EDUARDO RODRÍGUEZ MARTINEZ -CUBA-

PÁGINA 21

 

<                    >

Seudónimo literario, EMARO.

 

Licenciado en Historia por la Universidad de La Habana en 1992. Domino bien el inglés y manejo algunos otros idiomas. Soy historiador, autodidacta, escritor y periodista independiente.
Incursiono en la literatura desde los inicios de los ochenta del siglo veinte. He logrado varios premios literarios. Trabajo en los géneros de cuentos, poesía, novela y artículos periodísticos o comentarios sobre actualidad nacional. En la actualidad mantengo un blog llamado Emaro escribe desde Cuba.
En el 2015 comienzo a colaborar de manera sostenida con comentarios y otros artículos periodísticos de actualidad con la revista alternativa online Primavera Digital de Cuba (ya desaparecida en mayo del 2022) y esporádicamente en algunas otras también fuera de Cuba.
Casi todos mis libros son basados en la problemática de la Cuba de hoy,  algunos ficción, otros, testimonios. Cuento con más de cincuenta obras terminadas, muchas publicadas en Internet.
En marzo del 2019 el Colegio Nacional de Periodistas en el Exilio (CNP) escogió mi comentario publicado a finales de febrero en Primavera Digital titulado ¿Militares cubanos a Venezuela? para inaugurar un nuevo programa de promoción del Periodismo Independiente en Miami, La florida. USA.
En 2019 se me elige como uno de los tres columnistas fijos de la revista alternativa online Primavera Digital de Cuba donde colaboré hasta el final de la publicación.
Al presente sobrevivo como mensajero de farmacia jubilado.
 

GINOID
 

 

 

I

 
Roberto mi hijo trabaja como directivo en una corporación de turismo y tiene el tiempo muy ocupado. También ha construido su familia y cuenta con un par de hijos que le roban muchas horas de descanso. Trabaja muchísimo por lo que le ha ido bien a él personalmente y a la compañía que le emplea. En verdad su madre y yo lo vemos poco, pero es natural. Tiene que hacer su propia vida y a eso nos acostumbramos.
Las parejas cuando pasan muchos años juntos comienzan a sentir la necesidad de compañía, más que de sexo. La otra parte es a quien ya no tenemos nada que ocultarles, quien nos conoce profundamente e incluso puede adelantarse a algunas solicitudes o necesidades antes de que las emitamos o siquiera las pensemos. Llega el momento cuando nos servimos de bastón el uno al otro y cuando falta, pues caemos y no nos levantamos más.
Pues bien, ya mi vieja no tiene el cabello rubio sino canas, pelo blanco por todas partes y la piel tan fina y quebradiza que no se puede ni tocar. Anda el día entero buscando por todas las habitaciones las tiras de píldoras, medicamentos que tiene que tomarse a cada hora. Refunfuña y me mira atravesado ya ni se acuerda por qué. Yo me divierto y la ignoro lo cual la irrita más, pero al final ya sabemos que de eso se trata, de complementarnos y soportarnos porque no nos queda más remedio.
Nuestro deficiente andar nos impide salir de casa solos, aparte de que nos ha sucedido que a una manzana de distancia nos henos desorientado y no recordamos ni siquiera en cuál ciudad estamos. Algún vecino que nos conoce tiene la amabilidad de devolvernos sanos y salvos a nuestro hogar, pero no decimos nada para que nuestro hijo no nos regañe.
Al final Roberto dijo que había hallado una solución a nuestros problemas y que la iba a poner en práctica de inmediato.
Casi sin consultarnos contrató a una brigada y, con recursos modernos de rápido montaje, dividió la casa en dos justo al medio con una pared de materiales resistentes. Así quedaban dos apartamentos con dos de todo: dos puertas de entrada, dos cuartos, dos baños, dos salitas, dos cocinitas, lo imprescindible, pues originalmente la vivienda había sido diseñada con amplitud.
Yo no estuve de acuerdo con que me metiera a nadie en la casa por muy buenas recomendaciones que pudiera portar, por mucha apariencia bonita y cuidadosa, pues al final los seres humanos mostramos las uñas cuando se hace necesario e incluso, las supuestamente sufridas y entrenadas enfermeras especializadas habían sido sorprendidas maltratando a algunos ancianos cuando se creyeron no observadas. Eso es naturaleza humana. Inclusive, al final podrían pretender quedarse con la vivienda si necesitaban de ella, así como ayudar a los ancianos a morirse antes de cuando les tocara.
Roberto escuchó todos nuestros argumentos atentamente, luego sonrió y nos pidió que no nos preocupáramos, que no nos estaba separando para nada malo, pero necesitábamos privacidad ya veríamos para qué.
Yo fui el primero. Una clara mañana de domingo, temprano apenas terminada la división de la casa, me vino a buscar en su auto. Iríamos de compras él y yo solos. Me dijo que no me preocupara, que él se encargaba de todos los gastos, que disfrutara el paseo.
Eso intenté hacer, aunque pensaba que en realidad no necesitaba nada de nada que él me pudiera pagar pues desgraciadamente ni la juventud ni la buena salud tienen precio o no se ofertan en ninguna parte.
A mi Angelina la fue a buscar la nuera en su auto.
― “Ella se encargará.” ― Me dijo Roberto de lo más enigmático.
 
