergirse por años en el océano, y habitar allí igual que un pez, porque definitivamente carece de la constitución para hacerlo. Pero en lo que respecta a Dios y al hombre, examinemos estos dos asuntos: ¿Podría el hombre ver a Dios? ¿Está capacitado el hombre en primer lugar, para la visualización de lo espiritual? Pues sencillamente sus ojos pueden observar lo material: lo limitado a su visión; más no lo espiritual, porque su naturaleza es “material”, circunscrita solo para la observación de las personas y eventos tangibles a ella. 
Así mismo: ¿Podría el ser humano conocer los pensamientos de Dios?
Centrados en la idea de que nuestro género tiene el control del reino vegetal también del animal, por nuestra capacidad del pensamiento que nos hace superiores, a su vez, también actúa Dios como nuestro gran controlador: por su inteligencia, sabiduría, y poder infinitamente superior al nuestro. Como máximo exponente del poder universal, decide asimismo lo que debemos saber sobre Él y su creación universal. Resultaría ilógico pensar que el grupo de gatos del reino animal amaestraran a los seres humanos para tomar el control de nuestra sociedad, pero más desequilibrado resultaría que Dios en su calidad de Ser Superior del Cosmos transfiera desde sí, cada uno de sus pensamientos a nuestro género, adjudicándole el triunfo a la razón humana: material, limitada e inferior de la ciencia, sobre la razón espiritual, e infinitamente superior de Dios. Ninguno de nosotros es Dios, porque de hecho existe solo uno, pero sí somos seres importantes para Él, desde el mismo momento en que nos creó bajo la condición de humanos por naturaleza y género. Nuestra naturaleza es hermosa y definitivamente interesante, con las propias funciones que nos competen. La de Dios es la mayor, y la que lleva el control absoluto de toda creación universal.
En el libro de Job Dios nos brinda una idea apreciable sobre la categoría superior de su naturaleza y constitución frente a la del pequeño ser humano, forjada en un emotivo diálogo. He aquí parte de el: 
 
Entonces respondió Jehová a Job desde un torbellino, y dijo: ¿Quién es ése que oscurece el consejo con palabras sin sabiduría? Ahora ciñe como un luchador tus lomos; yo te preguntaré, y tú me contestarás. ¿Dónde estabas tú cuando yo fundaba la tierra? Házmelo saber, si tienes inteligencia. ¿Quién ordenó sus medidas, si lo sabes? ¿O quién extendió sobre ella cordel? ¿Sobre qué están fundadas sus bases? ¿O quién puso su piedra angular, cuando alababan todas las estrellas del alba, y se regocijaban todos los hijos de Dios? ¿Quién encerró con puertas el mar, cuando se derramaba saliéndose de su seno, cuando puse yo nubes por vestidura suya, y por pañales la oscuridad, y tracé para el frontera, le puse puertas y cerrojo, y dije: Hasta aquí llegarás, y no pasarás adelante, ¿Y ahí parará el orgullo de tus olas? ¿Has mandado tú a alguna vez en tu vida a la mañana? ¿Has señalado a la aurora su lugar, para que coja a la tierra por sus bordes, ¿y sean sacudidos de ella los impíos?  Ella muda luego de aspecto como arcilla bajo el sello, y viene a estar como con vestidura; más la luz de los impíos es quitada de ellos, y el brazo enaltecido es quebrantado. ¿Has entrado tú hasta las fuentes del mar, y has andado escudriñando el abismo? ¿Te han sido descubiertas las puertas de la muerte, y has visto las puertas de la sombra de muerte? ¿Has calculado las anchuras de la tierra? Declara si sabes todo esto. (…). (Job 38: 1 -18). (Santa Biblia Reina Valera [SBRV] 1960).
 
