PATRICIA BRASCHI -ARGENTINA-

PÁGINA 17

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Soy Docente. Jubilada hace apenas dos años. Mi gusto por la escritura y la lectura siempre estuvieron presentes, ya sea para informarme o simplemente por placer. Deseo encontrar en este espacio que se me brinda la oportunidad de ofrecer mis trabajos.

Agradezco esto y deseo seguir creciendo en el futuro.

 

 Mi dirección de correo es: braschia@hotmail.com

 

 


 

VOLVER A MIS RAÍCES

 

 


 No podía entender por qué todo había sucedido tan a prisa. Ese hombre acababa de llevarse sus años más preciados… los de su juventud. Largas y penosas  horas de  lágrimas, pensamientos oscuros, miradas perdidas  y angustias pasaron a formar parte rutinaria de sus días. Ya nada tenía sentido. El destino le había jugado una  mala pasada.
 Estaba absorta en sus pensamientos cuando, de pronto, y sin darse cuenta, de sus grandes ojos comenzaron a brotar  ríos de dolor. No quería pensar, ¿o tal vez sí? pero cada  ángulo de esa habitación le traía infinitos recuerdos. Todo allí simulaba ser un sin fín de momentos anudados a su vida. Recorría una y otra vez cada minúsculo espacio. Detuvo su mirada sobre el escritorio. El mueble estaba abarrotado de fotos, las cuales plasmaban felicidad infinita. En cada una de ellas un momento vivido, especial, distinto… Cómo gozaba de esas escapadas donde la intimidad y el placer por estar juntos eran su mayor anhelo. ¿Podría alguna vez poder empezar de nuevo?Se mira al espejo y se ve triste, gris, derrumbada…los años comenzaban a marcar los primeros surcos en su cara cual grieta en la roca y algunos mechones blancos como finos lazos empezaban a cubrir sus cabellos. ¿¡Qué hacer ahora?!.Sintió un profundo pesar y un frío gélido recorrió su cuerpo. Se dejó caer sobre el sillón lentamente  cual hoja en otoño, pero los años y el tiempo vivido la habían llenado de experiencia. Estaba decidida, comenzaría de nuevo; pero esta vez sería más cauta, menos expresiva, más terrenal... y la vida, pensó serenamente, al fin y al cavo es como un espejo de agua cristalina donde nos vemos reflejados en los momentos alegres y opacados en los tristes. Los míos, se dijo, serán los primeros.
 Se levantó rápidamente de la cama, se calzó sus pantuflas y dirigió al baño. El agua de la ducha comenzó a correr por su espalda; necesita sentirla así, tibia. Buscó en  el guardarropa que ponerse; pero antes observó por la ventana como el sol ya con sus primeros rayos se reflejaba en el espejo. El día se presentaba caluroso. Los primeros brotes de las enredaderas y las magnolias  comenzaban asomarse. Tomó  el trajecito azul marino junto a la blusa con pequeñas florcitas celestes; los tacones, la cartera y la chalina color manteca ya estaban ubicados próximo a la mesa de noche, lista para ser usados. Se vistió lentamente, colocó apenas color sobre los labios, cepilló su larga cabellera rubia y un toque de Chanel n° 5 detrás de las muñecas. Ahora sí, estaba lista y decidida; partía hacia su trabajo. La idea de alejarse por un tiempo de todo aquello que durante muchos años la había mantenido ocupada y que tanto le gustaba, era algo de lo que ahora quería escapar. Últimamente no podía concentrarse, su entusiasmo había decaído y el cansancio se había apoderado no sólo de su cuerpo, también de su  mente y ella decía además,… de su alma.
