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PÁGINA 18

ELENA ISABEL GONZÁLEZ RODRÍGUEZ -CUBA-

Nací en San Antonio de los Baños municipio cercano a la capital de Cuba, pueblo conocido por la villa del humor. Desde muy pequeña sentí inclinación por la lectura, participe en talleres literarios donde fui creando la base para tiempo después escribir mis primeros cuentos. Soy especialista en artes de los medios audiovisuales, labor que desempeño, tengo un curso de Herramientas del escritor y un Pot Grado de Dramaturgia y Guion de Televisión.  He escrito cuentos al amor, al desamor, eróticos, también varios poemas, pero me afino más con la narrativa. Actualmente escribo guiones para programas dramatizados, pero siempre que puedo me siento a escribir narrativa porque continuamente hay algo que me inspira hacerlo.

 

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Contacto: elenaisabel@nauta.cu 

 

MÁS ALLÁ DE TI

Capítulo 1   

 
A Lucia siempre le ha gustado escribir, pero por falta de tiempo nunca lo había hecho, pero hoy después de la consulta con su psicólogo se sentó para escribir la historia de su vida y así ir dejando atrás el dolor que una vez le ocasiono ciertas cosas.
 Se sentó, quedó pensando varios minutos para coordinar sus ideas y empezó a escribir sus primeras líneas…
Fue en abril del año Mil novecientos ochenta cuando   Wilmer me dijo que estaba decidido a irse del país, sentí necesidad de salir de la casa caminar un rato, y estar sola. Camine sin rumbo, con pasos cansados por la calle que a esa hora de la noche permanecía en penumbras, estaba tan imbuida en mis pensamientos que no me molestaba la persistente brisa que golpeaba mi rostro, me senté en un banco de un parque y sin poder contenerme comencé a llorar al recordar los momentos de mi vida junto Wilmer e imaginar lo que sería mi vida sin él.
Regresé tarde al apartamento, cerré tras de mí la puerta de un tirón, y luego puse mi bolso sobre la mesa y caminé hasta el cuarto de los niños y allí estaba él recostado al marco de la puerta custodiando el sueño de nuestros hijos. Le sentí sollozar y mi corazón latió con fuerza, mientras contenía mi llanto divise las pequeñas figuras de cada uno de mis hijos y ya no pude más, tuve que llorar.
Traté de huir, pero mis pasos me delataron, Wilmer se volvió y me buscó con su mirada, y caminó hacia mí con los brazos abiertos para abrazarme, pero no dude en rechazarlo y darle la espalda.
―Oye, Lucia, no seas así… también yo lo siento― me dijo entonces y se acercó más a mí.
―¿Sentir? Pues no lo parece, esto, es decisión tuya ― le dije enojada.  
―Lucia,   no me culpes, solo busco el camino correcto, por ti y por mis hijos.
―No metas a mis hijos en esto, ellos no tienen nada que ver con tu decisión.
―¿Tus hijos? también son los míos, y no te voy a permitir que me digas que Isabelita no es mi hija, sabes bien cuánto la quiero.
Se me nublaron los ojos y con voz entre cortada entonces le respondí.
―No te lo puedo decir, aunque no eres su padre biológico ella te quiere demasiado.
―Por favor Lucia…necesito que me entiendas, no puedo seguir aquí, ya he tenido suficientes problemas en este país.
Le di la espalda, dejándolo con la palabra en la boca, él siguió mis pasos, yo me encerré en el baño y comencé a dar vueltas como una fiera enjaulada lejos de calmarme, mi malestar iba en aumento, entre a la bañera abrí la ducha y deje que el agua corriera por mi cuerpo con la esperanza que el agua se llevara mi dolor.
Media hora después, salí del baño, ya Wilmer estaba acostado envuelto en sus pensamientos, me pare frente al espejo y comencé a desenredar mi cabello   húmedo, a través del espejo podía ver su mirada de deseo, fija sobre mí cuerpo, como mordía sus los labios al ver como el aire del ventilador jugaba con la bata de dormir que llevaba puesta, y destacaba mis contornos, me fingí Indiferente y continúe peinándome. En otra ocasión me hubiese ido a su lado con paso insinuante me acostaría a su lado para que me hiciera gozar de su amor. Pero esta vez no, me siento muy herida por la noticia y me niego a mí misma ese privilegio.
De pronto escuché su voz con una pregunta, con un ruego. ―¿No me vas a dejar de amar verdad Lucia?
Deje de peinarme y fui hasta la cama, me pare frente a él, lo mire fijamente sin responder a su pregunta.
―¿Respóndeme Lucia? respóndeme.
Sentí mis lágrimas correr por mis mejillas, lo quería demasiado, claro, era descomunal mi amor por él, pero no le respondí. Wilmer al verme llorar se puso de pie y me abrazo, los dos lloramos él me susurro al oído.
―No sé cómo será mi vida en un país extraño, pero te puedo asegurar que hare hasta lo imposible, por llevarte con mis hijos.
Me solté de sus brazos, me senté en el borde de la cama, con la mirada fija en el suelo para decirle con firmeza.
―No me iré de aquí, no voy arriesgar a mis hijos en un país en el que ni siquiera se habla nuestro idioma, lo siento mucho.
Wilmer se arrodilló ante mí y suplicante me dijo:
―Tienen que venir conmigo, ustedes son lo único que tengo.
―Tienes a tu madre, a tus hermanos― le recuerdo
―Sabes muy bien que lo único que tengo eres tú y mis hijos.
―Lo siento, no puedo en estos momentos decirte nada más, tú ni siquiera sabes cómo te va ir por allá, ahora déjame mañana tengo trabajo.
―Quedamos en que no trabajarías esta semana.
―Tú te vas, pero yo me quedo, no puedo perder mi trabajo, además tenemos que empezar a acostumbrarnos a estar separados ¿No es así? 
Él me respondió haciendo un gesto afirmativo con la cabeza.
 Estábamos los dos acostados, cada uno a un lado de la cama, tratando de no molestar al otro, separados por un espacio inmenso entre nosotros, juntos pero solos, un augurio de lo que nos proponía el destino y la vida de ahí en adelante, Wilmer miraba una foto de nuestros hijos y yo permanecía pensativa, tratando de atisbar como se recompondría nuestra nueva vida.
El día amaneció con bajas temperaturas, desde el apartamento de al lado, se escuchaba la radio de la vecina con las noticias del día, pude escuchar perfectamente el tema que debatían: la emigración.
―Era lo que me faltaba para empezar el día― rezongue
Pero respire profundo y aspirare el aroma del café recién colocado, que también llegaba hasta mi apartamento. Wilmer se levantó y con cariño despierto a cada uno de sus hijos
―Ya están los pomos de leche preparados, puedes dárselos― le dije sin mirar su rostro.
―¿No me vas a dar los buenos días?
―Buenos días – respondí dándole la espalda.
Él fue a la cocina por los pomos de leche, y regreso al cuarto de los niños le dio uno a Anita y otro Wilito los más pequeños.
―Ahora les traigo a ustedes el vaso de leche ―le dijo a Isabelita y Mabe las mayores sin dejarlas de mirar.
―Yo no quiero leche― le responde Mabe
―¿Y eso porque?―le pregunto su padre preocupado.
―Me siento mal
 Escuche a Mabe y me acerque a ella le toque la frente, luego la apreté a mi pecho.
―No quiero ir a la escuela mami – me dijo Mabe quejumbrosa.
 