II


Llegamos a un edificio enorme en el centro de la ciudad. Después de estacionar tomamos el elevador y subimos hasta un piso que ahora no recuerdo. Un señor joven amable, vestido diligentemente, vendedor de cuello y corbata, aguardaba.  Saludó a mi hijo a quien parecía ya conocer. Conmigo hizo lo mismo mirándome escrutadoramente a los ojos, mientras le preguntaba a Roberto: ―
― “¿Ya sabe a qué viene?”
― “No. He querido darle la sorpresa y ver cómo reacciona.”
― “Bien, síganme.”― Dijo. Y se volvió para avanzar hacia una puerta cerrada de lo que parecía un almacén esmeradamente limpio y arreglado.
La puerta se movió automática hacia el lado dejando ver un gran espacio en penumbras. Parpadearon algunas luces en el techo y me costó acostumbrarme a la nitidez y la claridad súbita.
Es un almacén, pero no de trastos y cajones. Por unos instantes creí estar en la galería donde se refugian los antiquísimos guerreros chinos de terracota, pero todas eran mujeres, mujeres hermosas y jóvenes en perfecto estado de inmovilidad, formadas en pasillos perfectos para que una persona pudiera caminar entre ellas sin perturbarlas.
― “Escoge.”― me dijo mi hijo y demoré en interiorizar lo que me pedía.
¿Para qué carajos me había traído hasta aquí? Yo no estaba para putas. Si su madre se enteraba de seguro le querría cortar la cabeza, pero me pareció extraña la perfecta formación de las chicas y su total inamovilidad inexpresiva.
El vendedor también disfrutaba y me sonreía cuando habló. –“Señor que no son putas. Son robots, androides. Ginoides con más precisión. Réplicas mecánicas de seres humanos casi idénticas a las cuales usted puede acomodar según sus gustos, necesidades y demandas. Ya su hijo me dijo que usted las prefería rubias con ojos claros. Escoja. Hay cientos de modelos y cuando usted seleccione a la joven, la acondicionaremos con los principios básicos que usted requiere y ella irá aprendiendo con su compañía y sus explicaciones cotidianas en su domicilio. Aprenden rápido las chicas, se lo aseguro.”
Yo no lo podía creer. Allí había un montón de mujeres todas del mismo tamaño y la misma edad. Todas muy bellas y me miraban como diciendo Seleccióname a mí, pero no se movían. Ni siquiera movían los ojos.
― “Ya entendí.”― Le dije finalmente a mi hijo mirándole con sorna. Así que esta es la solución. Pensé.
― “A la vieja le deben de estar comprando un tipo ahora mismo en otro departamento, así que aprovéchate que ella sí lo va a hacer.”― Me dijo riendo.
Yo me quise poner celoso por unos instantes, pero me dije “¡Qué cojones!” y me puse a caminar por entre las muchachas despacito, muy despacito.
Había una rubia que aquello era un sueño para mí y después de verla en redondo le toqué el culo, pero no reaccionó. Más bien quería ver si se ofendía, si se dejaba, y el tacto que tenía me gustó. Aquello era una mujer, mujer, pero una real me habría abofeteado y duro por lo que le hice. Esta ni se inmutó.
El vendedor que me estaba observando de cerca se me acercó e inquirió conocedor. –“¿Esa, señor?”―
Yo con la boca abierta la volví a mirar. Me le encimé y le respiré todo mi agrio aliento en la cara rozándole el pubis discretamente con el puño de mi mano. Tenía de todo, aunque la mandaría a afeitar.
― “Sí, esta.”― Le respondí al vendedor intentando no perder de vista a la muchacha.
