ALBERTO CABRERA CENTENO -ESPAÑA-

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PÁGINA 24

 

Nací en Palencia (Castilla y León, España) en 1987, y desde que tengo memoria siempre me han apasionado las historias, ya fuera en libros, cómics o películas devoraba con avidez todas las historias que podía, sin ser muy exigente en mis primeros años, quería conocer otras realidades, otros mundos, vivir aventuras sin importarme mucho si las novelas estaban bien escritas o los guiones de las películas eran decentes.
Con el paso del tiempo fui desarrollando un gusto más exigente y comenzó a crecer un ansia dentro de mi: la de poder contar yo mis historias, naciendo así mis primeros guiones de cómic y relato, pero un sueño se impuso sobre todos los otros: el de ser algún día guionista y director de cine. Ello enfocó mis estudios hacia lo más cercano que había en mi juventud a estudios relacionados con cine en España: Comunicación Audiovisual, que cursé en la Universidad de Extremadura, a lo que siguió una formación más especializada en guion cinematográfico. Lamentablemente mis intentos de entrar en el mundo del cine no se concretaron, y los cortometrajes en los que tuve ocasión de participar nunca alcanzaron mis expectativas.
 Actualmente resido en Lisboa, y colaboro cuando me es posible con aquellas publicaciones que quieran acoger mis relatos, o con aquellos artistas que quieran dar vida a mis guiones.

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EN MI MEMORIA

 

Cuando María se despertó se sintió mal incluso antes de abrir los ojos. Sentía como si la cabeza le fuera estallar. Un dolor intenso que parecía nacer en lo más profundo de su cerebro y se extendía hacia fuera, amenazando con romper su cráneo. Al dolor le siguió una sensación de confusión, similar a las veces que había tenido resaca; no, no era similar, pero no tenía otra cosa con la que compararlo. La sensación de no saber qué había hecho ayer, ni cuándo fue ayer. Un vacío, no de horas, ni siquiera de días, si no más amplio.
Se incorporó emitiendo un gemido, y fue entonces cuando abrió los ojos.
No reconocía la amplia habitación en la que se encontraba, aunque estaba decorada con un gusto muy similar al suyo, sobrio, y con predominancia de colores fríos. A pesar de sentir cierta familiaridad, aquello no la tranquilizó.
No se dio cuenta de que estaba temblando hasta que notó una mano posándose con delicadeza en su hombro. Se giró, y vio una expresión de franca preocupación, en un rostro que no conocía en absoluto.
María comenzó a llorar, tapándose la cara. Su matrimonio había tenido sus más y sus menos, pero nunca había pensado en dejar a su marido, mucho menos engañarle. Pero de pronto un recuerdo, irrumpió en sus pensamientos de golpe, sin preaviso, vívido y claro: se habían divorciado, tras un largo y penoso proceso. Pero, ¿cuándo había pasado eso?
El dolor de cabeza se había mitigado, pero ahora tenía una sensación aún peor.
 
Noto que le rozaban las muñecas, y se alejó con violencia, cayendo de la cama al suelo enmoquetado. Se alejó de la cama, apoyándose contra la pared, ante la mirada atónita del desconocido, que se acercaba poco a poco, preguntando qué pasaba, si se encontraba bien, como si la conociera. Según le miraba, le inundaba una sensación de familiaridad, pero no sabía porqué, hasta que de pronto recordó: "Es Lúcas, tu tercer marido".

El episodio sufrido por María fue uno de tantos de aquella mañana de primavera, aunque no fue ni de lejos el más desagradable, ni el más desafortunado. Otros terminaron con un arma disparada contra los desconocidos que se invadían la casa de un hombre que sin saberlo había matado a su hijo mayor y al marido de este. El más llamativo fue el caso de un ejecutivo que se vio sorprendido por esta repentina pérdida de recuerdos y el lacerante dolor de cabeza que lo acompañaba en plena autopista, conduciendo su Porsche que atravesó la mediana provocando una colisión múltiple que acabó con 7 muertos, incluido el ejecutivo, y 13 heridos, uno de ellos, un niño de 7 años que salvo que sus padres pudieran permitirse un costoso tratamiento, perdería la pierna y el brazo izquierdos.
 
