KARLA HERNÁNDEZ JIMÉNEZ -MÉXICO-

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PÁGINA 53

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Nacida en Veracruz, Ver, México. Licenciada en Lingüística y Literatura Hispánica. Lectora por pasión y narradora por convicción, ha publicado un par de relatos en páginas y fanzines nacionales e internacionales, como Página Salmón, Nosotras las wiccas, Los no letrados, Caracola Magazine, Terasa Magazin, Perro negro de la calle, Necroscriptum, El gato descalzo, El cama- león, Poetómanos, Espejo Humeante, Teoría Ómicron, Revista Axioma, Melancolía desenchufada, Especulativas, Lunáticas MX, pero siempre con el deseo de dar a conocer más de su narrativa. Actualmente es directora de la revista Cósmica Fanzine.
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Otra superviviente muerta
Karla Hernández Jiménez
En la televisión mencionaron que sería muy poco tiempo en confinamiento, que si seguíamos las instrucciones correctamente pronto podríamos volver a las mismas rutinas aburridas de siempre sin ningún apuro, que solamente era cuestión de tiempo, o eso decía el presentador del noticiero nacional.
Desde que empezó el confinamiento, no hay un solo día en el que pueda decir que me siento bien, que me sienta privilegiada de haber sobrevivido otro día ante el virus que ha destrozado la vida de tantas familias que han visto morir a sus seres queridos. El virus me ha dejado encerrada en la región más calurosa, la más horripilante, mi región natal, aquella a la que jamás hubiera querido regresar en toda mi vida.
Abro los ojos a un nuevo día, decepcionada por no haber conseguido amanecer con una parálisis permanente que me mantenga en la cama hasta que mis ojos ya no pudieran abrirse nunca más, deseando ya no estar.  ¿Es tan difícil de cumplir un deseo?
–Buenos días–me dice mi madre al abrir las cortinas oscuras de mi habitación de par en par–Hoy es otro día más en la nueva normalidad, mi cielo.
Sólo puedo ofrecerle una sonrisa hipócrita por toda respuesta ante la vitalidad de su entusiasmo enfermizo.
¿Cómo puede hacerlo?, después de haber enterrado a dos de nuestros parientes en la tierra caliente del camposanto hace pocos días no me parece adecuado que exponga sus dientes en aquella mueca que pretende llamar sonrisa.
Me levantó con una expresión de aburrimiento en el rostro y procedo a cumplir con las obligaciones que me han asignado.
Trato de mostrar mi mejor cara, de fingir la forma ideal para poner una sonrisa en mi rostro para evitar incomodar a los demás con mi apariencia melancólica, esa melancolía que no hace el menor esfuerzo por abandonarme y beber de mi ánimo.
¿Cuándo fue la última vez que pude sonreír sin la sombra de tristeza que ahora me caracteriza? Tengo buena memoria, y aun así ya no lo recuerdo con claridad, se me escapa ese recuerdo que se desliza hasta esa región de mis memorias difícil de alcanzar, aquella que requeriría que mi cuerpo estuviera en un estado de vigilia para poder recuperar todo lo que lentamente voy olvidando.
–Este año has madurado, eso te permitirá encontrar un trabajo fácilmente. Ahora entiendes lo que es ser responsable. A tu edad…
Escucho a mi madre a medias, pensando cómo se puede confundir la desesperación con los signos de la madurez. ¿Cómo puedo soportarlo?
Estoy plenamente consciente que cada día que pasa siento que mi propia vida ha comenzado a asfixiarme hasta hacer que mi boca comience a temblar y a cambiar de colores constantemente en busca de aire.
Es como si quisiera separarse y huir de mi cuerpo en busca de auxilio para que eviten que la imbécil de su dueña no pueda terminar de matarse a gusto luego de esta temporada prolongada en un infierno particular.
Miro el reloj con una mirada fija, atenta, observando la forma en que las horas pasan lentamente sin dejar testigos y lo fulmino con la más tóxica de mis miradas, envenenando cada uno de sus retrasos para hacer pasar el tiempo de manera adecuada.
A lo largo del día, me refugio en pasatiempos que no requieran que piense en casi nada, buscando escapar de los pensamientos que me acosan, que me hacen sentir que mi existencia está de más.
En cuanto cae la tarde, estoy segura que mi cerebro entrará de forma automática en una especie de sueño inducido. Seguramente es porque ya no puede soportar más de la misma situación de todos los días y decide huir de la realidad en la que estamos inmersos, fugándose por mis orejas sin pedir algún tipo de permiso.
Cuando por fin llega la noche, la situación no se vuelve nada fácil.
Solamente quisiera estar sola, refúgiame en la comodidad de la nada tranquilamente, pero en casa se esfuerzan por volverme parte de una serie de ritos inútiles que me sacan lágrimas de aburrimiento.
Me levanto en medio de la madrugada con el ánimo decaído, moviendo los ojos para todos lados sin observar realmente, únicamente escaneando el entorno nocturno aunque nada nuevo aparezca.
Estiro mis brazos intentando atravesar la oscuridad, tratando de impulsar mi cuerpo hasta que logra colocarse en el suelo.
De forma nerviosa me levanto a la cocina en busca de algo, pero únicamente consigo sentirme más desorientada por no saber el modo en que he terminado ahí, ¿cuál fue mi impulso inicial?
Me la paso preguntándome constantemente por una solución que no es capaz de llegar a mi cabeza debido a la hinchazón que se queda en mi cuerpo a lo largo de la madrugada, divago durante horas, perdiendo el tiempo de forma innecesaria.
Ya se han acumulado muchas noches en las que me parece irresistible mi propia visión con un tiro en la cabeza recién hecho y los sesos esparcidos en el suelo, desparramándose al ritmo de mi sangre fresca.
