MAIKEL SOFIEL RAMÍREZ CRUZ -CUBA-

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PÁGINA 28

 

 

Maikel Sofiel Ramírez Cruz, El Tejar, Chaparra, 1981. Reside en la ciudad de Las Tunas, Cuba. Narrador. Licenciado en Psicología. Textos suyos han salido a la luz en las revistas Quehacer, y El Caimán Barbudo, ambas en Cuba, Letralia, en Venezuela, Primera Página, y Bitácora de Vuelos, ambas en México, El Narratorio, antología literaria digital, en Argentina, 142 Revista Cultural, en España, y en la web literaria Isliada. Su primer libro, El bar de las revelaciones, fue publicado en Argentina por la Editorial Kañy, y en Colombia por la Editorial Hoja en Blanco en enero de 2023.
 
Redes sociales:
Facebook: https://www.facebook.com/maikelsofiel.ramirezcruz
Instagram: maikel_1981
Correo electrónico: maikelsofiel@gmail.com
 

 

MENSAJE NUEVO
 
Es la enésima ocasión que reviso el celular. Hago la misma rutina una y otra vez, pongo mi dedo en el sensor de huellas, activo la conexión por datos móviles:
Abro WhatsApp, y nada. Abro Messenger, y nada. Abro Gmail, nada tampoco…
Ni un mensaje nuevo, ni siquiera un, Hola, estoy bien, ¿cómo estás tú?
No entiendo por qué no me bloqueaste, no entiendo para qué dejaste abierta esta puerta. Te fuiste una tarde de verano. Llegué a casa tarde, eran como las seis, llegué cansado y agobiado de un día terrible en el trabajo. Dejé el portafolios y mis llaves encima de la mesa que está al lado de la puerta, justo a la entrada del apartamento. Me quité la camisa, y fui hasta el refrigerador en busca de una cerveza salvadora. Me extrañó no verte trajinando en la cocina, haciéndome alguno de mis platos favoritos. Bebí un largo trago camino a la habitación, y vi el closet sin tu ropa, y una nota escrita a lápiz encima del tocador:
Lo siento, pero ya no soporto más fingir que te amo. Además, esto no puede ser amor, esto es otra cosa, es algo enfermizo y tóxico, algo dañino y letal; siento miedo de ti, de tus arranques cuando me haces el amor… Temo que algún día pase lo peor, y me mates. Lo siento, pero es la verdad.
Hasta siempre.
Mierda. ¿Cómo pudo pasar esto, en qué momento me fingías? ¿Vas a decirme que cuando tenías mil y un orgasmos, cabalgando sobre mí, fingías? ¿Vas a decirme que cuando te apretaba bien fuerte por el cuello, cuando te pegaba bien duro por la cara, y te venías, porque te venías que yo podía sentirlo, vas a decirme que eso era fingido? ¿Vas a decirme que era fingido cuando te abrazaba, así, por sorpresa por la espalda, te volteabas y nos besábamos, y hacíamos el amor ahí mismo, en el piso o sobre la mesa de la cocina? ¿Esos besos cargados de pasión y de lujuria, eran fingidos? ¿Por qué no respondes mis mensajes? ¿Por qué me dejas en visto? ¿Por qué tus amigas o tu madre tampoco me contestan? ¿Qué les dijiste de mí? ¿Les contaste de lo violento de mi forma de amar? ¿Les contaste de los golpes, de las veces que tuviste que encerrarte en casa, y no recibir visitas, ni ir a trabajar por los moretones en tu rostro? Por favor, regresa… prometo que voy a cambiar, te juro que haré sólo lo que tú quieras, no habrá más golpes si no te gustan, ni te apretaré jamás por el cuello. Yo te amo, cojone, te amo…
Es la enésima ocasión en esta semana que reviso el celular. No consigo hacer mi trabajo, ni concentrarme en nada. La vida es una mierda desde que estoy solo. Hago la misma rutina una y otra vez, no me canso ni desisto, pongo mi dedo en el sensor de huellas, activo la conexión por datos móviles:
Abro Messenger, y nada. Abro Gmail, y nada. Abro WhatsApp, y hay un mensaje nuevo:
Voy de camino a casa. Perdóname, tú me gustas tal y como eres, me gusta lo que hacemos, además, es cierto, cómo pude fingir mis orgasmos, claro que nunca lo hice, tú me enloqueces, nunca cambies. Lamento mucho haberme alejado de ti, estaba confundida. Yo también te amo.
 