―No te preocupes Lucia ― intervino Wilmer, solícito― yo me quedo con ella vete para tu trabajo tranquila.
Me despegué de la niña y miré a Wilmer con cara muy seria.
―Tendré que acostúmbrame a enfrentar los problemas sola, así que puedo empezar desde hoy.
―¡Ay Lucia, por favor! déjate de ironías delante de los niños.
― ¿Por qué Ironía? –Sonreí con tristeza― Ellos tienen que saberlo ¿es hora no?
Wilmer no respondió, solo bajo su cabeza y camino hasta donde estaban los otros tres niños.
Mabe se sentó al borde de la cama y me mira con ojos tristes.
―Mami ¿qué tenemos que saber mis hermanos y yo?
Mi rostro cambió al no saber que responderle, pero con mucho disimulo le tomó la mano, le sonreí para luego decirle.
―Nada Mabe, eso fue jugando con tu papá.  
―Mami yo sé que están discutiendo desde hace unos días.
Me sorprendí ante las palabras de Mabe, completamente desarmada por completo, solo me la imaginaba escuchando las cosas que su padre y yo habíamos estado conversando en los últimos días, sentí deseos de abrazarla y llorar, pero me contuve, no puede mostrarme débil ante mi hija. Mabe al no escuchar mi respuesta insistió.
―¿No me vas a decir mami?
Tenía que dar una respuesta a mi hija de siete años y no sabía cuál, me incline para estar acorde con ella, acaricie su pelo, con mucha paciencia y temor a equivocarme le dije.
―Si Mabe tienes toda la razón, en estos días estoy un poco alterada porque tengo mucha carga de trabajo, tú sabes que estoy llegando un poco tarde.
―Si mami, está bien lo sé, me voy a acostar de nuevo me siento mal.
Mabe se acostó dejándome casi con la palabra en la boca.
Hice un gesto con las manos, me restregué los ojos para que las lágrimas no me corrieran, y callada salí del cuarto.
Al final decidí que Mabe se quedara con su papá, y antes de salir a llevar a los otros niños a la escuela, vi que Wilmer se acostó, junto a su hija para leerle un cuento entre risas y cariños.
Ya en mí su puesto de trabajo, no logré concentrarme, una inmensa sensación de miedo me invadió.
―Lucia por favor tenemos que terminar están esperando el envío – me dijo Rebeca, una compañera.
― Disculpa, me entretuve― le contesté volviendo de mi embeleso
―Hace días que te veo en las nubes, ¿tienes algún problema?
―No ninguno.
―Sabes que puedes contar conmigo.
 Comencé a llorar, Rebeca agarro mis manos queriendo saber que me sucedía.
―No entiendo, ¿qué problema tienes?
Saque del bolsillo de la bata del uniforme un pañuelo y después de enjugar mis lágrimas, dude si le contaba a mi amiga.
―Dime desahógate― se atrevió a decirme Rebeca para darme confianza.
―Es algo que no tiene solución.
Rebeca se preocupa ante mi comentario y me dijo al mismo tiempo que abrió grande los ojos.
―¿Estas enferma?
―No… por Dios.
― ¿No es peor de lo que pensé? – me dijo Rebeca luego de un suspiro.
―Ya te dije, no es nada, estoy algo susceptible en estos días.
― Entonces si no quieres decirme, vamos a trabajar antes que nos vean paradas.
Tres horas después llegue a mi casa y como siempre lo mismo de todos los días, preparar la comida, el baño de los niños, y ayudar en las tareas de la escuela, y preparar los uniformes para el próximo día, me sentía agotada.
Cuando me acosté ya era muy tarde, pensé que Wilmer dormía ya, pero de repente siento sus manos que rodean mi cintura. Trate de soltarme pero me beso los labios, y me apretó contra su pecho con fuerza.
―Bésame Lucia, vamos a estar mucho tiempo sin besarnos.
Escuche su voz  como un susurro en mi oído, desde que me dijo que se iba del país todos mis sueños junto a él se desvanecieron, así como también mis deseos sexuales, pero hoy después de casi cuatro días me siento la misma Lucia, enamorada y perdida entre sus brazos.
Nos acomodamos en la cama y todo fue mejor que antes, al final, vencidos y agotados nos dormimos muy tarde en la madrugada, los dos abrazados semidesnudos.