 Clara se había recibido de abogada muy joven, apenas con veintitrés años ya prestaba servicios en el estudio del Doctor Manuel López. Su trabajo en los primeros años era asistir a tribunales, recibir a los clientes que acudían por pequeñas consultas o asesorar sobre  algún presupuesto. Con el correr del tiempo, la joven fue adquiriendo  la experiencia necesaria como para abrir su propio estudio. Por diferentes razones había ido aplazando la idea, pero el motivo principal, y ella en el fondo lo sabía, era el amor que sentía por Manuel. Él era un hombre  muy apuesto, siempre impecablemente vestido, con   mucha inteligencia y astucia a la hora de ganar un pleito. Coincidían ambos en muchas cosas, pero había algunas situaciones con lo que la joven no estaba de acuerdo y cada vez se encontraba más lejos de sus ideas de justicia. Los negocios que vinculaban a su jefe con algunos clientes que se dedicaban al narcotráfico hacían  que muchas veces se produjeran discusiones entre ellos. Sus ideales siempre habían sido claros y cada vez menos soportaba la idea de defender a determinadas personas. Todo había llegado a un punto el día en que fueron absueltos dos jóvenes con frondoso prontuario por matar en un robo a una abuela y su nieto de diez años. Manuel los había defendido y no había sentido la más mínima pizca de empatía hacia la familia ¡Esto ya es suficiente pensó!; pero la gota que derramó el vaso fue la traición de Manuel con su secretaria, la misma a la que Clara apreciaba y con la que tantas veces había conversado y hasta le había contado algunas confidencias.
 Pasadas las once de la mañana llega a la oficina y comienza a recoger sus pertenencias. Toma solamente aquello que considera más importante: su  agenda,  la notebook y su fichero personal. Descolgó con mucho cuidado su título de abogado y otros certificados de cursos y perfeccionamientos realizados. Estaba con mucha prisa por salir de allí, sentía en su pecho un ahogo que no la dejaba respirar. Apresuró su paso, sabía que él llegaría en pocos minutos. No quería verlo, ya había sido lo suficientemente humillada como para volver a mirarlo. Sólo dejó antes de partir una nota sobre el escritorio con dos palabras: “Hasta nunca”…
 Cargó sus cosas en el auto, bajó rápidamente la ventanilla y lo puso en marcha. Deseaba sentir el aire fresco en su cara y así fue. Apretó el acelerador y se dirigió rumbo a su casa. Al detenerse en un semáforo se dio cuenta que no había ingerido bocado en todo el día y decidió tomar algo en la costanera. Mientras esperaba su pedido, miraba el oleaje del río que se acercaba al muelle. Desde allí veía pasar algunas canoas con pescadores. Recogían sus redes, colaboraron entre ellos, sonreían. Evidentemente la pesca había resultado un éxito. ¡Qué vida sacrificada y al mismo tiempo cuánta alegría en su trabajo!
 Comienza  a tomar su jugo de uva y a saborear el sándwich de jamón caliente cuando sin darse cuenta llega a sus manos una parte del periódico del día y su mirada se dirige casi inconscientemente sobre un anuncio:“Se vende parcela con vivienda en Villa El Encuentro”.. Solo lee el titular. ¡Mi pueblo  se dijo! Y la embargaron de pronto y como un torbellino  diferentes sentimientos: alegría, quietud, tristeza, melancolía, esperanza, culpa. Ella había vivido allí su niñez. Una niñez con muchas necesidades, penurias y privaciones pero tan llena por dentro de eso que sólo los humildes tienen: el amor agradecido hacia la persona que la había criado y a la que ella llamaba Lola, sabiendo desde un primer momento que no era su abuela, era simplemente la anciana dulce, firme y amorosa que le había aceptado en su casa el día que fue dada a cuidar por aquella joven de ojos  tristes y mirada inquieta por algunos meses. Pero esos meses se convirtieron en años y así fue pasando el tiempo. Clara nunca preguntó con insistencia sobre el paradero de su madre, pensaba que si la habían abandonado era simplemente porque no la querían. La abu la había cuidado tanto y tan bien que no le interesaba demasiado, eso pensó luego cuando ya fue mayor, saber de una mujer que jamás se había preocupado por su hija.