 
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BLACKOUT
 
¡Cojone! Corre, pon la linterna del móvil, que alumbre el cuarto de la niña, tú sabes que se despierta enseguida cuando se ve a oscuras…
¿Y… qué hora es, eh…? Mira esto, chico, el arroz blanco que lo acabo de montar en la olla arrocera… ¿Qué tú crees, pongo la cazuela en el fogón de gas? ¿No se romperá por eso…? Oye, ya se despertó la niña. Claro, si hace tremendo calor. Anda, cógela a ver si yo logro terminar la comida. ¿Niño, y qué hago de plato fuerte?
Yo la estoy escuchando, pero no respondo. Pienso que es una pregunta absurda, totalmente innecesaria. Lo único que hay en el refrigerador son dos muslos de pollo. Supongo que ella quiere saber cómo los prepara…
Muslito en salsa, o mejor frito, más rico, ¿verdad? Lo malo es que casi no nos queda aceite para andar friendo cosas… Y los plátanos, ¿cómo los hago, hervidos y en fufú? Ay, qué va, de madre a esta hora plátano hervido, además sabes que me estriñe... Mira, lo voy a freír todo y que se acabe el aceite pa’l carajo; de todas formas, no tengo puré de tomates ni especias para hacer salsa… Ah, niño, para mañana no hay arroz, éste que estoy cocinando era el que quedaba en el latón. Mira, voy a calentarle un poquito de leche a la niña para que se la des. A lo mejor tiene hambre, a lo mejor eso le da sueño y quizá se rinda con todo y el calor que hay, porque esto no se sabe hasta qué hora será…
Voy a echarle agua a la leche para estirarla un poquito, es que si la niña se despierta en la madrugada hay que darle, y entonces para el desayuno no le alcanza. Yo creo que ya este arroz está. ¡Coño, me quemé! ¡Este arroz es una mierda, chico, una melcocha…! ¡Oye, niño, oye eso! Deja asomarme un momento… ¡Dios mío!, una multitud en el parque tocando calderos y gritando que pongan la corriente…
Son casi las nueve de la noche, estoy sentado en un balance en la sala. Trato de refrescar a mi hija con un improvisado abanico de cartón de caja. Intento protegerla de un ejército de mosquitos que ataca con entereza en cuanto quitan la luz. Mañana veré al viejo del quiosco de la esquina, ojalá me fíe un poco de arroz y algunas especias, y puré, si tiene... En mi trabajo dijeron que van a vender un combo la semana que viene, tengo que conseguir dinero… Ahora todo se vende en combos. Ayer en la cafetería de la avenida estaban vendiendo un combo: un paquete de pelly, una lata de ají en conserva, un pomo de sirope, dos bolsas de yogur de soja, una cajetilla de cigarros y tres tabacos…
Toma, niño, el biberón. Oye, dice una compañera de trabajo que ayer la policía cogió al primo con carne de vaca. Ella lo estaba esperando para comprar y como no llegaba se preocupó. Seguro le meten una pila de años al pobre. Ten mucho cuidado por ahí, amor, que la cosa está mala… Ya puse los muslos a hervir, eso es un momentico. ¿Y, tú, tienes hambre? Ven, dame a la niña, deja darle un poquito de balance a ver si se queda dormida. Báñate si quieres, en cuanto coja presión la olla bajo el pollo y lo frío…
Salgo hasta el portal, me rasco la barba y enciendo un cigarro. Mi esposa se mece suavemente y canta una tierna canción con la niña en brazos. A lo lejos, en el parque, puedo ver las siluetas de la gente y sus calderos, puedo ver asimismo las luces de los teléfonos que seguramente graban lo que sucede. Alguien grita que la policía viene en camino y la mayoría se dispersa rápido. Boto el cigarro y cierro la puerta de la calle. Cierro la ventana también. Mi esposa se pone de pie en silencio y lleva la niña hasta la cuna.
 
 

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EL PENOSO TORMENTO DE LOS BORREGOS
 