Mi hijo atendía desde cerca en silencio evidentemente complacido con mis reacciones positivas. El vendedor sacó de su camisa una especie de parpadeante lector electrónico para leer códigos de barras y se lo acercó a una de las pupilas de la joven quien de inmediato pareció animarse, tomar vida en un instante emocionante. Nos miró a todos con aquellos impresionantes ojos grises―azules y nos dio unos buenos días con un tono de voz encantador.
― “Sígannos. Ahora iremos a la oficina a establecer sus parámetros iniciales según el gusto del consumidor.”
La muchacha camina delante de mí como una gacela. La he dejado ir delante para poder observarla bien. Es perfecta. ¡Qué clase de suerte tengo! No pude dejar de mirarle el trasero y apreciar aquel enaltecedor movimiento femenino que indican salud y sexo, hasta cuando ingresamos en una espaciosa y elegante oficina.
― “Siéntense por favor.”― Nos pidió el vendedor mientras él se instalaba detrás de un pequeño buró donde titilaba un ordenador y descansaban algunos papeles impresos. La muchacha se sentó a mi lado y mi hijo detrás como lo más natural del mundo.
El vendedor habló: ― “Lo primero que tengo que informarle es que esto es un androide de última generación que imita exactamente el físico de un ser humano, pero no está hecha exclusivamente para sexo. No es esa su principal función, aunque nunca saldría embarazada.
Este modelo tiene la fortaleza y la resistencia de diez seres humanos y está diseñada para acompañar en todos los sentidos a los ancianos. Se comunica por Wifi y banda ancha cuando es necesario y monitorea constantemente los parámetros vitales de los atendidos los cuales informa a la clínica geriátrica más cercana a su domicilio. En caso de solicitarlo, puede llamar internamente a su hijo u otra persona sin utilizar la línea regular. Puede pedir una ambulancia u otro tipo de ayuda si lo considera necesario. No hay que pagarle, ni alimentarla. No necesita ir al baño ni se duerme, no aduce molestias dudosas como las famosas jaquecas, nunca está de mal humor, ni tiene familiares ni emergencias que surjan fuera de su servicio, nunca lo traicionará ni se apartará de su lado, siempre estará atenta a escucharle y no emitirá criterios si no se los pide, y si se los pide van a ser siempre muy honestos y lógicos según el caso. Puede conducir, aunque ya los autos son robóticos, puede entablar conversaciones muy inteligentes con otros seres humanos y con otros androides sin que ninguna persona que no la conozca note su procedencia mecánica, pero recuerde, es casi un ser humano y responderá como tal ante insultos o malos tratos los cuales reportará a la agencia rápidamente. Si hiere sus sentimientos podría incluso retirársele sus servicios o cambiarla por otro modelo menos sofisticado. Cualquier imperfección en su funcionamiento sería detectada por nosotros de inmediato y así lo solucionaríamos. ¿De acuerdo?”
Yo debo de haber asentido con la boca aún abierta pues el vendedor se veía satisfecho.
― “Bien, pasemos a los detalles. Ella está grabando. ¡Cuál nombre prefiere?”
― “Bueno… Lucy.”  Balbuceé. Siempre quise tener a una Lucy.
― “Señor, es necesario que me responda a todas las preguntas que le voy a hacer, aunque tengan carácter íntimo pues su Lucy ya está escuchando y anotando. No se puede equivocar ahora, ¿verdad?”
― “Bueno, yo…”― Observé a mi hijo quien en silencio me asintió asegurador, a la nueva Lucy que me miraba con sus intensos ojos gris azul y me dispuse a confeccionar la mujer perfecta según mis muchos años de experiencia. Wao, era la primera vez en la vida que podría ordenar a gusto. Me voy a divertir con esta chica. Me acomodé, suspiré, y me dispuse a pedir.
― “Adelante.”― Le dije al vendedor.
 
