ANTONIO PACHECO ZÁRATE -MÉXCIO-

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Antonio Pacheco Zárate es escritor autodidacta. Inició su formación en 2012, en el foro virtual LEA, coordinado por los escritores Belén Garrido Cuervo y Fernando Hidalgo Cutillas.
Fue seleccionado en 2018 para participar en el taller Novela breve, convocado por Editorial Almadía e impartido por el periodista y narrador J.M Servín. Desde ese año comenzó a participar en el taller de creación literaria Colectivo Cuenteros, coordinado por el periodista y narrador Kurt Hackbarth, del cual es miembro en la actualidad.
A partir de 2018 ha publicado en periódicos locales y en distintas revistas y páginas literarias como: Sucedió en Oaxaca, Noticias de Oaxaca, Diario El Imparcial, Periódico Tiempo, Efecto Antabús, Revista Corónica (Colombia), Revista Editorial Anuket (Argentina), Revista de cultura Almiar (España), Almicidio y Perro Negro de la Calle (México), entre otras.
En 2020 fue uno de los seleccionados de la convocatoria nacional Coyocán en tus letras. Ese mismo año autopublicó la antología de cuentos Sol de agosto (Ediciones independientes Matanga), de la que es parte Pirinola, y en 2021 Editorial Matanga le publicó su primera novela: Centraleros (Matanga Taller Editorial/2021).
 
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Capítulo 1 de la novela Centraleros:
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PIRINOLA
 

TOMA TODO

 
—¡Pendejo!
Raziel pensaba conformarse con haberle gritado “pendejo” a Eliseo y que el cabrón se largara, pero no era un buen día para ninguno de los dos.
Raziel, el que gritó la palabrota, andaba encabronado y en apuros desde que los ladrones le vaciaron la casa. Eliseo, al que pendejearon, temía que al no ir temprano por el celular que, ya borracho, había dejado en resguardo con la esposa de su amigo, esta le saliera con que “Aquí no dejaste nada, wey. ¿Ya checaste bien en tu depa?”.
La verdad es que ni Karina ni su esposo tenían intenciones de quedarse el aparato, y de haber ido después no habría sucedido lo que sucedió. Te preguntarás cómo sé tantas cosas. Pues porque soy el narrador omnisciente de este cuento, y no me confundas con el que lo escribió; yo no tengo límites. Y si en algún momento crees que oculto los pensamientos de algún personaje, no es por beneficio propio, que yo aquí, ¿qué beneficios puedo tener? Lo hago para que la historia fluya.
El celular de Eliseo era una chingonería de varios megapíxeles de cámara. La de chochas peludas que podría fotografiar y ver nítidas, pelo por pelo. Ya sé, lo anterior chirría, como si me entrometiera y además pecara de vulgar, pero eso pensó él; además, te evita las molestas y constantes acotaciones de “pensó”, “creyó”, etcétera. La maravilla en cuestión la había comprado a un raterillo por la décima parte de su valor y era la envidia de sus amigos. Ah, cómo se rieron cuando contó de la llamada del propietario original: un adolescente bobo que intentó recuperarlo por una miseria.
—Ay, no me chingues, pinche abusivo, ojete... el celular vale veinte veces más. Ni que me lo hubiera robado… pues sí, pero no fui yo, wey… —Y colgó.
 
