LEONARDO SANTOS GONZÁLEZ -CUBA-

<     >

PÁGINA 48

                   >

Nací el 1 de septiembre de 1971. Vivo en la provincia de Camagüey, Cuba.
Obras publicadas: “La ceiba” narración aparecida en la selección de cuentos “La huella infidente y algún sobresalto”. Por la Editorial Ácana. Camagüey 2003. Poemas aparecidos en el libro: “Poesía Camagüeyana” selección de la Editorial Ácana. Camagüey 2003. Poemas publicados en la revista “Antenas” y “Tengo”. Camagüey.
Obtuve premio de poesía en el concurso “ESCARDO IN MEMORIAN”. Pertenezco al grupo literario “El rincón de los cronopios” en Ciego de Ávila. También pertenezco al taller literario “Julián del Casal” en el municipio Céspedes, Provincia de Camagüey donde vivo.
 
 
 

 

MODELO EXCLUSIVA


Cuando la voz de su marido se hubo disipado tras el portazo con el cual ponía punto final a todas las discusiones para tomar su auto y partir hacia la empresa, María Amalia se derrumbó en su cama y rompió en un llanto histérico.
Lo mejor hubiera sido dejarlo en paz y no insistir, al saber cómo bien sabía ella la mala predisposición de él sobre el tema. Pero esto era lo que no hacía - ¡No, no es justo! ¿Por qué las demás mujeres pueden buscarse un empleo y yo no? ¿por qué?
¿Por qué? -se le encaraba él de mala manera- pues porque las demás mujeres son unas egoístas que no se preocupan de sus familias y no viven más que para sí Mira que eres desconsiderada María Amalia. ¡Si te lo doy todo! Observa a tu alrededor. ¿Qué falta en esta casa? ¿Acaso una mujer agradecida abandona su hogar, a su esposo solo para ganarse cuatro pesos? ¿O piensas pagarme todo lo que te he dado con eso?
La casa, es cierto, se encontraba colmada de todas las comodidades que una mujer pudiera soñar. A su closet lo abarrotaba una tal cantidad de ropa como para que ella misma llegara a considerarlo una exageración. Esta idea podría sugerírsela, seguramente, las pocas oportunidades que tenía para exhibirlas. Salvo en fechas señaladas como su cumpleaños o el de su esposo cuando este invitaba a sus amistades más allegadas. En su mayoría, funcionarios de su propia empresa o de otras, con el rango e influencia suficientes como para acreditarse un puesto en la mesa con la dimensión y el surtido de comida requeridas para una celebración como esa. Siempre, cuando esto ocurría, tenía la impresión de no tener más pretensión en estas veladas que el de fungir como un trofeo lucrativamente adquirido igual a cada objeto en aquella casa. Le reafirmaba este aire impostado la suspicaz actitud hacia ella de las puntillosas mujeres -queridas o esposas- que acompañaban a aquellos hombres y ante las cuales debía apelar a toda su afabilidad para disimular su irritación. Esto no le permitía disfrutar el momento y más bien le hacía desear que todos se marchasen. No. María Amalia precisaba algo más que la tutela y el orden de un marido que la consideraba el prototipo de toda excelencia y la obligaba a permanecer recluida entre paredes impregnadas con aromatizantes. Necesitaba hallar la forma de cambiar la dinámica de aquel matrimonio que, con todo lo utilitariamente dispuesto, no conseguía siquiera suplir la carencia afectiva de una amiga, pues cuando María Amalia persistía en su propósito de invitar alguna el hombre se negaba por considerar que sólo servirían para restituir las malas influencias que en el pasado pudieron ejercer sobre ella. Por si fuera poco, pese a encontrarse en uno de los puntos más populosos de la ciudad en cuanto a tiendas y supermercados, no tenía ninguna oportunidad para ir de compras ya que le había sido adjudicada una mujer para estos menesteres. Además, María Amalia era constantemente monitoreada a través del teléfono que en la sala y con una extensión en su cuarto se convirtió en un incondicional aliado del marido en aquel entorno claustrofóbico, pues debía permanecer expectante a que sonara el aparato a una u otra hora del día.