En la mañana al sonar el despertador no tenía deseos de levantarme, Wilmer me llamó, me beso en la mejilla, pero yo tenía tanto sueño que no podía abrir mis ojos, al sonar el despertador la segunda vez caí en cuenta que los niños tenían que ir a la escuela, me espabilé, me senté en la cama.
―Sigue durmiendo, si lo deseas, me encargo del desayuno y llevo a los niños a la escuela.
― Sí, estoy cansada, además quiero complacerte, saldré de vacaciones, quiero que te lleves un lindo recuerdo de mi.
Wilmer me da un beso y sale del cuarto yo me dormí sin saber cuándo.
Ese día lo pasamos muy felices, salimos a almorzar a un restaurante de comida China y luego nos sentamos a la orilla del mar, como si fuéramos dos adolescentes, conversamos, nos reímos y lloramos.
Estuvimos unos días así, hasta que una tarde llegó una citación en la que decía el lugar y la hora donde tenía que presentarse Wilmer para su salida del país.
Leí una y otra vez aquel pedazo de papel, sin darle crédito a lo que leía, pensé en mis hijos, y no pude contenerme, rompí a llorar como una pequeña. Wilmer me abrazo, y contuvo su llanto, su fortaleza no la perdió esta vez.
Al otro día ya era fin de semana y decidimos llevar a pasear a los niños, los cuatros se pusieron contentos sin saber que esta era la última salida que tendrían con su padre.
La verdad es que todos disfrutamos del paseo, cuando regresamos a la  casa ya era de noche, Wilmer traía cargado a Wilito que se había quedado dormido, las niñas venían cansadas pero ninguna se quejó, tomamos un taxi hasta la puerta de la casa.
En cuanto llegamos Isabelita, Anita y Mabe fueron directo a su cuarto, yo las seguí, para ayudarlas a cambiar de ropa.
Esa noche ni Wilmer ni yo dormimos, pasamos la noche conversando. Solo faltaban dos días para su partida.
Cuando desperté eran las nueve de la mañana, sentí el olor a pan recién tostado y supuse que Wilmer estaba en la cocina.
Un rato después me dirigí hasta el comedor, allí estaban los niños, Anita,
Isabelita y Mabe sentadas a la mesa junto a su padre, Wilito estaba sentado en el piso jugando.
Ante aquella escena familiar tuve que sonreír, pero tras aquella sonrisa había más tristeza que felicidad.
Todas las miradas se volvieron hacia mí, Wilmer corrió la silla a su lado y con un gesto amable de su mano me indico que me sentase.
Nunca he sido hipócrita, ni de andar con mentiras, pero ese día ante mis hijos aparente ser feliz.
―¿Quien hizo este delicioso desayuno? –pregunte luego de darle una mordida a una tostada.
Las niñas comenzaron a reír y fue Anita con la boca llena y su hablar indescifrable quien me respondió.
―Lo hicimos todas con papá.
―Si mami quisimos darte la sorpresa – dijo Mabe.
―Qué bien, ya mis nenas están creciendo― les dije sonriendo.
No quería que terminara el fin de semana, la partida de Wilmer se aceraba y no estaba apta para eso, pasamos el resto del domingo en la casa, los niños se pusieron a jugar, y nosotros nos sentamos a ver una película de comedia en la televisión.
Wilmer se puso de pie y me trajo una taza de café, percibí que él estaba ansioso, no podía   concentrarse en la película, cuando volvió a sentarse tome su mano la apreté con cariño, él se me acerco y me beso en la mejilla, sus ojos no me engañaban, estaba triste.
El lunes amaneció precioso, los niños no fueron a la escuela, su padre se marchaba y quería estar con sus hijos, las niñas se extrañaron, estaba esperando que alguna me preguntara, Wilito ni cuenta se dio que no fue al círculo infantil.
Wilmer pasó todo el tiempo serio, o quizás preocupado, porque arrepentido no podía estar, aún tenía tiempo de desistir de ese viaje.
Me paré en la terraza y lo vi juagando con sus hijos, me senté cerca de ellos, ese día no quise pensar, necesitaba olvidarme de todo, al menos durante las próximas horas.
Wilmer no me dejó entrar a la cocina, se puso el delantal y tomo el lugar para él solo, nos hizo una comida sabrosa.
Cuando terminamos de comer entablo una conversación con los niños.