Resulta inevitable la conmoción de sentimientos que nos inspira el fragmento leído, embargándonos de admiración, honra, gran respeto, amor y agradecimiento al Altísimo. Sin que quizá muchos de nosotros podamos esquivar las lágrimas, la contrición nos invade, en atención a las faltas de una sociedad científica, con la descabellada idea de igualar su naturaleza y constitución a la de Dios. ¿Hasta dónde habrá de llegar nuestra presunción?   
Nos encontramos en plena era del conocimiento, con las ciencias humanas desarrollando muchísimos adelantos que brindan calidad a nuestras vidas, pero por otro lado pretendiendo absurdamente igualar la naturaleza del hombre a la de Dios, al enfrentar nuestra “condicionada razón” a la “magna razón del Creador”. Una razón, que es definida como “aquello que está conforme al derecho, a la justicia, al deber (…)[2]” También como: “la facultad o principio de explicación de la realidad”[3]. Integrando las ideas mencionadas, bien se asocia la razón entonces a la justicia real. Pero: ¿es justa la razón del hombre, fundamentada solo en su naturaleza material limitada? Tocante a este punto se hace inevitable fijar la posición del fundador del positivismo Auguste Comte, ya mencionado anteriormente, que sostiene:
 
“(…) toda evolución del espíritu humano logra alcanzar una fase que él llama estado positivo o científico, en la que el espíritu intenta explicar los fenómenos relacionándolos con otros hechos: Toda proposición que no pueda, finalmente, reducirse a un hecho particular o ley general, debe considerarse ininteligible. En consecuencia: todo conocimiento verdadero es de orden científico. Pero, por otra parte, existen ciertas cuestiones, las de origen o de naturaleza, que la ciencia, por su carácter mismo, no está en condiciones de abordar; todo lo que está fuera del conocimiento científico se considera incognoscible”[4].
 
Para Comte, el estado mayor de evolución humana es el llamado estado positivo o científico aunado al conocimiento que a juicio de la ciencia es el “verdadero”, por lo que todo lo opuesto a dicho estado resulta abstruso para la ciencia, y es desechado como auténtico de inmediato. Pero lo sensato del hecho es que lo desechado por la ciencia debido a la inhabilidad de esta para su comprensión, está allí, muy por encima de su sitial, ocupando lugares para ella impenetrables, pero efectivamente reales; y que permanecen profiriéndole constantemente que no somos dueños de la razón absoluta, pero sí de la “relativa”, para la cual fuimos hechos, y a la cual se ajusta nuestra singular y limitada naturaleza instituida por Dios.
La naturaleza espiritual de Dios, que nos aventaja infinitamente en perfección, transita siguiendo su curso natural: el establecido por יְהֹוָה (Yehováh)[5], y nos indica de continuo sus argumentos válidos de superioridad, frente a nuestras razones inferiores. Estos son algunos de los hechos que la ciencia aún no puede explicarse, peregrinando de esta manera a contrapelo de las razones máximas en el universo creado.
 
 
 
 
REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS
 
 
Larousse. Diccionario Enciclopédico. (2003). México, D.F.: Ediciones Larousse, S.A.  
          P. 859.
 
Hawking, S. Historia   del   Tiempo. Del   Big Bang a los Agujeros Negros. P. 165.
           Disponible en:    
           https://antroposmoderno.com/word/Stephen_Hawking_Historia_del_Tiempo   
           .pdf. Última consulta: 08 de marzo de 2022.
 
Grupo Editorial Océano. (1993). Diccionario Enciclopédico Ilustrado Océano Uno.  
          Barcelona: Editorial Printer Colombiana Ltda. S/N/P.
 
Quillet, A. (1973). Enciclopedia Autodidáctica Quillet. Tomo I. México: Promotora
         Latinoamericana S.A.
 
 
 
 
 
[1] Stephen Hawking. Del   Big Bang a los Agujeros Negros. P. 165. Disponible en: https://antroposmoderno.com/word/Stephen_Hawking_Historia_del_Tiempo.pdf. Consultado el 08 de marzo de 2022.
[2] Larousse. Diccionario Enciclopédico. [DEL]. Ediciones Larousse, S.A., México, D.F. 2003. P. 859.
[3] Diccionario Enciclopédico Ilustrado Océano Uno. Editorial Printer Colombiana Ltda. Barcelona. 1993. S/N/P.
[4] Enciclopedia Autodidáctica Quillet. Tomo I. Promotora Latinoamericana S.A. México. 1973. P. 485.
[5] יְהֹוָה es en el idioma hebreo el nombre que distingue al Dios verdadero de todos los demás dioses. Su pronunciación es Yehováh. Dicho nombre, en su idioma original (hebreo), se lee de derecha a izquierda.