Un muro alrededor de la casa denegaba todo acceso a los vecinos y le dejaba como único medio de comunicación con el mundo exterior la puerta de salida a la calle, la cual consistía en una alta verja, pero con la recomendación de mantenerla siempre cerrada por precaución ante los ladrones. Sólo faltaba por tapiar el traspatio, separado por una malla de la vecina que vivía de ese lado. Aunque, explícitamente hablando, a tal vecina no podía considerarla una interlocutora válida. Septuagenaria, su conversación tendía a temas más bien devaluados en cuanto al gusto de María Amalia, además de dedicar la mayor parte del tiempo a comentar sobre sus achaques y enfermedades y esto no incidía positivamente en el estado de ánimo de la muchacha por ver en ello una anticipación de su propio devenir. Está había enviudado hacía algún tiempo y no contaba con más compañía que la de su único nieto de 14 años; tan distraído que siempre parecía estar derivando por los celajes. La abuela solía recriminarlo con frecuencia pues detestaba esa clase de esnobismo que consideraba el pasarse el día jugando con su celular; un reciente obsequio del padre. Esto, según ella, solo había servido para contribuir a su desorientación, cuando era hora que comenzara a preocuparse por cosas más terrenales: el procurarse alguna que otra noviecita , por ejemplo.
Pero Jorgito no era tan ingenuo como la abuela pretendía. Cuando María Amalia extendía sus brazos por encima de la maya para entregarle a la vieja un poquito de sal o algún condimento que aquella con frecuencia le solicitaba y su bata de casa por casualidad se desabotonaba dejando al descubierto uno de sus senos, el muchacho se le quedaba mirando boquiabierto.  En cualquier otra circunstancia esto le hubiera hecho sentir molesta, incluso herida en su amor propio, pues María Amalia podía hacerlo todo excepto aparecer como una desvergonzada por tratarse de un menor de edad al que, bien sabía, debía mantener al resguardo de cualquier disuasión malintencionada.  Es fácil inferir entonces que, más que una intención preconcebida, fue su propia imposibilidad de comunicación, aquel aletargado vivir acogida a los caprichos de su esposo lo que le hizo concebir aquella idea genial y traviesa que la liberaría de tan atroz aburrimiento.  Aprovecho una mañana que la abuela salió a una de sus contingencias médicas y adoptando una expresión confidencial le dijo: “Sabes Jorgito, estaba pensando si tú me prestases el celular solo un momento yo pudiera mostrarte algo que estoy segura te gustara mucho más que todos esos jueguitos que tienes hay”. Al principio el muchacho se mostró perplejo ante esta insólita propuesta. Debió preguntarse qué podía resultar más interesante que aquellos juegos de tan disímiles variedades contenidos en su celular. Pero las palabras intrigantes de la mujer no tardaron en exacerbar su curiosidad y hacerle entregar el teléfono por encima del cercado. Ella, después de encerrarse durante largos minutos en su cuarto regreso y se lo devolvió, pero no sin hacerle antes una recomendación: “Ahora, quiero que tú hagas lo mismo que yo estoy haciendo aquí. Pero, además, quiero que invites también a tus amiguitos a sumarse y verás que entre todos será mucho más divertido”. Así, María Amalia se convirtió en una suerte de gurú que inmersa en su ritual agasajaba a toda aquella plebe adolescente. Para esto cada día les hacía llegar a través de Jorgito un sinnúmero de videos que en un plazo récord le permitió contar con el consenso de toda una multitud de seguidores.