―Ustedes tienen que respetar siempre a su mamá, ayudarla en todo y cuidarla.
Isabelita se quedó pensativa mirándolo, Mabe no se pudo dominar el comentario.
―Nosotros la cuidaremos siempre, ¿y tú también papá verdad?
Todas las miradas fueron para Mabe, yo quise detener su comentario pero creo que ya era tarde, estoy segura que ella había escuchado algo.
―Si claro― le respondió Wilmer sin dejarla de mirar.
Me puse a fregar la loza, los niños se sentaron frente al televisor, Wilmer se molestó conmigo porque quiso ayudarme y no lo deje.
―No te pongas así, ve y disfruta de tus hijos.
―Sí, voy a acostar a Wilito está casi dormido, después me pondré a conversar con las niñas.
―¿Se lo dirás?
―No tengo valor Lucia, ellas no lo van a soportar.
Se me cayó al suelo un vaso que estaba fregando y se rompió.
Wilmer se alarmo, enseguida busco la escoba y el recogedor, yo me hice a un lado para darle paso.
Cuando las niñas se acostaron Wilmer cerró la casa y nos fuimos al cuarto.
 Mire el reloj que estaba situado en la mesita de noche, suspire al ver que eran las once y media, Mi esposo se sentó en la cama y me tendió una mano para que me aproximara a él, me deje guiar, me senté en sus piernas, estuvimos por un rato así, sin decir nada solo sentíamos nuestra respiración.
Luego de un rato nos acostamos en la cama, a conversar, no sentimos deseos de hacer el amor, ahora habían cosas de que hablar más importante que eso.
―Lucia, por favor háblale de mí a los niños, estoy seguro que Wilito en poco tiempo no se va acordar de mi rostro.
―Tu decisión va destruir esta familia.
Wilmer me acaricio el rostro, no puedo explicar lo que sentí en ese instante, lo abrase fuerte y comencé a llorar.
Una noche de verdadero sobresalto, de incertidumbres y de amor. No sé en qué momento me quede dormida, cuando desperté ya Wilmer estaba de pie, era muy temprano recorrí con la mirada la habitación, pero allí no estaba, mi corazón latió fuerte, me puse de pie,  y descalza  salí del cuarto,   entonces vi a mi esposo con una mochila en la espalda entrando al cuarto de los niños.
En silencio observé como beso a cada uno de ellos, me lleve las manos a la boca para contener mi llanto.
Cuando salió del cuarto se dio cuenta que estaba ahí y me abrazo, sus ojos estaban tristes y llorosos, me llevo así abrazada hasta la puerta, fue cuando me dijo lo que no deseaba escuchar jamás.
―Me voy, llegó la hora, tú siempre vas hacer el amor de mi vida, en cuanto se me la oportunidad te voy mandar a buscar con mis hijos.
―También eres el amor de mi vida Wilmer, cada día pensare en nuestro amor.
―Te prometo que en cuanto llegue y pueda, te escribiré.
―Cuídate, por favor― ya no pude más y lloré, si lloré a gritos.
Wilmer me beso, acaricio mi rostro y por ultimo me apretó contra su pecho muy fuerte.
―Adiós Lucia, cuida a los niños.
Wilmer, me dio la espalda y echó a andar, seguí su figura hasta que le perdí de vista, cerré la puerta y me senté, mis manos temblaban, y mis ojos no paraban de llorar.
Fui a mi cuarto me acomode en la cama y no tuve fuerzas para llamar a los niños, me quede dormida por lo menos una hora, desperté asustada, cuando Wilito mi pequeño me llamo por su pomo de leche.
Luego apareció también Mabe en el cuarto.
―Mami creo que es tarde para la escuela te quedaste dormida― me dijo.
―Sí, me quedé dormida, pero no te preocupes no irán a la escuela.
― ¿Y por qué?
―Me siento mal.
― Entonces que papi nos lleve.
―No Mabe dije que no irán, tu papá no está aquí― le dije con voz fuerte,
Mabe salió de mi cuarto, y Wilito se acostó a mi lado.
―Mami quiero la leche – me dijo y después me abrazo con cariño.
No tenía deseos de levantarme hubiera querido dormir el día entero.
El resto del día me lo pase callada, Mabe se puso a estudiar en el cuarto,
Isabelita y Anita jugaban con las muñecas y Wilito miraba entretenido los animados en la televisión.
Ninguno preguntó por su padre hasta la hora de la comida.