Lucía había oído hablar de ello en las noticias, por supuesto. No se hablaba de otra cosa desde hacía más de una semana, de como una brecha de seguridad había provocado un fallo en el respaldo de los recuerdos de aproximadamente  45000 personas, provocando una caída brutal en las acciones de "The Palace", y la compra de todos sus activos por parte de su competencia directa, que ya había anunciado a bombo y platillo que restituiría los recuerdos perdidos de todos los afectados
 
No obstante, era la primera persona afectada a la que conocía de primera mano, por motivos más que obvios. Las personas que se podían permitir este tipo de respaldos eran apenas las grandes fortunas, personas privilegiadas que habían extendido su vida más allá de lo que se consideraba natural, y utilizaban un almacenamiento digital para superar las limitaciones de sus cerebros. Gente que no se había conformado con acumular más de lo que podían gastar, sino que ahora vivían indefinidamente, viendo como el común de los mortales seguía atada al ciclo de nacimiento, decadencia y muerte que apenas un siglo antes era lo esperable.
 
María la había recibido en un elegante apartamento con vistas al mar que había adquirido cuando era joven, y en el que había pasado algunas vacaciones con su primer marido y sus dos hijos. De todas sus propiedades era la única que le era totalmente familiar, por lo que era donde se había mudado, lejos de su familia y amigos, algunos de los cuales aún reconocía, unos le eran vagamente cercanos, y otros le eran totalmente desconocidos.
 
Lucía estaba de pié, paseando por la amplia estancia, mientras esperaba a que María recuperase la compostura, y fuera capaz de hablar más de siete palabras sin que amenazase a echarse a llorar.
Volvió a mirar a su potencial cliente, que parecía haberse por fin calmado y ahora hacía rodar entre sus manos un vaso de cristal del que no había bebido ni un sorbo.
 
No dijo nada, se limitó a quedarse mirando, esperando a que por fin empezase a hablar.

―No es como uno se esperaría, ¿sabe? Esta...amnesia, o como quiera usted llamarlo. No es como si desde un momento concreto en adelante todo se hubiera borrado. Es como si...
 
Se detuvo unos segundos, y Lucía comenzó a rezar para sus adentros, pidiendo por favor, que no volviera a ponerse a llorar. No lo hizo, siguió hablando, con voz monocorde.
 
―Parece como si alguien hubiera cogido un libro y se hubiera puesto a arrancar páginas al azar, y a tachar palabras. Hay partes que puedes leer sin problema, mientras que otras no tienen ningún sentido.
 
Lucía se sintió gratamente sorprendida. La primera impresión le había hecho pensar que le iba a costar entender que quería esta mujer de ella. Bueno, no de ella particularmente, sino de la empresa para la que trabajaba, pero ahora veía venir qué era lo que María esperaba conseguir.
 
―Dicen que van a arreglarlo, ¿sabe? Se supone que de aquí a unos días, o semanas, no sé, todos tendremos de vuelta lo que hemos perdido pero...no sé si quiero.
 
Lucía arqueó la ceja, y finalmente se sentó, quedando justo en frente a María, mirando directamente a sus ojos, pensando que así quizá podría entender que quería decir; justo cuando había pensado que empezaba a entender algo, resultó que se equivocaba.
 
―¿Sabe que no recuerdo a mis nietos? Y mi tercer hijo es como una presencia que va y viene en mi memoria. Ni siquiera recuerdo haber estado embarazada de él, o haberlo parido.
 
―Puedo entender que debe ser frustrante.―Dijo Lucía, intentando parecer empática.
 
―¿En serio?― Respondió María, dejando el vaso en la mesa que la separaba de Lucía.
 
Lucía arrugó el entrecejo, pensando en cómo reformular lo que había dicho para que no pareciera lo que en el fondo era.
 
―Puedo entender lo que es que algo que debería ser importante en tu vida sea algo ausente, en el mejor de los casos, y sé que es frustrante.
 
