CARLOS QUINTANILLA -EL SALVADOR-

    >

PÁGINA 37

<                    >

Es estudiante de la carrera Licenciatura en Ciencias del Lenguaje y Literatura de la Universidad de El Salvador, Facultad Multidisciplinaria de Occidente. Fue miembro del grupo teatral Los muertos agradecidos dirigido por el Lic. Roberto Gutiérrez. Ha participado en diferentes eventos y lecturas a nivel departamental, nacional e internacional. Su poesía ha sido publicada en diferentes revistas impresas y digitales como Revista Cultures y Artesanos y Editores de El Salvador, Revista El Camaleón de Guatemala, Revista Collhibrí de México y Revista Kametsa de Perú. Es miembro del taller literario Crisol y trabaja como corrector de textos académicos y diseñador. Trabajó en el grupo editorial del libro Morfología y sintaxis del español salvadoreño publicado en el año 2019. Entre sus publicaciones literarias como académicas se encuentran: La influencia semántica y función del morfema –a- como prefijo y sufijo en las palabras de El Salvador, 2019 (Morfología y sintaxis del español de El Salvador, artículo científico), Entre fusiles, guiones de telenovela y cobardía: reseña y opinión sobre la novela «Si te pudiera mentir» de Berne Ayalá, 2020 (reseña) y Sanguaza, 2021 (Editorial Navegando Sueños, poemario).
 

 