― ¿Y papá? – Anita fue la primera en hacerlo.
No supe que contestar, tenía que buscar una respuesta y en ese momento no la tenía.
―Más tarde les diré dónde está su papá, ahora vamos a comer –les dije con la mirada esquiva.
Al terminar recogí la mesa, fregué la loza, me hice un poco de café y me senté a tomarlo en la pequeña terraza, luego encendí un cigarro que aspiré   muy despacio mientras escuchaba las voces de mis hijos.
Apagué el cigarro y me dirigí a la sala, me recosté a la pared y verlos así tan inofensivos jugando me dio deseos de llorar, pero al ver que Isabelita me observaba sonreí.
Wilito estaba casi dormido, lo cargue para llevarlo al cuarto, regrese me senté frente a las niñas y no sabía que decirles, hasta que por fin Mabe como siempre me saco las primeras palabras.
―¿Nos vas a decir donde esta papá?
Respiré profundo, no estaba segura si iba a hacer lo correcto, y si ellas me comprenderían, Anita tenía solo cinco años, Mabe, siete e Isabelita diez  pero mis hijas tenían que saber que su padre se había ido a un país lejano.
―Hace un rato me preguntaron por su papá – volví a respirar profundo― van a estar un tiempo sin verlo― se me hizo un nudo en la garganta que casi impedían que mis palabras apenas se escucharon.
―¿Y por qué?
―No fue a trabajar algo lejos, pero no se preocupen, él nos mandara cartas y fotos.
Cuando ya todos estaban acostados Isabelita, se levanta y va a mi cuarto. Yo aún estaba despierta.
―Mami, yo sé que papi se fue a otro país.
No pude decirle una mentira a mi hija le tome una mano para acercarla a mí y luego la abrace contra mi pecho, Isabelita rompió a llorar cuando sintió mi abrazo.
―Hay que esperar que papá se comunique con nosotros, por favor no hables de esto con tus hermanos, aún son muy pequeños― le dije mostrándomele fuerte.
―No, mami. no les diré nada.
Esa noche no pude dormir, extrañaba mucho a Wilmer, extrañé su presencia en la cama.
Cuando decidí levantarme eran las cinco de la mañana, comencé hacer lo cotidiano, tender la cama, el desayuno, preparar a los niños y llevarlos a la escuela. En muchos días las niñas no preguntaron por su papá, pero me daba cuenta que había cierta tristeza en cada uno de sus rostros, y eso me preocupaba, Wilito ni cuenta se había dado de la ausencia.
Una noche escuché a Isabelita y Mabe conversando.
―¿Tu no extrañas a papi Isabelita? ― dijo Mabe.
―Claro Mabe, y tengo ganas de que mande fotos.
Yo entré al cuarto antes de que la conversación tomara otro rumbo, ellas al verme quedaron mudas, yo con aire natural me senté en una de las camas.
―Alguien me dijo que su papá está bien.
―¿En serio?― dijeron las dos al mismo tiempo.
Les sonreí y asentí con la cabeza.
Los siguientes días fueron inacabables, Wilito enfermó de la garganta, con fiebres altas, para hacerlo todo más difícil, dos días después Anita amaneció igual, solo querían estar pegados a mí, yo estaba agotada llevaba muchas horas sin dormir. Isabelita y Mabe me ayudaban en los quehaceres de la casa, Claro, como ellas podían, pero al final reconocí que lo hacían muy bien para su edad.
Así fueron pasando los días, hasta que no me quedo más remedios que acostumbrarme a estar sin Wilmer, cuando vi que las cosas se tornaron difíciles por la economía, no me quedo más remedios que cambiar de trabajo a un lugar donde ganaba algunos centavos más. Cambie mi sistema de vida, tenía que madrugar, y pasar menos tiempo con los muchachos,
Isabelita que ya tenía diez años, se hacía cargo de levantar a sus hermanos, les ayudaba a vestir y les daba el desayuno que  ya les dejaba preparado, y por último los  llevaba a la escuela  por la mañana  y  les recogía en las tardes.
Después de casi seis meses recibí una carta de Wilmer y varias fotos, se las enseñe a las niñas, saltaron locas de alegría.
Esa noche llore mucho, al ver aquellas fotos de Wilmer sonriendo mientras yo estaba aquí luchando cada segundo por mis cuatro hijos, y sin esperanzas de volverlo a ver