María sonrió, y se puso de pie. Se acercó hacía una mesa de comedor, sobre la que habían varias libretas desperdigadas, y una caja de cartón. Lucía la observó en silencio, mientras ordenaba las libretas, y las introducía en la caja.
 
―Esta es mi vida. Lo que recuerdo. Me he pasado días enteros escribiendo en las libretas todo lo que recuerdo, las cosas importantes, y reuniendo las fotos de las personas a las que reconozco.― Mientras pronunciaba estas palabras, María intentaba mantener la compostura, mirando fijamente la caja― También tendrá acceso a mi ordenador personal, cuentas de correo, mis contactos...en fin, todo.
 
María volvió a mirar a su nueva empleada, esta vez con firme determinación.
 
―Quiero que usted llene los huecos, Averigüe que es lo que falta. Y luego, me ayudará a encajar las piezas.
 
―Aún a riesgo de quedarme sin este trabajo, que créame, me hace mucha falta, ¿no es algo que debería hacer usted misma, junto a su familia?
 
―No. Porque no sé si quiero recuperar esa vida, y no sé si quiero recuperar mis recuerdos. Usted me ayudará a decidirme.
 
"Sin presiones", pensó Lucía mientras bajaba del apartamento en el ascensor, cargada con una caja que contenía las piezas que una persona había podido recoger de lo que había sido su vida hasta hace muy poco.
 
Lucía pasó toda la noche repasando toda la documentación: comenzó con los cuadernos que ella misma había escrito, y cuyos contenidos eran confusos en el mejor de los casos. Una biografía acelerada, en la que había huecos de décadas, y cuyo orden no era del todo claro. Luego repasó las fotos.
 
En otra época hubiera sido más fácil ordenar cronológicamente las fotos, solo habría que observar los estragos del tiempo en los rostros, pero ahora, esta opción estaba descartada. Afortunadamente, había algo que siempre había estado presente en la vida de María: niños. Sus hijos, después sus nietos, y hacía poco, sus primeros bisnietos.
 
 
 
Para cuando hubo terminado, era ya entrada la mañana y por fin tenía una idea más o menos clara de la trayectoria vital de su cliente, y a su pesar se dio cuenta de que sentía verdadera lástima por María.

Había revisado todo la información de la que disponía, tanto la que le había dado María, como la que había conseguido a través de su empresa. Ahora, solo quedaba lo más difícil: filtrar la información disponible para el público.
 
María pertenecía a la alta sociedad, desde la cuna, y antes de eso, las generaciones pasadas de su familia habían sido también grandes empresarios, de distintos ramos profesionales, que habían ido mutando el conglomerado de empresas que había llegado a heredar según la tecnología y el mercado habían cambiado. Esto hacía fácil que hubiera información disponible sobre ella, y su familia.
 
Una vez terminó se fue a dormir. Necesitaría el descanso, cuando despertase empezaba la parte difícil.
 
El encargo de Lucía era relativamente sencillo, si se paraba a pensarlo. Llenar los huecos en la biografía de una persona de sobra conocida, y de la que había más información de la que realmente pudiera necesitar, y dársela a su cliente, para que pudiera decidir si era una vida que valiera la pena recuperar.
 
El problema radicaba en aquellas partes de la vida de una persona que van más allá de los hechos, y por supuesto, de aquellos hechos que no formaban parte del dominio público.
 
Su primera parada fue el despacho de su primer marido, Álex. Aquella había sido su relación más larga, y había tenido como resultado el nacimiento de los 3 hijos que María había tenido a lo largo de su vida.
En cuanto Lucía estrechó su mano, se dio cuenta de que era un hombre que había desarrollado la notable habilidad de hacer que la más falsa de las sonrisas pareciera honesta y sentida.
 
―¿Quiere algo de beber?
 
―No, no bebo mientras trabajo.
 
―En tal caso, espero que no le importe si yo me sirvo una copa.
 
―En absoluto.
 
Resultaba sorprendente como una variedad semejante de bebidas alcohólicas podía contener aquel pequeño y elegante mueble bar, pero tampoco es que Lucía fuera una gran bebedora, así que en este caso, su juicio no era el más adecuado.
 