Los suegros de Raziel, al que le vaciaron la casa, lo ayudaron a volver a amueblar con lo que pudieron. Aunque pudieron con todo usado. He aquí lo que podría considerarse una casualidad, pero si lo miras bien fue una causalidad. ¿Debatible? Tal vez: resulta que alguien de la familia de los suegros olvidó aquella reliquia entre los cachivaches que le regalaron. Raziel la encontró y le contó a su primo Juvenal; este se ofreció a comprársela. ¿Qué era? Aguanta, te lo digo en la siguiente escena.
Raziel llegó al crucero a esperar un taxi colectivo con el tiempo justo para alcanzar a su primo; luego llegaron Eliseo y otra chica, cada uno por su lado.
Un taxi se estacionó y de él bajaron los tres pasajeros de atrás; adelante quedaron dos chicos y el chofer; dependiendo del país en que leas este cuento eso te parecerá un poco raro, pero así se viaja en el del autor. Un pollito de peluche colgaba a la izquierda del retrovisor; a la derecha, un rosario de cuentas negras. Me gustaría describir el taxi y la ciudad y las calles, pero esta convocatoria aceptaba como máximo doce páginas, así que échame la mano imaginando cuánto haga falta, ¿va? Sí, ya sé que este texto no llega ni a diez, pero de todos modos ahorrémonos paja, ¿de acuerdo?
Cuando bajaron los pasajeros que mencioné, la chica subió y se arrimó a la ventanilla. Luego trepó Eliseo, pero cuando Raziel se disponía a abordar, Eliseo jaló la puerta y oprimió el seguro.
—Arrímese, porfa, para que suba el otro señor —dijo el taxista. El chico que iba a su lado miró por la ventanilla a Raziel tratando de abrir la portezuela.
—Yo te pago el otro pasaje —dijo Eliseo— y vámonos todos bien cómodos.
Eliseo supo que el tipo tras la ventanilla estaba bien encabronado y con ganas de partirle la madre. ¿Y cómo lo supo si él es un personaje y no un narrador omnisciente? Como habrá dicho alguna de tus amigas de secundaria: Ay, mira, yo no sé, no me encargo ni de la lógica ni de la estructura. Luego Eliseo imaginó –eso ya no lo supo– que los chicos de adelante querrían imitarlo en otra ocasión, que el chofer le contaría por radio a sus compañeros lo ocurrido y que la chica, sin duda, quedaría prendada de su personalidad y agradecida de haber viajado tan cómoda.
Pero entonces fue cuando Raziel gritó:
—¡Pendejo!
Y Eliseo bajó y lo encaró.
—Repíteme lo que dijiste.
—¡Que eres un pendejo! —repitió Raziel, a sabiendas de que era tarde para echarse atrás. Acarició la reliquia dentro de la chamarra: una Smith & Wesson calibre 38. ¿Ves por qué no lo dije antes? Pues para que esta fuese una escena de impacto.
Raziel retrocedió ante el primer empujón, pero al segundo sacó el arma.
—¿Ahora quién es más cabrón? —se burló.
Ya se sabe, si en un cuento aparece un espejo, es porque alguien se va a mirar en él, y si aparece un arma es porque alguien la va a disparar. Sonó el disparo: ¡pum!... Sí, claro, estaba cargada. Si no, ¿cómo iba a sonar? No, no sé por qué alguien guardaría una pistola cargada. Quejas o sugerencias al Instagram del autor: antoniozarate21. La ventanilla del taxi se salpicó de rojo. La chica gritó asustada. Uno de los muchachos exclamó:
—¡Maldito loco!¡Lo mató por una pendejada!
—Nel —dijo el taxista y arrancó a gran velocidad—. ¡Lo mató por pendejo!
            Obviamente, el cuento sigue. Nada de que se dispara el arma y la historia se cae. No, no, no, no, no, aquí, excepto a Eliseo, lo que se caiga lo levantamos.
 
 

PON 1

“Por algo suceden las cosas”, pensó Karina. Y este es el único pensamiento que habrá de ella, ¿ok? Por si al rato crees que es raro que todo lo demás esté desde el enfoque del esposo, pero es para ayudar a construir el personaje.
Te pongo al tanto: Karina es la esposa del amigo de Eliseo y a quien dejó el celular. Está en una casa de empeños para, además de otra cosita, vender el aparato; no pensaba quedárselo, pero enterada de lo ocurrido, lo declaró suyo. O sea, declaró suyo el celular, no al muerto. Sí, ya sé que estoy repitiendo muchas veces celular, pero digo, este no es el texto de un autor consagrado, sino el de un experto en perder concursos literarios, así que no esperes gran cosa, y el diccionario a lo largo de estas páginas, créeme, no lo vas a necesitar; aquí sólo hay corazón e imaginación, cero intelectualidad y compromiso social. Karina lleva un vestido aleopardado, ceñido, gafas de sol. Su caminar es cadencioso. El marido la está espiando porque la conoce y sabe que le mintió al decir que regresó el celular en el último momento y que seguramente querrá venderlo, cosa que piensa impedir porque considera que ahora es suyo, como seguramente lo habría querido el difunto. Estoy consciente de que hago cambios verbales muy bruscos, pero es para hacer una especie de paréntesis en la historia, ¿estamos? Desde la ventanilla, la ve muy amable con el chico del mostrador y espera el momento oportuno para… Aaaah… aquí seguía un párrafo largo y aburrido, pero saltemos a lo importante, al momento en que tú y el marido se enteran de que Karina y el muchacho son amantes, esto porque salen a la calle y se dan un fajezote. O sea, se dan un fajezote ellos, no tú y el marido.
—Pinche puta —murmura el marido.
            Karina escucha el chirrido y mira aterrada el auto que se les viene encima.
 
