JULIÁN DAVID RINCÓN RIVERA -COLOMBIA-

                   >

<     >

PÁGINA 13

Julián David Rincón Rivera, segundo de dos hijos, nacido en Bogotá, Colombia el 7 de abril de 1994. Profesional de Cultura Física, Deporte y Recreación.  
Lector apasionado, escritor por elección, músico por diversión. Cuenta con tres publicaciones con la editorial colombiana ITA, además de diversas publicaciones en revistas emergentes de América latina.
Reside actualmente en el municipio de Chía, Cundinamarca.
 

El amigo de Hugo


Ese era un impulsivo ser. Hugo siempre lo conoció como un entregado al instinto animal, ese del cual tantos machos se sienten orgullosos, ese que provoca a tantas mujeres. 
Como la mayoría de los de su especie, se envalentonaba por la cantidad de piernas femeninas que se aferraban en su vientre. Hugo, mientras tanto, lo envidiaba de buena gana, su inocencia lo convencía de ello, aunque no tenía manera de comprobar todo aquello de lo que su amigo le decía.
Sonaba convincente y la alegría y emoción de sus relatos fueron suficiente prueba para que Hugo se convenciera de la veracidad de los mismos.
Así fue como se encontró en su cuarto con aquella mujer. Allí vestida parecía ajena, diferente, nada a la exuberante mujer de las fotos que su amigo le había enseñado. La mujer estaba así, tan emocionada e impaciente como el mismo Hugo. Pero éste lo disimulaba con mayor esmero y mayor efectividad.
Debían esperar ciertos requerimientos de protocolo, lo cual pronunciaba el deseo y el anhelo. Aun así, Hugo supo mantener siempre la calma. Talvez era el hecho de saber que era algo real y eventual. Algo que se daría tarde o temprano y que era cuestión de tiempo consumar el acto.
 
Finalmente, la espera llegó a su fin, el momento había llegado.
 
Hugo permanecía tranquilo, relajado y la dama que estaba con él pasó a ser toda carne con una velocidad que parecía irreal. Echada en la cama ofreciéndose ya no presentaba ese deseo incontrolable que Hugo esperaba. Era toda ella para él y Hugo fue inflexible ante la potencia de sus emociones.
Se acercó a ella, lenta y laboriosamente, como los que no cuentan el tiempo, como los que tienen todo para perder y, en consecuencia, les vale madre todo.
Huego fue claro y certero con sus intenciones, con sus actos. Sabia a dónde acudir en un primer momento, incluso antes de que se le postrara la tentación hecha carne real y palpable en su cama.
Se puso a la altura de la mujer, frente a sus ojos y sin pensarlo dos veces apunto con su ingenua boca a la rosa semiabierta que eran los labios de la mujer.
Esta lo recibió con sorpresa, pero respondió con delicadeza y experiencia, ese sabor que Hugo desconocía. Le gustó, como no hacerlo, la novedad lo invadía todo y su afán se vio gratamente recompensado con algo más que la bien conocida experiencia de la mujer.
El beso fue un húmedo suspiro que le supo a encanto. Cerró los ojos para no olvidar el momento y palpo con sus dedos desnudos y nervioso las sedosas fibras que eran los cabellos largos de la mujer.
Como no contaba los segundos, se dejó llevar por el ritmo de sus labios que llevaban el conteo de los latidos de su corazón. Estos no se habían acelerado, pero si adoptaron una resonancia que llegó a los recovecos más profundos de la mujer.
 
Aunque no conocía el nombre de la mujer, supo que había llegado profundo, mucho más hondo de lo que había logrado llegar su amigo en la danza carnal.
Entonces, quiso Hugo probar algo más que los labios de la mujer y se desembarazó de estos. Bajó por la tersa garganta, percibiendo una leve vibración que era el grito ahogado del placer de la mujer. Llegó a sus pechos y con sus labios reconoció sus redondas formas llegando incluso a saborear el endurecimiento de sus tiernos pezones.
Reconoció su dulzura firmeza, saboreo el encanto húmedo de su cuerpo.
Hugo siguió de largo, saboreando el dulce sabor canela de su cuerpo, sintiendo el impregnante candor que dominaba en la mujer.
Pasó por la depresión repentina del ombligo, dejándose guiar por la nota más aguda del cuerpo de la mujer. Hugo percibía la energía del placer en la mujer traducida en calor, queriendo apaciguar los antojos con sus suculentos bocados. El volcán se acercaba, Hugo lo percibía en la intensidad de sus besos, en la fascinación de sus manos ocupadas por completo.
Llegó entonces al punto sublime, lo había imaginado muchas veces, de muchas formas, tanto, que no le sorprendió lo que encontró.
Volvió a la boca de la mujer, repitiendo los pasionales besos que lo habían enamorado. Ya aquí, Hugo no fue consciente de sí mismo. Dejó que el impulso y la pasión lo guiaran. Que ese instinto carnal y desenfrenado lo llevaron por la senda de la pasión. Todo lo de aquella tarde noche fue como una historia que se repite en cada escena de aquella parodia que es la vida del hombre…