 Terminó de comer y mientras esos recuerdos revoloteaban en su mente como un tornado empezó a plantearse algunos escenarios a tener en cuenta. ¿qué haría ahora?, ¿se acostumbraría a la soledad?, ¿cómo ocuparía sus días? Había algo que tenía claro, no quería retomar a sus actividades como abogada, necesitaba otra cosa, algo diferente.
 Llegó a su casa y sin darse cuenta buscó rápidamente en el baúl donde guardaba muchos recuerdos. Allí  se encontraba entre otras cosas una manta que le había tejido Lola y se la había regalado el día que ella se fue del pueblo a estudiar a la capital. Llévelo hija, allá también hace frío le había dicho. La colocó sobre su mejilla y sintió sin darse cuenta las caricias de la anciana. Siguió buscando y tomó del fondo la libretita rosa, esa donde escribía sus pensamientos y vivencias como toda adolescente. Comenzó a hojear y a medida que leía cada página era un instante, una sonrisa, un silencio, un recuerdo…Pero hubo algo que hizo paralizar su corazón, así, de golpe y sin darse cuenta se dijo: ¿y por qué no? ¿Sería descabellado ir a su pueblo? Un manto de euforia se apoderó de ella, impensable quizás. No había vuelto al lugar y  no tenía idea de cómo se vería aquello, pero la joven era una mujer decidida y capaz, no le tenía miedo a los nuevos desafíos. Comenzó a embalar todas sus pertenencias, no antes sin apartar aquello que había dejado en ella un saber amargo: fotos, regalos, joyas.
 Por la decisión tomada estaba algo eufórica. Sería un cambio radical. Se sirvió un vaso de vino tinto, se acomodó en el sillón y comenzó a organizar, como lo hacía siempre antes un caso a resolver, el número de prioridades en su lista; sin saber que le faltaría agregar algo que jamás hubiera imaginado.
 El día amaneció nublado y con una llovizna tenue, pero esto no amedrentó la partida de Clara. Ubicó cuidadosamente sus pertenencias en el vehículo, activó el GPS y comenzó su camino. Tenía prisa por llegar,  sabía que este nuevo desafío era todo un reto para ella, pero al mismo tiempo en su interior algo le decía que debía avanzar sin mirar atrás.
 Empezaba a  avisar las primeras elevaciones montañosas y el paisaje  comenzó a cambiar casi imperceptiblemente. Poblados pequeños, minúsculos, se podían observar a la vera de la ruta. Sabía que en algunas horas más llegaría a destino no obstante detuvo su automóvil y decidió descansar en un hospedaje que estaba ubicado en el ala derecha de una  estación de servicio con un solo surtidor y un bar. Cenó, se duchó y se  propuso descansar después de tantas horas de viaje. Por la mañana la llovizna aún persistía. Desayunó y se puso en marcha. Se dio cuenta que no había mirado su celular para ver los mensajes ni una sola vez. Eso la hizo sonreir…
 De pronto se topó con el cartel que indicaba el pueblo. Allí es pensó y otra vez sintió esa languidez en la boca del estómago. No podía creer lo que veía. Era como una  fotografía en blanco y negro, todo estaba como ella lo había dejado hacía  tantos años, dormido en el tiempo se podría decir.
 Se presentó en la inmobiliaria del pueblo, la cual era una salita de dos por dos con un joven sentado detrás de una pequeña mesa  y sobre ella una carpeta, dos cuadritos de madera con paisajes del lugar y una vieja computadora. Rápidamente José, así se llamaba el empleado se dispuso a guiarla hasta el lugar. A medida que avanzaba, se daba cuenta que,  su  mirada no podía contener tanta belleza; calles de tierra, casonas antiguas de altas puertas y amplias ventanas, árboles con nueces, frutas y olivos; y los viñedos sembrados en líneas rectas cual trazados con una regla. Ya llegamos dijo el joven, y al girar su cabeza Clara ve la casa de su abuela. Es aquí dijo, ella no lo podía creer; ¡la casa de Lola! Allí estaba, con su terreno al frente custodiado por algunos olivos, un caminito que marcaba la entrada a la vivienda con piedras, y los infaltables