Sin embargo, Lucía juzgaba bien el carácter y la actitud de la gente, y era evidente que Álex estaba tenso, mucho.
 
Terminó de servirse, y se giró hacía Lucía.
 
―Bueno, no dispongo de mucho tiempo, de modo que intentaré ser breve. ¿Qué necesita saber, exactamente?
 
―Hay ciertos detalles de su matrimonio con María que no están claros. Ella no los recuerda, y otros, por motivos obvios, no son de dominio público.
 
―¿Por ejemplo?
 
―Por ejemplo, que le llevó a divorciarse de ella.
 
Álex se llevó el dedo índice al puente de la nariz, y lo deslizó hacia su entrecejo, como si llevase unas gafas que se habían salido de su sitio. Un gesto de un tiempo en el que quizá le hicieron falta.
 
―No se ofenda, pero quizá esta es la clase de cosas que María debería haberme preguntado en persona.
 
―Coincido, pero no creo que hubiera sido capaz.
 
―¿Ah, no? ¿Y por qué?
 
―Porque lo primero en lo que pensó cuando se despertó con la mayor parte de sus recuerdos perdidos fue en usted. Comprenderá que quizá no esté lista para enfrentarse a algo así.
 
 Álex chasqueó la lengua, y dio un largo trago, mientras miraba por el ventanal de su despacho, sin fijar la mirada en ningún punto concreto, con los ojos perdidos en el horizonte. Tardó unos minutos hasta que por fin habló.
 
―Julio. ―Dijo con voz firme
 
Una voz que salía de todas partes respondió.
 
―Posponga mi siguiente cita, esto va a llevarme algo más de tiempo del que esperaba. Y asegúrate de enviar un obsequio, por las molestias.
 
No había grandes motivos que justificasen su divorcio. No hubo un gran evento que destrozase su felicidad, o que les apartase, ni siquiera la muerte a temprana edad de uno de sus hijos había conseguido romper su relación. Al final fue sencillamente el tiempo. Décadas juntos había dado pie al desgaste, que para bien o para mal solía ser habitual para la mayoría de las parejas. Los que son afortunados, llegan a la vejez, y la muerte llega a tiempo para evitar ver como su amor decae y desaparece. Pero no había vejez, ni muerte para este matrimonio, y al final, la ausencia de sorpresas, de cosas que compartir, de pasión, acabaron por hacer que el divorcio fuera la única alternativa saludable para dos personas cuya vida juntos había llegado a su fin, lo quisieran o no.
 
Cuando Lucía abandonó por fin el despacho de Álex, se dio cuenta de que ninguno de los dos había tomado asiento en ningún momento de la conversación.


La entrevista con su segundo marido había sido menos intensa, y los motivos que propiciaron su divorcio, aunque menos naturales, eran más predecibles. María apenas había superado el hecho de que la persona que había pasado con ella toda su vida adulta de repente ya no estuviera con ella, y se aferró a la primera persona que pudo ofrecerle un atisbo de lo que en otro tiempo había tenido. Como era de esperar, el matrimonio se fue a la mierda a un ritmo vertiginoso en cuanto ambos se dieron cuenta de que no tenían nada que ofrecerse el uno al otro.
 
Decidió dejar a Lúcas para más adelante. Probablemente estaba aún afectado por el traumático hecho de que su mujer se hubiera alejado aterrada de él, incapaz de reconocerle. Si hablaba con él ahora, conseguiría muy poco de lo que necesitaba, y haría un daño innecesario a alguien que ya estaba sufriendo. No era que le importase especialmente si hería los sentimientos de aquel hombre, pero sabía que si lo hacía sería más difícil sacar algo coherente de él.
 
Los hijos fueron la peor parte. Los amigos, conocidos y socios habían sido más o menos problemáticos, pero nada podía preparar a Lucía para la hostilidad y el resentimiento que podían albergar unos hijos cuya madre se negaba a verlos.
 
Los dos hijos que le restaban a María solo habían accedido a reunirse con ella si les entrevistaba a ambos juntos. La actitud casi agresiva que había mostrado la primogénita, María, como su madre, cuando contactó con ella no hacía nada apetecible la idea de que se reunieran junto otra persona para tratar de un tema tan delicado, pero de su conversación había sacado en claro que no conseguiría lo que quería si no accedía.
 