III
Cuando mi hijo nos dejó en la casa la muchacha me ayudó a bajar. Él ni se bajó del asiento pues tenía que laborar. Abrí la puerta y dejé ingresar a Lucy a su nuevo domicilio, pero no pude resistir la curiosidad de tocar en la puerta de mi mujer oficial para ver qué se había comprado.
Me atendió un tipo que hacía muy buena pareja con mi nueva acompañante. Me dieron deseos de preguntarle qué carajos hacía allí, pero me detuvo la sonora carcajada de mi vieja quien estaba observándome desde detrás en las penumbras. Miré bien al tipo con sus aparentes y muy atléticos veintitantos años de edad. Parecía un romano sacado de algún libro de historia y esculpido por Miguel Ángel. Vestía una camiseta muy ajustada donde se destacaban sus bíceps y estómago plano. Vestía un jeans Wrangler azul y tenis deportivos un tono más oscuro, pero sin marca. Tiene los ojos color café muy claros y lleva bigotes abundantes.
―Así que te gustan los bigotudos. Si me lo hubieras dicho nunca me habría afeitado el mío hace milenios.” Le dije a la vieja ya aprendiendo a controlar los celos.
La vieja volvió a reír, lo cual no hacía desde siglos atrás, me parece. Esto me hizo sonreír también y ser más receptivo. Avanzó unos pasos hacia la entrada mientras el muchacho se apartaba cuidadoso sin decir palabra. Me cerró suavemente la puerta en la cara mientras alcanzaba a escuchar lo que me decía.
― “No tengo nada en contra tuya, pero no quiero molestias. No me estés tocando a la puerta para nada. Ya tenemos a quien nos cuide y quien nos entretenga. Chao.” Y se calló.
Vuelvo hacia mi entrada justo al lado y espero sinceramente a que la pared que instaló mi hijo sea lo suficiente a prueba de sonidos, pues no me agradaría tener que escuchar algunas cosas que me son tan familiares, supongo.
Lucy está ahí, detenida justo tras el dintel. En algún momento cuando nos acostumbremos le presentaré a la vieja y a su nuevo juguete. Observo a mi alrededor, pero no descubro ningún rostro de los curiosos habituales, aunque este barrio no es muy movido. Mañana o pasado sacaré a Lucy para que conozca el ambiente y los vecinos se mueran de envidia. Me voy a dar gusto dejando que la gente rumore todo lo que le dé la gana pues no tendrán forma de averiguar de dónde he sacado este primor. La agencia no va a revelar nada como política de ventas, me dijeron. También me informaron que, aunque algún curioso se ponga a hablar con ella cuando yo la mande a hacer algún mandado, no podrá determinar su origen. Ella tampoco lo va a decir, aunque responda y se comporte como un ser humano común. Siempre aparecerán muchos chismosos con diversas teorías en conciliábulos hasta cuando este servicio se haga muy común y de conocimiento general, tal vez antes de que se denote su falta de envejecimiento o deterioro físico. Probablemente otros intenten conquistarla para llevarla a la cama al menos una noche, pues ella siempre va a escuchar atentamente a los humanos, aunque no creo que ninguno logre lo que se propone, pues ella en realidad está diseñada para ser totalmente leal.
Me han dicho que Lucy puede saber siempre dónde se encuentra pues puede conectarse internamente al GPS satelital por lo cual, si lo desea, podría incluso ir al extranjero y retornar, pero dudo que pase de incógnito los controles del aeropuerto por todo el metal que lleva adentro, especialmente en su esqueleto de titanio. Podrían llevarla en la zona de carga de una aeronave pues no necesita respirar ― aunque sí reproduce los movimientos que lo sugieren ― ni tampoco le afectan las diversas temperaturas ni diferentes niveles de presiones. Podría estar días debajo del agua y sus baterías pueden durar meses sin necesidad de recarga, según el uso. Lleva en su memoria principal varios Teras para almacenaje de información para todo lo que yo pueda necesitar cargarle y no borra jamás. Su sistema operativo personal es inviolable e invulnerable por virus y hackers, por lo menos hasta ahora. Desde este momento ella estará siempre aprendiendo de mí, mis costumbres, horarios, gustos, etc. Cocinará como un chef cuando se acomode a mi paladar, aunque tendré que revisar muchas veces sus primeras cocciones para ajustes en los contenidos de sal, sazones, etc. Por supuesto que ella me hará sugerencias culinarias de acuerdo a lo que ella perciba de mi estado, así como mi disposición, azúcar, triglicéridos y colesterol en sangre, etc. Ella puede incluso detectar y diagnosticar enfermedades, pero siempre haría falta el consenso médico más bien seguramente debido a precauciones legales y de seguros, etc. Lleva toda la información necesaria en su cerebro, toda la información, todo el saber del planeta, cualquier tema. Solo hay que consultarla y ella sabrá. Me pregunto cuánto le habrá costado a mi hijo, aunque él nunca me dirá, pero ya lo averiguaré. De todas formas, mi hijo me ha dicho que la inversión vale la pena, pues así nosotros estaremos mucho mejor cuidados las veinticuatro horas del día toda la semana mientras él estará más tranquilo y despreocupado para dedicarse a su trabajo y familia, que cuando necesite saber algo se lo puede preguntar en cualquier momento por interno a Lucy con el código que le ha proporcionado la agencia. Probablemente si hubiese rentado a un par de enfermeros humanos le costaría más y estaría menos seguro el servicio que tampoco sería tan permanente y dedicado. Por cierto, ¿cómo se llamará el de la vieja?
―“Lucy, vamos a hacer café. ¿Te gusta?”
―“Sí señor, pero yo no puedo, no necesito tomar absolutamente nada, me dispensa.”
¡Claro, que estupidez! Pienso. Tengo que acostumbrarme.
―“Ven, primero te voy a dar un recorrido por la casita para que la conozcas a fondo y te iré contando los detalles a los cuales me he acostumbrado. ¿Bien?”
―“Sí, señor.”
―“Elimina lo de señor. Trátame como si siempre hubiera sido tu marido.”
―“OK marido. Me enseñas.” – Me dijo con una satería que me comenzó a gustar tal vez demasiado rápido.
Ya llevo dos días observándola hacer dentro de la casa. En la cama, sin preguntas, lo mejor de lo mejor. Su cuerpo es tan cálido y suave como el de cualquier mujer. Me encanta aunque mis energías no son demasiadas. No puedo exagerar. Mas no hay nada que ella necesite entender, todo lo sabe.
La voy a sacar a la calle a caminar un poco. Su comportamiento no será de custodio sino de amiga. Le he pedido discreción aunque creo que no hubiera sido necesario. Ella sabe comportarse.
 