troncos para leña apilados, los que luego se utilizarían para calentar el ambiente o cocinar. La casona se veía muy bien cuidada. José le comentó que siempre fue muy bien atendida por un vecino que era muy afín a la antigua dueña. Al entrar, Clara pensó que no era real lo que estaba viviendo, como si volviera a ser niña otra vez. Pidió recorrer ella sola el lugar; quería sentirla, olerla, tocarla…y sin mediar palabra le informa al vendedor que se queda con ella, esta misma noche quiero dormir aquí. Decidida como pocas veces, arregla el horario para pasar por la mañana a arreglar el tema de la escritura. ¿Qué haré aquí?, no sé, se dijo, pero algo en mi interior me grita  que aquí seré feliz.
 Los primeros rayos de sol de la mañana comenzaron hacerse presente en cada lugarcito de la casa por donde podía asomarse. Rápidamente saltó de la cama y abrió toda la casa, salió a la parte trasera y ahí estaban: los viñedos que tanto añoraba ver. ¡Cómo le gustó volver a sentir ese aire puro y cálido! Lo primero que haré se dijo es revisar las plantas frutales. Al verlas se dio cuenta que no recordaba la cantidad y disposición de las mismas. Como pintados en un cuadro los ciruelos, higos y damascos llenaban cada rama. Clara se acercó y comenzó a probarlos, una y otra vez, no podía dejar de hacerlo. Pasado el mediodía decidió sentarse en la galería a descansar un rato, sin dejar de pensar qué podría hacer con tanta fruta a punto de desbordar. Eso la llevó a recordar a su abuela, en la cocina y en los momentos que ella tanto había compartido y aprendido. ¡Dulces, haré dulces!, tengo que buscar una entrada de dinero, eso me dará para subsistir mientras organizo como hacer con la viña; para eso tendré que buscar ayuda y asesoramiento. Sin perder tiempo, tomó algunos canastos y comenzó a cortar los más maduros; y entre idas y vueltas el día fue transcurriendo. Tan ocupada había estado que olvidó ir a la inmobiliaria a cerrar el trato. No importa se dijo, iré mañana.
 Comenzaba a caer la noche. ¡Qué hermoso se veía todo!, las montañas allá cerquita, altas, imponentes, majestuosas. ¡Cuánta belleza junta! Mientras tanto la joven continuaba con su labor. La cocina se había transformado en un laboratorio. Ella era muy meticulosa en todo trabajo que emprendía. Con su jeans gastado y su blusa blanca parecía una adolescente. Menuda e inquieta no dejaba de moverse. Encendió todas las luces de la casa y decidió después de ducharse, sentarse en la vieja mecedora y beber una copa de vino. La brisa nocturna comenzaba a sentirse y su cabello aún mojado se lo recordaba. Recogió sus rodillas y se colocó sobre los hombros el chal tejido por la abuela De pronto, dos luces se aproximaban desde lejos. Era un vehículo, no cabía dudas. Se detuvo a algunos metros de la casa y vio bajar al conductor del mismo. Sin saber quién era el visitante y sólo iluminado por la luz tenue e la luna  éste se fue acercando a la casa. ¡No podía ser! ¿Era él? Sí, lo reconoció inmediatamente; su amigo de la infancia, su amor de adolescente y ahora, su compañero en el futuro. Francisco se había transformado en el  hombre que toda mujer quisiera tener a su lado. Al aproximarse ella sintió un sinfín de sensaciones. El tiempo parecía detenerse. El joven que había dejado hace tantos años y al que nunca había olvidado aún la esperaba. Ese vecino que cada día después de su ardua tarea en su viñedo y el que ahora se había transformado en uno de los más importantes de la región era el que visitaba la casa y cuidaba que todo esté en orden. El reencuentro fue tal cual ella lo había imaginado en sus sueños alguna vez: tierno, sincero, amoroso. El hombre con el que compartiría su futuro y que con el que no pasado mucho tiempo formaría una familia. Una familia que amaría la tierra y el lugar como ellos.