 

*     *     *


Onces

 

 


Ernesto entró de lleno a la primera panadería que vio. El hambre acometía, el calor de la tarde también se lo pedía. La reunión había durado más de lo que había pensado y no se había preparado para aquello. El primer lugar que vio no era nada del otro mundo.
—¿A cómo los roscones?
—Buenos días —le recibió un joven un tanto engreído—, a cuatrocientos.
—¡CUATROCIENTOS! —dijo Ernesto, el ingeniero, en tono alarmante. Le gustaba poner a prueba el carácter y la paciencia de los tenderos.
—Si señor —se limitó a responder el joven tendero, arrojando la mirada a otro lado diferente, lejos de los ojos del ingeniero.
—¿Si están fresco?
—Sí señor
—Más le vale…
El joven tendero ahora sí miraba al ingeniero, ésta vez, en forma desafiante. Duraron así unos cuantos segundos, increpándose con la mirada, “éste tiene carácter” se dijo el ingeniero, le parecía divertido.
Después de un tiempo sin que nada pasara, el ingeniero alzó los brazos, en claro gesto de reclamo.
—¿Y mi roscón?
—¿Desea un roscón?
—Pues claro —dijo el ingeniero alzando la voz— ¿No se lo pedí?
—No señor.
—¿Cómo qué no?
El joven tendero, visiblemente irritado, mantuvo su compostura.
—Usted solo me preguntó si estaban frescos.
El ingeniero no dijo nada, se limitó a negar con la cabeza.
—Deme uno haber.
—¿De arequipe o bocadillo?
—El que sea.
—¿En servilleta o para llevar?
—Para llevar comiendo…
El Joven tendero le alcanzó al ingeniero un roscón en una canasta plástica.
—¿Qué tiene de tomar?
—Gaseosas, jugos, agua…
—Deme una gaseosa
—Grande o pequeña
—MEDIANA
El joven dio un paso, luego dudó. Observó al ingeniero, éste se limitó a arrojar el primer mordisco a su roscón. La contextura de éste era un tanto rugosa y seca, síntoma claro de que el roscón no era del todo fresco, además, no reconoció en el mordisco, que fue casi de medio roscón, el leve sabor del bocadillo que el joven le ofreció. Cuando el joven tendero regreso con la gaseosa, el ingeniero le reclamó.
—Este roscón está viejo.
—Es de esta mañana, señor.
—Usted me dijo que era fresco.
—Para mí es fresco.
—¿Un pan viejo es fresco? —le increpó el ingeniero.
—Es de hoy, señor.
El joven observó el roscón mordido, luego miró al ingeniero. Buscó un guante de manipulación, palpó el roscón.
—Señor, el roscón está blandito.
—¿BLANDITO? —El ingeniero masacraba al joven con su mirada— Ese roscón está duro.
El joven no dijo nada al instante. Se limitó a observar al ingeniero, embozando una leve sonrisa.
—¿De qué se ríe?
—Señor, ¿Usted piensa que éste roscón está duro? — le increpó el joven, alzando el roscón mordido por la mitad.
—Pues claro que está duro, eso no se puede comer. Además, no tiene nada de bocadillo.
El joven dio la vuelta al roscón, observando detalladamente por los extremos libres del mismo, que no hacían más que mostrar masa mordida, roída y un tanto comprimida.
—Que tenga poquito bocadillo se lo acepto. Pero, con todo respeto señor, el roscón no está duro.
El ingeniero, ya resignado, pidió la devolución de su dinero.
—Devuélvame la plata, esa vaina está dura.
El joven le devolvió las monedas al ingeniero, sin dejar de emitir una risa burlona de su rostro.
—No le veo la gracia, joven.
—Me parece curioso.
—¿Qué?
—Su concepto de pan viejo.
—Jaaa —ahora el que reía era el ingeniero— No sé cómo venden en éste chuzo si solo ofrecen pan duro.
—Señor. Si usted cree que éste roscón está duro, usted no sabe en realidad que es un pan duro…