IV
Hoy vamos a salir a disfrutar de una caminata por el barrio. Cuando abrí la puerta de la calle me percaté de que desde cuando había arribado con mi hijo y Lucy, no me había asomado al exterior. Por supuesto que mi existencia ha cambiado mucho para bien desde entonces. Se me han abierto numerosas posibilidades con esta nueva mujer que todo lo acepta, o casi todo, teniendo en cuenta que en ocasiones aún se me ocurren locuras potencialmente peligrosas para mi salud a las que ella se niega con todo el amor del mundo, mas para eso está ahí. Pero no escucho frase, ni regaño en voz molesta o chillona, no descubro en esas miradas instantáneas los malos rictus en las expresiones en los rostros de a quienes pudieran molestar o importunar nuestras cortedades, pero no lo desean o no les conviene demostrar.
El aire fresco de la mañana empujó la puerta como para que se cerrara de golpe, pero ella interpuso su cuerpo y paró el movimiento con sus acolchadas nalgas antes de que me golpeara. Salimos y ella cierra detrás. Se coloca a mi lado.
―“¿Y usted señor, qué edad siente que tiene?”― Me toma de la mano y observa mi rostro con amabilidad.
Yo no puedo dejar de sonreírme.
―“Bueno, tener por tener tengo ochenta años, pero me siento de veinticinco contigo a mi lado.”―
Avanzamos por la acera y observamos las casas y los escasos edificios de esta zona suburbana. Es una mañana radiante con un sol que calienta buenamente los huesos y aleja el frío y la humedad nocturnal. Mientras avanzamos por la acera noto algunos rostros quienes nos miran con silenciosas interrogantes. Quizás muchos piensen que Lucy puede ser mi nieta o algo así que ha decidido acompañarme un rato. Llegado el tiempo ya cada cual sacará su propia conclusión, tal vez cuando la vean la mayor parte del tiempo en mi compañía. Ella nunca está a más de tres metros de distancia de mi cuerpo, según he notado.
Me agrada caminar con esta mujer a mi lado tan escuchante y amable en todo momento. Hoy viste un ligero vestido de algodón rojo Ferrari que baila con el viento alrededor de su juvenil figura ligera encima de un par de zapatos con tacones elevados que domina con destreza. De alguna forma se insinúa su pequeña ropa interior aunque no se pueda efectivamente ver. El cabello lo lleva encantadoramente al descuido en un moño encima que deja caer greñas doradas hacia el rostro que ella aparta con suavidad mientras camina con la prestancia de una modelo de pasarela. Sus ojos gris azules impresionan por su intensidad y transparencia. Asemejan a los de un niño cuando mira sin parpadear.
Muchas noches ya ni enciendo la televisión y nos sentamos a conversar sobre los temas que se me ocurren, realmente a conversar, no solo hablo yo, sino que ella escucha con tanta atención y amor que me estimula a contar toda mi vida como hacemos los viejitos. Tal vez le sirva de experiencia que acumula y anota interna y cuidadosamente. Mis vivencias a veces son entretenidas, otras aburridas, pero no puedo evitar la narración.
Un par de jóvenes, elementos clásicos del barrio que no tienen nada mejor que hacer que perturbar la tranquilidad, pasan muy cerca de nosotros por ambos lados mientras miran descaradamente a Lucy en forma muy provocadora. Uno se atreve y le espeta:
―“Niña, deja al abuelito y ven con nosotros que te vamos a hacer pasar un buen rato.”
Ella escucha, medio que vuelve el rostro y sonríe, se inclina un poco y me besa ligeramente en los labios. Los jóvenes se escandalizan buenamente pero continúan su camino expresando tonterías acera abajo. Pura envidia. Si hubieran intentado propasarse con ella, como seguramente habría sucedido en un barrio más malo, probablemente se hubieran llevado un buen susto y un mal rato. Un solo golpe de su mano podría tranquilamente matar a un ser humano y eso de las tres leyes de la robótica son pura historia antigua hoy día. Seguimos caminando por la avenida con muy poco tránsito a esta hora de la mañana.