Este hospital huele a sangre mezclada con alcohol; huele también a rancio y a mierda. El cigarrillo se acaba y quema mis dedos delgados, que se han teñido de un tono amarillento bien cerca de las uñas. Maldigo y lanzo la colilla desde lo alto del balcón del tercer piso. La noche se me hace interminable; por más que lo intento no alcanzo a ver nada con luz en el horizonte, tan sólo en el cielo resplandecen algunas estrellas y la luna en cuarto creciente.
Supongo que la ciudad está cansada de permanecer a oscuras la mayoría de las noches. Cansada de sentir calor y de que la agobien los mosquitos. Cansada también de escuchar el llanto inquietante de los bebés que no pueden dormir y del lamento de los enfermos en los hospitales. La ciudad debe estar cansada de los apagones, de la crisis mundial y local, de las carencias y del hambre de la gente que la habita. La ciudad debe estar tan cansada como el país, tan cansada como nosotros.
Una fresca y repentina brisa salobre llega del norte, del mar que bordea suavemente la ciudad. No sé por qué la brisa me recuerda el aliento de una dama, de una que respira bien cerca de mi rostro mientras me hace el amor. Cierro los ojos y puedo ver una hermosa mujer cabalgando sobre mí, puedo sentir lo húmedo de su sexo sobre el mío.
Mi madre emite uno de esos gritos medio apagados y tose bien fuerte varias veces. Me acerco con cuidado a su lecho. La pobre luz de una lámpara recargable que ya casi se apaga ilumina el cubículo. Al fin ponen la corriente, justo en el instante que comienza a amanecer. Por las roñosas persianas puede verse una columna de humo que se eleva y se pierde en el cielo desde la chimenea de la morgue. Ahora el hedor es inaguantable.
Algunos pacientes y sus acompañantes, algunos médicos y enfermeras, comienzan a moverse como insectos por toda la sala, por los pasillos y por los baños hediondos. La gente se asea como puede. Un hombre recorre sin suerte el lugar con un pomo en busca de un poco de agua para beber. Le escucho maldecir a todos los Santos, a Dios, al país y al gobierno.
Mi madre tiene los ojos entreabiertos y parece que duerme. Su cabello gris se pierde en el otrora blanco de la almohada. Yo sé muy bien que está despierta, lo sé porque no ha dejado de quejarse en toda la noche; lo sé porque no ha dejado de gemir y toser como una perra enferma y sola, tirada en un rincón.
Mi madre se lleva los dedos a sus labios, hace un gesto como si sostuviera un cigarrillo; me mira fijamente y lanza un alarido con la voz medio rasgada, y comienza a llorar. Las lágrimas pronto llenan los cuencos de sus ojos pardos y tristes; las lágrimas cubren sus ojeras inmensas y eternas, como las mías.
La gente sigue en su ir y venir matutino. Yo enciendo a escondidas un cigarrillo y lo pongo en los labios de la vieja. Tan sólo toma una bocanada y tose cada vez con más fuerza, sin cubrirse la boca, y la flema y la sangre caen sobre las sábanas. Le ayudo a sentarse y acaricio de abajo hacia arriba su espalda mientras tose. Por fin se detiene, pero jadea y le cuesta muchísimo respirar. La flema, la sangre y las lágrimas le cubren los ojos, la boca y la barbilla. Un delgado hilo de esa mezcla viscosa y fétida viaja desde su cara hasta su pecho. No digo nada, sólo trato de limpiar un poco su perfecto rostro repleto de arrugas.
Una enfermera se acerca y mientras me observa amenazante, grita que hay gente fumando y aunque no lo parezca estamos en un hospital, que la gente es muy fresca y muy loca, que ahora mismo va a buscar al jefe.
Yo piso la colilla y la empujo con disimulo debajo de la cama donde está la vieja.
 
 

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MUNDILLO LITERARIO
 
En este mundillo literario hay de todo, aunque supongo que en todas partes debe ser igual. Tengo un colega poeta y maricón, pero es tronco de poeta el hijo de la gran puta, tiene unos cuantos premios y libros publicados, además ostenta un cargo en la dirección de los escritores y artistas, y tiene mucha influencia.
Recuerdo que, cuando nos conocimos, yo apenas daba mis primeros pasos en la literatura. Nos presentó un amigo que teníamos en común, que sabía de mi vocación por escribir. Él era ya un autor reconocido, con un impresionante currículum, y yo, bueno, a mí no me conocían ni en el registro civil. Nos presentaron, intercambiamos números de teléfono, y quedamos en que le enviara vía WhatsApp algunos de mis textos. Ese mismo día le envié los cuentos. La verdad es que yo ni dormí, estaba ansioso por saber la opinión de alguien con trayectoria en la literatura. Al día siguiente me dijo que era muy talentoso, que le habían gustado mis relatos. Me citó para compartir un café, pero me negué porque estaba sin dinero, él me dijo que no podía creer que yo estuviera en crisis, pues con mis ojazos, mis canas, y mi aspecto interesante, debía tener el mundo a mis pies. Insistió, él invitaba, ya le devolvería el favor, más adelante, si es que tenía con qué pagar…
Esquivé las balas como pude, le cambié de tema, y entonces me preguntó cuánto tenía escrito, pues si llegaba a unas treinta o cuarenta cuartillas, podía llevarme a una editorial donde tenía ciertas influencias, y abrirme algunas puertas. Me alegró muchísimo leer eso, pero enseguida me escribió: Sólo hay un detalle que debemos resolver, ¿cómo piensas pagarme todo lo que haré por ti? Me cortó las alas.
Desde ese día, a pesar de que logré abrirme camino sin su ayuda, y ya no soy un desconocido, el muy maricón no deja de insistir en pasarme la cuenta, o en que yo se la pase, ni sé.