EN LA MADRUGADA 

 
Los perros y gatos transitan bajo la verbena de las estrellas. Cada uno con el vestigio de sangre en las patas y el rastro de un pobre amor habitando en sus esófagos; viajan, todos los días y todas las noches, acompañados por los designios de una baraja de Tarot que sostiene Dios en las manos y que usa para matar el tiempo. Andan a prisa y chocan con los mismos objetos que no se logran percibir por la oscuridad del ambiente, por el glaucoma; objetos que siempre estuvieron bajo la mirada del sol durante el día. En esta época del año, la luz de la luna apenas alumbra los tejados de las casas y ofrece un leve soporte a las farolas que siempre se encienden desde las cinco de la tarde por las diferentes esquinas de la ciudad y que siguen luchando para no consumirse por la falta de mantenimiento de las autoridades encargadas. Todas las madrugadas circulan las mismas señoritas bajo ellas. Toda persona que habita esta ciudad, sabe que el segundo hogar de aquellas muchachas son esos suburbios frecuentados por personas del buen oficio y con parejas que no les cumplen en el ámbito sexual. Un niño emerge de la sombra que proyecta un edificio y dice a la nada:
-Tengo mucha hambre.
Otra voz infantil se logra escuchar atrás de él respondiendo al enunciado:
-Yo también.
El pequeño hambriento gira su cuerpo y mirada para lograr identificar dónde se localizaba el origen de la segunda voz, pero no halla rastro, ni pistas. Diversas ventiscas surcan al ras de las avenidas, sobre la superficie de los locales, entre las piernas del infante; sin embargo, dichas ráfagas sentimentales le hieren la piel, porque su cuerpo solo es una osamenta sensible a los cambios climáticos y los soplos del destino. Una de las mujeres que caminan con el pecho saltado y con movimiento provocador en las caderas, se acerca a paso lento al niño que, siguió en busca de aquella voz como si su vida dependiera de la existencia de la misma. Cierta prostituta ordena el caos de su cabello, apaga el cigarrillo que postraba en sus labios con una gentil pisada, acomoda el escote del vestido para no dejar salir uno de sus senos, se postra a la altura del pequeño y le pregunta:
-¿No tienes dónde quedarte?
El pequeño dirige su mirar al suelo y apuntando atrás de él, responde:
-Ya tenemos un lugar. Se encuentra aquí atrás… es pequeño, pero nos sirve.
La mujer observa cómo se frota las manos en las delgadas piernas que sostienen su cuerpo demacrado. Es jueves y el reloj de su muñeca derecha marca las dos de la madrugada; es el momento y día más solitario. El cuarto plazo de la semana siempre es nefasto, debido a que todas las prostitutas que ofrecen su cuerpo por dinero o algo de comer, no consiguen una clientela abundante y, como resultado, no encuentran aquellos típicos hombres bigotudos que salen de las oficinas y bares para ofrecerles, como todas las jornadas de este trabajo mal visto, sus voluptuosos muslos y ejercitadas pantorrillas, asimismo sus típicos trabajos orales tras los autos o los basureros. Posa su mano congelada sobre una de las escuálidas mejillas del niño, aprecia los relieves frágiles del hueso cigomático y viéndolo fijamente a los ojos, vuelve a lanzarle otra pregunta:
-¿Este día has podido comer algo?
El niño observa fijamente los pechos marcándose por lo apretujado del escote y contesta:
-No, no hemos comido.
La mujer con una expresión confusa, con sus ojos sombreados y pestañas postizas, comienza la búsqueda del otro ser que no había probado pan al igual que el chiquillo que tenía en frente. No obstante, con la frágil luz de los faroles y el silencio del alba, no logra ver, oír o sentir a alguien recorrer sus costados, postrarse detrás suyo o detrás del pequeño esqueleto parlante y procede a decirle:
-¿Cómo es eso que no «han» comido?
El pequeño vuelve a frotar sus manos en las piernas y con una mirada débil al suelo, responde:
-Sí, así es. No hemos comido.
Sin tiempo a perder y entendiendo la situación, empieza a bajar el cierre de su vestido, dejando al aire un par de apetecibles senos aún escondidos en el sostenedor. Recuerda en esos instantes a los dos retoños que este oficio le había entregado y los cuales se encontraban bajo un techo donde podían descansar entre el calor de una cama y donde podían buscar alimentos dentro de una refrigeradora; no obstante, aún son niños que necesitan del líquido materno que emanaba de su cuerpo. Toma la mano del pequeño y demacrado mocito con gentileza, pero con un jalón certero e imprevisto lo aproxima a una de sus protuberancias –por eso lo magullado en esa zona- baja la copa izquierda y posa la boca del menor en su pezón. Se logra ver cómo el pequeño empieza a succionar con fervor el líquido vital, pero se atraganta y deja caer un poco en el suelo. La mujer se excita porque son los primeros labios que tocan su cuerpo. Dos pequeñas manos están apretando el par de senos suaves y morenos; la falta de alimento lo hacía ver de una tonalidad pálida y moviéndose poco hacia los lados atraía consigo ambas bolsas donde se escondía la comida del día. La prostituta reprime ciertos gemidos para no causar revuelo en la zona y le es difícil, ya que la falta de tacto en su piel era lo único de la noche y madrugada que no había sentido, siendo así la razón de profesar tal placer. Seguramente, el niño deja de alimentarse de ella, le pide de favor que lo deje en esta caja para poder descansar y Cassandra deja el cuerpo del menor, esperando verlo de nuevo la madrugada del viernes.
Un policía escuchando los hechos, comenta:
-Es una recreación de los sucesos muy literaria.
El compañero que narra, le responde:
-Así es, pero reúne todo lo que nos dijo la prostituta y así no sentimos tan pesada la escena.
-Está bien, «Doyle». Solo haz un informe preliminar, revisa de nueva cuenta el callejón para agrega ciertos datos y terminemos con esto de una vez.
Informe preliminar
Dos cuerpos correspondientes a menores se encontraron en uno de los callejones cercanos al edificio de la fiscalía general. El menor de ellos presenta un grado intermedio de putrefacción, su cuerpo ha exhibido manchas verduscas en la zona del apéndice y en los contornos de la boca; presenta hinchazón en el área abdominal. Por otro lado, el segundo cuerpo presenta cierta rigidez, indicando un lapso de doce a quince horas de haber fallecido. Ambos plasman un cuadro de desnutrición avanzada, siendo esta la primera hipótesis sobre el deceso de los infantes. Una prostituta, identificada como Cassandra, colaboró con el departamento de policía al relatar su testimonio con uno de los niños; sin embargo, en ningún momento la existencia del segundo. Para finalizar, dicha colaboradora no se expondrá como sospechosa de homicidio en primer grado.