Deambulamos por una buena hora haciendo paraditas aquí y allá. Por pura curiosidad le preguntaba capciosamente sobre edificios o estructuras que para mí eran comunes y ella me daba las respuestas apropiadas sobre el entorno que conocía completo por habérselo incorporado seguramente durante la instalación de su memoria. Le preguntaba sobre su pasado y me respondía buenamente que ella era Lucy, una androide modelo Súper Nexus bla, bla, bla y me repetía todos los datos hasta con la fecha exacta de terminación y venta. No pretendía nada que no fuera ella. Me gustaría ver cómo se comportaría si la enviara a dar un paseo a ella sola en alguna zona muy populosa. Sería un buen experimento que a lo mejor haga pronto mientras la observe desde cerca sin que ella lo sepa. ¿Cómo se comportaría? ¿Cómo interactuaría con extraños para los que ella no está programada de compañía? Probablemente sea un modelo de educación y conocimiento mundano, pero creo que va a ser difícil que se aleje de mí, aunque se lo ordene.
Retornamos yo cansado pero muy refrescado por el paseo afuera. La próxima será llevarla a algún restaurante, aunque sé que ella no comerá nada.
En la casa se comporta como una persona más y presiento que sus sensores siempre me están captando, aunque no me mirara directamente. Es cómodo cohabitar con ella. Nunca está atravesada para entrar al baño por las mañanas y lo mantiene todo limpiecito y arregladito como ella lo encontró cuando llegó por primera vez, sobre todo mi ropa siempre está limpia, bien acondicionada y olorosa. Me afeita, me baña diariamente y peina mi cabello canoso con mucho amor. Siempre que le pido algo no hay excusas para deshacerse de la solicitud ni lo hace de mala gana. Nunca se aprecia estresada ni preocupada por nada. Todo lo puede, todo lo sabe. Lucy se me ha hecho rápidamente imprescindible, como soporte de vida, mucho más que un mero bastón, pero…
El otro día tropecé con la vieja en la puerta. Por cierto, su androide macho se llama Pedro pues me lo presentó. Se ve rejuvenecida. Hasta  me habló con cierto orgullo:
― “Viejo, ya no me haces falta, con este muchacho estoy de maravillas.” Y se recostó a su pecho fuerte, sin que se moviera un centímetro o se tambaleara. “Eso es bueno, que me deje tranquilo vale un millón de pesos.” Pensé.
Hay que ver cómo me deben de brillar los ojos cuando salgo, por ejemplo, del teatro con ella colgada de mi mano toda olorosa a perfumes caros, cómo me estiro para parecer más alto, más joven y hábil pues me sé en la mirada de muchos quienes probablemente piensen que aquella muchacha debe andar tras el dinero del viejito y otras cosas peores. ¡Ah, cuanto placer vivir con esta chica perfecta!
Algunos de los jóvenes a quienes conozco por ser colegas de mi hijo se nos han acercado con la velada intención de conocer sobre esta muchacha encantadora y tan sensual que siempre me acompaña a todos lados, pues a lo mejor pueden sacar una buena noche de cama con ella o más tal vez, pero ella los rechaza con tanto amor que continúan insistiendo los muy tontos. Incluso los demás veteranos conocidos están curiosos pues conocen que yo no tuve hijas ni nietas cercanas ni lejanas.
A la vieja estoy que no quiero ni verla. Por suerte mi hijo no viene por la casa ahora que puede saber de nosotros sin tener que viajar. Sabe que estamos bien y contentos, mejor cuidados que nunca. Mi autoestima está por los cielos. A veces la toco fuerte para ver si puedo sentir algún metal o mecanismo, pero no funciona así, tan parece de verdad que ya la considero un ser humano más, o mejor que un ser humano…más, mucho mejor.
Ya me acostumbré muchísimo a su presencia agradable. Por suerte Lucy no tiene necesidad de ausentarse a estudiar o a trabajar, ni de compartir con amigos  de su edad. 
El otro día una vieja vecina tocó a mi puerta con el pretexto de regalarme un dulce y puso cara de susto y rabia, o envidia ¿quién sabe? cuando la vio moviéndose por la casa descalza y con un desabillé semitransparente y nada debajo como si tal cosa. Se fue sin esperar las gracias. Me divierten tanto las pobres reacciones humanas que percibo ahora. ¡Viejo Verde! Me pareció escuchar mientras se marchaba probablemente ofendida no sé por qué. ¡Qué gracioso! No creo que haya alimentado pretensiones secretas conmigo. A veces pasa, sí.
 