 

TODOS PONEN

El taxista cerró el periódico. “Qué loca está la gente”, murmuró. Como aquella canción, ¿la recuerdas? “Johnny, la gente está muy loca”. Se preguntó si sería cosa del estrés. Había visto a un tipo matar a otro por no permitirle subir al taxi, y el periódico reportaba a un loco que iría a la cárcel por matar a la esposa y dejar moribundo al amante. “Es falta de control”, pensó. Sí, es el mismo taxista de la primera escena, y los de la noticia son los de la escena anterior. Ya sé lo que estás pensando: Ay, sí, qué casualidad, que un cuento no soporta tantas. Mira, yo digo que no es casualidad, sino otra causalidad.
El taxista sacó de la guantera el celular que había comprado en la casa de empeños: una chingonería de varios megapíxeles de cámara. ¡Adivinaste! Es el mismo celular. ¡Eres ´n genie! Sé lo que estás pensando, que es ya un exceso de casualidades. ¡Genie, esto es un maldito cuento!
El taxista pensó que no estaría mal estrenar esa noche la cámara de video con Gudelia. ¡Aaaah, Gudelia! Con esas chichotas tan chidas, y tan mojigata para dejarse grabar. Pero esta vez no se resistiría a verse inmortalizada en hache de y escucharse jadear en surraund.
A unas cuadras, el Pulga acarició la Smith & Wesson calibre 38 que le había comprado a un pobre loco. Ya la gente no se dejaba atracar fácilmente, como el chavo al que le tuvo que dar un navajazo para que soltara aquel celular tan chingón. (Cuen-to. Cuen-to. ¿Ok?). Pero ahora el negocio mejoraría. No fue un gasto —se dijo—; fue una inversión. Subió el cierre de la sudadera y se cubrió la cabeza con el gorro azul.
El taxista arrancó. Oyó un ringtone. Dejó una mano en el volante y el pulgar de la otra se deslizó por la pantalla del celular. Había un mensaje de Gudelia: “Llámame en cuanto puedas”.
—Mejor te llamo de una vez, culito, y no hasta que pueda —dijo él.
Entonces sucedió el impacto que lo obligó a frenar. Muy tarde descubrió el alto del semáforo. Un grupo de curiosos se arremolinó y una mujer gritó histérica:
—¡Lo mató, lo mató! —Me agrada hacerte imitar a las histéricas: ¡Lo matooooó, lo matooooó!
El taxista asomó la cabeza con la esperanza de que se tratara de un perro (animalistas, quejas al Instagram del autor; yo amo a los animales), pero descubrió bajo las llantas a un humano con la cabeza cubierta con un gorro azul.
 
 

TOMA 1

La pareja de novios se replegó contra la pared al oír el rechinido de las llantas. El taxista bajó y echó a correr hacia el callejón. En su carrera algo se le cayó.
—¡Ey, espere, se le cayó algo! —le gritó el muchacho.
Pero el hombre dobló a su izquierda. Oyeron otro chirrido de llantas.
—¿Para dónde se fue el conductor del colectivo? —gritaron los uniformados. Okey, okey, corrijo: gritó un uniformado.
Por instinto, la chica les señaló el sentido contrario.
El algo comenzó a sonar.
—Espera, yo voy por el algo —dijo la joven. Lo levantó y se lo mostró.
—¡Ah, no mames! —exclamó el chico. En la pantalla parpadeaba la foto de una mujer de chiches enormes y un nombre: Gude—. ¡No mames, no mames, no mames!
—¿La conoces?
—¡No! —exclamó arqueando las cejas.
Sí, sí, sí, este chavo es el dueño original del celular, una raya más al tigre, pero de la que te salvaste, porque originalmente había un gran cierre en donde aparecían todos los personajes del cuento: los vivos, claro. Yo no soy como ese narrador del último cuento del primer libro de Kurt Hackbarth donde aparecen hasta los muertos, ja, quesque muy original. Te decía, la siguiente escena era una mamarrachada, que me negué a narrar ¿eh? Sucedía en un antro, en medio de explosiones, efectos especiales y más casualidades, pero mejor lo dejamos aquí, que al fin como dijo Luisa Sabel, ese celular ya no va más a ningún lado. Nos leemos en algún próximo cuento.
Como dicen los ochenteros cuando pretenden ser graciosos: Hasta la pista, peipi.
NOTA 1: No devolver un celular encontrado se considera un acto gandalla, pero no un robo.
NOTA 2: Ninguna pirinola fue bailada durante la escritura de esta historia. Los muertos son ficticios y los comentarios vertidos son responsabilidad de los personajes o del narrador omnisciente y no manifiestan el modo de pensar del autor