 

Fin del primer capítulo.

 

 

*     *     * 
 

 
                             

NUESTRO DÍA

Cuento

     
La alarma del móvil, reclama insistente la atención de Ana, quien abre sus ojos y se despereza en la cama, toma el móvil en sus manos.
 –15 de mayo – repite maquinalmente en voz alta con la mirada fija en la pantalla del celular.
Se levanta y descalza camina hasta el closet, donde revisa la ropa colgada y saca su vestido verde, el que solo usa un día como hoy.
Ana camina con pasos lentos por la playa donde hace un año no transita. La nostalgia se le hace tan patente como hace dos años, inundándole el alma, con bellos recuerdos, se detiene para mirar el hermoso rosal de rosas amarillas que  siempre le devuelven esa paz interior que hace mucho ya no tiene.
De la nada, lentamente un espectro se acerca al rosal, toma una rosa y va a ponerla en la cabellera de Ana quien abre sus brazos para sentir el abrazo del espectro.
Ana se suelta risueña, se quita los zapatos, sus pies quedan cubierto por la arena, y corre por la orilla de la playa, siente sus cabello y su vestido flotar en el viento, con sus manos invita al espectro que la acompañe, y felices danzan juntos al compás de una canción de amor, que resuena en sus recuerdos y que ambos al mismo tiempo tararean…
 Se escuchan voces que se acercan y de pronto todo cesa Ana siente un frio que recorre su cuerpo, mira alrededor y está sola, envuelta en la soledad y sus recuerdos. Solo hay una lágrima en sus ojos, él como hace dos años ya no está… solo queda en su memoria: una canción de amor, aquella que cantaron juntos tantas veces en su aniversario de casados.