A veces en medio de estas sesiones cuando María Amalia con redoblado encomió se introducía un tubo de desodorante Sport vía vaginal, recibía la llamada de su marido. Sin cambiar para nada de postura respondía con voz edulcorada y le sonreía como siempre solía hacer, aunque él no la pudiera ver. Le sorprendía su propia presencia de ánimo; el sentirse tan segura de sí y no acosada por la más mínima sombra de prevención. Incluso se le hizo deseable que él la llamara en tales momentos pues era como si concretara sus anhelos de ser un poco más libre y esto lo asumía como un desafío en las mismas narices de aquel hombre terriblemente posesivo y previsor quien se creía al tanto de sus hábitos y de sus más ocultas manías. Lo más curioso era que tampoco experimentará ni el más leve asomo de pudor cuando él llegaba del trabajo y la besaba como ocurrió la tarde de un día insólitamente caluroso.
¡Por dios! ¡qué día he tenido hoy! Voy a darme un baño con el agua bien fría, pero primero quiero que me prepares un buen batido-. El hombre decía esto mientras aferraba a la muchacha por la cintura y le daba a punta de labios uno, dos y tres besos. Después fue hasta la sala donde se desplomó en un amplio butacón a disfrutar del aire acondicionado. -Es increíble lo malo que esta el tráfico. La gente anda como loca. Sobre todo, los muchachos. Imagínate que cuando venía para acá debí frenar para no atropellar a dos de la secundaria que cruzaban la calle sin mirar ni para los lados, de tan absortos como iban con sus celulares. Debían prohibirles andar con esos artilugios, son una verdadera epidemia. Se les hacen tan obsesivos que los mantienen en un estado de perpetua ansiedad sin permitirles estudiar como es debido, y en cambio les concede el acceso a cosas de las cuales en mi infancia ni siquiera se podía hablar. Tanto es así que el jefe de área de nuestra empresa sorprendió a su hijo de sólo 13 años con uno de esos Videos porno grabado en su móvil. Lo pude ver. Se trataba de una muchacha de cuerpo bien proporcionado quien se masturbaba con un tubo de desodorante Sport, mientras se contorsionaba con una insolencia tal como no se es posible concebir- El hombre dijo esto último con el aire perturbado de quien ha visto poner a prueba su incuestionable integridad y en secreto se avergonzará de no poder apartar su mente de semejante orgia.
Debe ser muy bonita- se aventuró a opinar María Amalia.  Como por hacer solo un comentario y no le diese la menor importancia al asunto. En realidad, le aterraba la idea de que el marido pudiera sospechar de aquella insólita exposición suya.  En tal caso ni valiéndose de toda su astucia lograría disuadirlo de su decisión de echarle a la calle y apenas con la ropa que tenía puesta, tal como entró a esa casa. Con la respiración contenida aguardo expectante por la respuesta del marido. Este se levantó de su asiento y regresó a la cocina donde ella trajinaba. Se situó a sus espaldas y rodeándola con los brazos, dio rienda suelta a sus mimos.
No, eso no lo sé pues la muy condenada no se deja ver la cara, solo del cuello para abajo. Lo más probable es que sea casada y de esta forma logra burlar al esposo. El pobre hombre quizás sea alguien influyente, lleve una vida ordenada, formar, y nada imagina sobre las andanzas de su mujer-. Y para reafirmar su convicción al respecto se puso a declamar contra aquellas que, valiéndose de la confusión de estos tiempos, no se detienen ante escrúpulo alguno respecto a todo lo que concierna a satisfacer sus bajas pasiones. Una vez desahogado su resentimiento abrazo con más fuerza a la muchacha y pegando la boca a su oído le habló con un susurro que era a la vez severo y paternal. ¿Ves María Amalia lo que siempre te digo? ¿Que tienes tu que buscar en la calle? Tan ingenua como eres, de seguro tendrías a todos los rescabucheadores de la ciudad tratando de aprovecharse de ti. Mírate en el espejo, con ese cuerpo te podrías exhibir en las mejores pasarelas del mundo. Solo que, mientras vivas en esta casa, serás una modelo exclusiva para mí.
Ante este comentario María Amalia suspiró aliviada pues comprendió que no debía temer represión o castigo alguno.  Hasta pensó en una frase que pusiera de manifiesto su gratitud por encontrarse al amparo de un hombre que le dispensaba tan prudente cuidado.