A las cinco de la mañana, luego de buscar y buscar dando vueltas en mi habitación como si quisiera abrir un boquete inmenso en el piso, por fin llega la solución que había estado esperando durante todo este tiempo.
Mi tabla de salvación se encontraba en el viejo armario de mis abuelos, ese donde me gustaba esconderme cuando era una niña para fingir que era la última humana sobre la Tierra, imaginando que la razón de tanto silencio era la extinción de todo lo que había.
Mi salvador está un poco oxidado, nadie lo ha usado en varias décadas desde que mi abuelo falleció, pero estoy casi segura de que aun puede cumplir con el propósito para el cual fue fabricado.
Lo contemplo durante unos minutos más, pensando si será la decisión correcta. Me arrastro por el piso, pensando a toda velocidad mientras las ideas no paran de revolotear en mi cabeza. Después de unos instantes, que parecieron ser eternos, por fin lo he decidido.
Ya no puedo retractarme, estaría mintiendo si dijera que me importa lo suficiente evitar herir los sentimientos de mis seres queridos. Le doy vueltas al cilindro, queriendo saborear el momento en el que finalmente mi fantasía se hará realidad.
Giro la pieza, haciéndola realizar un ángulo de trescientos sesenta grados hasta que finalmente me decido jalar el gatillo. Después de tomar un profundo respiro, acerco el cañón hasta mi sien derecha, en el lugar del padre, y lentamente pero con resolución jalo el gatillo hasta que alcanzo a oír como truena…
Lentamente, todo se torna blanco.
¿En serio creyeron que me había muerto? ¡No tienen ni idea! Sigo aquí, de pie después de esta noche de insomnio en la que mis ojos se han hinchado y pelado como si fueran castañas.
En mi casa me dirán que luzco igual que todos los días, con el ceño fruncido y mi cara de pocos amigos que grita “vete al carajo“ que espantaría a más de uno.
Sé muy bien que mi corazón ya está muerto y enterrado.
Algunos dirán que exagero, que por lo menos he sobrevivido a la pandemia más grande que ha afrontado la humanidad, como si fuera un testimonio viviente de las maravillas de seguir con vida en la nueva normalidad.
Hoy he fallado porque me faltó el valor para terminar lo que empecé desde el momento en que me quedé encerrada en estas paredes espantosas que critican cada una de mis desiciones con la misma dureza que la gente a mi alrededor.
Parece que estoy viva, que aún me muevo como si fuera una persona normal que no tiene problemas para continuar con la rutina, pero la verdad es que por dentro me siento deshecha, como si aquel disparo imaginario de verdad hubiera abierto un hueco en mi cerebro.
Una parte de mi quiere ver de nuevo el amanecer con la misma ilusión, con el mismo sentimiento puro de antes, y, sin embargo, solamente puedo ver la oscuridad.
Estoy muerta por dentro, es como si de verdad me hubiera convertido en un zombi o una momia, como si ya no tuviera alma y mi cuerpo se obstinara en continuar caminando como siempre lo ha intentado hacer.
El mundo se está cayendo a pedazos, pero ya no me asombra, solamente me siento como si estuviera contemplando una película de desastres que ya se ha visto muchas veces.
Nada en particular.
El encierro me ha dejado destruida, inútil para hacer las cosas que verdaderamente quiero hacer, excepto escribir esta historia por si algún día logro tener el valor suficiente para…
¿Pero qué estoy diciendo? Puede que aún tenga una oportunidad de escapar de este fin del mundo que ha acabado conmigo pero que no se atreve a rematarme en mis horas de mayor sufrimiento.  ¿Por qué no lo pensé antes?
Es algo tan simple que no me explico porqué no se me ocurrió antes. ¡Por supuesto!
Esa tarde, durante la hora muerta en la que no se escucha una sola voz en toda la casa, volví a arrastrar los pies hasta ese lugar que sería mi nueva tabla de salvación.
Como un alcohólico que recae en la bebida, me acerqué arrastrando mis pies muertos hasta la entrada del armario que había sido testigo de tantos actos de desaparición infantiles, regresando inevitablemente a aquella fuente.
Abrí un espacio lo suficientemente grande como para poder contemplar ese espacio familiar, esa luz cegadora que se expandía en un gran circulo entre la madera y la transmutación de la materia.
Lo contemplé durante unos segundos, apreciando la belleza de lo desconocido.
Hasta donde puedo recordar, siempre ha estado ahí, esperando sin ser visto por nadie, excepto por mi.
Nunca he sabido exactamente qué hay más allá de esa luz, pero ¿haría alguna diferencia en mi decisión tener aquella información a mi disposición? No estaba interesada en saber qué era lo que se extendía entre esta dimensión y la otra, si llegaría a algún lugar o me desintegraría como solía ocurrir en las películas de ciencia ficción de serie b, solamente quería que me sacara de aquí.
El atrayente sentimiento que de seguro embriaga a quien está a punto de saltar al vacío se apoderó de mi cuerpo con una velocidad que me dejó sin habla, aunque, de cualquier forma, en mi estado no hubiera sido muy fácil que expresara mis sentimientos usando palabras dichas en voz alta.
Ahora, definitivamente, esta historia será la única memoria que quede de mis horas finales, el testimonio de una forzada superviviente del Apocalipsis.
Es mi fin, es el fin del mundo tal como todos lo conocíamos antes, pero, al menos en estos instantes finales antes de desaparecer de esta dimensión, me siento viva.
 
Después de esos garabatos finales en su desgastado diario personal, se metió entre la ropa vieja y los cachivaches llenos de polvo hasta encontrar lo que buscaba.
Mientras su cuerpo se desintegraba, estaba en una paz serena.
Al final, ya no se escucha nada en el cuarto, solamente el vacío de un eco.