La entrevista se realizó en la casa del menor de los hermanos, Álex. Lucía pensó que era evidente que en la familia no abundaba la originalidad. Su hogar era una enorme vivienda de dos plantas, con un amplio jardín trasero, en una urbanización cuya seguridad a Lucía se le antojó desproporcionada. Los bisnietos de María jugaban despreocupadamente, bajo la atenta mirada de sus padres, tan jóvenes en apariencia como los abuelos de los niños, que podrían pasar por los hermanos de María. Ante semejante panorama, Lucía no pudo evitar sentir una punzada de odio hacia toda aquella familia, pero se desvaneció rápido. Estaba trabajando, a fin de cuentas.
 
En el amplio salón de la casa se desarrolló uno de los momentos más incómodos de la vida de Lucía. Si María se le había antojado hostil, su hermano no se quedaba corto.
 
―Vamos a acabar con esto para que esta señora pueda irse a hurgar en la miseria de otros.― Comenzó Álex, tan parecido a su padre, pero sin la mitad de su clase.
 
―Le aseguro que hurgar en su miseria está lejos de ser lo que pretendo.
 
―¿Y como le llama usted a venir a la casa de alguien a incomodarla con preguntas personales?
 
―Trabajo.
 
La diplomacia no era una opción con gente así. Tenía que ser cortante, directa, y quizá así conseguiría sacar algo en claro de aquella situación.
 
El silencio parecía hacerse cada vez más largo, con el ruido de fondo de la risa de los niños, que solo venían a recordar lo lamentable de la situación.
 
―Su madre ha pasado por un trauma terrible, eso lo saben. Y saben lo que ustedes están sufriendo, pero no creo que se hagan una idea de lo que supone para ella.
 
―¡No me hablé de sufrir! Mis nietos se pasaron días llorando después de...
 
Tras un breve estallido de furia, Álex se derrumbó, llorando, apoyando su rostro en el regazo de su hermana, que mantenía a duras penas la compostura, mirando a Lucía con emociones encontradas, sin saber si echarla de la casa, o desahogar toda su frustración en ella. Lucía no le dio pie a tomar ninguna de las dos vías, aprovechando aquel momento de debilidad como la ocasión para reconducir la conversación.
 
―Su madre sigue siendo la misma persona, pero ha perdido mucho en los últimos días...prácticamente todo. Ni siquiera recordaba a vuestro hermano.
 
El hermano menor levantó la mirada, perplejo.
 
―Ella no pidió nada de esto, e intenta hacerlo lo mejor que puede. He venido a ayudar a vuestra madre.
 
El resto de la tarde transcurrió como una montaña rusa, con momentos de tranquilidad, nuevos estallidos de rabia por parte de ambos hermanos, momentos de llanto, e incluso consiguió oír reír a ambos hermanos más de una vez, al recordar algunos de los mejores momentos de su vida. La noche les sorprendió, con los niños irrumpiendo en el salón, haciendo que los vestigios de la tensión que se había apoderado de la sala se desvanecieran.
 
Lucía ya estaba a punto de salir de la casa cuando escuchó decir a Álex:

―¿Por qué no se queda?
 
―Ya les he robado mucho tiempo, no quiero que...
 
―No diga tonterías. A pesar de todo lo que he dicho, entiendo lo que está haciendo para mi madre.
 
Lucía no sabía qué decir. No quería ser descortés, pero quería aún menos cenar con esa familia. Solo quería irse, y darse una ducha, olvidarse de la vida de María por unas horas, antes de volver a retomar el caso al día siguiente.
 
―Si quiere entender mejor cómo era la vida de mi madre, le aseguro que no tendrá mejor ocasión que esta de descubrirlo.
 
Dado que no tuvo ningún argumento con el que rebatir el razonamiento de Alex, no tuvo más remedio que aceptar la invitación.
 