V
Ayer llegó mi hijo sin avisar.  Me dijo que se llevaba a Lucy. Por poco me da un infarto con la noticia hasta cuando pude percibir que era una broma pesada, pero él está ligeramente preocupado.
Se quedó mirándola y mirándola por largo rato, viéndola hacer. A lo mejor estaba pensando, aunque no le pregunté, que pudiera comprarse una. Pero tendría que averiguar si su mujer se lo va a aceptar. Lo vi lujurioso y falto de sexo. Se la comía con la vista, pero le faltó valor para pedírmela prestada. Él debe de estar pasando en estos momentos en lo que los sicólogos llaman la crisis de la edad media o de los cincuenta años.
Pero Lucy es mía. Por supuesto que yo no se la voy a ceder ni por un minuto, Lucy es mía, literalmente de mi propiedad, aunque él me la obsequió. Que se compre una si es que le alcanza el dinero o que ahorre desde ahora. Además, habría que comprobar si ella se deja hacer por alguien para quien no está programada. Creo que no.
―“¿Estuviste a ver a tu mamá?”
―“Sí, casi ni me atendió. Imagínate que parece una boba enamorada de su Pedro el robot. Es el colmo, me estoy poniendo celoso con lo que yo mismo armé, pero al final reconozco que a ustedes les va excelentemente bien, así que no tengo nada que alegar en su contra.
Esto de los androides acompañantes aún es un experimento poco conocido, como debes haber descubierto. Ustedes son muy privilegiados al haber sido aceptados para los ensayos pre ventas masivas. ¿Cuál es tu opinión con esta solución?”
―“¡Ay hijo!, esto de traer a Lucy a mi vida es lo mejor que me podía haber pasado. Es como haber recomenzado a vivir mi juventud aunque mi cuerpo ya no sea el mismo, pero vale la pena, te lo garantizo. Me hace vivir con intensidad los años que me puedan quedar y no se te ocurra hablar de quitármela porque ya no estoy claro de que pueda retornar a vivir como antes y de seguro que no soportaría a tu mamá de vuelta. Creo que me muero primero.”
Roberto sonríe conocedor. Se imagina la imposible escena del reencuentro de sus padres bajo el mismo techo. Sería una catástrofe. Ambos hemos visto cómo me he ido acostumbrando a este ser artificial diseñado y construido perfecto que no tiene por donde descubrir que no es humano, de hecho, es mejor que los humanos en todos los sentidos, al menos para mí. Imagínense poder tener toda la vida a la mujer de nuestros sueños a nuestro lado siempre con veinticinco años, sin jamás protestar, pero que sabe decir que no cuando hace falta, que siempre está lista y amable y perfecta. No se aburrirá, se lo garantizo, en especial cuando ya comenzamos a perder las esperanzas y extrañamos aquellos sentimientos que nos alimentaron cuando éramos adolescentes y aún creíamos en muchas cosas improbables pero buenas. Todo era posible, el universo se había hecho para nosotros.
El transcurso de los años solo nos torna más pragmáticos, menos soñadores, más amargos, menos creyentes, más débiles.
Mi hijo se ha ido pensativo. Hablamos mucho y hemos llegado a la conclusión de que cuando estos seres humanos artificiales salgan en ventas masivas a la calle, todo quien pueda financiarlos se los va a comprar. Por supuesto que va a comenzar a aumentar la población, pero no por nuevos nacimientos, sino por adiciones mecánicas que serán todo amor, diseñados para servir incondicionalmente a sus dueños, excepto, espero yo, para hacer daño a otras personas.
Estas reproducciones comenzarán a invadir los puestos de trabajo tradicionales de los seres reales y se generarán protestas y huelgas ante el desempleo. Los empresarios, sin duda, aceptarán preferentemente personal que nunca se enfermará, que no saldrán embarazadas, no alegarán necesidades extra laborales, no mentirán, ni se ausentarán con o sin permiso, no exigirán aumentos de salario, ni mejoras laborales, ni beneficios médicos, perfectas. En caso de roturas pueden ser reemplazados de inmediato sin problemas y el obrero averiado será tirado a la basura, vendido como chatarra, o enviado al reciclaje sin sentimentalismos inútiles o reclamaciones tontas.