La cena fue igual que cualquier otra cena familiar cuando hay una persona de fuera de su entorno. No importó ninguno de los esfuerzos que se hicieron por hacer sentir cómoda a Lucía, no dejo de sentirse como una intrusa durante el transcurso de la velada, en la que María era un tema que se eludía de forma evidente, incluso por parte de los niños. Aún así, fue agradable, y Lucía consiguió ver con claridad el verdadero daño que la pérdida de memoria de María había causado a aquella familia. Vidas perfectas, privilegiadas que de pronto recuerdan, o quizá descubren por primera vez, lo que es realmente la pérdida. La muerte de su hermano había sido la única tragedia en una vida que parecía no tener fin, y en la que cosas como la enfermedad o la muerte eran algo que solo le ocurría a otras personas...para otras personas eso solo era una sensación que se rompía con frecuencia, pero para ellos era una certeza que por primera vez en mucho tiempo se asomaba a sus vidas. Lo que su dinero había comprado, también podía desaparecer.
 
Pasó varios días poniendo en orden todo lo que había averiguado, y llenando las pocas lagunas que le quedaban, preparando todo para entregárselo a María. Finalmente, solo le quedaba una cosa, hablar con Lucas. No obstante, aquella fue una conversación que nunca llegó. Agotó todas las vías posibles, pero el tercer marido de su cliente se negó a siquiera hablar con Lucía.
 
Normalmente aquello la habría irritado. Le gustaba que su trabajo se acercase a la perfección todo lo posible, y aquello era una mácula en un perfil completo de toda una vida, y aún así Lucía aceptó el rechazo con una extraña indiferencia. Tenía la impresión de que, a pesar de todo lo que había podido averiguar sobre el casi idílico matrimonio, hablar con Lucas no iba a ofrecerle más información de la que tenía. No era relevante, realmente. Con el tiempo, quizá se convertiría en un pie de página en la biografía de aquella mujer.
 
Varios días después, fue por fin a ver a María.
 
La encontró más entera, fue la palabra que le vino a Lucía a la cabeza. Había calma en sus ojos, y en sus gestos, su voz parecía diferente de la de la mujer aterrada que le había pedido a una extraña que recompusiera su vida. María recibió a Lucía con una cálida sonrisa, seguida de un abrazo inesperado, que hizo que Lucía dejara caer una caja, más grande y pesada de la que se llevó en su primera visita. Cuando entró en el salón, allí se encontraban sus hijos, que se levantaron al verla entrar para saludarla, con una actitud muy lejana a la frialdad con la que la recibieron en su casa.
 
Se sentaron, todos en torno a la mesa de centro en la que Lucía dejó la caja.
 
―¿Aquí esta todo?
 
Dijo María mientras acercaba las manos poco a poco.
 
―Todo lo que he podido averiguar, hay cosas que...
 
―Lo entiendo.― Cortó María.
 
No hacía falta decir en voz alta lo que era más que evidente.
 
―Muchas gracias.
 
Lucía sonrió con tristeza, como única respuesta.
 
A regañadientes, Lucía se quedó con ellos un rato, conversando con naturalidad, como se habla cuando se está entre amigos. Lucía procuraba mirar a sus clientes, o a sus investigados con objetividad, sin involucrarse, pero no había tenido esa opción esta vez, y ahora había una pregunta que no podía evitar hacer.
 
―¿Y ahora qué?
 
María sonrió con ternura.
 
―Ahora viviré los años que me queden...los que me queden de verdad, y conoceré a mi familia de nuevo. Intentaré conocer a mi marido, una vez más. Quizá vuelva a enamorarme de él.
 
Lucía no lo entendía. Pronto podría recuperar todo eso, como si nada hubiera pasado, recordarlo todo, y este episodio hubiera sido tan solo una mala experiencia. Claro que entonces no hubiera necesitado nada de ella. Realmente, quizá no la hubiera necesitado nunca, pero eso era imposible saberlo, o al menos lo había sido.
 
Lucía se despidió con un fuerte abrazo, con un dinero que por primera vez en su carrera le parecía inmerecido, y con la certeza de que la vida que viviera María sería suya, por primera vez en mucho tiempo.
 
 
                                                                                   FIN