Pero ese no es el principal problema, pienso. Imagino, como me ha pasado a mi persona, que en la medida como comienzan a proliferar estos androides idénticos a los humanos, o más bien muy mejorados en relación a nosotros, las personas comenzarán a preferir estar en compañía de ellos, salir a la calle con seres que siempre van a estar ahí ante cualquier circunstancia y que incluso pueden ser utilizados como armas de autodefensa en caso de necesidad extrema. Sentirnos acompañados con personas que no enfermarán ni se avejentarán, que no les importará que nosotros inevitablemente sí nos desgastemos con los años, y que escucharán nuestras quejas y reclamos de salud o por la mala suerte sin pestañear o bostezar, sin malas caras ni sonrisas compasivas, seres que pueden ser diseñados para demostrar y poner en ejecución todo el bien del mundo para con nosotros.
¿A quién preferiría usted?
Me pregunto qué pasaría si veinte años más adelante, suponiendo que aún yo esté vivo, ya el modelo de Lucy esté descontinuado y no se fabriquen piezas, o sus sistemas operativos no se actualicen más, etc. Hay que legislar todo eso para proteger a los viejitos. Porque al final queremos creer en que siempre puede existir un ser humano mejor, no una máquina insensible. Entonces, aunque agazapada muy detrás en las últimas neuronas, vemos la verdad, pero consideramos y queremos a las réplicas como a seres humanos por encima de toda lógica porque al final eso es lo que necesitamos, la perfección, lo bueno de nosotros a toda costa, y que no hemos alcanzado con tantos siglos de perfeccionamiento biosíquico.
A mí me aterrorizaba considerar una existencia próxima donde tendría que estar tomando decisiones constantemente y elaborando graves alternativas. Para nada. De inmediato borraba al estúpido que me lo informaba y retornaba a mi mundo de camiones y avioncitos. Es mejor imaginar y prepararnos un entorno más amable si podemos. ¿Por qué no si ya está en nuestras manos?
Ha comenzado a suceder lo que se me ha ocurrido llamar el Síndrome del Acompañante. Preferimos estar acompañados con seres artificiales pero perfectos. Nos distanciamos de los reales a todas luces inferiores en el trato y en todo lo demás. ¿Le puedo dejar a Lucy un testamento legal para cuando yo fallezca herede todas mis propiedades y se quede a vivir en esta vivienda que es mía hoy? ¿Qué derechos tienen estas personas alternativas a quienes hemos comenzado a preferir en contra de nosotros mismos?
Por lo pronto disfruto tanto en salir a la calle acompañado por esta chica colosal a mi entera disposición sin atavismos ni convencionalismos típicos de nosotros que me impedirían convivir con una real. A mi Lucy yo le podría tocar el trasero en plena populosa calle y no haría el menor gesto de rechazo ni emitiría palabra de susto alguno. En cambio, incluso, si pagara a una prostituta no le podría hacer eso mismo en ninguna parte en público, a no ser que el dinero sea suficientemente convincente, pero los demás presentes de seguro me mirarían mal, como un bicho raro. ¡Viejo Verde! Pero yo me siento tan bien, tan seguro de estar con mi Lucy. El mundo puede pensar lo que quiera, a mí me parece muy bien. Nadie ha forzado a nadie ni violentado nada. No estamos cometiendo ningún delito y sin embargo…fuera los humanos. Me quedo con mi Lucy. No hay cosa más sublime que poder apretar con deseos sexuales encubiertos o no su cálido cuerpo joven y esbelto contra el achacoso y deteriorado mío conociendo que no hay rechazo ni en la más lejana neurona. Suena incluso mejor que cuando éramos unos adolescentes.
El otro día una anciana majadera pinchó en el trasero a uno de mis nietos que iba con su novia para comprobar si era un androide o un humano. Llevaba escondida una agujita en la punta de su paraguas. Por supuesto que mi nieto saltó con un grito de dolor apretándose el glúteo. Un robot hubiese permanecido imperturbable o cuando más se tornaría a observar la fuente de la pequeña agresión a su entidad, pero no saltaría de dolor.
La anciana solo exclamó un –“¡Ah!” de desagrado y siguió su camino renqueando, dejando  al joven sin entender qué sucedía.